poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/5/12

31/5/12

Jumping on the lines

Este "algo" por de alguna manera llamarlo acontecio asi sin mas, en mis apuntes de dibujo, y dado que no volvi a verlo, decidi recrear su corta azaña a traves de las lineas de mis apuntes. Espero que os guste.

10/5/12

[Desert]


Una estela de arena y polvo atraviesa las desérticas tierras africanas a grandísima velocidad. Su figura se mimetiza con el color amarillo anaranjado de las partículas de roca molida que con los cascos levanta. Sobre él, embozado en negras telas un jinete cabalga como si su vida de ello dependiese. ¿Qué motivo le llevaría a recorrer estas inhóspitas tierras, desafiando al sol y a los fuertes vientos?

Galopa sobre las dunas como un velero su montura, parece no afectarle ninguna de las condiciones que le rodea, tan solo concentrado en alcanzar el horizonte que se oculta tras las sinuosas dunas.

-¿A dónde te diriges, viajero?- dice una voz transportada por la brisa.

Pero el jinete ni se inmuta ante aquella, por lo menos misteriosa, voz salida de ningún sitio. Un nuevo intento, ésta vez algo más fuerte. Pero parece que no escucha, y de hacerlo lo ignora. Continua su cabalgadura, lleva varias horas y todavía ni ha bebido ni se ha detenido. El sol está en la cumbre de su ascenso, por lo que reina una hora sobre el medio día, y ahora las temperaturas son extremas. El caballo tropieza en una de las dunas. Jinete y animal ruedan y deslizan entre la ardiente arena. En la base de la duna el jinete se levanta entre maldiciones. Contempla el cuerpo de su corcel, retorciéndose entre dolores atroces. Una cosa amarillenta parece asomar de una de las patas delanteras entre un fluido río de roja sangre. El jinete lo contempla frio como el hielo. Y en cuestión de segundos de sus telas saca un extraño aparejo, apunta a la cabeza del caballo y descarga una flecha sobre su cráneo poniendo fin a su tortura. El cuerpo del caballo queda inmóvil junto a su jinete que sigue con el arma empuñada. Un grito atraviesa la seca atmosfera que lo rodea. Mira al cielo y vuelve a ponerse en camino.

-¿Quién eres?, ¿de qué huyes?- Vuelve a intentarlo la voz, pero como antes, sin éxito.

El jinete continúa, sus andares son pesados pero desafiantes. Se desprende de sus túnicas, dejando a merced del incansable sol su torso. Un pequeño destello surge de su cuello, parece una placa de metal que trata de imitar el brillo del sol, que lentamente va decayendo aunque todavía quedan horas de luz. Ahora el jinete toma un largo trago de agua y tira el resto con todas las fuerzas que le quedan. Sin duda, sabe a lo que ha venido y con el propósito de cumplirlo. Conforme el tiempo avanza en largas sensaciones, sus andares parecen debilitarse poco a poco, sus fuerzas menguan pero lo tiene más que asumido porque todavía mira al sol a la cara, como desafiándole una vez más.

Se desploma. Su cuerpo, quemado el torso y la cara, cae sobre las calizas arenas del desierto. Y con sus últimos resquicios de fuerza, y en medio de otro feroz grito, que ni el viento logro sofocar, se arrancó del cuello aquel collar y lo lanzó duna arriba quedando semienterrado. Después parece quedar tendido sobre la arena, sin juicio, mientras las dunas lo devoran lentamente. Enterrando su figura. Mimetizando sus restos con su manta anaranjada. Borrando su paso. Su existencia. Su vida.   

6/5/12

Machine


En el cielo los colores se mezclaban y cambiaban mientras el astro rey comenzaba a ocultarse lentamente por los boscosos montes del oeste. Llevaba cinco años, y por fin lo tenía acabado y lista para insuflarle la vida. Estaba impaciente porque el Sol diera su último atisbo de vida hasta el día siguiente. Su corazón latía ansioso por que acabara aquella molesta luz que le impedía salir. Miraba, expectante, desde una pequeña ventana. Estaba sentado en una vieja silla de madera, mirando de reojo a través de un enorme espejo el reflejo de un gran bulto tapado con una sabana de raso. Se levantó de su asiento y se estiró haciendo crujir un gran número de huesos, esa espera le estaba matando. No podía esperar más tiempo. Empezó a pasear esquivando libros tirados y desgastados. Múltiples herramientas oxidadas por la humedad y el tiempo. Se abría paso a través de la cortina de polvo que inundaba la habitación. Extendió su blanca mano hasta acariciar la sábana blanca que lo cubría y volvió a mirar a través del espejo que la luz estaba desapareciendo, ahora más rápidamente. Una inquietante sonrisa se dibujó en su pálida tez. Ya faltaba menos. Se volvió hacia su silla y terminó de ver aquel crepúsculo morado con los oscuros bosques al contraluz del sol.
Un negro tizón fue ganando terreno al morado rojizo y al naranja amarillento que quedaba después de la estrella brillante. Algún tímido puntito blanco hizo su aparición en la negrura celeste. Y mirando a través del único ventanuco de la estancia, el susodicho personaje volvió a sonreír, pero esta vez dejando entrever unos blanquísimos dientes, la eterna espera mereció la pena, pues el destino le brindó una sorpresa. Miraba por todo el cielo. Buscando.  Asegurándose bien antes de celebrarlo por lo alto, pero no consiguió encontrar aquello que andaba buscando. Perfecto, se dijo para sí. Tal y como había pensado; luna nueva. Se dirigió otra vez hacia aquel objeto que guardaba con tanta ansia debajo de una sabana y dijo.
-Bien pequeño, tu hora a llegado, noche cerrada y luna nueva, tu momento de demostrarme lo qué vales y de lo que estas echo- Una sonora carcajada inundo toda la estancia.

Se dirigió a una enorme puerta despejando el camino de cualquier posible obstáculo que impidiera el avance de su pequeño, después desatrancó la puerta de madera y tiró de ella con todas sus fuerzas, esta al principio se resistió pero poco a poco fue cediendo con un fuerte chirrido de las oxidadas bisagras que permitían su apertura. El frio de la noche se filtró camuflándose con la gélida temperatura de la estancia, y la oscuridad se dejó sentir en su cara. Que sensación más agradable. Corrió por la sala. Agarró la sabana e hizo una breve pausa, sin duda para dar emoción, tomo aire y lo soltó de golpe a la vez que tiraba de la sabana. Esta acaricio el contorno de la cosa a la que tapaba y a la vez que se deslizaba por su impoluta y suave piel metalizada, susurraba. Con una agilidad sobre humana, cogió las llaves que daban acceso al interior de su criatura y se introdujo en la cavidad donde se situaban los mandos de aquella máquina infernal. Introdujo las llaves en la abertura y la llave quedó perfectamente acoplada a esta. El corazón le latía a mil por hora y por su circuito sanguíneo ya corría más adrenalina que sangre, estaba inquieto en el asiento.
-Muy bien… el momento culmen. ¡Ahora yo con este sutil movimiento te dotare de la chispa que te dará la vida- su voz sonaba penetrante y profunda, parecía leer una frase de un libro de conjuros de negra magia.
Acto seguido de la parte posterior del armazón de metal, surgió el bufido de la criatura, que inundo la estancia y sus alrededores en decena de metros a la redonda. Llevaba dos años leyendo a cerca de aquellas extrañas cosas en algunos libros que estaban ahora repartidos por toda la estancia. Preparándose para cuando consiguiera revivirla. Con extremo cuidado procedió a mover un aro de una de las palancas, esta se deslizó suavemente y detrás del mando de dirección aparecieron un montón de luces y números, otro punto más y dos enormes aureolas azuladas iluminaron todo lo que se encontraba por delante del morro en una distancia de unos cien metros, y también se iluminó en la parte trasera, no con una luz blanca sino de un color rojo y de menor intensidad. En el suelo, tres pedales. Al principio de encontrarla, no sabía para qué servían y supuso que la gente que las utilizaban disponía de tres piernas pero después de leer mucho descubrió su funcionamiento. El pedal situado más a la derecha se encargaba de suministrar combustible al corazón de la bestia, el del centro para detener su movimiento, y el de la izquierda del todo se utilizaba junto con una palanca situada al lado derecho del conductor, para hacer que la maquina corriera más o menos a través de una serie de engranajes. Bien lo teórico estaba sabido, incluso había leído cosas a cerca de técnicas para poder controlar a la fiera a altas velocidades. Una vez repasados los conocimientos llegó el momento de pisar los pedales y probar lo que aquel misterioso artefacto era capaz de hacer.
Piso el pedal de la derecha y el ronroneo que surgía de la máquina de forma continua se transformo en un rugido hondo que puso los pelos de punta del que se encontraba a los mandos. Volvió a pisarle pero no sucedió lo que decían los libros sino que la bestia volvió a rugir. Después de unos segundos recordó la palanca y el tercer pedal. Engrano una marcha y después volvió a pisar el acelerador. El artilugio arranco de forma violenta catapultando al conductor contra el asiento acolchado. Una de las agujas comenzó a subir hasta unos números marcados en rojo, y a la vez que subía el sonido que emanaba del motor se iba agudizando, pero llego al límite y el motor comenzó a reverberar, pidiendo un nuevo engranaje. De nuevo repitió la operación que hizo la primera vez. El motor enmudeció por un momento pero después recupero la voz, primero grave y después a medida que la aguja volvía a subir se agudizaba. Esta vez, estuvo más atento y escuchó la petición de la bestia. Ahora la segunda aguja marcaba otra serie de números, pero esta al contrario que la otra no caía como como la otra que caía hasta los números más bajos, sino que seguía más o menos desde la última cifra y, al contrario de la otra, marcaba de veinte en veinte hasta el doscientos veinte.
Después de manipularlo de forma torpe en los primeros intentos, fue cogiendo confianza y ganando destreza por momentos. El tiempo se sentía pasar despacio cuando estaba a los mandos, pero después de un rato que se le antojo largo, decidió que ya tenía control suficiente sobre ella y pensó que era la hora de divertirse.