poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/1/13

17/1/13

The Girl [Silencio y Soledad, part 6]

-¿Eli?- escuche una voz que se adentraba lentamente. - Eli, ¿estas bien?-.
Era Mónica, la batería del grupo. Su voz mostraba preocupación, lo que hacia preguntarme durante cuanto tiempo había desaparecido de escena. Volví a mirarme al espejo y limpié los salinos regueros de mis lágrimas. Esto no había ocurrido de puertas a fuera, asique ahora tocaba aparentar la mayor normalidad posible.  Salí por la pequeña puerta de madera oscura. Al otro lado, a punto de entrar en el lavado de señoras la desdibujada sombra de Mónica me miraba con cierta sorpresa.
-Había demasiada cola para ese, asique…- ella me lanzó una mirada que me trajo ciertas dudas. ¿Habría reparado en aquel chico sentado a mi lado? ¿Sería algo del lenguaje corporal lo que la hacia sospechar algo?


-Bueno, ya estamos recogiendo para regresar al hostal. ¿Dónde esta la furgoneta?- Aquella mirada había desaparecido, en su lugar parte de su pelo negro la cubría.
-No queda lejos, decidme que cojo-. Caminamos hacia el escenario donde la mayoría del equipo estaba ya recogido.

La lluvia había vuelto a caer con fuerza. Las luces se reflejaban sobre el pavimento mojado otorgando a aquella noche otro matiz de irrealidad. La conversación parecía sortearme, como si un escudo impidiese enviar o recibir información. Para mí todo se limitaba a al tráfico, las luces y la lluvia. Fue un trayecto eterno.
Tras una hora de fluir lentamente por las calles londinenses logramos aparcar en el garaje. Subimos dejando el equipo camuflado en la furgoneta, al fin de cuentas bajaríamos en unas horas para comenzar el viaje de regreso. En la puerta de la habitación nos despedimos. Ellos pasarían las últimas horas en aquella tierra jugando, como cada noche, a juegos en los que se iba perdiendo ropa de forma misteriosa.  Yo por mi parte prefería quedarme a solas. Entré en la habitación. Caminaba en la penumbra, dejando un reguero de ropa desde la entrada hasta el baño. Los playeros… una sudadera morada… una camiseta blanca… los pantalones, que fueron sucumbiendo lentamente a medida que el marco de la puerta se aproximaba en la oscuridad. Ahora era lo que necesitaba. Oscuridad.
 
Tomé prestadas unas velas que Sara empleaba para hacer ejercicios de relajación antes de salir a un nuevo concierto. Las coloqué en los bordes de la bañera y di vida a las bailarinas que escondían. Mientras el agua caía, el sujetador también padeció los efectos de la gravedad cayendo a mis pies donde no tardaron en seguirle los pantis. Las garras de aquella fría atmosfera no tardaron mucho en rodearme. Tenía la sensación de que mi cuerpo ardía pasto de unas llamas irreales. Me adentre en la bañera lentamente. Contuve la respiración y aguante el helado tacto del agua humeante. Me cubrió dándome la sensación de flotar. Poco después cerré los ojos y dejé que el aroma de canela llenase mis pulmones con largas inspiraciones. Al otro lado podía escuchar a los chicos riéndose. Un par de noches me anime a jugar con ellos, y desde luego lo pase bien. Sentí una pequeña sonrisa escapándose de mis labios. El calor y el olor de aquella cera derretida, junto a la oscuridad y las llamas bailarinas fueron sumiéndome en un estado extraño de relax. Concentrada en el flotar de mi cuerpo, abrazado por el calor de aquel líquido, sentí como aquella tensión que todavía poseía cada musculo de mi cuerpo desaparecía lentamente. Pasaron los minutos, el tiempo volaba demasiado deprisa, y el agua se quedó demasiado fría.
Salí de la bañera recogiendo las prendas que habían quedado por el camino. Busqué en la maleta y me puse el pijama. Solo el tacto del algodón sobre mi piel. Recogí la maleta y el resto de cosas antes de meterme en la cama y quedarme mirando el oscuro techo de la habitación. No sabias cuanto valor tiene algo hasta que lo pierdes. Un sentimiento de añoranza se apodero de mí. Suspire rompiendo el silencio. Entonces desde el fondo de mi memoria surgió una figura de  mirada inocente y sonrisa traviesa, apoyado sobre su saxo. Me veló hasta caer en manos de Morfeo.

Parte 7

The Girl [Grandes errores, part 5]

Sentado junto a mí, en un oportuno sitio que quedó libre, se mantuvo en silencio mirando el escenario. Yo… algo en él me reclamaba desde las sombras. Preguntas. Lo miraba de reojo a través de la cortina creada con mi propio pelo. Algo en él me resultaba conocido pero no sabría decir el qué. El tintineo de una taza me sobresaltó. Alce la mirada. Mi té humeante aguardaba. Saldé la deuda y volví a mi armazón de preguntas. Entonces me fijé en la pequeña sonrisa que ahora adornaba su cara. A raíz de una tontería, algo como una sonrisa, empezamos una conversación de lo más singular.
Mientras hablamos empecé a sentír como el magnetismo de aquellos ojos claros y esas sonrisas, a caballo entre picaras y sinceras, me acercaban más y más a él. Nuestras manos se alcanzaron sobre su pierna. Pensaba, en lo dispares que éramos. Él, vestido tan elegante con aquella ropa de marca cara. Y yo, tan tracillas con unos pantalones de chándal y una sudadera. Pero parecía no importarle, comenzó a acariciarme el brazo mientras seguía hablando con total normalidad, pero a mi se me aceleraba el pulso. Nos mirábamos fijamente. El magnetismo crecía y sin quererlo cada vez estaba más cerca. Pegados. De pronto su mano salto de mi brazo a mi pierna. Estaba tanteando la reacción. Y no debí reaccionar mal porque se acercó a mí y me susurró al oído. El sonido de su voz era más deseable, casi irresistible. Sin saber por qué aproveché su posición para besar su cuello. Sentí su reacción. Acababa de pasar el punto de no retorno y hacía tiempo que no lo cruzadaba. Él también se defendió marcando con los labios el lóbulo de mi oreja y de esa forma cerró satisfactoriamente la respuesta de su petición susurrada. Nos levantamos y desaparecimos discretamente.
En aquel cubículo penumbroso y retirado, donde el sonido era tan solo una ilusión. Me dejó suavemente contra la pared. Nos miramos de nuevo y nos besamos. Los ojos cerrados. Aquella sensación que creí extraviada en el tiempo, volvió a resurgir como la luz de una bengala en una oscura noche. Sus labios conservaban el sabor a vodka. Sus manos en mi cintura. La excitación nos envolvía. Podía desgarrarse. Comencé a desabrochar su camisa dejando su torso duro al descubierto. Sus dedos treparon hasta mi pecho y allí con gran facilidad desabrocharon el sujetador. Sus manos frías cubrieron mis pechos. Los acariciaba pasando la yema de sus dedos. Recorrida de arriba abajo por un escalofrío. Percibí la curvatura de sus labios.  Mi pulso fue subiendo el nivel de serotonina. Una de sus manos descendió serpenteante por mi espalda con un leve cosquilleo volviendo a la cintura. Se hundió a través del pantalón y comenzó  a pasear su mano con la suavidad de los pétalos de rosa. Aquel cosquilleo agitó mi respiración. Ahora él había descendido en una hilera de besos hasta mi cuello. Mis labios en su oreja habían transformado aquellas respiraciones en leves jadeos ahogados. Mis manos habían topado con su punto débil y lo explotaban con dulzura y deseo. Intenté resistir pero aquellas caricias lograron traspasar mi última defensa y entonces escuche mi voz.
-Sigue Arturo, no pares...-. Vi explotar la burbuja que yo misma había creado.
Abrí los ojos y me fije en el chico que ahora estaba pegado a la otra pared del cubiculo. Su pecho completamente tatuado. Su pelo oscuro y revuelto. Y aquellos ojos claros que me atravesaban impasibles. Nada que ver con la mirada de hacia tres minutos. Irradiaban enfado, furia.
-<¡DIMITRI! Te lo he dicho seis...>- Trataba de mantener la calma, pero algo dentro de él se estaba despertando. -<Oh!, ya entiendo>-. Empezó a reír.
-<¿Pensabas que sería tu consolador…?>- aquella sonrisa desapareció con la misma velocidad con la que llegó. Su expresión regresó a la frialdad inicial. -<Estás muy equivocada. Yo no soy el segundo plato de nadie y menos la fantasía de alguien como tú.>- Su voz era apenas un susurro, pero fue suficiente para congelarme la sangre.


Lo siguiente que dijo antes de cerrar la puerta con un portazo, que quedó vibrante durante segundos, a pesar de ser en ruso no perdió su matiz amenazante. Me quedé apoyada en la pared de madera. Inmovil.  Salí con miedo de aquel cubículo. Temía encontrar a alguien allí pero solo topé con mi propio reflejo junto al espejo. Me miraba. Con los ojos desbordados por las lágrimas. Me derrumbé ante mi propia mirada. ¿Cómo? ¿De verdad había sido capaz? ¿Tanto se parecía?  Permanecí frente al espejo mientras al otro lado mi silueta reprochaba con razón lo que acababa de hacer. Aquella vocecita interior, esa conciencia, hablaba despacio pero no por ello menos hiriente.

The Girl [Ecos,part 4]

[Principios de septiembre]

El eco de su voz aun permanecía en mi memoria. Resonaba en el silencio de las noches más oscuras. No podía evitarlo. Trataba de mantener la mente alejada pero siempre regresaba. Había conocido a otros pero…

Un sonido hizo retumbar toda la estancia cortando el fluir de pensamientos. Aquella inesperada interrupción me dejo el corazón latiendo en un puño a un ritmo fuera de lo normal. Vagué con la mirada por aquel oscuro y sombrío pub de la Inglaterra profunda. En las ventanas empezaban a caer gotas con fuerza dejando un suave tintineo. Algunas siluetas difusas. La taza con algunas gotas resbalando hasta el pequeño charco del plato. Una mesa de billar al fondo pobremente iluminada. Las columnas abstractas que se elevaban lentamente desde le borde de la taza. La gente agolpada en la barra y en las mesas. Y de nuevo aquella melodía. Una melodía conocía a pesar de ser de grupo desconocido. Las conversaciones incomprensibles de alrededor. Y otra vez aquella sensación. El tamborileo de la lluvia se hacia notar junto a la ventana. El sonido de las guitarras. Y el ritmo de la batería. Cerré los ojos tratando de regresar a mis pensamientos pero fue inútil. Tomé la taza y el calor congelo mis manos destempladas. Calor sobre mí. El sabor de aquella bebida típica ahogada en el azúcar y leche. Dulces. Todavía sentía aquel último beso. ¿Por qué? Aquel pensamiento brotaba una y otra vez. Nunca nada… ¿nunca?… Un nuevo trueno estalló fuera seguido de un leve resplandor. Sin quererlo, con aquel pequeño flas de mi memoria, se me había dibujado una leve sonrisa en el rostro. Llevábamos en aquella tierra cerca de una semana pero para mí el tiempo parecía haberse detenido. Claro que tampoco quedaba muy clara mi misión allí con ellos. Aunque les agradecía la invitación porque llevaba tiempo queriendo visitar aquella ciudad de la que tanto había oído hablar a mis amigos.

Me levante del asiento en lo que ellos hacían un pequeño descanso. El habiente estaba cargado y había empezado a dolerme un poco la cabeza. Me abrigue todo lo que pude y me deslicé entre la gente hasta llegar a la calle. Allí me dejé atrapar por el gélido aire que barría las calles. Las gotas que antes golpeaban las ventanas ahora no eran más que una fina manta que caía delicadamente sobre las partes expuestas de la piel. La densa nube de aire condensado ascendía en formas caprichosas. Camine calle abajo, dirección a una pequeña tienda de chucherías, de vez en vez veía pasar algún coche, o algún taxi negro camuflado en la noche. El sonido de mis pisadas se escuchaba claras. Rápidas y cortas. Casi no había gente por las calles. Miré el reloj que solo marcaba las ocho y media, cualquiera podría pensar por lo avanzado de la noche y la poca gente paseante que se trataban de las tres o cuatro de la mañana. La verdad daba un poco de cosa pero por suerte la tienda no quedaba lejos y todavía estaba abierta.
De nuevo al resguardo del frio, habían empezado a tocar de nuevo. Parecía haber más gente expectante de aquel grupo de jóvenes que se manejaban tan curiosamente sobre el escenario.     Busqué un nuevo sitio en el que sentarme pero sin éxito. Todas las mesas estaban ocupadas. Ante aquella situación probé suerte en la barra. Vagué con la mirada, algún sitio discreto, alejado de la gente porque todas las noches había algún chico ciego de pintas que probaba suerte conmigo. Extranjeros. No pude reprimir una sonrisita al pensar en aquel monologo que tantas veces había escuchado. Un camarero me pregunto por lo que tomaría en esa gélida noche. Pensé en el té que me había tomado antes y opte por repetir.
-<Un té con leche y mucho azúcar, por favor>- El camarero asintió y desapareció raudo en busca de mi consumición.
Distraída de todo punto miraba desinteresada la decoración tan británica cuando surgió desde el fondo, como un deseo oscuro de mi imaginación. Elegante en los andares y en el porte. Un chico de unos veintiocho.

Parte 5