poemas de amor Crazzy Writer's notebook: Saturday Night Race

25/1/12

Saturday Night Race

Sobre el bracket del conductor me encontraba, contando cada segundo que el reloj pasaba. Un tímido llavero colgaba con un curioso logo en el reverso. Estaba varado junto a un edificio en el centro de la ciudad a la espera de lo inesperado. Cierto nerviosismo me poseía. Era mi primera vez pero llevaba cientos de noches planeándola al detalle. No dejaba de preguntarse una vocecita en mi interior si de verdad estaba… preparado para algo así, o si por el contrario me estaba apresurando. Las manos, cubiertas parcialmente por unos guantes, reposaban bailarinas sobre el volante. ¿Qué final me depararía aquel día?

Eran las diez de la noche, el cielo estaba oscuro, el sol se había ocultado hacía un buen rato. Aquella cita llevaba planeada desde hacía poco menos de una semana, y desde entonces la esperaba con ganas. Entre mis cavilaciones y divagaciones, dejé inadvertido un segundo coche que se aproximaba desde el final de aquella calle. Aquel misterioso coche se detuvo junto a mi ventanilla y su conductor me hizo unas señas para bajase la ventanilla, tras una breve conversación, me dijo que lo siguiera hasta el emplazamiento real de la cita. Era un Seat León, y por los acabados seguro que una de las versiones deportivas. Pero tenía mis esperanzas en mi propio coche, un Citroën Saxo v16 modificado que me salió por algo más de cinco mil euros. Salí de aquel sitio sin ninguna pinta de vacile, y comencé a seguir al león a través de las oscuras calles de la cuidad. El nerviosismo comenzaba a apoderarse de mí, un hormigueo afloraba con más rabia, y cada vez que las luces de freno se encendían sin motivo alguno, empezaba a mirar por los alrededores. Tras unos largos veinte minutos aparecimos en el puerto de carga ferroviario. Allí una docena de coches aparcados en cortas hileras aguardaban bien a correr, o simplemente para ver como otros competían. El león se detuvo finalmente y yo pare a su lado. Estaba bajándome del coche y una voz efusiva me saludo desde atrás. Me sorprendí gratamente de encontrar una voz conocida en aquel nuevo ambiente, era Álvaro un compañero de clase. También se unió el conductor del león. Tras una informal presentación Álvaro, me explico un poco la dinámica de aquel estilo de competición. Había cuatro participantes por manga, se darían dos vueltas al circuito, siempre y cuando no hubiera algún “imprevisto”, y aquel que pasase primero por la cinta ganaría la manga.



Antes de empezar a correr, paseé observando cada coche. Todos estaban modificados, pero en su mayoría no para correr, o por lo menos no lo aparentaban. Muchos tenían luces bajo el chasis, ruedas blandas de perfil bajo, y kits de ensanche pero pocos tenían modificaciones tan radicales como para ser máquinas de competición. Después de reconocer las máquinas de mis rivales, regresé a mi coche y aguardé junto a él hasta que diera comienzo la carrera. Una misteriosa sensación se adueñaba de mí, como un manto que poco a poco  cubría las pocas ideas que tenía sobre conducción deportiva. Tenía miedo, estaba muy nervioso por el circuito. Cientos de preguntas se me abrían como cortes sobre la piel a los que hubieran echado vinagre. De nuevo aquella vocecita resurgió con nitidez haciéndome preguntas que poco a poco me carcomían igual que una termita un tocon de madera. Una mano se posó en mi hombro acallando por un instante todas las preguntas y voces. Llegó el momento de la verdad. Alguien ajeno a los corredores, que ya se estaban preparando para colocarse en la línea de salida, había trazado el circuito a través de los enormes canjilones de carga esparcidos por aquella vasta superficie. Un chico había colocado una tira de cinta de la policía como marca de salida, y estaban sujetas en los extremos por dos enormes conos naranjas. Me dirigí junto a los otros tres coches hacia la línea de salida. Todos frenaron junto a la línea, pero yo debido al nerviosismo, pasé más de medio coche de la línea de salida. Una marea de voces comenzaron a gritar que marchara para atrás para colocarme a la altura de los demás. Retrocedí con las indicaciones de uno de los pilotos que estaba junto a mí. Me fijé que en cada coche, había dos personas, el piloto y un acompañante. Por lo que había oído por ahí, al parecer los recorridos por esta zona eran complicados y era fácil perderse a través de los canjilones, por lo que cada piloto llevaba durante la carrera a un copiloto que le decía el recorrido. Pero se ve que que al ser nuevo nadie se fiaba de mi forma de conducir, y el único que me conocía también participaba en la carrera. Estaba sorprendido, la verdad me esperaba otra forma, no sé... más espontanea. Pero daba igual, era mi primera carrera al otro lado de la línea de la ley. Unos golpecitos en la ventanilla me hicieron volver la cabeza hacia la ventanilla del copiloto. Una chica aguardaba al otro lado. Al parecer sería ella la valiente que me guiaría a través del entramado de callejuelas del puerto. Su melena era larga y lisa de un color ocre y reflejos miel bajo una luz blanquecina de algunos faros. Se presentó como Elisa. Un nombre muy bonito. Yo también me presenté. Arturo es mi nombre, y seré el piloto que se dejaría llevar hacia donde su voz me guiase. Con todo sobre la mesa, incluidas algunas apuestas, la carrera podía comenzar. Una figura valiente se colocó ente el segundo y el tercer coche. Señalaba, y el coche aceleraba. De uno de mis contrincantes surgió una llamarada acompañada de un fuerte y atronador petardeo. El segundo también mostró los dientes de su montura. Mi turno. Aceleré con la marcha en vacío dejando escapar a través del escape racing un bufido impresionante. Y el cuarto vehículo también hizo lo mismo. Entonces aquella figura levanto los dos brazos, y una voz me dijo que saliera cuando los brazos bajaran, los brazos descendieron y todos los coches partimos destino a la negrura de la noche.

Tras la salida conseguí el tercer puesto, y comiéndole espacio al Toyota que me precedía. Mis faros, inquisitivos, se reflejaban en la parte posterior y de refilón algunos catadióptricos en los laterales. Álvaro no dejaba de moverse evitando encontrar un hueco para poder pasarle y ponerme a la cola del león que mantenía el liderato. Elisa me alertó del primer cambio de dirección, una curva cerrada rodeando un contenedor. Reduje sacando las agujas a la zona roja. El Toyota se alejó ligeramente y entonces lo vi. Pise de nuevo y gire el volante con una mano mientras la otra se mantenía sobre la palanca dispuesta a meter una nueva marcha en el momento óptimo. El sonido era atronador. Pasamos a ras entre el contenedor y el coche de Álvaro, salimos parejos de la curva pero con más par que él, lo dejamos atrás en la siguiente curva marcada con unas flechas fotosensibles. Mi copiloto todavía con la boca abierta, no creía el espacio que acabamos de dejar atrás. Volábamos entre los contenedores a velocidades que jamás creí posibles de no haberlas experimentado. La adrenalina fluía por mis venas como un torrente salvaje de óxido nitroso. Nunca me sentí tan cerca de la vida como en aquel momento, aunque para mi compañera creo que fue todo lo contrario. Ahora las luces del Toyota irradiaban con furia lejana sobre los espejos retrovisores, aunque mi objetivo era otro coche, de oscuro color y ensangrentadas bandas por los laterales. El coche de Álvaro ya no suponía problema, ahora deberíamos sacar segundos de curvas apuradas y trazadas idóneas. Mi copiloto me miraba, seguía indicando los cambios de dirección, no apartaba los ojos de las aristas que parecían acariciar la superficie del saxo mientras este deslizaba por el hormigón pulido. Ahora estábamos a punto de entrar en la segunda vuelta, después de cuatro eternos minutos, el león de mi rival estaba casi a tiro y el resto de rivales estaban desaparecidos de los retrovisores. En la línea de meta, los coches que estaban aparcados con los faros encendidos pasaron por las ventanillas como centellas a escasos centímetros de nosotros. El velocímetro modificado señalaba en el lado diestro de la esfera los doscientos por hora. Los catadióptricos eran pequeños borrones de luz por las ventanillas, los faros del león una meta que debía alcanzar. Sentía como el rebufo abierto por él nos absorbía y catapultaba arañando segmentos a ambas esferas. La primera curva a la vista, el león toco el freno y tomo la curva, yo levante el pie del acelerador y lo apoye en el freno, reduje marcha y deje fluir el coche, situado en ciento treinta tome la curva deslizando con suavidad y comencé a acelerar de nuevo. Con cada trazada y cambio conseguíamos arañar centímetros al león. Tan cerca que mi coche se había convertido en una prolongación suya. Por fin aquello que esperaba. La presión de mis faros sobre su nuca le hizo abrirse demasiado en una curva y conseguí colarme por el interior. Pasado el león ahora era la única preocupación. Hundí el pie en el acelerador, el coche respondió con un bufido y un pequeño petardeo de estilo competición. Ahora empezaba la auténtica prueba. Intente alejarme lo más que pude mientras le durase la sorpresa pero no fue tanto margen como esperaba y no tardó en lanzar su coche contra nosotros en acoso sin igual. Faltaban cerca de cuatrocientos metros de circuito de los cuales menos de la mitad me eran favorables debido a la manejabilidad del coche, pero el otro porcentaje eran doscientos metros de rectas inacabables. En las curvas apuraba al máximo tanto la trazada como velocidad, mi copiloto estaba impactada y pendiente de la fiera que nos seguía de cerca. La meta se veía más y más próxima. La última curva antes de llegar a la recta, la tomamos con un chirrido de fondo producido por los neumáticos traseros. Tras recuperar la pequeña tracción perdida nos lanzamos por la ancha recta. Vi horrorizado como el león ganaba terreno con rapidez. Hundí más el acelerador. Sentí como el par motor nos empotraba en el asiento. La aguja subía  pero no era suficiente. Ambos parejos. Los metros se acababan y con ellos mi oportunidad de ganar. El tiempo era escaso y pocas las oportunidades. Reduje marcha sin más. El motor salió en rugido feroz. La aguja de las revoluciones salió propulsada como por un resorte hasta la zona roja, poco antes de cruzar sobre la cinta amarilla. Ambos coches cruzaron casi al unísono sobre la línea. Las dudas nos envolvían a los dos, ¿Qué coche paso primero? Pero antes de poder dar respuesta a la pregunta varias luces azules aparecieron desde la nada. La policía.

El león salió contra ellos con un rechinar de neumáticos. Yo engrane la marcha atrás y hundí el pie en el pedal y cuando las revoluciones estaban altas gire el volante volteando el coche en un profuso trompo. Uno de los coches patrullas se puso a nuestra cola poco después  de emprender la huida. Las luces azules y los fogonazos llenaban el habitáculo, mi copiloto no dejaba de voltear la cabeza. Un sudor frio me recorría el cuerpo entero. La opción más clara en medio de aquella confusión de coches a la fuga, era intentar perderlos entre los canjilones dada la maniobrabilidad del saxo pero también arriesgado. Comencé a zigzaguear entre las callejuelas estrellas abiertas entre los contenedores, en algunos giros pasábamos a escasos centímetros de las aristas. Parecía que el C4 policial no podía seguir nuestro ritmo y poco a poco nos iba perdiendo distancia. La puerta estaba despejada y partimos hacia ella. Ahora estaba asustado y corría presa del pánico, pero había que admitir que era muy emocionante. Pasamos por la puerta a toda velocidad, con un pequeño derrape con el freno de mano, logramos encarrilarnos de nuevo por la carretera dirección a la ciudad. Parecía que la policía se había rendido pero no estaba del todo seguro. En la oscuridad varias luces azules y naranjas cerraban el paso. Un control. Y por supuesto, habrían pasado tanto el modelo como la matrícula de todos los coches implicados en la carrera, por lo que no era seguro continuar. Con las luces apagadas nos metimos por un pequeño sendero a la espera de poder seguir sin más inconvenientes. Pasaron los eternos minutos sumidos en el intenso silencio y la oscuridad que se filtraba por las ventanillas. No sabíamos el tiempo que allí llevaríamos, encajados en los asientos de competición. La verdad fue un fastidio no saber quién ganó. Pero no estuvo mal la cosa. Una nueva vista al horizonte y todas las luces habían desaparecido. Me ofrecí a acercarla hasta casa pero ella tan solo me pidió que parase en un parque cercano. Conduje hasta la zona, sumido en ese silencio incómodo y pesado, como el de la espera. Ella me lo agradeció y después se perdió en la oscuridad de la noche. me parecio ver como subia a un coche blanco aparcado en la sombra y partieron en la noche. Ya de regreso en la habitacion de mi residencia, hice inventario de aquel intenso día tirado panza arriba en la cama,  y no tarde en quedar bajo un profundo sueño con una pregunta escondida. [Elisa, volveriamos a coincidir?]

A la mañana siguiente en mi casillero de correo encontré un sobre, sin nombre, con una nota en su interior que decia así:
"Enhorabuena."

Continuacion:: Tres años despues. Ciudad Real.

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