poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/8/14

31/8/14

Annie [Personajes extraños, Parte 2]

Un portazo rompió el silencio de aquella angosta y fría sala.
-Por favor… respete los derechos de mi cliente-.
Un hombre alto atravesó la sala. Rodeó la mesa metálica y dejó su maletín de cuero negro sobre ella. Miraba a ambos detectives con aquellos ojos fríos precedido por unas finas gafas de montura al aire. El cruce de miradas fue largo, el silencio eterno. Enojo y asombro nacían de la mirada de los detectives. Por fin, el más joven de los dos decidió quebrar aquel insulso silencio.
-Quién es usted. Y qué hace aquí-. Increpó mostrando su descontento. –Si ni siquiera esta…- La frase quedó incompleta ante el codazo de su compañero. Pero una sutil sonrisa se había instalado en el rostro del recién llegado.
-Soy el abogado que le han asignado… y dado que MI cliente tiene unos derechos… que menos que otorgárselos-. Hizo una pausa mientras tomaba asiento junto a mí.-… E interrogarlo, sin estar presente su abogado, no creo que sea plato de gusto para sus jefes… ni para el mío-. Su risa reverberó por toda la sala. –Bueno… ya hemos postergado esta charla más de lo debido. ¿Les parece si continuamos?-. Sugirió el abogado mirando de nuevo a los dos detectives.
Tras una fugaz mirada cómplice ambos tomaron asiento aceptando con resignación los argumentos del abogado. Estaban dispuestos a continuar con aquellas preguntas cuyas respuestas estaba deseando olvidar. El temor se adueñaba de mí, aquella pesadilla no hacia más que repetirse una y otra vez en mis recuerdos. Estábamos sumidos en el silencio hasta que la voz de Voretto, el más veterano de los detectives, cobró vida de nuevo.
-Bien… cuéntenos los hechos otra vez-. Se frotó los ojos que delataban un alto grado de cansancio, aun así me escrutaba en busca de algún indicio de mentira. Alguna contradicción. Dado que mi relato no sonaba demasiado creíble.  
-Bueno… estaba viendo la televisión en mi piso cuando de pronto escuché unos ruidos extraños al otro lado de la pared. Parecían canticos pero no sabría como describirlos…-. Mi abogado me miró con cierto interés, era la primera vez que me dirigía una mirada pero hubiese preferido que nunca lo hubiese hecho. Aquella mirada consiguió estremecer mi alma, no había nada de humano en ella.
-Sr. Smith, por favor prosiga… no se coaccione por mi presencia… no soy más que una formalidad-. Apremió el abogado con una voz tranquila y suave.
-…Eh…-. Aquel estremecimiento había cortado los débiles hilos de aquella historia de la que no estaba convencido de si había sido o no real.   
-Los canticos, Sr Smith-. Se reclinó ligeramente mientras entrelazaba sus manos delante de su boca.
-Ah… si, estuvieron unos minutos cantando en una lengua extraña pero al poco se callaron y se hizo un silencio sepulcral. Una calma llenó el edificio pero no era una calma corriente...-. Inspiré, tratando de buscar los términos más adecuados para expresarme. -...era una calma que te atormenta, te taladraba y sobrecogía, no pueden hacerse una idea-. El compañero de Voretto me miraba con atención. Las lágrimas habían comenzado a deslizarse por mis mejillas. Voretto sin embargo no perdía de vista al abogado que seguía sin inmutar un ápice sus facciones elegantes y juveniles.  Guardé silencio mientras luchaba por mantener la serenidad.
-Continúe… nos tiene sobre ascuas-. Una sonrisa sarcástica surgió ligera en sus labios perfectos.

-Dios... no, no puedo-. Me dejé caer sobre la silla, recordar aquella parte de la historia era lo peor, aquellas escenas se habían grabado a juego en mi subconsciente, a pesar de mis múltiples intentos por olvidarlas. -No me hagan pasar por este trago otra vez, se lo ruego-. Aquella atmosfera se me había echado encima, su frialdad e impersonalidad era demasiado dura para mi desgaste emocional.
-Venga hijo. Sabemos que es duro, pero es necesario-. Se Levantó y dejó caer su mano suavemente sobre mi hombro como muestra de apoyo. Podía percibir la compasión y pena en su mirada.

Entonces se escucho el crujir de un sobre. El compañero de Voretto extendió unas fotos con furia sobre la mesa.
-Mira… Mira las fotos, joder. Como demonios se puede hacer algo así sin que nadie se entere. ¿Espera que nos creamos esa historia fantástica que nos ha contado antes?-. Los puños se estrellaban con fuerza.
No me hacían falta aquellas fotos. Sin mirar nada sabía lo que en ellas se había retratado, tal vez con menos dureza, de lo que yo recordaba. 
-Por favor, mantenga la compostura. Así no va a conseguir que mi cliente responda a sus preguntas-. Miró al detective con una ligera sonrisa en el rostro. Se inclinó levemente sobre las fotos para soltar poco después un largo silbido. -Sin duda alguien se lo pasó en grande-. Parecía completamente inmunizado ante la brutalidad que se exponía en aquellas fotos. –Por favor, prosiga-. Me instó.
-B-bue-no, estaba en medio de aquel fuerte silencio cuando de pronto vi como varios rayos iluminaban parte del cielo, aunque no era un rayo normal…-. Me quedé dudoso en volver a comentar aquello, la verdad es que resultaba demasiado increíble. Guardé un poco de silencio y proseguí muy a mi pesar. –Eran de color verde y además no cayeron desde el cielo, sino… que... ascendieron desde el suelo-. El siniestro abogado me miraba con cierto asombro pero sin perder aquel matiz de diversión. - Y la luz se cortó, en un principio creí que eran los plomos pero cuando los comprobé estaban todos bien, aunque ciertamente me sentía como en un sueño-. Guardé silencio al ver la cara de disconformidad del detective. -Si, como en esa clase de sueños que parece que estas despierto pero no lo estas-. Me quedé un momento en blanco y de pronto recordé la palabra. -Un sueño lúcido-. Di un respingo en la silla.
-Eso no tiene demasiado sentido-. Se encogió de hombros. -Pero pase-. Volvió a interrumpir el compañero de Voretto. –Sigamos con las chicas-. Se reclinó en la silla tratando de imitar la postura de su compañero que seguía sin perder de vista al abogado, que escuchaba atentamente mientras su mano jugaba con la estilográfica.
-Mi mis-s vecinas…-. El recuerdo de aquellas chicas me sobrecogió. Las había visto esa misma mañana bajando con aquella elegancia y travesura. Eran muy activas todas ellas, y era muy fácil entablar conversación con ellas. –Bueno… lo cierto es… que eran muy activas…-. Tragué saliva mientras mi mente reproducía la frase que diría a continuación, acompañado de los archivos acústicos de aquellas noches en las que se escuchaban sus gemidos hasta altas horas de la madrugada. –Y no resultaba raro escucharlas hasta las tantas de la mañana pero… pero lo de esta noche… … aquellos sonidos no eran como los que estaba acostumbrado a escuchar… eran todavía más intensos... mucho más-. Me ruboricé al recordarlo de nuevo. -Parecían casi salvajes, tanto que yo mismo llegué a… a… eso-. Lancé una fugaz mirada hacia el pantalón y creo que si comprendieron. -Con solo escucharlas. Ignoraba cuanto tiempo había durado todo aquello pero todo aquel escandalo terminó de la misma forma en que había comenzado…-.
-Con aquel rayo verde… sí-. Remató Voretto con resignación y sarcasmo. Ahora el abogado tomaba algunas anotaciones en una libreta personal de tamaño reducido. Bajo aquellos fluorescentes que emitían aquella luz pálida luz hubiese jurado que los ojos de aquel que se presentó como mi abogado brillaban de una forma llameante. –Y entonces… Sr Smith, dice usted que se masturbó mientras escuchaba a sus vecinas mantener relaciones sexuales-. Hubo un silencio muy violento, antes de que siguiese con la segunda parte de aquella  frase. –También lo hizo mientras las desmembraban y las masacraban, Sr Smith-. Aquella curvatura implicaba que mi historia no hacía más que inculparme más y más.     
-Ni siquiera llegué a tocarme, fue como estar viviendo un sueño erótico, la misma sensación. Y le repito que no se escuchó absolutamente nada fuera de aquel frenesí sexual-. Estaba empezando a sudar y a tiritar. Las acusaciones. Las fotos. La atmosfera. Y lo peor de todo, aquel abogado. Todo aquello estaba destrozando mi sistema nervioso y no creo que pudiese reprimir por mucho más tiempo el ataque de nervios.
-Nos está asegurando entonces que aunque a la chica la atravesaron el vientre desde dentro. ¿No se escuchó ni el más mínimo quejido?-. El compañero de Voretto negaba con la cabeza.
-Eso sin contar con la otra chica desaparecida… -. Añadió el otro detective.
–¡Pero se ha fijado en cómo estaba la habitación, si había salpicaduras por toda la casa en un radio de nueve metros, techo incluido!-. Aquello fue la gota que colmó el vaso.
-¡¡CLARO QUE SÍ, AGENTE!!. TODAVÍA NO ME HE PODIDO OLVIDAR DE AQUEL GROTESCO ESCENARIO. QUÍEN CREÉ QUE LES AVISÓ, ¿EL RATONCITO PÉREZ?-. Estallé a voz en grito levantándome tan súbitamente que en el proceso tiré la silla, que cayó con un gran estruendo. -ME TIENTEN HARTO, ¡¡TODOS!! NO TIENEN LA MÁS MINIMA NOCIÓN DE SENSIBILIDAD. Y CREANME... MÁS GANAS DE ATRAPARLE TENGO YO QUE USTEDES-. Sentía como me ardía todo el cuerpo, el palpito acelerado subiendo por mi cuello hasta estallar en mi craneo. -LA CHICA DESAPARECIDA DE LA QUE HABLAN, SE LLAMA ANNA GARCÍA, Y ESTABA ENAMORADO DE ELLA HASTA LAS TRANCAS... PERO ¡¡NO!! EL ARTÍFICE DE SEMEJANTE BARBARIE HA TENIDO QUE SER POR UN ARREBATO DE CELOS ANTE LA INGENTE CANTIDAD DE TIOS MACIZOS QUE ELLAS TRAIAN A CASA Y LAS TRATABAN COMO JUGUETES SEXUALES. ESTOY HARTO... harto, haaarto...-. Aquella reacción les cogió por sorpresa. Tanto, que el más joven no dudó en echar mano de la pistola. Ambos me miraban estupefactos, incluso el abogado se retiró levemente. Entonces sentí como todas mis fuerzas me abandonaron de pronto, haciendo que me tambalease antes de quedarme completamente a oscuras.
[· · ·]
-Sr Smith, ¿se encuentra mejor?-. Aquella voz. La tranquilidad, y la profundidad de su tono. Me estremecí a imaginar su rostro. –Ya ha pasado todo. No tiene nada de qué preocuparse. Tras traerle a la enfermería he estado hablando con el detective Voretto y quiero transmitirle sus disculpas, pero hace varios años tuvo un caso similar que todavía sigue activo y dadas las fuertes similitudes… ya sabe-. Hizo un pequeño guiño.
-¿Entonces?…-. Pregunté con curiosidad ante aquellas palabras. –¿Ya está? ¿Me puedo marchar?-. Mi voz estaba cansada, tanto como el resto de mi cuerpo. Miré mi ropa todavía salpicada de sangre por la inútil reanimación.
-Así es Sr Smith, no creo que volvamos a vernos-. Su risa sonó sincera, mientras arreglaba su corbata y terminaba de recoger su maletín. –Lamento mucho la pérdida de su compañera sentimental, piense que la muerte no es un obstáculo para el vínculo del amor-. Tendió su mano que estreche con firmeza como despedida.
-No tiene pinta de ser un abogado de oficio asique supongo que no tardaré en recibir la factura con sus honorarios, verdad-. Pregunté mientras nuestras manos se separaban. Sentí su mirada recorriéndome con aquella expresión divertida. Aunque no detectaba lo cómico de la situación.
-Nada, no debe preocuparse por eso. Está todo solucionado-. Su sonrisa me tranquilizó ligeramente y me intrigó aún más. Había comenzado a caminar hacia la puerta pero entonces se detuvo en seco. –¡Ah! Aguarde, casi se me olvida-. Regresó a la mesa y sacó unos papeles del maletín. –Debe usted firmar estos documentos de la declaración. Casi se me olvida-. Dejó los papeles sobre la mesa y me tendió aquella cara estilográfica con la que había estado jugando en el interrogatorio.   
-Gracias por la ayuda que me ha prestado, pero no se su nombre…-. Pregunté al tomar la estilográfica, aunque pareció no haber prestado atención a mi pregunta.
Después de dejar grabada mi firma en aquel papel y rubricarlo él, volvió a guardarlos en el maletín y salió por la puerta dejando tras de sí un halo de elegancia y ligera arrogancia.
 
Ya en la calle, pude sentí el frio helador de aquella noche. Metí las manos en el bolso y entonces una de mis manos tropezó con un tarjeta de bordes afilados. La extraje de este y acudí a la triste luz de una farola.
 
-Ángel Cruz. Abogado-. Leí para mí mismo. Entonces las preguntas regresaron a mi cabeza, quién lo había enviado. Y qué había sido de Annie…
 

25/8/14

Annie [Entrevista con el diablo, Parte 1]

La atmosfera que me rodeaba se sentía sombría y tétrica. Avanzábamos con lentitud en una barca de remos a través de una laguna de aguas densas y espesas de las que manaban extraños sonidos y hedores. Cuando atracamos en aquel puerto lúgubre y de madera raída por el paso del tiempo el barquero que nos llevó a la otra orilla tomó mi brazo reteniéndome dentro del barco. Aquello me congeló completamente, el tacto de su mano helada.
-Aguarda-. Dijo con una voz de ultratumba.
El resto del pasaje fue descendiendo en silencio en fila de a uno, cuando el último de la fila hubo bajado el barquero retiró la embarcación varios metros de aquel lugar. Varias criaturas salidas de la nada se abalanzaron con fiereza sobre aquel grupo que ante la sorpresa huyó despavorida en diversas direcciones. Los gritos y los gruñidos hicieron que un escalofrío recorriese todo mi cuerpo, y más aún al pensar que yo, de no ser por aquel siniestro personaje, hubiese corrido la misma suerte. La curiosidad era tal que reuní el valor para preguntarle.
-¿Por qué?-. Dije con voz temblorosa. –Por qué no me ha dejado allí con ellos-. Pero él pareció ignorarme, tan solo contemplaba con indiferencia aquella matanza de la que pocos lograron escapar. –Qué me diferencia de los demás-. Aguardó en silencio. Y cuando di aquella conversación por terminada miré con asombro como señalaba una carroza que ahora aguardaba junto al embarcadero.
Se aproximó de nuevo con cuidado y una vez atracado el barco me ayudó a descender de él.
-Gracias-. Dije en apenas un susurró mientras me encaminaba hacia aquel carruaje que aguardaba inmóvil. De pronto del otro lado apareció una sombra larga y de tez pálida que abrió la puerta. Aquello me sobresaltó, todavía seguía impactada por la escena que había presenciado apenas unos minutos antes.
-Supongo que será Annie-. Dijo mientras me miraba descaradamente de pies a cabeza. – No debe preocuparse, yo cuidaré de usted hasta destino-. Parecía más cordial que aquel barquero pero resultaba igual de escalofriante. –Ahora le ruego se apresure-. Comentó tendiéndome la mano para subir al interior que se mostraba realmente lujoso.
-Mi nombre es Annie pero no comprendo todo esto-. Estaba confusa, asustada e intrigada. A dónde me llevaría aquel personaje. –A donde tengo que ir, y quién está detrás de todo esto-.
-Veo que no está del todo informada de lo que ha pasado-. Esbozó una sonrisa. –No se preocupe, allí donde la llevo la pondrán al corriente de todo cuanto le ha sucedido. Pero no ha de temer a cuanto sucede aquí-. Trató de tranquilizarme. –Cómo ha podido ver su trato difiere en gran medida del resto, eso debería ponerla sobre cierta pista-. Rio con un matiz muy semejante a la alegría.       
Aquello la verdad me dejó algo más tranquila. Subí y me dejé caer en el asiento de piel. Aquel tacto suave y laido me rodeó. Miré por el ventanuco, todo era oscuridad y penumbra. Y por aquel paisaje yermo me hacía una ligera idea de donde podría estar. El carruaje se puso en marcha y antes de darme cuenta aquella laguna había desaparecido del ventanuco. Me percaté de que nos movíamos a una velocidad bastante elevada, pero lejos de querer cuestionar sobre mi dudoso futuro prefería recordar cómo había llegado allí y porque no lograba acordarme de casi nada.
Traté de esforzarme en hacer memoria pero todo cuanto lograba rescatar eran recuerdos borrosos de algunos cantos y un libro misterioso que encontramos en un mercadillo de New York, lo siguiente que recuerdo era estar en aquel bote rodeado de ánimas mustias y aterradas.
La velocidad disminuyó paulatinamente hasta detenernos en una ciudadela con varios edificios de estética moderna. Resultaba demasiado extraño aquel contraste de vehículos tirados por extraños animales de aspecto fiero y aterrador, y aquellas construcciones de hormigón, acero y cristal similares a los del mundo humano. Aquel pensamiento se me antojó demasiado extraño, pero realmente debía asumir que estaba en otro lugar diferente, fuese el que fuese.
La puerta se abrió de repente contando aquellos pensamientos. Al otro lado, la sombra alargada con una sonrisa.
-Bueno, hemos llegado. Espero que el viaje no se le haya hecho demasiado largo, ahora debe entrar. La están esperando, y no es bueno hacerle esperar-. Rio de nuevo mientras me tendía la mano para ayudarme a bajar.
-Y dónde se supone que hemos llegado, porque ando un poco desorientada, y quiera que no sería un bonito gesto por su parte decirme donde estoy-. Traté de poner una carita de pena acompañado de una sonrisa. Aquello le provocó un estallido de sonoras carcajadas.
-Desde luego como súcubo le espera un futuro de lo más prometedor, querida-. Trató de recuperar la compostura. “Súcubo”, aquel término me sonaba pero terminaba de comprender. –Pero tiene razón. Estamos en la ciudadela de La Perdición, en el infierno-. Mi cara se descompuso en el momento, qué hacía en aquel lugar. –Oh, no. No. No se asuste Anna, no está aquí como condenada…-. Dejó la frase en suspenso. – Y ya he comentado de más, ahora por favor suba-. Su tono cambió. Ahora sonaba realmente preocupado.
Bajé del carruaje y caminé hacia las puertas giratorias por las que no dejaba de pasar gente. Entonces escuche a mi espalda la voz del chofer.
-No tema, seguro que lo consigue. Mucho ánimo-. Alzo la mano antes de dar a las riendas que ataban a las bestias al carruaje.
El edificio estaba abarrotado de personas, muchas de las cuales vestían caros trajes y portaban maletines a juego. Me encaminé hacia la chico que estaba en el puesto de información con intención de pedir indicaciones.
-Hola-. Dije tímida al chico que miraba atentamente la pantalla de un ordenador mientras hablaba por un auricular inalámbrico. Me miró con unos ojos de color verde intenso.
-En qué puedo ayudarla-. Respondió cortante. En ese momento me di cuenta de que no tenía nada que poder decirle para que me ayudase, porque ni siquiera conocía el motivo de mi estancia allí o el nombre de aquel que me convocaba. -¿Señorita?-. Instó de nuevo.
-Leroy, ella es cosa mía-. Dijo una voz suave detrás de mí. –Tendría la bondad de acompañarme, Sra. García-. Me ofreció la mano con un aire muy galán, aunque dejaba entrever una curiosa sonrisa dentro de la formalidad. 
Aquel chico de veinte muchos aguardaba estoico. Al igual que muchos otros, vestía un traje oscuro, con camisa a juego y corbata de color rojo fuego. Me miraba con sus ojos de un color amarrillo dorado.
-Don Nicholas aguarda-. Apremió el chico, como si supiese de quién estaba hablando, pero parecía importante.
-Claro, adelante-. Trataba de disimular mi confusión y mi asombro ante aquel nuevo guía. Él comenzó a caminar mientras trataba de ponerme a su altura. –Sólo una pregunta-. Traté de iniciar una conversación mientras aguardábamos al ascensor.
-De acuerdo pero solo una-. Su seriedad era inmutable. Aquello me puso un poco nerviosa porque realmente tenía cientos de preguntas.
-Verá…-. Traté de comenzar. –Mis recuerdos son demasiado confusos y no consigo comprender el motivo de estar…-. Mantuve cierto silencio para tratar de asimilar lo que diría a continuación porque no dejaba de ser un cierto palo.
-¿En el infierno con un trato tan extraño?-. Terminó la frase. En aquel momento lo miré sorprendía al escuchar mi propio pensamiento. Sus ojos dorados me miraban por encima de sus gafas negras de Dolce Gabana. –Bueno, eso estaba descrito con detalle al pie de página del libro que leyeron su compañera y usted-. Dejó entre ver una imperceptible sonrisa. –Pero deduzco que no llegaron a esa parte, de todas formas ahora le informaran mejor. A fin de cuentas yo solo debo traerla aquí-. El ascensor se detuvo sin hacer el menor atisbo de ruido. Las puertas se abrieron dando lugar a una sala donde aguardaban varias personas cabizbajas y asustadas que mostraban ropas raídas y cadenas gruesas que los mantenían en los bancos. Un poco más adelante una chica joven taquigrafiaba una pila de informes a una velocidad de vértigo.
-Oh, Ángel otra vez por aquí-. La chica mostró una sonrisa encantadora con cierto matiz travieso. Desde luego para ser el infierno no había visto ninguna criatura terrorífica hasta ahora, salvo los animales que tiraban de los carruajes.
-Si, me pregunto si será por la taquígrafa tan guapa que me recibe cuando vengo-.  Dejó caer con voz traviesa acompañado de una fugaz sonrisa antes de recuperar la seriedad y aquella formalidad. –Tiene una convocatoria-. Me señaló con un ligero gesto, aunque yo seguía sin entender nada.
-Entonces querida, mucha suerte porque rara vez pasan la primera prueba-. Susurró con la sonrisa más amable y sincera que había visto nunca, pero no se sabía que podía ocultar y menos estando en el Infierno.
Aquella puerta nos condujo a un inmenso despacho ligeramente sombrío e iluminado con varias velas estratégicas. Al otro lado de una mesa de madera maciza con diversos tallados ornamentales la figura de un señor con una melena oscura recogida en una coleta y barba a juego, leía varios papeles con ayuda de unas gafas, lo que le confería un aire muy apaciguador, aunque… parecía estar ante el mismo diablo.
Mi acompañante carraspeó ligeramente para introducirse.
-Señor, aquí está-. Comentó con voz ceremonial. Su interlocutor levantó la vista y sonrió con agradecimiento.
–Muchas gracias-. Nos miró con detenimiento e indicó que me aproximase. –Por favor señorita…-. Miró de nuevo el papel. –…García, tome asiento-. Entonces miró a mí guía y comentó. –Puede marcharse, no quisiera que llegara tarde a sus otros menesteres-. Él hizo una ligera reverencia con la cabeza y desapareció sin mediar palabra.
Yo me aproximé con cierto miedo porque ahora me quedaba sola ante aquel hombre, por denominarlo de algún modo menos aterrador.
-No tenga miedo, todavía-. Rio con suavidad. –Deduzco por su gesto que puede intuir quién soy-. Yo negué con la cabeza mientas hablaba. –¿No?-. Se extrañó dejando ver cierta diversión ante la situación. –Bueno, soy Nicholas D. Satán. O bueno, más conocido en tu mundo como “Diablo”, “Demonio”, etcétera…-. Gesticulo las comillas. Aquello me dejó boquiabierta y completamente congelada. –Supongo que allí se me pinta de otra forma-. Volvió a reír. –Y tienen razón, pero solo algunos. Lo que pasa que para recibirla he pensado que sería menos incomodo si aparentaba forma humana-. Explicó mientras dejaba los papeles sobre la mesa con cuidado. –Pero vamos al grano, ustedes realizaron un ritual del que seguramente no se acuerde, y que logro superar asombrosamente con éxito-. Aquellas palabras poco a poco me hicieron recordar algunas cosas. –Estaba mirando ahora su historial y resulta de lo más idóneo para el puesto de Súcubo-. Dijo con cierta sonrisa. Mientras contemplaba mi rostro que reflejaba la más absoluta incomprensión.
-No termino de comprenderle, señor…-. Aquello me venía demasiado grande y demasiado seguido, y para mayor gravedad no sabía cómo denominar a mi interlocutor. – ¿Un puesto de trabajo…? yo solo recuerdo a mi compañera con un libro oscuro y hacer el tonto con él, no se lo tome a mal pero… no sé qué quiere de mí-. Me miraba con un gesto difícil de desentrañar pero fuese lo que fuese rezaba para no haberle cabreado. Pero de pronto dejo escapar una pequeña sonrisa.
-Vaya, esa es buena-. Se levantó con cuidado y caminó hacia una de las estanterías de dónde sacó un tomo de color oscuro y lo trajo a la mesa. –Parece que ha realizado algo extraordinario y no se ha dado cuenta-. Pasaba las páginas de aquel libro que reconocí de inmediato, era el mismo que había traído Rachel. Se detuvo en una concreta y señaló a pie de página. – Como puede observar, este rito es una iniciación para convertir a un mortal en un demonio del placer carnal, siempre y cuando se supere el rito-. Señaló los dibujos de los que no hacía falta explicación alguna. –Y usted, al contrario que su compañera, lo pasó con asombroso éxito. Y dado que no es muy usual, he decidido traerla para conocerla y darla la opción de elegir-. Volvió a sentarse mientras contemplaba como por mi rostro se descolgaban algunas lágrimas repletas de confusión, tristeza y enfado conmigo misma por semejante hazaña sexual. –Si decide seguir su vida mortal volverá a su anterior vida olvidando cuanto ha visto y oído, y cuando fallezca volverá aquí aunque no con tanta gentileza-. Me tendió un pañuelo mientras recordaba aquella grotesca escena que me recibió al llegar, lo que me arrancó un fuerte escalofrío.
-Y la otra opción que me queda, supongo que es convertirme en súcubo, no es así-. Dije mirándole a los ojos que llameaban con fuerza.
-Efectivamente. Veo que lo ha comprendido-. Volvió a coger el libro que cerró y dejó en una esquina de la mesa. -Sé que no es una elección fácil de tomar, ya que de ambas formas queda condenada al infierno, pero no de la misma manera-. Siguió explicando con aquella voz profunda y casi hipnótica.
-Y qué implicaría que yo aceptase la transformación-. Pregunté con cierta curiosidad. Y tal como dijo estoy condenada de todo punto, por lo menos conocer todas las condiciones.
-Bueno, en primer lugar adquirirías ciertas… habilidades, el trato no sería el mismo que los “huéspedes” que has visto, ya que entrarías a formar parte de la plantilla de empleados, y si rindes bien en el desempeño de tus funciones te será compensado-. Siguió explicando más contento, aunque lo camuflaba en su seriedad. –Igual que en un trabajo normal, sólo que a perpetuidad-. Sonrió. –Yo te dejo pensarlo unas horas para que valores bien los contras y los pros, reflexiónalo concienzudamente y me das una respuesta. El contrato está preparado, tanto si tomas la decisión de irte, como la de quedarte-. Volvió a mirar el dosier donde parecía tener toda mi vida y volvió a mirarme. –Pero sería una lástima no contar con tus dotes en este equipo-. Lanzó un pequeño suspiro. –En cualquier caso…-. Se levantó del sillón. –Ha sido un placer haberte conocido, Anna García. Ahora Jazmín te llevará a una habitación para que reflexiones. En tres horas vuelvo a recibirte y espero que traigas la respuesta contigo-. Fuimos caminando hacia la puerta.
-Yo también lo espero-. Suspiré pensando en el margen de tiempo y en las dos opciones que me había planteado. –Me alegro de haberle conocido, señor Satán-. El rio con cierta alegría.
-Por favor, Nicholas-. Sonrió mostrando una sonrisa blanca. -Si no queda muy extraño-. Yo asentí con la cabeza mientras salía por la puerta. –Jazmín, por favor, acompañe a la señorita García a la habitación de relax y en tres horas vuelves a traerla al despacho-. Ella asintió y se ofreció a que la siguiera.  


Annie Parte 2: Extraños personajes.   

4/8/14

Extraño final

Contemplo en silencio la hoguera que brilla sinuosa en la chimenea. Siento su calor y su luz sobre la piel. Respiro profundo y escucho aquellos sonidos que me arrullan en la noche. El crepitar de la fogata. El tintineo de los hielos en la copa que blando delicadamente en mi mano. Gemidos ahogados de las cuatro chicas que guardan en mi cama a que decida satisfacer sus fantasías más salvajes.
Aparto la mirada de aquella imagen hipnótica y contemplo, la ciudad a mis pies. El inmenso ventanal del salón muestra pequeñas hormigas blancas y rojas moviéndose a lo largo de aquel terrario abierto. Cada calle. Cada edificio. Cientos de miles de luces que aplasto con un solo dedo desde aquella altura.[Suspiro prolongado] Escucho mi propio suspiro. Uno de esos que escapa de tus actos conscientes, con un significado. No sé si me explico, porque es una sensación algo difícil de hacer entender a un tercero, a no ser… a no ser, claro que haya estado en una situación similar.
Me resulta difícil, de entender. Es complejo… y largo de explicar, aunque algo me dice que voy a tener tiempo de sobra. [Risa]… carezco del pálpito.
-Cielo-. Suena una voz aterciopelada y ligeramente jadeante. –Estamos esperándote, y estamos muy, muy calientes-. Se muerde el labio inferior. Aguarda desnuda mostrándome toda su belleza y perfección. Pero nada.
El magnetismo de la chimenea es infinitamente más fuerte y posesivo.
Tan solo hago un gesto con la mano que permanece libre en ademán de que fuesen empezando sin mí. Después de todo son ellas las que más tardan en correrse y caer extasiadas de placer.
-Ya iré, Michelle-. Susurro a la copa. 
[ · · · ]
En fin… retomando la reflexión, estaba a punto de esbozar la pregunta del millón. Algunos tal vez la hayan deducido. Otros solo especulan acerca del tema. Y los que restan, los más numerosos, aguardan a seguir leyendo estas líneas con el fin de que la desvele. En cualquier caso, y sea cual sea donde se encuentre, la diré. Y recuerden; el millón sigue en juego.
-Por qué si tienes juventud, dinero, fama y mujeres… ¿te sientes tan vacío?-. Susurró a mi oído una voz femenina, igual de sensual y delicada que la primear pero con un matiz muy diferente a esa.
Sus manos se apoyaron en mis hombros y descendió lentamente por mi pecho interponiéndose entre la seda y mi piel. Estaba sorprendido. Muy sorprendido. Porque aquello no lo hubiese dicho mejor ni yo mismo. ¡Qué diablos! Aquello era lo que había pensado exactamente. Aunque lo inquietante del asunto no era tanto la precisión de aquella frase, sino quién era ella. Porque no era Michelle, ni Sharon, ni Rachel, ni Lily.
Traté de volver la mirada pero aquellas manos lo impidieron de una forma tan delicada como firme.
-No, no, no-. Rio juguetona. –Por ahora guardemos el misterio-. Volvió a susurrar en mi oído, acariciándolo con sus labios carnosos, produciéndome un escalofrío. –Oh, disculpa. Lo estabas haciendo muy bien sin mí, no sé por qué me he inmiscuido-. Sus manos desaparecieron de la misma forma de la que llegaron. –Por favor, prosigue-. La voz se desvaneció lentamente en un murmuro.
Aquella experiencia me dejó demasiado descolocado, pero en el fondo tenía toda la razón. Lo tenía todo, aquello que quería se materializaba al poco, pero aun así el vacío era tan abisal que apenas llegaba a vislumbrarse el fondo. Resultaba tan frustrante. Tan… [Silencio prolongado]. Tan deprimente.
Tomé otro trago de la copa y dejé que su contenido regase mi garganta y dejase aquel aroma fuerte en mi boca. La mirada fija de nuevo en las llamas, su crepitar. Parecía que la respuesta a mi pregunta estaba en aquel recinto.
Aquel calor me confortaba, debía admitirlo. Resultaba agradable en aquellos momentos de confusión, donde eres presa fácil de toda clase de dudas. En esos ratos de vulnerabilidad ante el mundo. Un nuevo escalofrío recorrió mi cuerpo, una sacudida que trajo consigo una respuesta.
Tal vez fuese la buena. Tal vez no.
La cura. O tal vez una tirita, para un cáncer terminal.
-¿Y bien?-. Susurró de nuevo aquella voz misteriosa. – ¿Ya tienes tu millón?-. Aquel matiz juguetón volvió a aparecer en su voz.
Tenía la sensación de que era una pregunta de esas que no hay que responder. Cómo se llamaban…
-Retóricas. Preguntas retóricas-. Se aproximó lentamente. –Y no, no lo es-.

Apuré el último trago de la copa. Inspiré mientras traía conmigo aquella tirita. Ahora llegaba el momento. Hasta entonces nunca me había parado a pensarlo fríamente y mientras hacía memoria trayendo pequeños fragmentos de recuerdos perdidos a lo largo de una vida de lo más alocada y repleta de desenfreno. Y entre ellos, vislumbré su imagen postrada en la cama del hospital, consumida por el cáncer. Varias lagrimas descolgarse a través de mis mejillas. Trato de sacar voz para responder pero en medio de aquella palabra sentí resquebrajarme deformando mi voz en un balbuceo prácticamente incomprensible. Pero aquella voz volvió de nuevo.
-El calor de tu madre-. Dijo convencida. –Pero tranquilo, he venido para llevarte con ella-. Un beso se depositó en mi frente.
La copa resbaló estallando en mil fragmentos sobre la alfombra. Poco después escuché distorsionados en la distancia varios gritos histéricos de aquellas cuatro chicas que me contemplaban completamente desnudas y perladas en sudor.