poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/2/14

23/2/14

Night adventure.

Circulaba por las calles de la ciudad de Tokio, el sol había caído. La noche había invadido el cielo. ¡Pero cielos, quién lo diría! Entre tanta pantalla y luz seguía pareciendo de día. Por todos sitios, allí donde mirases había alguna pantalla gigante. Era sábado y por las aceras caminaba una ingente cantidad de personas. Adolescentes en su mayoría, todos de uniforme, seguramente a la búsqueda de buenos ratos al abrigo de alguna discoteca o algo. Yo por el contrario, mi diversión quedaba en otra actividad, en mi opinión mucho más estimulante, o al menos eso espero.
Un semáforo horizontal detiene mi paso. Respiro en profundidad, y aunque el interior queda completamente oculto desde el exterior, me pongo un casco para cubrir el rostro. Enciendo la música que baña el interior. Una melodía rápida y fluida. En pocos segundos aquella locura iría conformando poco a poco una realidad. Acelero el motor. Suena horondo a través de los enormes tubos de escape que se descuelgan hasta la parte de atrás. Cambia el semáforo a verde y hundo el pedal hasta tocar tope. El coche responde de inmediato con violencia dejando un chirrido descomunal sobre el asfalto. Varias miradas se vuelven para observar, ignoro sus pensamientos pero tampoco me importan. Ahora estoy pegado contra el asiento mientras las agujas suben. El reto está en no colisionar contra nada y sobre todo que no te pillen los de azul. Sonrío una vez más antes de vaciarme por completo y comenzar a zigzaguear entre el tráfico.
 
En estas circunstancias las luces rojas pierden todo significado. Los cruces son meras loterías en las que solo caben los cálculos y los reflejos. Las calles, a pesar de la anchura, son complicadas por la cantidad de vehículos que van por ellas. Pero precisamente es ahí donde se haya la diversión. Escucho pitidos. Ruedas que deslizan tratando de detener su avance. Algún atisbo de cristales rotos y chapa abollada. Pero no hay daños graves, porque tampoco es que se circule excesivamente rápido. Un nuevo cruce se avecina con el semáforo recién puesto en rojo, el coche al que sigo frena. Me aseguro antes de tirar del freno brevemente para salir al carril contrario y sortearlo a gran velocidad. Aparece un coche tras una furgoneta que iniciaba el giro. El pulso se acelera y el tiempo parece detenerse. Las reacciones son completamente instintivas. Contra volantas mientras pisas los tres pedales al mismo tiempo, recudes marcha y rezas para que salga como has esbozado con velocidad en la mente. Las ruedas patinan generando una vahada de goma evaporada. El coche comienza a deslizar. El camión para en seco y el otro coche lo intenta. Te dá, piensas mientras miras los otros vehículos que circulan por la perpendicular. Entonces pasas limpio incorporándote completamente cruzado a la vía transversal. Alzas un grito de victoria por el éxito de la maniobra, pero este dura poco porque detrás de otro par de coches se encienden de pronto unas luces rojas, junto con el sonido de las sirenas. La policía. Se va poniendo más interesante. Emprende en tu persecución pero parece que se queda atrás con un par de maniobras extrañas. Sales de nuevo a otro cruce, vas perdido virando sin más, de forma aleatoria, buscando la mayor facilidad de maniobra. Vigilas los retrovisores en busca de la policía aunque nada por el momento.

Continuo sorteando coches sin importar el lado, bailando entre los carriles al son de la ciudad. Me veo reflejado en algunos escaparates. Una estela negra que circula a toda velocidad. Parece que estoy en el centro de la ciudad, solo por la creciente población de viandantes y rascacielos repletos de luces y pantallas. Contemplo con cierto miedo como al fondo de la calle se levanta una muralla de viandantes que colapsan mi paso, y no conforme con eso, también se escuchan con cierta nitidez el eco de varias sirenas de la policía que se abren paso entre la circulación. Cruzo el coche sorteando a una pareja de camiones. Hago sonar el claxon del coche y contemplo como aquella muralla se abre abruptamente. Los peatones corren, otros se detienen. Siguen en movimiento unos pocos ajenos a lo que pasa. Me adentro y me fijo en un grupo de colegialas que ha quedado dividido por la separación. Paso fugaz levantando gritos. Miro en el retrovisor como una de ellas sostiene su falda levantada. Escucho el chirrido de los frenos por detrás. Me escapo acelerando más si cabe hasta dejar la aguja en casi ciento veinte por hora. Parece que aquello se termina. Veo al fondo un paso elevado, lo que me hace pensar en la autovía. Piso el freno dejando el coche clavado milímetros antes de la línea. Una nueva sirena se escucha en la calle. Viene rápido. Mis nervios se desmadran al saber que sigo todavía en la persecución. Veo la luz parpadeante reflejada en un escaparate. Acelero el coche aun con el embrague hundido hasta el fondo. De pronto una ambulancia atraviesa el cruce adentrándose en este con cierta duda. Respiro con alivio. El semáforo cambia a verde. Me adentro lo que parece la entrada a ese paso elevado. No sé a dónde conduce pero es lo mismo. Gano velocidad sintiendo la fuerza del par motor. Suena el turbo en cada intervalo de marchas. Silbido y descarga. La circulación parece fluida. Se abren varios carriles. La aguja toca su tope. No quedan números que señalar. Doscientos nada más. Sorteo bailando entre carriles, incluso el arcén. Veo un coche varado en la cuneta, parece a la espera. Arranca tras de mí encendiendo varias luces rojas. No tarda demasiado en colocarse a mi cola. El tráfico vuelve a densificarse obligándome a reducir la velocidad y aumentar el número y rapidez de los quiebros, que no siempre eran posibles. Busco la siguiente salida. Están casi pegados. Regreso a la concurrida ciudad. Parece que les pierdo. Entro en una calle estrecha, sin percatarme de la señal que restringía esa dirección. Varias luces blancas me miran con horror, y al fondo dos patrullas que se acercan. Miro en rededor en busca de una alternativa para librarme. Entonces veo un enorme vano en la pared. Leo parking justo encima. Viro de forma brusca y me adentro en la cueva. Veo pasar las sirenas de largo a través de los retrovisores. Aparco en el primer sitio libre que veo. Apago el motor. Bajo del coche. Cojo las placas del paletero y las coloco en los respectivos lugares con un par de “clic” cada una. Dejo el casco en el maletero y regreso a la calle perdiéndome como otro coche más en aquella increíble ciudad.