poemas de amor Crazzy Writer's notebook: Caso Nevada 58-C-622

9/9/10

Caso Nevada 58-C-622

Estaba sentado en el sillón de su salón. Completamente a oscuras. En sus manos sentía el cálido y viscoso tacto de la sangre. En su cabeza solo había imágenes y sensaciones. A lo lejos se escuchaban varias sirenas que se acercaban a toda velocidad. A los pocos minutos unos ruidos de frenazos indicaban que ya estaban aquí. Pero él seguía sentado en su sillón sintiendo aquella sustancia entre sus manos…
La policía al otro lado de la puerta, se acercaba cuidadosamente a la casa. – Le habla la policía, por favor salga de la casa con las manos en alto- rogó uno de los policías por el megáfono, pero no hubo respuesta. Después de esperar poco más de tres minutos en los que se respiraba el seco ambiente de las tierras del desierto de Nevada. El policía dio la orden de entrada y dos grupos de tres policías se dirigieron a las puestas de la casa. A pesar de la hora, este despliegue de luces rojas y azules junto al sonido de las sirenas había hecho surgir a un montón de vecinos que miraban desde una distancia prudencial y murmuraban entre ellos.

El primer grupo encargado de la puerta principal, después de asegurar un pequeño perímetro, echo la puerta abajo y entraron en el edificio, y lo que allí encontraron no lo olvidarían nunca. Un pestilente hedor embargaba la casa, no se sabía muy bien de qué, pero era horrible. Uno de los policías salió corriendo de la casa, el olor le había puesto el estomago a morir. Los otros dos que se quedaron, algo más experimentados, registraron la casa abriéndose paso con sus armas, una recortada y una 9 mm. Registraron la casa esperándose cualquier cosa, cuando llegaron a la estancia del salón, buscaron el interruptor. La luz se encendió a regañadientes, dejando ver lo que en su interior había. La estancia estaba amueblada de forma abundante, lo que dificultaba la visión de sendos policías. En el suelo se podía ver a duras penas, sobre la alfombra, un reguero de sangre. En un sillón encontraron a un hombre de mediana edad, al que habían abierto en canal, dejando todos sus órganos visibles. Los intestinos caían al suelo como culebras enormes. Y su cabeza, completamente desfigurada, desprendía un hedor a carne quemada, seguramente por alguna sustancia química, miraba en una dirección concreta. En esa dirección, otro hombre de unos cuarenta y cinco, estaba atado al sillón. Contemplando aquella macabra escena. Los dos policías quedaron completamente congelados. Sin duda alguna era lo más macabro que habían visto a lo largo de su historia en el cuerpo de la policía. Uno de ellos consiguió articular a la radio que llevaba en el hombro –Pedid una ambulancia y avisad a la científica- Después desataron al hombre del sillón y lo llevaron a fuera.

En los alrededores de la casa, la policía había conseguido disuadir a los curiosos. La ambulancia llegó rápido, y atendió tanto al hombre del sillón como a los dos policías que habían quedado bastante impactados. Cuando llegó la policía científica, entró en la casa. Estuvieron reuniendo pruebas, y registrando el resto de la casa. En el frigorífico de la cocina en una de las baldas superiores reposaba un cubo con un montón de trocitos de lo que un dia fue una persona. El autor de esta masacre sin duda estaba loco, pero a pesar de este estropicio no se encontraron sus huellas en ninguna parte. Lo que hacía suponer que aparte de los conocimientos de anatomía, sabia bastante de los procedimientos de la policía.

Ya en la comisaria, mientras el grupo que entró en la casa hacia verdaderos esfuerzos por olvidar aquella vivencia, otros dos policías estaban en el hospital intentando hablar con el otro hombre que encontraron en el salón. Pero lo que allí les dijeron no fue mejor, a ese hombre le habían cortado la lengua con unas tijeras y después lo ataron al sillón con unas cadenas que después calentaron, provocándole unas quemaduras de cuarto grado en las muñecas. Por lo que el interrogatorio no sería posible.
En el depósito de la policía estaba esperando el cadáver del otro hombre a ser reconocido, pero le habían borrado las huellas dactilares con acido, el mismo ácido que el asesino le vertió en la cara. El forense acudió a la ficha dental, pero también llegó a un callejón sin salida. Era un tipo que aparte de loco, sabia como evitar la identificación del cuerpo. Finalmente acudió al ADN, pero el fiambre no estaba en la base, o se habían tomado la molestia de borrarlo. Pero tenía más trabajo por hacer, como recomponer el cuerpo que encontraron en la nevera, cosa que le llevaría como mínimo un mes, contando con que sus dos ayudantes estuvieran en condiciones de ayudarle, porque después de ver el otro cadáver salieron corriendo al baño.
Mientras dos policías analizaban las pruebas que encontraron en la casa. Un juego de cuchillos de carnicero sin huellas, utilizados para trocear el otro cuerpo, las cadenas con las que ataron al otro al sillón… pero todo lo que encontraron en la casa estaba limpio de huellas.
El hombre que alertó a la policía desde una cabina telefónica, para evitar llamar desde su casa, dando el nombre de uno de los cadáveres que ahora reposaba en una fría mesa del depositó bajo una sábana blanca, estuvo en su salón disfrutando de su trabajo. Contemplando a la policía mientras trabajaba en la casa que había visitado la noche anterior. Incluso llegó a eyacular mientras destrozaba el cuerpo todavía vivo de la mujer, mientras su marido contemplaba la escena. La sensación que recorría su cuerpo mientras cometía todas aquellas atrocidades era… placentera... se sentía como si hubiera echado el mejor polvo de su vida. El subidon de adrenalina que recorría su cuerpo cuando tras abrir a su tercera, sintió el tacto de sus órganos entre sus manos enguantadas en látex en presencia del hermano del objeto de sus atrocidades fue el culmen de sus sensaciones, que según describió en su diario: “fue una verdadera catarsis para mis sentidos, jamás me he sentido tan vivo como aquella noche, mientas torturaba a aquel hombre cortándole la lengua con las tijeras del pescado, atándole con las cadenas y después calentadas a través de un pequeño soplete de cocina…, o mientras troceaba con el hacha de la carne a su mujer embarazada mientras el miraba… o cuando abrí en canal a su hermano y lo desfiguré pulverizando sobre su rostro el acido que se emplea en las baterías de los coches… pero lo mejor de todo es que jamás sabrán quién lo hizo y por qué”.
Corría la tercera semana desde el hallazgo de los cuerpos cuando en la comisaria se recibió la noticia de que el único testigo que pudo ver al asesino había muerto de madrugada, debido a la gravedad de sus heridas físicas como psicológicas. Eso dejó el caso a punto de quedar almacenado en el extenso almacén de la policía federal donde se guardaban los casos sin resolver. Pero una semana después de la noticia del hospital se halló entre las pruebas una pequeña gota de semen, que podría proceder del asesino. Con la prueba del ADN, consiguieron la identidad de aquel personaje, pero según los datos del censo había muerto de una intoxicación alimenticia. La policía consiguió un permiso de exhumación, y cuando fueron a desenterrar el cadáver encontraron en el féretro una pila de carne y huesos en descomposición. Dejando el caso cerrado, como el caso más macabro en la historia del estado de Nevada. Pero el autor de semejante carnicería, sigue aun disfrutando de plena libertad, mientras algunos policías ya retirados continúan, en secreto, intentando vanamente resolver aquel siniestro caso .

1 comentario:

  1. Muy interesante la verdad es que es bastante bueno. Sigue publicando más como este, son realmente espectaculares :)

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