poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 2012

4/11/12

The Girl [Despedida, part 3]


Aquel aroma se desvanecía. Ya no era aquel olor dulce sino algo más penetrante. Sin dudar ya no estaba en su coche. ¿Dónde estaba? Escuche unas voces a lo lejos pero no sabia lo que decían. Entre abrí los ojos ladeando la cabeza. Estaba tumbado en una estancia estrecha. Sentada en una silla estaba ella. Su cara reflejaba preocupación, angustia. Traté de incorporarme. Quería ir junto a ella pero todavía me flaqueaban las fuerzas. Alzó la mirada y se acercó.
-¿Cómo te encuentras?- hablaba deprisa. – Me has dado un susto tremendo. Lo siento. Perdóname.- Me abrazó, entonces de nuevo aquel aroma dulce.
-¿Cuánto tiempo he estado K.O?- dije con un susurro ahogado.
-No ha sido más de diez minutos pero se me han hecho eternos-. En ese momento apareció por la puerta un chico joven con el uniforme de emergencias.
-Veo que ya te has recobrado. ¿Cómo te encuentras?-
-Mejor. Gracias.- Se acercó y me tendió una barrita de chocolate.
-Toma, esto te ayudará. Antes de marcharte recuerda firmar los papeles del parte-. Y salió de la sala.
A solas con ella, otra vez, rodeado por sus brazos y envuelto entre su cuerpo. Pensaba para mis adentros. Seguía con el corazón a cien. Pocas veces había estado en situaciones como esa, creo que sólo en el dentista. Ridículo, pensar en esas cosas en este momento. Cuánto humor. 
-¿Te parecería salir de aquí y dar un paseo?- Mi voz seguía siendo un susurro.
Su expresión era puro asombro y sabia en lo que había pensado, pero estaba equivocada. Tenía otra cosa en mente. Tal vez funcionase, tal vez no.
- Pensaba en ir caminando, no se tú pero yo he tenido coche suficiente hasta la salida del sol-. Su rostro recobró aquella primera sonrisa.
-Bueno, vale. ¿Estas en condiciones de caminar?- me soltó poco a poco, y me ayudó a incorporarme de nuevo.
El chocolate había funcionado, ya estaba recuperado físicamente al menos. Salimos a la noche tras firmar los partes. Algo más de las tres marcaba el reloj de su muñeca. Partimos en la dirección opuesta, hacia un pequeño cúmulo boscoso alejado de las luces. Caminábamos en silencio agarrados de la mano. El chasquido de las ramas bajo el manto de agujas. Los motores de fondo. Y sobre nosotros un cielo oscuro salpicado de cientos de estrellas. El corazón seguía frenético. Hacía mucho que una chica no me cogía así. Sentados junto a uno de los pinos, ella se hizo un ovillo sobre mi pecho. Enfrentados. Nos miramos y aguardamos, manteniéndonos la mirada en el silencio. Nuestros labios se curvaron casi a la vez, y el silencio quedó quebrado por las risas. Nos abrazamos y dejamos que el perfume del otro nos llenara los pulmones. Resultaba todo demasiado idílico. Hablamos de cosas triviales. Anécdotas. Leyendas. Misterios. Deseos…
Cuando volvimos a contemplar el cielo ya existían atisbos de claridad en el horizonte. Cuan rápido había pasado el tiempo. Retornamos de nuevo al circuito, también cogidos de la mano. Necesitábamos dormir antes de partir de nuevo, por suerte habían pensado en ello y habían preparado varias casetas con literas para aquellos que deseasen dormir y no quisiesen hacerlo en el coche. Cuando llegamos, parecían estar todas ocupadas. A punto de marcharnos, vimos como una quedaba vacía. Comunicación no verbal, una mirada fue suficiente. Nos tendimos en la cama. Me abrazó y cerró los ojos susurrándome un buenos días al oído. La besé saboreando sus labios por última vez y ambos lo sabíamos. Disfrutamos, y alargamos aquel beso. Después nos sumimos en el subconsciente.
Cuando desperté miré la hora en el teléfono. Las diez menos cuarto. Y como esperaba ella ya se había marchado. Caminé hasta el coche a paso ligero con un bollo y un vaso de cacao. Pensaba y hacia cálculos mientras engullía el desayuno apoyado sobre el capó. Entonces reparé en una pequeña nota que residía pillada por el limpiaparabrisas.
Gracias por esta noche tan especial. Ha sido maravillosa Bss Elisa.
Guardé la nota en el parasol y puse rumbo a casa, donde me esperaban mi familia y dos meses de largo verano. Pero nada de lo que me pudiese deparar igualaría a esta noche.


 Parte 4  [Tres meses despues. Septiembre. ]

3/11/12

El embrujo


Desperté en las oscuras tierras del sur. El frio estremecía cada palmo de mi cuerpo. Caminaba lentamente. No sabía como había llegado hasta aquel lugar prohibido. El canto de las ranas no traían nada bueno, o al menos eso decía la leyenda que en el pueblo se narraba. Vagando sin rumbo topé con un cúmulo de aguas estancas. Sobre ellas las galactelianas paseaban en busca de la cena. Quería salir de allí antes de que llegasen predadores más peligrosos que aquellas alimañas.

Desde la densa vegetación purpurea vi aparecer una sombra que caminaba titubeante. Se aproximaba lentamente, escoltada por varias figuras inmensas envueltas en túnicas extrañas que ocultaban sus rostros monstruosos. Miedo. Una señal de alarma ascendía pidiéndome escapar. Salvar la vida. Pude esconderme en una sombra cercana poco antes de que aquella caravana me viese y diesen cuenta de mí también. Se detuvieron poco antes de llegar a donde me resguardaba.

La primera sombra se arrodillo ante las demás. La luz de las antorchas iluminó su rostro atemorizado ante la incertidumbre de lo que le esperaba a continuación. Fue cosa de segundos, pero aquel contacto fue suficiente. Aquellos ojos verdes eran un escrito claro para mí. Le tendieron un tarro con algo en su interior, parecía viscoso y su color nada halagüeño. Vertieron algo del contenido en tres calaveras y la pidieron que bebiese de ellas. Con el arma empuñada estaba dispuesto a intervenir pero no estaba convencido de poder con todas ellas. La dieron la primera que tomó de un trago. La segunda. Y por último la tercera. Comenzó a tambalearse, parecía mareada. Sus ojos se entrecerraban y se desplomo sobre uno de los escoltas. Las risas sobrecogieron el lugar. Salí de mi escondrijo arma en ristre aproximándome desde la retaguardia. Dos sombras decapitadas sin hacer ningún ruido más del necesario. La tercera pareció percatarse de que algo no iba bien, pero cayó antes de dar aviso. La última, con el cuerpo de la victima aún en las manos me vio. Un zarpazo me alcanzó en el pecho rasgándome las ropas pero mi estocada le atravesó el cuello.

La tomé con cuidado y comencé a caminar en la misma dirección por la que les vi aparecer. Fue un trayecto largo a través de aquellos bosques cenagosos pero logramos dar con una salida. Después de aquella temeraria intervención parecía que la tranquilidad se reinstalaba paulatinamente. Solo entonces reparé en la figura que acababa de rescatar de aquellos seres. Aquel pelo dorado que caía en cascadas por sus hombros. Su piel pálida. Y aquellos labios de un intenso rojo. Era una Lugzan, una criatura que sólo crecía en las leyendas más oscuras. Caí entonces que aquellos que ahora yacían en las ciénagas eran Guardianes del equilibrio, Guerreros Nedros, con la misión de destruirla.

El embrujo parte 2

30/10/12

La fiesta de la horguera purpura





Finales de octubre en la linde con noviembre. Se desprende desde un claro una luz violácea. La fiesta de la hoguera purpura dará en breve comienzo. A lo largo de aquella velada, mayores y ancianos de un pequeño clan errante, narraban sus vivencias y experiencias al cálido abrigo de las llamas.

Reinaba una noche de niebla cerrada. Un pequeño grupo de chicos y chicas recorría el bosque en silencio bajo la luz difuminada de la luna, tratando de adivinar los ruidos que traía el viento. Aquel sonido parecía animal pero no se asimilaba a ninguno de lo que ellos conocían. Siguiendo el rastro que dejaba llegaron a un oscuro rio que atravesaba el bosque. Todos se quedaron mirándolo. Nunca habían visto nada parecido.

-Fijaros, ese rio no refleja los arboles-.

Sonó una exclamación general. Uno venció el miedo a lo desconocido y se aproximó un par de pasos.

-Parece que no se mueve.- Se detuvo un instante -Si, esta parado-.

Todos lo miraban con cierto temor pero alguno siguió su ejemplo y también se aproximó para inspeccionar el hallazgo. Quedaron tan ensimismados por su descubrimiento que dejaron de escuchar aquel sonido que perseguían. Pero la curiosidad hacia mella en los más aventureros. De pronto, una de las chicas se levantó de un salto. Caminaba lentamente bajo la mirada expectante de los demás. Pisó con delicadeza sobre la superficie e hizo fuerza para ver su resistencia. Aguantó. Con dudas en sus pies avanzaba lentamente sobre la rugosa superficie, temerosa de que pudiese caer a un mar de nada pero eso no paso.

Uno de los chicos se alejó de la superficie, aquello de lo que se percató no requería ninguna luz. El objeto de su búsqueda estaba más cerca, y se movía rápido.

La chica, ajena a lo que se cernía sobre ella, seguía caminando.

-¡Cuidado!- Gritó sobresaltando a los demás.

Tarde. Se echó sobre ella en cuestión de segundos. Un haz de blanca luz la iluminó poco antes de atravesarla como al humo. Un chillido estremeció el bosque. La niebla se tiñó de un rojo zigzagueante. Un estruendo metálico llenó el terreno circundante. Una llama se adivinaba entre la neblina, la cosa se quemaba. Estaban todos desencajados.

-¡¡Abigail!!- gritaron en las cuatro direcciones.

Solo el crepitar de llamas se escuchaba. El miedo los tomaba uno a uno. El temor a lo desconocido les obligaba a echar a correr sin mirar atrás. Regresar con los mayores y narrarles el trágico suceso. De pronto una voz surgió de entre los matorrales. Les era conocida. Miraron en la dirección de la fuente. Si. Allí estaba, como siempre, levitando. Aunque con la expresión todavía tomada por el miedo. Los demás flotaron hasta ella. Recuperada de aquella experiencia regresaron con el resto del clan espectral…

. . .

...una figura tambaleante surguió entre la niebla. El superviviente que vio a una niña en medio de la curva. Y que les sacó de la carretera.

22/10/12

Espectros del pasado

Estaba como cada día sentada en mi cubículo. Otro viernes más, un día en el que por ser lo que es, estás llena de una irracional alegría y radiante de energías.

Nueve de la mañana. La oficina radia estrés como era habitual pero parecía algo más relajado que otros días. El sonido de los viejos teclados llenaban el ambiente, las pantallas mostraban diversas ventanas trabajando al unísono dentro de los cubículos. Los reclamos estridentes de los teléfonos y un ligero rumor de la gente que trabajábamos allí.

Todo se mostraba demasiado normal. Muy normal. Increíblemente normal. Tan perfecto que por alguna razón que desconocía no encajaba. Resultaba sospechoso pero no sabría explicar por qué.

-Raquel… -

Una voz al otro lado me reclamó deshaciendo la línea de mis pensamientos. Era una voz algo rasgada por los excesos que con cierta sorpresa y alarma pedía mi atención. Levante la mirada por encima del enrejado de paneles y lo vi aparecer a lo lejos.

Sentí como todo perdía velocidad lentamente. Mí alrededor se ralentizaba hasta quedar casi detenido. Pero a pesar de aquella escena surrealista, no logré apartar la mirada de él. Paralizada por el horror. El miedo. El terror de aquella vision imposible.

Su traje oscuro, de americana y pantalón,  habían dado paso a una túnica echa girones. Su rostro se descarnaba paulatinamente. La piel y los músculos resbalaban lentamente dejando ver los huesos  que lo componian. Sus ojos de un azul casi transparentes se habían convertido en dos cuencas profundas y vacias. Se había fijado. Se dirigía hacia mí. Lento y parsimonioso su paso pero no por ello menos inocente. ¿Qué prisa tenía? El tiempo no existía.  

Las pulsaciones se habían acelerado y parecían seguir aumentando a medida que aquella sensación me tomaba. Me bañaba un sudor frio, percibía como las gotas resbalaban a través de mi espalada. Estaba temblando. La temperatura había caído hasta el punto de ver mi propia respiración. Paralizada, solo podía contemplarle. El fantasma de las épocas pasadas. Dickens. Ardía mi pecho pero no era el calor agradable, más bien el de la lava fundida recién emergida.

Aquel ser descarnado estiró su mano hasta colocarla sobre mi mejilla. Aquella textura, áspera y fría,  me hizo estremecer. En su rostro una sonrisa forzada por la maldad.

-Cuanto tiempo…- Su eco ronco resonó desde un lugar lejano. …Seis años-. Su risa me produjo un espasmo que me recorrió la espalda.

-Creí… haberte… olvidado- mis balbuceos eran apenas un susurro pero él me entendía. Dije… que… te… olvidases… de mi-. Mantenía la sonrisa en el rostro.

-Lo sé. Por eso he vuelto- Estalló en una sonora carcajada. El espectro de las navidades pasadas te deleita con su presente inoportuno. Espero que esa cosa que te abrasa por dentro lo resista. Disfrutalo...- Desvaneciéndose en una densa nube negra, dejó sus palabras vibrantes y aquella risa penetrante.

De pronto todo recobro la normalidad. Como si aquella pesadilla no hubiese tenido nunca lugar. Pero yo seguía estremecida y bañada en aquel helado sudor.  

-… ¿no es ese tu exnovio?- continuó mi compañera de cubículo.

Me fije de nuevo y así era. Aquella figura de traje con americana y pantalón oscuro, camisa inmaculada y ojos azules casi transparentes fue mi novio seis años atrás… Miró en mi dirección y saludó con una sonrisa inhumana…

11/10/12

Adarim al

Otra vez. Otra vez aquella mirada en su rostro. En sus ojos podían verse crepitar las ardientes llamas de la ira. Los matices rojizos caoba en los que habían tornado los habían transformado en la fuente de una mirada tan fría y glacial que podría helar el mismísimo Hades. Pero el destinatario de aquella mirada, sin percatarse del endurecimiento de las facciones de su interlocutor, seguía luciendo aquella orgullosa sonrisa, una sonrisa que denotaba cierta superioridad. Pero aquella sonrisa se calló de inmediato cuando se percató, no de la mirada que lo atravesaba sin piedad sino de la extremada blancura de sus puños, y de como los tendones quedaban fuertemente marcados en las muñecas y en los antebrazos. Su cara reflejaba cierto miedo ante lo que podía acontecer. Nada bueno siguió la ultima vez que se mostró.

De pronto, en una fracción de segundo, la eléctrica tensión que recorría sus brazos se disipó, aquellas facciones duras y afiladas se ablandaron, y aquella gélida mirada se desvaneció. Paseó sus ojos marrones por los alrededores, parecia confuso. Varias personas los contemplaban formando un semicírculo cuyos centros eran ellos. Las dos chicas se habían apartado y le miraban con miedo y de forma extraña. Y un poco más alejada, una tercera chica que acababa de salir alertada por el tumulto que se arremolinaba en la puerta. Sin mediar palabra alguna y con la mirada baja consiguió abrirse paso por el pequeño grupo de gente que formaba el cercado, y en medio de todas aquellas miradas partió lo más rápido que pudo calle abajo hasta perderse entre el resto de la gente. El otro chico, sorprendido y extrañado repasaba lo ocurrido mientras aquella tercera chica lo tomaba por el brazo y miraba la ruta del recién fugado.





7/10/12

The Girl [Inesperado, part 2]

-Mi nombre es Elisa- dijo una voz a mi espalda.
Cuando me di la vuelta aquella chica de ojos inolvidables estaba contemplándome. De nuevo ese contacto visual prolongado.
-Yo soy... Arturo, encantado- me percaté del brillo de sus ojos y aquella curva de sus labios. El corazón me iba a mil pero la mente se había quedado en blanco.
- Eres rápido. Espero que no lo seas en otras… facetas- ahora aquella curva de sus labios había dado paso a una picara sonrisa. Ambos estábamos más cerca, y no se si fue consciente o inconsciente, pero la verdad es que me gustaba.
- Pues…, no lo se…- me encogí de hombros. “Vamos… de perdidos al rio, pídeselo y reza para que no huya entre risas. Ahora o nunca”. Pensé
- …hasta ahora siempre me ha gustado correr. Nunca he topado con un motivo convincente que me haga cambiar de opinión- Mi tono de indiferencia me sorprendió incluso a mí. Que parsimonia, que tranquilidad, ¿de dónde había salido?
-¿Nunca?- Ahora a la sonrisa se le había añadido un matiz a su mirada. – Esa es una palabra muy seria- Me susurro esa última frase al oído con una voz tan fina como el lino. –Puede que… -

Estábamos frente a frente. Perdidos el uno en el otro, dejando el resto de lado. Solo una lejana melodía, creo que “Riders on the storm”, procedente de los altavoces de algún vehiculo cernaco. Sentí una chispa que saltaba del cruce de miradas y prendía en un charco de combustible acumulado con el tiempo. Una llama surgió rauda tornándose en un ardiente calor que pugnaba por ser liberado. Su calor me embriagaba, me invadía y tomaba sin piedad. Me percaté del brillo llameante que tomaba sus ojos y del ligero rubor de sus mejillas. Aquella frase quedó en el aire. Inconclusa. Interrumpida por una aproximación mutua que nos soldó por los labios. Sus manos alrededor de mi cuello. Las mías posadas sobre su cintura. Oxido nitroso por mis venas. Adrenalina. Pasión contenida. La mente por completo anulada. Colapsada ante todo lo que mi cuerpo experimentaba. “Frénate tiempo, frénate. Detén tu continuo fluir y déjanos así”. Pensaba mientras jugábamos con nuestras lenguas. Cuando nos separamos, después de un tiempo que se me antojo demasiado poco, ella volvió a mirarme a los ojos y siguió con su frase.
-…te haya convencido, porque te has tomado tu tiempo-. Su risa sincera. Todavía atrapado por el lazo de sus brazos, evitando el alejamiento, una nueva curva se abría en aquellos labios dulces. Ahora si tenía ganas de correr. Estaba pletórico, capaz de rebasar los límites físicos de la velocidad.
-Si, tienes razón. Has sido muy convincente. Pero quién me asegura que no haya sido mera casualidad-. Había captado la petición y la ligera atracción de sus brazos lo confirmaba. Hundiéndonos de nuevo en aquel mar de sensaciones gratas y adictivas.
-Te invito a dar una vuelta conmigo. Yo piloto-. Aquello me pilló de sorpresa. ¿Cómo? ¿En serio? ¿Acaso me he perdido algo? Aunque me gustaría ver como se las gastaba al volante.
-Acepto la invitación. Veamos que sorpresas guardas bajo el capó-.
- El coche esta ahí, el Nissan 240xs, creo que ya os conocéis- su voz era divertida y cada vez que la miraba descubría algo más que me empujaba hacia ella. 
El coche estaba escoltado por otros tres de procedencia asiática. El color blanco resaltaba bajo los vinilos negros que decoraban los laterales. También resultaba chocante la figurita que colgaba del faldón trasero del coche. ¿Era… Astaroth? ¿La gustaría la demonología?, ¿el manga tal vez?
Se colocó en la derecha, tras meterse abrió la puerta izquierda donde aguardaba el asiento del pasajero y un cinturón de cuatro anclajes. Aposentado y asegurado la contemple de nuevo, sentada con las manos en el volante. El sonido del motor era muchísimo más ligero que el mio, suave, casi como un ronroneo felino.
-¿Preparado?- Me miró por segunda vez, y sonrió.
-Cuando gustes- No, no estaba preparado, después de aquel beso necesitaba liberar adrenalina, no cargarme más.
Salió sin hacer casi ruido. La primera curva se aproximaba y circulábamos a más de ciento cuarenta. No reducía. Ni frenaba. Solo hizo un rápido movimiento con el volante provocando un cambio en las masas del vehiculo. En poco el tren trasero deslizaba sobre la curva. Los neumáticos chillaban de dolor. Humo en nuestra estela. El motor rugía agudo. Los contravolantes eran suaves pero lo suficientemente rápidos para mantener el coche en su trazada a una velocidad de locura. Una a una fue enlazando cada curva del circuito de la misma forma. Cuando se detuvo en el aparcamiento, estaba colapsado por la adrenalina. Desbordado por la situación. Conducía más rápido que yo, mucho más rápido…

-Estas muy pálido, ¿estás bien?- su voz se desvaneció lentamente, al igual que la visión de los alrededores. Negro. Todo negro.

The Girl [Reto al anochecer, part 1]

Antecedentes: Tres años atras en Madrid.

[Mediados de julio, 2011]
 
Acababa de llegar al circuito de Ciudad Real. Ciertamente, no había podido rechazar la oportunidad de acudir a un evento de esa magnitud, donde las sorpresas se limitaban a saber quién ganaba o perdía. Oficialmente no he estado en este lugar (sino haciendo las maletas para venir mañana por la mañana). El ambiente era de lo más similar a una concentración de coches a las que he asistido en unas cuantas ocasiones, algunas como participante y otras como un aficionado más. Pero la gracia de aquel evento residía en que se correría a lo largo de toda la noche, solo interrumpido por una pequeña exhibición de motos y de coches. Según el programa que colgaron en la red, el evento tendría varios sub-eventos. Calentamiento, tandas de vueltas rápidas, mangas de derrapes, exhibiciones y un par de carreras… Ciertamente yo no traía intenciones de correr, porque el Citroën Saxo que pilotaba andaba un poco escaso después del viaje. Aunque bueno… tentaciones tenía de alquilarme uno de los coches del circuito pero creo que evitaré las tentaciones.
Estaba encajado en el bracket con la mirada en el horizonte, con la mente a kilómetros de distancia concentrada en los golpes de bajo de la música propia, cuando una suave voz me atrajo de nuevo al escenario de la competición. Cuando volví la mirada a la fuente de aquella voz, topé con unos ojos de color violeta que me contemplaban con cierta curiosidad.
-¿Puedo preguntarte cuantos caballos tiene tu Saxo?- me mostró una gran sonrisa.
-Si, puedes hacerlo. Pero… ¿con que fin?- Me encogí de hombros pero sin perder de vista aquellos ojos tan atractivos, aunque sabía que podía tomárselo a mal, pero…

-Curiosidad- me susurro y volvió a mostrar una inocente sonrisa.
-Tiene ciento treinta y cinco-. También la susurre la respuesta como si fuera un  secreto. -¿Cuántas veces, si no es indiscreción, te han dicho esta noche que tienes unos ojos increíblemente bellos?- coroné la pregunta imitando su sonrisa inocente.
Se pasó la mano por su larga melena oscura, pero sin apartar la mirada de la mía, tenía la sensación de estar siendo absorbido por ella. Un torrente de adrenalina me inundó. El corazón latía fuerte, y creo que las palpitaciones se podían percibir a pesar de la penumbra que nos rodeaba.
-Eres el primero- Respondió finalmente rompiendo esos segundos de silencio.
-Lástima…- La música que sonaba de fondo se cortó momentáneamente y en su lugar apareció la voz metálica pidiendo a los corredores que tomasen posiciones de nuevo para comenzar la competición de vuelta rápida. Maldije la inoportunidad. –¿Puedo preguntar tu nombre?-. Ella miró en rededor, como buscando algo, y tras cerciorarse se aproximó hacia mi lentamente.
-Si quieres saberlo tendrás que adelantarme primero- Depositó un tímido beso en mis labios y corrió hacia un coche de los que estaba aparcado. Lo rodeo, y montó por la puerta del copiloto.
El coche partió hacia la parrilla y quedó grabado en mi memoria. Un Nissan 240xs, blanco. Un segundo aviso de la voz metálica me sacó de aquel pequeño trance y puse rumbo a la salida. A tres coches de distancia el coche blanco que buscaba. Con el corazón desbocado por la descarga de adrenalina y la emoción de momento recién vivido, estaba dispuesto a todo por saber su nombre. “¿Qué probabilidad…? No. ¿Cuántas…? No. Pero… ¿Qué pregunta estaba buscando?”; “¡Tonto!”. Salto la insulsa voz de la razón.
 
-Ah, no. Esto es un reto en toda norma, y el premio… -. Me autocontesté. Cambie el Cd y dejé que aquella música prohibida me embriagara. Mi sonrisa picara lucia entre los compases. Sin percatarme, había empezado a acelerar en vacío. El motor estaba en cuatro mil revoluciones por minuto atronando por los escapes racing. La señal luminosa se encendió dándome la salida. Partí al circuito dejando el chirriar de la goma contra el asfalto y un gutural rugido a mi tras.

Finalizado el tiempo de la afrenta, volví al lugar donde estuve aparcado la primera vez. Con la música apagada me percate de un sonido de burbujeo procedente del motor. Levante el capó que delataba la alta temperatura del motor para que el aire de la noche ayudara a refrigerarlo. Estaba en mi propio silencio simulado. El reloj no marcaba más de las dos y pico de la mañana y parecía estar siendo una noche mágica, siempre y cuando estuvieses en el sitio indicado. Además ahora pensándolo un poco en frio, se me acercaron algunos interrogantes sobre aquella chica misteriosa de nombre desconocido y ojos tan encantadores y hermosos, ¿Por qué no?

26/9/12

B.E.R

Mientras regresaba de nuevo a mi fría y soterrada cueva, una pregunta resonó en la calle.
-¿Alguna vez has deseado desaparecer?- se escuchó a lo lejos.

En ese momento una voz cobró vida en mi cabeza. Esa voz que surge sin más de la psique más interna para dejar grabada su opinión. Una voz profunda, tranquila, cortante, monocorde.
<Si… alguna vez has pensado en esfumarte. En ser tragado por la tierra. Perderte sin más… incluso, fallecer en la anónima noche>
Su eco queda flotando. Pero dura poco porque su risa estalla. Las carcajadas se multiplican, resuenan. Sientes como tu alma se encoje. Un escalofrío te recorre y piensas. Parece que puedes responderle, que puedes adelantarte pero no es así.
<Exacto.>
Te fijas en la imagen que acabas de crear. Un recuerdo. Lejano. Muy muy lejano, pero a la vez tan reciente. Sigue riéndose la voz, no puede evitarlo, sabía en lo que estabas pensando.                                          
< ¿Te acuerdas?... Si, si lo recuerdas. Aquella noche de finales de agosto, o tal vez principio de septiembre, que más da [Indiferencia en su voz]. Ves el cielo estrellado al este, al oeste quedan tus resquicios del atardecer pasado. Dos sombras se besan. Otra figura inmóvil, vieja, oxidada y de pintura raída por el tiempo aguarda sostenida por su pie al contraluz. Tu los miras. Piensas, qué seria estar en el lugar de él. Acaricias las manos de ella. Si que tenias estomago entonces [risas]. Escuchas un murmullo, no lo entiendes pero te da lo mismo. Él se aleja en dirección a la figura inmóvil, de tú propiedad. Lo miras, pero aquellas caricias que dabas, ahora son correspondidas. Entonces te fijas en sus ojos marrones. En su sonrisa blanca. En sus labios acercándose. ¡Y tú1, inocente criatura, pretendías sólo un roce de labios pero ella te mostró algo nuevo. Una nueva sensación agradable, muy agradable. ¡Idiota!, ¿no veías las orejas, el hocico y la cola? [Comprensivo] No, claro que no . Estabas enamorado, o lo creías mal creído. Claro que... por otro lado... te comprendo, no en balde he estado toda la vida junto a ti, sintiendo cada victoria, que no has tenido muchas. Riéndome de tus malos momentos, mucho más numerosos. Pero eres así. Te compadezco. Pero... qué sería de mí si no fueses como eres. Fuiste para ella un número más. Una cabeza de muchas, colgada en su salón de trofeos. Entonces, un día te dio la inspiración y la dejaste, pero a la semana... con tu inocencia y confianza regresaste con ella. Y por fin, tras defenderla a capa y espada, volviste a abrir los ojos para dejarla definitivamente. Por cierto, el numerito del corazón que te regalo fui muy… divertido. Llegar en medio de la noche, a toda velocidad en tu bici. Derrapar haciendo un 180, que al pelo estuviste de caerte y matarme de risa. Tirárselo diciendo: “olvídate de mi”. Y partir de nuevo en la oscuridad. Si, fue patético. Aunque más divertido fueron los días subsiguientes…>
 
Las lágrimas comienzan a resbalar, piensas en los siguientes 5 años de tu existencia. Quién te vio antes... siempre sonriente, alegre, feliz. Y quién te ve: inseguro, tímido, triste y sólo. Aquel día, cuatro meses después de empezar, arrancaste y tiraste tu corazón…
 
<…Que cayó en mis dominios [risas], y lo mejor es que aún lo conservo, y sigue jugándote malas pasadas. Tres... si mal no recuerdo. Otros tres fracasos pero admito que no eliges mal, tus gustos han mejorado. Casi me duele jugar así contigo pero tranquilo es solo casi, las risas siguen aseguradas. Lástima. Dime de lo que presumes y te mostraré de lo que careces, “Iceman” [Carcajadas]>
 
Caminas. Tratas de acallar su voz con música. No puedes. Esta dentro, eres tu mismo. Tú, juez y verdugo. Ves la daga salir desde tu pecho. ROMA.
[Escuchas el eco de sus risas].

20/9/12

Delirium


Año 2207. Noche cerrada. Fuerte tormenta. Resplandores violáceos a través de la ventana.

El metálico sonido de las gotas estrelladas contra el techo y el fluir de intermitentes resplandores no me dejaban vagar hasta en el mundo de los sueños. Era el tercer día de tormenta ininterrumpida. Rayos, truenos y magníficos resplandores violáceos a través de las nubes negras. Me levanté lentamente y camine por la habitación. Llegué a mi modesto escritorio donde pasaba largas horas de mi vida. A la luz de tres pequeñas velas comencé a hacer aquello que mejor se me daba.

El estruendo de los truenos cortaba el silencio de la noche, ahogaba el ruido de los golpes secos que mi IBM propinaba al papel para dejar impresas en él las letras que componían mi nueva novela.  Estaba concentrado en aquello que mis voces dictaban para transcribirlo, estaba sumido en mis pensamientos, tratando de pintar aquellos paisajes idílicos que recreaba. Un rayo ilumino la estancia con aquella luz violácea azulada y poco después un fortísimo estruendo hizo estremecer toda la habitación. Sobresaltado perdí aquellas voces quedándome en blanco. A la luz bailante de las velas jugueteaba con las teclas mientras miraba al otro extremo de la habitación, contemplando a través de la ventana como las gotas seguían impactando con fuerza. Todo lo demás pasó a un segundo plano, nada más que aquellas hojas de papel, las imagenes que mi mente recreaba y el sonido de las teclas.

Me había perdido en medio de la nada y la noche se cernía sobre mí como una bestia sobre su presa. Decidí detenerme en alguna posada a pasar la noche. La temperatura caía con rapidez y no tarde en contemplar mi propia respiración convertida en densas nubes blancas. Parecía no haber ninguna en aquella aglomeración caótica pero poco después de haber perdido el último resquicio de esperanza y casi darme por vencido logré dar con una. El portero me dio las llaves de una de las habitaciones y una vaga indicación de como llegar a ella. Los pasillos eran estrechos, oscuros y llenos de mugre. La puerta cedió con un quejumbroso chirrido. Allí, me tumbé en un viejo colchón que descansaba sobre una inestable estructura de madera. Trataba de consolarme, por lo menos escaparía de las garras de la gélida y larga noche. Trate de conciliar el sueño pero aquellos golpes insistentes acompañados de fuertes gritos que se filtraban a través de los finos muros lo impedían. Contemple por la ventana y en aquel negro cielo me pareció distinguir algunas estrellas que lograban resistir a las tinieblas. Aquellos ínfimos puntos en la nada parecían absorber toda mi atención. Incluso abrí la ventana para poder verlos mejor. El cielo estaba despejado y las luces por aquella zona no eran demasiado intensas, solo algunos tenues faroles de vez en vez, por lo que la vista del universo era aceptable. Cuanta inmensidad, y cuanta soledad.

Un sonido me sacó de mis propios pensamientos en los que me había sumergido contemplando el cielo. Baje la mirada y junto a mi brazo, un felino de blanco pelaje y ojos de un color frio. Parecía pedir asilo por esta noche. Lo invité a pasar y pareció comprender el gesto. Cerré la ventana y regrese a la cama. Tumbado, contemplando la ventana. Noche sin luna. Oscuridad cerrada. Escuche extraños sonidos pero no les di importancia. ¿Qué pasaba? Daba igual. Parecía conseguir aquello que quería, sumirme en un letargo. De la nada, por mi pecho una suave y cálida mano. Sentí como algo me abrazaba con ternura. Su cuerpo era suave, aterciopelado, y de él manaba un calor que me envolvía lentamente. Me atrajo hacia si. Su pelo, acariciaba mi cuello provocándome ligeros escalofríos. Solo una pregunta borrosa de respuesta insulsa. ¿Quién? Pero qué más daba. Me gustaba. Algo de compañía, en apariencia femenina por el perfume y tacto de sus curvas suaves sobre mi cuerpo. Sus piernas, con ese tacto de terciopelo, se enredaron a las mías. Un beso se dejo notar en mi cuello. Su calor, contagioso, saltaba hasta fundirse con el mio. Deslice mi mano hasta su cintura. Suaves caricias que subían y bajaban. Un suave ronroneo junto a mi oreja. Volteé la cabeza lentamente. Nuestros ojos quedaron enfrentados. Unos ojos felinos, grises azulados, me miraban curiosos. Sentí como me sonreía. Se acurrucó junto a mi y pareció sumirse en un agradable sueño. Yo la contemple una vez más, y la deje un beso sobre la mejilla antes de cerrar los ojos y caer en un mundo tenebroso, como cada noche. Un lugar extraño, siniestro, horrible, donde las pesadillas campan a sus anchas torturando a quienes quedan atrapados bajo su fuerte magnetismo. Pero aquella noche, no. Fue extraño el sueño que me invadió, si. Las sensaciones que creí sentir. Aunque todas lejos de aquello a lo que estaba acostumbrado. Un sueño junto a ella.
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Me desperté con otro fuerte estruendo, estaba sentado en mi sillón junto al escritorio. Mis manos reposaban temblorosas sobre la máquina de escribir, y sobre el papel cientos de letras en forma de frases y parágrafos. Me levanté caminando titubeante hacia la ventana. Tenía la hoja de la mano y estaba leyéndola de nuevo. ¿Estaba dormido mientras escribía? Era absurdo. No era sonámbulo, ¿y si…? La tormenta seguía descargando con furia sobre la ciudad, y los rayos y relámpagos formaban en el cielo figuras aleatorias iluminando momentáneamente el cielo con sus brazos retorcidos. Otro trueno estremeció la noche. Contemplaba la noche, las gotas, sentía el frio de aquella noche a través del cristal que se empañaba con cada exhalación. Mi cabeza pensaba, buscaba la solución. Claro que, lo podría haber escrito mientras soñaba. Escritura libre. Aquellos minutos de susto parecieron desaparecer, simplemente me habría asustado al escuchar el trueno. A saber. Era muy de madrugada. Estaba cansado y mi mente ya desvariaba. Recorrí la habitación a través de la oscuridad que la llenaba y me senté en la cama.  

Aquel dulce perfume en el aire. Una suave caricia. Su voz de nuevo.

12/9/12

[La doncella]

Una carroza oscura de cuatro caballos de negro pelaje, gran tamaño, patas ardientes y ojos rojos como las llamas de sus zapatos. Alguien aguarda sujetando las riendas. No pueden ver el rostro. La noche es fría aunque existe un halo rodeando a la carroza en los que la nieve ha quedado derretida. Parte la carroza en el más atronador de los sigilos. Se desvanece en una nube de sombra. Nadie en el pueblo se atreve a salir. Dan su alma por perdida.

[Horas más tarde]
 
Una sombra atraviesa el desierto conocido como el Yermo. Una enorme verja se entre intuye en la oscuridad. Cerrada guarda al otro lado, en el siniestro, un enorme perro. Sus ladridos estremecen a todo aquel que escuchan tan solo su eco, pero ante el paso de la carroza, aquella espantosa criatura tricéfala no hace sino agacharse y enmudecer. Continua su paso, raudo por las tierras muertas. A través de las ventanas se cuela una luz anaranjada. El silencio es ensordecedor, ni siquiera se escuchan los cascos de los caballos. Descendiamos por abruptos caminos. Llevaba horas sentada alli. La velocidad decrecía. Parecían llegar al destino. Pero, ¿quién la reclamaba? ¿Que buscaba?
 
Una laguna se vislumbraba en la lejanía, parecía tranquila.  A la siniestra, un castillo, sin torres, pero lleno de ventanales. Una sombra contemplaba desde arriba el fluir de las almas errantes, a la deriva. El carruaje detenido. Baja una figura en negro embozada. Su caminar es lento. En la sala principal de aquella edificación en medio de la nada, reinaba la oscuridad. Silencio. Olía a eternidad. El final del paso del tiempo. Presa la sombra quedaba, guardada por dos seres sin rostro. Ninguna palabra. Solo estaban junto a ella. Del piso superior surgió una voz profunda. El eco resonaba por toda la estancia. Sosegada. No tenía prisa alguna por terminar sus frases. Una sombra tenue al contraluz de las llamas de una vela se acercaba por las escaleras. Elegante. Cortes. Educado. Elocuente. Sus palabras parecían vanas, sin sentido pero atraían la atención. Se aproximaba. Las dos figuras que la escoltaban se pusieron firmes en su presencia. La presa, se inquietaba. Sus palpitaciones se aceleraban. Estaba nerviosa ante las dudas y el temor que la envolvía. La tomaban sin piedad. Estaban a menos de dos metros pero seguía con su discurso. Por primera vez pareció sonreír. Mostro unos dientes blancos en una sonrisa afable. Un gesto con la mano. La sala quedó cálidamente iluminada por unas velas. Las sombras desaparecieron con la luz.
 
-{¡Vaya!}- pensó mientras miraba de nuevo.
 
Observó aquella sala. La había imaginado llena de telas de araña, lúgubre, sombría y tremendamente fría, pero para nada se acercaba a la realidad. Varios muebles de madera oscura adornaban los rincones, estanterías con libros, las mejores obras de la literatura universal. Se fijó un poco más. Y al ver sus títulos se sorprendió. Aquellos títulos que la santísima inquisición quemaba en las hogueras. Obras prohibidas. Dos butacas no quedaban lejos de una chimenea de azules llamas. Parecían forradas en piel. Piel blanca. Cálidas alfombras. Y pinturas en las paredes que no tenían ventanas. Parecía ser un alguien cuyo estatus anduviera muy por encima del de ella. No solo en el tiempo que se le había concedido, sino en su clase social. Su anfitrión poseía un titulo de archiduque enmarcado encima de la chimenea.
 
-{Archiduque de la nada}- pensó para sus adentros pero la respuesta que recivió la dejó helada.
 
-Soy archiduque de los infiernos- Dijo con aquella voz de terciopelo. - Y vos, sois mi invitada, si así es vuestro deseo.-
Se dirigió hacia la chimenea y redujo el tamaño de las llamas, y al igual que las velas, le bastó un suave gesto con la mano.
 
-Cientos de nombres poseo, y el vuestro creo que ya me ha sido revelado. Podréis pasear por la casa con total libertad, seguiréis una vida de lujos y comodidades. Pero si deseáis regresar, Minerva, decídmelo y yo mismo os devolveré a vuestra tierra. La única condición es... que habréis de pasar la eternidad a mi lado-.
 
 
Minerva estaba petrificada en medio de la sala. Contempló por la ventana aquella inhóspita tierra. Entonces recordó su casa. Una villa de las tierras altas. Los arboles. El sol. Las estrellas en las noches claras. La mirada compasiva de Astaroth, la contemplaba en silencio. Mantenía su pose elegante, tranquila. Pero en su interior moraba un algo que le hacia sentir intranquilo. Minerva continuaba con sus recuerdos, sopesando la proposición que él le había propuesto tan galán. Recordó también a su señora. Y a su señor. Sus mandatos. Sus trabajos. Sus penurias. También dibujo el rostro de su hermana. Condenada al igual que ella a pasar su vida a las ordenes de sus señores. Aquella imagen colmó sus ojos de lágrimas que brotaron lentamente de sus ojos claros. Astaroth intuía aquella reacción. Se aproximó a ella lentamente y le tendió un pañuelo de seda negra.
 
-No os preocupéis por vuestra hermana, si así lo queréis puede venir con vos a este castillo-. Su voz era consoladora. -Pedidme lo que deseéis, y mirare lo que puedo hacer para satisfaceros, dentro de un orden- Su figura esbelta estaba junto a ella. Sus brazos la sujetaban con suavidad.
 
Minerva miró a los ojos de su anfitrión, por primera vez sus miradas se toparon, y en aquel momento, Astaroth supo cual sería su respuesta.
 
F I N



2/9/12

El Misterioso

 
El bramido de un motor atronaba en una noche oscura y solitaria. La furia de su interior lo alimentaba. El chirriar de los neumáticos en el húmedo suelo expresaban lo que su corazón callaba. Buscaba con la mirada. Pobre del diablo cuyo nombre llevara escrita la bala. Plata. Lo único con lo que se le mata. Rompe una estela en la cortina de agua. El eco insaciable sale de las calles principales. Escruta callejones. Sabe a quien busca. El ruido de la lluvia es ensordecedor sobre la chapa pero ni eso es capaz de acallar los gritos de su dolorido corazón. Desgarrado por una daga de cuatro letras. De plata la daga. Quema como brasas blancas. Sufre. Y solo sufre aquel que el dolor conoce. Muerte, su nombre. Odio eterno hacia él. Sin identificativos en el negro coche. Sin luces aguarda.  viajan kilómetros  Los ecos de sus explosiones, desde un callejón siniestro. Sale una sombra de un portal. Pelo largo. Figura rechoncha. Cuero y metal. Sonrisa siniestra, conductor. El ronco petardeo de un motor a bajas revoluciones llama la atención de aquella sombra. Se aproxima, sin quererlo. Le atrae. Sale una sombra en el contraluz de una lejana farola, en la tormenta. Un brillo en la humedad. Un trueno. Cae la sombra en cuero envuelta. Una risa se escucha en el callejón. Salen Chirriando los neumáticos. Sale lanzado. El revolver, caliente, en el regazo. Pasa por el lado del cadáver mojado. Petardea el motor. Escupe una llama virulenta. Vuela el misterioso.  diluyendose sin más en la tormenta    



 

31/8/12

Estelas...

El cielo estaba despejado. Lleno de cientos de miles de ínfimos puntos luminosos, algunos fijas y otros no. Era verano y la noche era ligeramente calurosa. El sonido de los grillos, el olor llegado de hierba recién cortada, ligeros soplos de aire que acarician tu cara.


Varias estelas ascendieron desde el bosque, cruzando el cielo dejando tras de sí una estela plateada que se desvanecía decenas de metros por detrás de su paso. Aquellas estelas se desvanecieron con el tiempo pero dejando grabado su paso por la Tierra.

Las líneas centrales de la carretera se cruzaban ante los halos azulados de los cuatro. El zumbar de sus motores reverberaba en la tranquilidad de aquella clara noche. Los límites de roca caliza y hormigón ululaban durante sus aproximaciones a lo largo de las curvas. La noche parecía ser de lo más apta para circular por aquella olvidada carretera a gran velocidad. Terminado aquel angosto tramo se abría una extensión de espeso bosque cruzado por aquella carretera. Las cuatro estelas peleaban por ser la que dominara. Pocos sabían lo que pasaba por la cabeza de sus pilotos. Los escasos conductores que por allí pasaban no osaban internarse en su traza, pues en segundos quedaban reducidos a la nada. Antes de salir a la autovía una nueva estela se había adjuntado, no había parangón con las otras cuatro pero allí en la cola aguantaba lanzando luces rojas y azuladas. Entrados todos en la autovía, con la nueva dificultad que implicaba, los fugados zigzagueaban entre el tráfico, ajenos a lo que allí acontecía. Algunos pitaban o daban flases, otros se mantenian neutrales. Dos vehículos nuevos de policía se unieron a la persecución saliendo por delante pero su velocidad no llegaba para superar a estas fugaces estrellas. Con los neones encendidos para identificarse desde el aire. Un helicóptero los seguía de cerca. El esfuerzo del zoom para coger a sus conductores, frustrado por la opacidad de los cristales. Aquella velocidad inhumana, aquellos planos en los que solo se veían rastros de colores procedentes de las luces, y cada vez más alejados los parpadeos intermitentes de los coches patrulla, incapaces de seguir a sus perseguidos, cesaron en su empeño por querer detenerlos. De nuevo, perdidas en una carretera olvidada aquellas estelas luminosas, ahora blancas, parecieron despegar del suelo por el que circulaban y elevarse hasta fundirse con el mar de estrellas fugaces que asolaba el cielo en aquellos momentos, sin sospechar sus ocupantes que una sombra los contemplaba atónito desde un roble, en una ladera no muy lejana.