poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/11/12

4/11/12

The Girl [Despedida, part 3]


Aquel aroma se desvanecía. Ya no era aquel olor dulce sino algo más penetrante. Sin dudar ya no estaba en su coche. ¿Dónde estaba? Escuche unas voces a lo lejos pero no sabia lo que decían. Entre abrí los ojos ladeando la cabeza. Estaba tumbado en una estancia estrecha. Sentada en una silla estaba ella. Su cara reflejaba preocupación, angustia. Traté de incorporarme. Quería ir junto a ella pero todavía me flaqueaban las fuerzas. Alzó la mirada y se acercó.
-¿Cómo te encuentras?- hablaba deprisa. – Me has dado un susto tremendo. Lo siento. Perdóname.- Me abrazó, entonces de nuevo aquel aroma dulce.
-¿Cuánto tiempo he estado K.O?- dije con un susurro ahogado.
-No ha sido más de diez minutos pero se me han hecho eternos-. En ese momento apareció por la puerta un chico joven con el uniforme de emergencias.
-Veo que ya te has recobrado. ¿Cómo te encuentras?-
-Mejor. Gracias.- Se acercó y me tendió una barrita de chocolate.
-Toma, esto te ayudará. Antes de marcharte recuerda firmar los papeles del parte-. Y salió de la sala.
A solas con ella, otra vez, rodeado por sus brazos y envuelto entre su cuerpo. Pensaba para mis adentros. Seguía con el corazón a cien. Pocas veces había estado en situaciones como esa, creo que sólo en el dentista. Ridículo, pensar en esas cosas en este momento. Cuánto humor. 
-¿Te parecería salir de aquí y dar un paseo?- Mi voz seguía siendo un susurro.
Su expresión era puro asombro y sabia en lo que había pensado, pero estaba equivocada. Tenía otra cosa en mente. Tal vez funcionase, tal vez no.
- Pensaba en ir caminando, no se tú pero yo he tenido coche suficiente hasta la salida del sol-. Su rostro recobró aquella primera sonrisa.
-Bueno, vale. ¿Estas en condiciones de caminar?- me soltó poco a poco, y me ayudó a incorporarme de nuevo.
El chocolate había funcionado, ya estaba recuperado físicamente al menos. Salimos a la noche tras firmar los partes. Algo más de las tres marcaba el reloj de su muñeca. Partimos en la dirección opuesta, hacia un pequeño cúmulo boscoso alejado de las luces. Caminábamos en silencio agarrados de la mano. El chasquido de las ramas bajo el manto de agujas. Los motores de fondo. Y sobre nosotros un cielo oscuro salpicado de cientos de estrellas. El corazón seguía frenético. Hacía mucho que una chica no me cogía así. Sentados junto a uno de los pinos, ella se hizo un ovillo sobre mi pecho. Enfrentados. Nos miramos y aguardamos, manteniéndonos la mirada en el silencio. Nuestros labios se curvaron casi a la vez, y el silencio quedó quebrado por las risas. Nos abrazamos y dejamos que el perfume del otro nos llenara los pulmones. Resultaba todo demasiado idílico. Hablamos de cosas triviales. Anécdotas. Leyendas. Misterios. Deseos…
Cuando volvimos a contemplar el cielo ya existían atisbos de claridad en el horizonte. Cuan rápido había pasado el tiempo. Retornamos de nuevo al circuito, también cogidos de la mano. Necesitábamos dormir antes de partir de nuevo, por suerte habían pensado en ello y habían preparado varias casetas con literas para aquellos que deseasen dormir y no quisiesen hacerlo en el coche. Cuando llegamos, parecían estar todas ocupadas. A punto de marcharnos, vimos como una quedaba vacía. Comunicación no verbal, una mirada fue suficiente. Nos tendimos en la cama. Me abrazó y cerró los ojos susurrándome un buenos días al oído. La besé saboreando sus labios por última vez y ambos lo sabíamos. Disfrutamos, y alargamos aquel beso. Después nos sumimos en el subconsciente.
Cuando desperté miré la hora en el teléfono. Las diez menos cuarto. Y como esperaba ella ya se había marchado. Caminé hasta el coche a paso ligero con un bollo y un vaso de cacao. Pensaba y hacia cálculos mientras engullía el desayuno apoyado sobre el capó. Entonces reparé en una pequeña nota que residía pillada por el limpiaparabrisas.
Gracias por esta noche tan especial. Ha sido maravillosa Bss Elisa.
Guardé la nota en el parasol y puse rumbo a casa, donde me esperaban mi familia y dos meses de largo verano. Pero nada de lo que me pudiese deparar igualaría a esta noche.


 Parte 4  [Tres meses despues. Septiembre. ]

3/11/12

El embrujo


Desperté en las oscuras tierras del sur. El frio estremecía cada palmo de mi cuerpo. Caminaba lentamente. No sabía como había llegado hasta aquel lugar prohibido. El canto de las ranas no traían nada bueno, o al menos eso decía la leyenda que en el pueblo se narraba. Vagando sin rumbo topé con un cúmulo de aguas estancas. Sobre ellas las galactelianas paseaban en busca de la cena. Quería salir de allí antes de que llegasen predadores más peligrosos que aquellas alimañas.

Desde la densa vegetación purpurea vi aparecer una sombra que caminaba titubeante. Se aproximaba lentamente, escoltada por varias figuras inmensas envueltas en túnicas extrañas que ocultaban sus rostros monstruosos. Miedo. Una señal de alarma ascendía pidiéndome escapar. Salvar la vida. Pude esconderme en una sombra cercana poco antes de que aquella caravana me viese y diesen cuenta de mí también. Se detuvieron poco antes de llegar a donde me resguardaba.

La primera sombra se arrodillo ante las demás. La luz de las antorchas iluminó su rostro atemorizado ante la incertidumbre de lo que le esperaba a continuación. Fue cosa de segundos, pero aquel contacto fue suficiente. Aquellos ojos verdes eran un escrito claro para mí. Le tendieron un tarro con algo en su interior, parecía viscoso y su color nada halagüeño. Vertieron algo del contenido en tres calaveras y la pidieron que bebiese de ellas. Con el arma empuñada estaba dispuesto a intervenir pero no estaba convencido de poder con todas ellas. La dieron la primera que tomó de un trago. La segunda. Y por último la tercera. Comenzó a tambalearse, parecía mareada. Sus ojos se entrecerraban y se desplomo sobre uno de los escoltas. Las risas sobrecogieron el lugar. Salí de mi escondrijo arma en ristre aproximándome desde la retaguardia. Dos sombras decapitadas sin hacer ningún ruido más del necesario. La tercera pareció percatarse de que algo no iba bien, pero cayó antes de dar aviso. La última, con el cuerpo de la victima aún en las manos me vio. Un zarpazo me alcanzó en el pecho rasgándome las ropas pero mi estocada le atravesó el cuello.

La tomé con cuidado y comencé a caminar en la misma dirección por la que les vi aparecer. Fue un trayecto largo a través de aquellos bosques cenagosos pero logramos dar con una salida. Después de aquella temeraria intervención parecía que la tranquilidad se reinstalaba paulatinamente. Solo entonces reparé en la figura que acababa de rescatar de aquellos seres. Aquel pelo dorado que caía en cascadas por sus hombros. Su piel pálida. Y aquellos labios de un intenso rojo. Era una Lugzan, una criatura que sólo crecía en las leyendas más oscuras. Caí entonces que aquellos que ahora yacían en las ciénagas eran Guardianes del equilibrio, Guerreros Nedros, con la misión de destruirla.

El embrujo parte 2