Perdido en los pensamientos
aguardaba apoyado en un banco. Tan absorto, tan abstraído, tan hundido en la
inmensidad de sus pensamientos que paso por alto como una sombra se le
aproximaba furtivamente por la retaguardia. Sus pasos eran cortos y sigilosos.
Casi imperceptibles. Como una gata al acecho de una presa. Pocos metros les
separaban cuando ella se abalanzó sobre su presa despistada.
Una
caricia le cubrió los ojos y aguardó en silencio, tratando de aguantar una
pequeña sonrisita. Demasiado tarde. Ya había dibujado aquella sonrisa en el
negro lienzo de su memoria y no tardaba en salir lentamente el resto de su
rostro. Sintió la curva creciente en el rostro. Los pulmones de él inhalaron aquel
aroma que siempre la acompañaba, dulce, suave y atractivo. Tremendamente
atractivo.
- Vuelves a llegar antes de tiempo, así no se puede. ¿Cómo me voy a
poner guapa si ni siquiera me das el tiempo mínimo que habías dicho? - dijo la voz desde la retaguardia.
- Bueno… ha sido fallo de cálculo, además… soy consciente de ello y
por eso estaba aquí esperando… y… aunque te diese todo el tiempo del mundo no
podrías ponerte más guapa-. Tomé sus manos y las fui apartando
lentamente. Y aunque no podía verla, mi mente había reconstruido perfectamente
su expresión.
Ella
le rodeó con los brazos creando un lazo y atrayéndole hacia si. Él la tomó por
la cintura y dejo que aquella atracción los juntase poco a poco. Sus labios se
rozaron. Una, dos, tres veces. Las sonrisas llenaban sendos rostros. El frio
quedó desplazado porque ahora un manto de felicidad los rodeaba.
- ¿Dónde te apetece ir? - pregunte en un susurro.
- Me es indiferente. Aunque tengo alguna idea…- Seguía manteniendo el lazo que me apresaba. Me percate de que en aquellos
ojos castaños que me escrutaban muy de cerca comenzaba a arder un pequeño
matiz.
Las
dos siluetas comenzaron a caminar agarrados de la mano. Eran un gran contraste.
Los pasos casi marciales y aquella tranquilidad fingida de él con los pasos más
relajados y aquella hiperactividad en ella. Pasearon por las calles de aquella
ciudad. El centro estaba muy animado. Gente que salía a disfrutar de aquella
temperatura tan extraña para la época. O que salían para festejar la llegada
del viernes. Pero ellos no se dirigían hacia las concurridas zonas del centro
sino que caminaban lentamente hacia otro lugar más retirado. Ella parecía intranquila
a medida que se aproximaban al lugar que poco antes había indicado. A medida
que ambos descendían por la ruta de acceso, el olor de las rosas les iba
envolviendo. Pasaron de ir de la mano a caminar abrazados. Sus pulsos
aumentaban mientras el manto penumbroso los cubría lentamente. Pasearon por la
orilla del rio murmurante. Ella de pronto se detuvo en medio de su frase. Tomándole
por el cuelo de la camisa lo aproximo hasta soldarse en otra ráfaga de besos.
Esta vez, él formo el lazo y apretándola contra su cuerpo comenzó a andar
mientras surgían pequeños besos repletos de travesura e inocencia.
-¿No decías que no eras de besos?- preguntó ella
manteniendo el rostro muy pegado al mio. Pero ante esa pregunta no pude
contener la sonrisa, una sonrisa cargada de aquella picardía que tanto la
llamaba la atención. Me miraba de nuevo con aquel matiz oculto. Ese brillo que
me anulaba y desataba.
-Si…- Mi voz era un susurro que casi costaba
entender pero ella se aproximó un poco más. –…Pero ignoraba que los
besos fuesen tan deseosos, tan atractivos, tan… adictivos-. Termine con aquella ínfima distancia que nos separaba para darla un nuevo
beso. Inocente.
Siguieron
caminando hasta que sus pasos toparon con el granuloso tacto de la arena.
Habían llegado. En la mente de ella solo existía ese pequeño premio que había
ganado tras acertar varios acertijos que él había propuesto durante el camino.
Cómo y cuándo. Su corazón palpitaba fuerte. Caminaron hasta un lugar de
penumbra y allí se tumbaron. El uno junto al otro. Ella se envolvió junto a él
y hablaron de cosas vanas. Él parecía estar a la espera. Tal vez tuviese algún
caballo escoltando a ese peón… un alfil tal vez, o puede que bajo su manga
aguardase un as.
-Bésame- Su mirada y su sonrisa indicaba que
estaba empleando aquella petición que le había concedido y a la cual no podía negarme.
Pero ahora… un cosquilleo trepaba desde el estomago. Las cosquillas. Su mano
ascendía lentamente. Me acerqué a ella, nos besamos como otras tantas veces pero
entonces su petición cobró forma.
Su
respiración se aceleraba, su pasión se ponía en movimiento. Tanto tiempo
aguardando. Las manos de ella salieron de su camisa para llegar hasta su nuca.
Enredaba sus dedos en su pelo alborotado. Él las tenía sobre su cintura sin
saber muy bien que hacer con ellas. Nunca podría olvidar esa sensación que lo poseía
durante el primer beso. El tiempo se contuvo. Solo las respiraciones agitadas.
Una segunda vez. Larga. Y una tercera. Prolongada. Sin duda quedarían así en
infinitos segundos si pudiesen. Ella se deslizó hasta su cuello. Lo beso, lo
acarició, lo marcó con los dientes suavemente. Él enloquecía por momentos. El
trataba de sorprenderla pero sus conocimientos todavía no eran los suficientes
como para despertar en ella los mismos sentimientos que ella despertaba en él. O
tal vez si…
Dos manos se posaron en sus ojos
delicadamente. Inspiró fuerte. Y sonrió…