Te veo ahí tumbada, sobre el negro y frio metal, mostrando
todas las curvas que te conforman. Aquellas partes cubiertas por delicadas
rejillas estimulan mi curiosidad con avidez aunque no tanto como aquellas que
ocultas con travesura, comburente en el interior de mis entrañas.
Provocas mis ansias por conocer tu interior. Me aproximo
hacia ti. Retiro con cuidado la cubierta que tapa el puente, lo cruzo con
suavidad al otro lado mientras siento en mis manos las rectificaciones de tu
electrizante carácter.
¿De dónde viene? Me pregunto, esa curiosidad se ha tornado
en un ácido corrosivo que me quema lentamente. Sucumbo a ti al desaflojar cada
botón que cierra tu ropa. Sin prisa. Lentamente, sintiendo cada giro entre mis
dedos. Intuyendo lo existente al otro lado a través de las oquedades de la
rejilla, veo que algo se mueve en tu interior, pero qué, vuelvo a cuestionar.
Difícil me resulta pero tras algo de perseverancia derrito
las últimas conexiones de tu ropa, dejando al descubierto aquel misterioso
interior. Un collar rojizo metalizado, cobre tal vez, aunque no me atrevo a
aventurar. Miro aquel adorno del que cuelgan tres puntas entrelazadas dos a dos
entre sí. ¿¡Triangulo!? Digo para mí.
Tu corazón queda desvelado. Órgano generador. Gira y gira
electrificando su alrededor. Me imantas con violencia, atrayéndome hacia ti.
Demasiado fuerte es el campo. No me puedo resistir pero con ayuda de la prensa
logro salir, cubriéndote de nuevo y olvidándome de ti.