Tras subir el último tramo de escaleras envueltos en la
penumbra Arturo desenfundó sus llaves y con un increíble tino la encajó a la
primera en la abertura. Pero se sorprendió cuando la puerta cedió al primer
giro.
-Vaya… parece que alguien ha llegado antes que nosotros-. Su tono era reflexivo. Pero sacar la respuesta de su mente sería más difícil que adentrarse y preguntar. Cuando empujó la puerta un olor a comida salió a recibirnos. Parecía delicioso. –Estamos en casa-.
-¡Arti!-. Dijo una voz dulce desde la cocina. Ahora la
curiosidad me tomaba por completo. Sabía que Arturo vivía con una compañera
pero nunca la había visto en persona. ¿Cómo sería ella?. –Estoy en la cocina,
he llegado hace un poco de la estación… Pensé que irías a buscarme en tu cascaroncillo-.
Sentí como Arturo se estremecía.
-No te esperaba hasta las siete. ¿Cómo de vuelta?- Preguntó
mientras nos encaminábamos a la cocina. -¿Qué tal él viaje?-. Me asomé por el
vano de la puerta. Allí cubierta por un largo delantal estaba Alicia vigilando
los fogones, mientras varios trozos de carne terminaban de dorarse.
-Bueno, allí me aburría mucho asique decidí adelantar un
poco la salida. El viaje… el trayecto bien, bastante tranquilo si quitamos el
metro. Te mandé un mensaje para que vinieses a buscarme-. El reproche hizo que
Arturo temblara ligeramente de nuevo. –Pero te perdono. Estoy haciendo ensalada
con carne. Seguro que te gusta-. Quitó los ojos de la sartén y le miró por
primera vez. Aquellos ojos grises, impactantemente bonitos, se clavaron en él.
-Alicia… no es por hacerte el feo pero soy vegetariano, no
como carne-. Dijo mientras miraba la sartén y el plato con la ensalada que habíamos
preparado por la mañana. Después me dirigió una mirada de disculpa, estaba
claro que eso no estaba en el plan previsto, y ciertamente empezaba a sentir
una extraña sensación que me punzaba desde dentro.
–Oh… pues es la
primera noticia que me das-. Volvió a mirar los fogones. Parecía no haber
reparado en mí todavía. –¿No vas a presentarme a tu… invitada?-. Su voz reflejó
un matiz extraño que no supe ubicar pero no hacía falta un master para saber
que no era nada cordial.
-Pues Alicia… llevas viviendo aquí desde finales de
septiembre, y desde luego no será por la de veces que te lo he dicho, de todas
formas es lo mismo-. Entonces me agarró de la mano y me adelantó un par de pasos.
–Ella es Elisa. Elisa ella es mi… compañera de piso, Alicia-. Alicia siguió a
sus fogones, sin hacer nada más. Pero Arturo me miraba negando con
desesperación.
-Encantada, Elisa. Por cierto, Arturo bajarías a por un bote
de vinagre balsámico y pan, porque se me ha olvidado traerlo-. Arturo apretó
los dientes y cerró los ojos. Aguardó en silencio. Abrió el frigorífico y miró
rápidamente para hacer un inventario básico y aprovechar el viaje.
-Lo siento, Elisa, pero voy a bajar un momento al chino de
aquí al lado a comprar el pan, huevos, arroz congelado y agua. Volveré en cero
coma. Y mil perdones-. Su mirada se clavó en Alicia, que seguía a lo suyo. Y
poco después se despidió de mí con un pequeño roce de labios. Después
desapareció por la terraza del salón. Sentí un fuerte estremecimiento al
imaginarle aquí con ella.
Yo caminé discretamente hasta salir de la cocina y
encerrarme en la habitación de Arturo para empezar a empacar mi escaso
equipaje. Mientras recogí, no podía evitar cierta clase de pensamientos que
hasta entonces jamás se habían asomado y aquello despertó una sensación muy
poco agradable dentro de mí. Entonces escuché la voz de mi amiga Lidia, “estas celosa,
uhhh”.
-Elisa… ven a la cocina y ayúdame-. Dijo con voz suave aunque no ocultó el matiz de exigencia. Y por no tener más problemas
con aquella niña consentida, cosa que saltaba a la vista, fui nada más terminar
de meter mi neceser en la bolsa de viaje.
-Dime-. Entré lentamente en la cocida. –Huele muy bien-. Me
pasó tres platos para que los fuese colocando en la mesa.
-Vete poniendo la mesa-. Dijo con una pequeña sonrisa. –¿Qué
te traes con Arti?-. Preguntó de pronto. –Se te ve muy pillada por él-. Aquello
me pillo desprevenida, aunque estaba esperando algo de ese tipo pero no tan
directo.
-A qué viene ese interés en lo que me traiga o lleve con él-.
Trate de disimular aquellas punzadas que sentía, pero no estaba muy segura de
poder seguir mucho tiempo. –Es un chico encantador, nada más-. Ella hundió
aquellos ojos grises en los míos. Sentí como corrían las chispas entre ambas.
-Para que no te ilusionases con él-. Su indiferencia me
cortó como si me hubiese alcanzado con el hachón de la carne que tenía en la
mano. –No es que me importe mucho… pero él no está interesado en ti. No eres
más que una sustituta de fin de semana mientras estaba fuera. Él está por mí,
incluso llevamos un par de meses saliendo juntos-. Su voz era suave y dulce,
todo lo contrario a su mirada afilada. Aquello no cuadraba, me negaba en
redondo a creerla. Trataba de seguir con la mesa, colocando los cubiertos. –Veo
que no terminas de créete lo que te cuento… ¿Acaso te ha dicho que nos
acostamos juntos cada noche?-. Mostró una sonrisa retorcida. -Y
resulta muy apasionado algunas veces, parece insólito teniendo en cuenta que no
es más que un friki del ordenador-. Su risa estridente estalló por toda la
cocina.
-Si… algo me ha comentado-. Aquello no pareció hacerla
efecto alguno. –Pero no termino de verle bajo tus pies… otros puede que babeen al verte pero Arturo no
es de esos. El físico no le importa-. Nuestras miradas se encontraron haciendo
saltar más chispas. Parecía tranquila pero solo lo parecía, ¿Estaría celosa?
Una imperceptible sonrisa se asomó a mis labios.
-Si, en eso coincido contigo-. Sonrió con malicia. –Él no se
fija en el físico, pero a fin de cuentas es un tío y todos, tarde o temprano,
terminan cayendo, y Arturo no es la excepción…-. Su mirada volvió a hundirse en
mí. Escrutando sin piedad cada gesto que hacía de forma inconsciente. –Aunque
me costó lo mío, porque se negaba a acostarme conmigo pero bueno… tiene tan
buen corazón y es tan buen chico… ¿no te parece?-. Aquella conversación estaba
llevándome hacia su terreno, sólo hace falta una gota de desconfianza para
minar por completo la integridad de una persona y aquella desgraciada estaba
dispuesta a echar toda la que pudiese. Pero no, no caería esa breva, se
lo estaba inventando, o a esa conclusión llegaba yo después de las numerosas
conversaciones con Arturo en las que siempre terminaba despotricando contra
ella. Ahora entiendo porque casi no pisaba por casa.
-Eso es mentira. Lo que pasa, arpía inmunda, es que estas
celosa de que una chica como yo, te quite al único chico que se resiste a tus
artimañas. Acéptalo. Él pasa de ti. Si no hay más que ver cómo te rehúye…-. Una
carcajada estalló sonoramente en la cocina. Larga y vibrante. Alicia se
retorcía buscando algo de aliento que retomar.
-Mira, zorrón de pub, no quería llegar a esto pero… no tengo
más remedio que contártelo para que no se te rompa el corazón más tarde. Arturo
está contigo por una apuesta… no eres más que el medio para hacerse con un
nuevo ordenador-. Retiró la sartén del fuego y se fue acercando a mí. –¿De verdad
estabas pensando que se estaba enamorando de ti?-. Su voz era un
susurro, pero tan cortante y afilado como el resto de sus palabras. -Si quieres
hechos, ahora te daré hechos. Dime si o no. ¿Te ha llevado a dar un paseo?-.
Bajó el tono de voz mientras recortaba distancia.
-Si-. Murmuré. Aquello de la apuesta me pilló fuera de
juego. Estaba resentida por las cuchilladas que me había asestado, y aunque
resistía a creerme todo aquello poco a poco mis murallas perecían antes sus
palabras.
-¿Te ha llevado a cenar, con una actitud muy romántica y
delicada?, ya sabes… velas… masajes… palabras bonitas… miradas irresistibles…-.
Su mirada estaba vislumbrando las lágrimas que estaban a punto de desbordarse.
Parecía estar saboreándolas, sintiendo aquel gusto salado. –Que ingenua…
pobrecita-. Su sonrisa perfecta parecía tener un resplandor propio. –Oh… y
también habréis visto una peli acurrucados en el sillón-. Volvió a reírse. Yo
negaba con la cabeza, aquello no podía. No quería que fuese cierto. Las
lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas ante su mirada penetrante y
afilada. –Y seguramente nada de sexo…-. Volvió a reír. Su voz sonaba divertida.
-¿Ves?… no sabes lo que te pierdes… en fin… la comida ya está-. Dijo mirando el
plato y la sartén. –Voy a traer la ensalada, espero que a ti te guste, ya que
Arturo se nos ha vuelto vaca…-. Acercó los platos como si aquella conversación
nunca hubiese tenido lugar. Mientras que yo no podía evitar retorcerme en mi
interior. Aquellas sensaciones se multiplicaron. Parecía arder de rabia, quería
volver a mi casa, coger el coche y derrapar hasta destrozar los neumáticos en
el circuito pero sobre todo olvidarme de el.
-Discúlpame-. Dije tratando de aguantar la compostura y
salir de la habitación con la mayor dignidad posible, aunque ya no quedaba
mucha. Fui a por el equipaje y salí corriendo por la puerta.
-Adiós… Elisa, que tengas buen viaje… ¿seguro que no quieres
nada para el camino?- escuche la voz alegre de Alicia desde la cocina.
Nada más llegar a la calle, en la puerta del portal me topé
con Arturo que venía con las bolsas. Se quedó muy sorprendido al verme, seguro
que tenía los ojos a punto de desbordase por las lágrimas.
-Elisa… qué ha pasado-. Su preocupación sincera quedó relegada,
aunque seguro que algo se estaba cociendo en el procesador de su cabeza.
-Eres un cabrón. No quiero volver a verte-. Mi corazón, o lo
que quedaba de él, se desgarró con cada palabra. No vi la expresión de Arturo
porque salí corriendo a por el taxi que acababa de parar en el semáforo, pero
seguramente la consternación le invadiese.
-De acuerdo, señorita-. Conectó el taxímetro y puso los
indicadores de ocupado.
Tras iniciar la marcha, mi mente colapsada ante aquella
situación se desconectó de forma casi automática. Me hundía. Caía lentamente a
través de mis propios pensamientos. Divididos. Por un lado la pequeña parte que
comandaba la celosa ira, que había picado en aquella trampa y contestado a
Arturo. La otra parte de mí, se negaba rotundamente a creer aquellas
palabras. Era imposible que aquel chico que había conocido aquella noche en
aquella carrera me hubiese vendido por un ordenador, pero tres años… es mucho
tiempo. Y el chico del circuito a principios del verano pasado… aquel cuerpo
inocente que cayó desmayado sobre mi asiento, tampoco encajaba en aquel perfil.
Aunque tanto tiempo bajo el influjo de aquella arpía… a saber cuántas trampas
le habrá podido tender. Incluso el hierro de la más alta calidad sucumbe con el
tiempo a la corrosión, solo se necesita tiempo… y las condiciones propicias. Las lágrimas
comenzaron a resbalar por mis mejillas. Ahora... quién estaba segura de
si era o no cierto. Era incapaz de contenerlas.
-Ten… no es bueno que una chica como tú se vea llorando-. Me
tendió un kleenex. Su voz, pausada y suave me devolvió al habitáculo del coche.
–Espero que no sea por un chico, porque si es así… entonces estoy convencida de
que no te merece-. Mientras seguía conduciendo trataba de consolarme, aunque no
iba por buen camino.
No podía contener el remordimiento de lo que acababa de
hacer, Arturo no era así, solo estaba en casa para dormir, y muchas veces se
había quejado mientras hablábamos de que Alicia se colaba en su cama y trataba
de persuadirle sin éxito. Me sequé las lágrimas antes de coger el teléfono y
escribirle un largo mensaje pidiéndole disculpas.
El taxi se detuvo en la puerta de la estación del Sur poco
después de mandar el mensaje. Estaba más calmada, aunque seguía intranquila por
la incertidumbre de si Arturo querría contestarme.
-Son diez con setenta y cinco-. Comunicó la taxista a través
de la luna de metacrilato que nos separaba. Busqué en la cartera el dinero de
la deuda y se lo entregue con algo de dificultad por el hueco que había en la
plancha.
-Muchas gracias, María. Que tenga buen servicio-. Me despedí
antes de bajar del coche y adentrarme en la estación dos horas antes de la
partida del bus.
Nada más cruzar aquellas puertas sentí aquel escalofrío del
aire acondicionado. Parecía mentira que tres días antes recorriese aquel lugar
de la mano de Arturo. Miraba los alrededores, la gente con la que me cruzaba.
Buscando nada concreto encontré a un chico muy bien vestido. Hablaba por teléfono
y me resultaba lejanamente familiar. Entonces como si supiese que lo estaba
mirando me devolvió la mirada con aquellos ojos fríos. Aquella mirada me
trajo un recuerdo tan turbio y oscuro que me estremeció. Comenzó a caminar
en mi dirección con aquella elegancia y parsimonia. Como recordaba de aquel pub
Londinense. Dimitri, estallo su voz en mi cabeza.
Lucía una curvatura de satisfacción, parecía que le llegaban
buenas noticias del otro lado de la línea. Estábamos a menos de un metro. Pero
a pesar de su mirada no parecía tener el menor interés en mí. ¿Me habría
reconocido?
-<do svidaniya…>- Dijo al teléfono.
La última mirada que me dirigió antes de cruzarnos logró estremecerme. -<…Elisa>-.
Susurró al pasar por mi lado y después dejó escapar una risa sincera de alegría y continuó su conversación.
Aquello me congeló la sangre. Se acordaba de mí… y aquello solo me hacía preguntarme
si aquello no sería más que una oscura casualidad…
Me acerque a la taquilla donde una chica miraba la
pantalla de su teléfono. Parecía muy distraída, claro que yo también estaba
abstraída por mis propias cavilaciones.
-Buenas tardes-. Dije con un hilo de voz a través de
los agujeros de la mampara. La chica me miró y esbozó una mecánica sonrisa.
-En qué puedo ayudarla-. Su voz estaba agotada, tanto
como su mirada.
-Verá tengo un billete para Valladolid, pero el bus
sale a las seis, ¿sería posible coger otro autobús que saliese antes?-. Ella me
miró. A saber cómo sería mi aspecto en aquel momento, pero comenzó a buscar en
el ordenador.
-A ver si hay algún asiento libre para el autobús de
las cinco-. Miré el móvil. Quedaban cuarenta minutos, cuarenta eternos minutos
si tenía algo de suerte. Ella seguía mirando pero no parecía encontrar nada,
pero de pronto un gesto delató que había podido encontrar algo, entonces se
volvió de nuevo hacia mí.- ¿Te importa que no sea directo? Porque si es así hay
ahora un autobús que sale en diez minutos hacia Galicia, y hace parada en
Tordesillas-. Aquello no era lo que me esperaba, pero como quería huir de
Madrid cualquier cosa me servía.
-De acuerdo. ¿Cuánto es?-. Busqué el monedero en el
bolsillo del pantalón esperando a que me dijese cuánto costaría. Y rezaba para
que no fuesen más de treinta euros, porque no tenía nada más.
-Son veinticinco euros, pero si tienes el otro
billete, son solo tres euros a pagar-. Comentó tras mirar por los alrededores,
supongo que vigilando que no hubiese ningún superior mirando.
-Muchas gracias-. La entregué el billete de forma
torpe y el dinero. –La estoy tremendamente agradecida-. Sentí como una lágrima
resbalaba discretamente. Aquella conversación con Alicia me había destrozado.
-Date prisa, está en la dársena 26, va a salir en
cosa de cinco minutos. Y espero que no sea nada-. Después de despacharme volvió
de nuevo a su teléfono móvil.
Corrí hacia las escaleras, esperaba no estar muy
lejos porque no quería perder aquel bote de huida. Una carrera fue suficiente
para llegar al autobús. El conductor acababa de cerrar el portón pero después
de enseñarle el billete y una mirada con algo de reproche metió mi pequeña
bolsa en el maletero.
Me senté en el sitio que marcaba el billete, el
autobús estaba casi completo. Al poco de abrocharme el cinturón el autobús
comenzó a maniobrar para salir de su aparcamiento, pero antes de salir completamente
se detuvo de forma brusca. Se escuchó como las puertas se abrían. Una figura
jadeante caminaba tambaleante por el pasillo.
-Lo has cogido por los pelos, casi te quedas en
tierra-. Comentó la señora que se sentaba delante de mí.
-Sí, cariño… lo sé, pero ha habido un accidente
bastante feo en General Ricardos y el taxi ha estado allí detenido hasta que
han despejado un poco aquello-. Respondió el chico todavía exhausto.
-¿Cómo ha sido?-. Preguntó ella con curiosidad.
Aquello hizo saltar mis alarmas, Dimitri y un accidente… resultaba sospechoso, o estaba paranoica perdida. Presté más
atención a la conversación.
-Al parecer un Land Rover se ha saltado un semáforo y
ha alcanzado a un coche pequeño, creo que un Citroën. Ha sido espectacular
porque ha dado varias vueltas de campana y ha terminado empotrado en una farola
panza arriba pero el todoterreno ha logrado darse a la fuga. La verdad es que
pintaba realmente feo… el coche era irreconocible, un amasijo retorcido de
hierros-. Explicaba el chico mientras su acompañante afirmaba.
-No, no, no, no…-. Murmuraba para mí mientras cogía
el móvil. Estaba al borde del ataque de nervios. Aquello eran demasiadas
casualidades. Tras varios intentos logré dar con el número de Arturo.
{Puuuu; Puuuu; Puuuu; Puuuu;}
-Cógelo, cógelo, vamos cógelo. Idiota…-. Rogaba. Rezaba para
que su voz o la de aquella lagarta sonasen al otro lado.
{Pu, pu, pu, pu, pu, pu}
F.I.N