poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/9/13

17/9/13

The girl [Punto y final, part 19]


Tras subir el último tramo de escaleras envueltos en la penumbra Arturo desenfundó sus llaves y con un increíble tino la encajó a la primera en la abertura. Pero se sorprendió cuando la puerta cedió al primer giro.


-Vaya… parece que alguien ha llegado antes que nosotros-. Su tono era reflexivo. Pero sacar la respuesta de su mente sería más difícil que adentrarse y preguntar. Cuando empujó la puerta un olor a comida salió a recibirnos. Parecía delicioso.  –Estamos en casa-.
-¡Arti!-. Dijo una voz dulce desde la cocina. Ahora la curiosidad me tomaba por completo. Sabía que Arturo vivía con una compañera pero nunca la había visto en persona. ¿Cómo sería ella?. –Estoy en la cocina, he llegado hace un poco de la estación… Pensé que irías a buscarme en tu cascaroncillo-. Sentí como Arturo se estremecía.
-No te esperaba hasta las siete. ¿Cómo de vuelta?- Preguntó mientras nos encaminábamos a la cocina. -¿Qué tal él viaje?-. Me asomé por el vano de la puerta. Allí cubierta por un largo delantal estaba Alicia vigilando los fogones, mientras varios trozos de carne terminaban de dorarse.
-Bueno, allí me aburría mucho asique decidí adelantar un poco la salida. El viaje… el trayecto bien, bastante tranquilo si quitamos el metro. Te mandé un mensaje para que vinieses a buscarme-. El reproche hizo que Arturo temblara ligeramente de nuevo. –Pero te perdono. Estoy haciendo ensalada con carne. Seguro que te gusta-. Quitó los ojos de la sartén y le miró por primera vez. Aquellos ojos grises, impactantemente bonitos, se clavaron en él.
-Alicia… no es por hacerte el feo pero soy vegetariano, no como carne-. Dijo mientras miraba la sartén y el plato con la ensalada que habíamos preparado por la mañana. Después me dirigió una mirada de disculpa, estaba claro que eso no estaba en el plan previsto, y ciertamente empezaba a sentir una extraña sensación que me punzaba desde dentro.  
 –Oh… pues es la primera noticia que me das-. Volvió a mirar los fogones. Parecía no haber reparado en mí todavía. –¿No vas a presentarme a tu… invitada?-. Su voz reflejó un matiz extraño que no supe ubicar pero no hacía falta un master para saber que no era nada cordial.
-Pues Alicia… llevas viviendo aquí desde finales de septiembre, y desde luego no será por la de veces que te lo he dicho, de todas formas es lo mismo-. Entonces me agarró de la mano y me adelantó un par de pasos. –Ella es Elisa. Elisa ella es mi… compañera de piso, Alicia-. Alicia siguió a sus fogones, sin hacer nada más. Pero Arturo me miraba negando con desesperación.   
-Encantada, Elisa. Por cierto, Arturo bajarías a por un bote de vinagre balsámico y pan, porque se me ha olvidado traerlo-. Arturo apretó los dientes y cerró los ojos. Aguardó en silencio. Abrió el frigorífico y miró rápidamente para hacer un inventario básico y aprovechar el viaje.
-Lo siento, Elisa, pero voy a bajar un momento al chino de aquí al lado a comprar el pan, huevos, arroz congelado y agua. Volveré en cero coma. Y mil perdones-. Su mirada se clavó en Alicia, que seguía a lo suyo. Y poco después se despidió de mí con un pequeño roce de labios. Después desapareció por la terraza del salón. Sentí un fuerte estremecimiento al imaginarle aquí con ella.
Yo caminé discretamente hasta salir de la cocina y encerrarme en la habitación de Arturo para empezar a empacar mi escaso equipaje. Mientras recogí, no podía evitar cierta clase de pensamientos que hasta entonces jamás se habían asomado y aquello despertó una sensación muy poco agradable dentro de mí. Entonces escuché la voz de mi amiga Lidia, “estas celosa, uhhh”.
-Elisa… ven a la cocina y ayúdame-. Dijo con voz suave aunque no ocultó el matiz de exigencia. Y por no tener más problemas con aquella niña consentida, cosa que saltaba a la vista, fui nada más terminar de meter mi neceser en la bolsa de viaje.
-Dime-. Entré lentamente en la cocida. –Huele muy bien-. Me pasó tres platos para que los fuese colocando en la mesa.
-Vete poniendo la mesa-. Dijo con una pequeña sonrisa. –¿Qué te traes con Arti?-. Preguntó de pronto. –Se te ve muy pillada por él-. Aquello me pillo desprevenida, aunque estaba esperando algo de ese tipo pero no tan directo.  
-A qué viene ese interés en lo que me traiga o lleve con él-. Trate de disimular aquellas punzadas que sentía, pero no estaba muy segura de poder seguir mucho tiempo. –Es un chico encantador, nada más-. Ella hundió aquellos ojos grises en los míos. Sentí como corrían las chispas entre ambas.
-Para que no te ilusionases con él-. Su indiferencia me cortó como si me hubiese alcanzado con el hachón de la carne que tenía en la mano. –No es que me importe mucho… pero él no está interesado en ti. No eres más que una sustituta de fin de semana mientras estaba fuera. Él está por mí, incluso llevamos un par de meses saliendo juntos-. Su voz era suave y dulce, todo lo contrario a su mirada afilada. Aquello no cuadraba, me negaba en redondo a creerla. Trataba de seguir con la mesa, colocando los cubiertos. –Veo que no terminas de créete lo que te cuento… ¿Acaso te ha dicho que nos acostamos juntos cada noche?-. Mostró una sonrisa retorcida. -Y resulta muy apasionado algunas veces, parece insólito teniendo en cuenta que no es más que un friki del ordenador-. Su risa estridente estalló por toda la cocina.  
-Si… algo me ha comentado-. Aquello no pareció hacerla efecto alguno. –Pero no termino de verle bajo tus pies…  otros puede que babeen al verte pero Arturo no es de esos. El físico no le importa-. Nuestras miradas se encontraron haciendo saltar más chispas. Parecía tranquila pero solo lo parecía, ¿Estaría celosa? Una imperceptible sonrisa se asomó a mis labios.
-Si, en eso coincido contigo-. Sonrió con malicia. –Él no se fija en el físico, pero a fin de cuentas es un tío y todos, tarde o temprano, terminan cayendo, y Arturo no es la excepción…-. Su mirada volvió a hundirse en mí. Escrutando sin piedad cada gesto que hacía de forma inconsciente. –Aunque me costó lo mío, porque se negaba a acostarme conmigo pero bueno… tiene tan buen corazón y es tan buen chico… ¿no te parece?-. Aquella conversación estaba llevándome hacia su terreno, sólo hace falta una gota de desconfianza para minar por completo la integridad de una persona y aquella desgraciada estaba dispuesta a echar toda la que pudiese. Pero no, no caería esa breva, se lo estaba inventando, o a esa conclusión llegaba yo después de las numerosas conversaciones con Arturo en las que siempre terminaba despotricando contra ella. Ahora entiendo porque casi no pisaba por casa.
-Eso es mentira. Lo que pasa, arpía inmunda, es que estas celosa de que una chica como yo, te quite al único chico que se resiste a tus artimañas. Acéptalo. Él pasa de ti. Si no hay más que ver cómo te rehúye…-. Una carcajada estalló sonoramente en la cocina. Larga y vibrante. Alicia se retorcía buscando algo de aliento que retomar.  
-Mira, zorrón de pub, no quería llegar a esto pero… no tengo más remedio que contártelo para que no se te rompa el corazón más tarde. Arturo está contigo por una apuesta… no eres más que el medio para hacerse con un nuevo ordenador-. Retiró la sartén del fuego y se fue acercando a mí. –¿De verdad estabas pensando que se estaba enamorando de ti?-. Su voz era un susurro, pero tan cortante y afilado como el resto de sus palabras. -Si quieres hechos, ahora te daré hechos. Dime si o no. ¿Te ha llevado a dar un paseo?-. Bajó el tono de voz mientras recortaba distancia.
-Si-. Murmuré. Aquello de la apuesta me pilló fuera de juego. Estaba resentida por las cuchilladas que me había asestado, y aunque resistía a creerme todo aquello poco a poco mis murallas perecían antes sus palabras.
-¿Te ha llevado a cenar, con una actitud muy romántica y delicada?, ya sabes… velas… masajes… palabras bonitas… miradas irresistibles…-. Su mirada estaba vislumbrando las lágrimas que estaban a punto de desbordarse. Parecía estar saboreándolas, sintiendo aquel gusto salado. –Que ingenua… pobrecita-. Su sonrisa perfecta parecía tener un resplandor propio. –Oh… y también habréis visto una peli acurrucados en el sillón-. Volvió a reírse. Yo negaba con la cabeza, aquello no podía. No quería que fuese cierto. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas ante su mirada penetrante y afilada. –Y seguramente nada de sexo…-. Volvió a reír. Su voz sonaba divertida. -¿Ves?… no sabes lo que te pierdes… en fin… la comida ya está-. Dijo mirando el plato y la sartén. –Voy a traer la ensalada, espero que a ti te guste, ya que Arturo se nos ha vuelto vaca…-. Acercó los platos como si aquella conversación nunca hubiese tenido lugar. Mientras que yo no podía evitar retorcerme en mi interior. Aquellas sensaciones se multiplicaron. Parecía arder de rabia, quería volver a mi casa, coger el coche y derrapar hasta destrozar los neumáticos en el circuito pero sobre todo olvidarme de el.
-Discúlpame-. Dije tratando de aguantar la compostura y salir de la habitación con la mayor dignidad posible, aunque ya no quedaba mucha. Fui a por el equipaje y salí corriendo por la puerta.
-Adiós… Elisa, que tengas buen viaje… ¿seguro que no quieres nada para el camino?- escuche la voz alegre de Alicia desde la cocina.  
Nada más llegar a la calle, en la puerta del portal me topé con Arturo que venía con las bolsas. Se quedó muy sorprendido al verme, seguro que tenía los ojos a punto de desbordase por las lágrimas.
-Elisa… qué ha pasado-. Su preocupación sincera quedó relegada, aunque seguro que algo se estaba cociendo en el procesador de su cabeza.
-Eres un cabrón. No quiero volver a verte-. Mi corazón, o lo que quedaba de él, se desgarró con cada palabra. No vi la expresión de Arturo porque salí corriendo a por el taxi que acababa de parar en el semáforo, pero seguramente la consternación le invadiese.  
-A la estación de buses de Méndez Álvaro, rápido por favor-. La taxista me miró y asintió.
-De acuerdo, señorita-. Conectó el taxímetro y puso los indicadores de ocupado.
Tras iniciar la marcha, mi mente colapsada ante aquella situación se desconectó de forma casi automática. Me hundía. Caía lentamente a través de mis propios pensamientos. Divididos. Por un lado la pequeña parte que comandaba la celosa ira, que había picado en aquella trampa y contestado a Arturo. La otra parte de mí, se negaba rotundamente a creer aquellas palabras. Era imposible que aquel chico que había conocido aquella noche en aquella carrera me hubiese vendido por un ordenador, pero tres años… es mucho tiempo. Y el chico del circuito a principios del verano pasado… aquel cuerpo inocente que cayó desmayado sobre mi asiento, tampoco encajaba en aquel perfil. Aunque tanto tiempo bajo el influjo de aquella arpía… a saber cuántas trampas le habrá podido tender. Incluso el hierro de la más alta calidad sucumbe con el tiempo a la corrosión, solo se necesita tiempo… y las condiciones propicias. Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Ahora... quién estaba segura de si era o no cierto. Era incapaz de contenerlas.   
-Ten… no es bueno que una chica como tú se vea llorando-. Me tendió un kleenex. Su voz, pausada y suave me devolvió al habitáculo del coche. –Espero que no sea por un chico, porque si es así… entonces estoy convencida de que no te merece-. Mientras seguía conduciendo trataba de consolarme, aunque no iba por buen camino.
No podía contener el remordimiento de lo que acababa de hacer, Arturo no era así, solo estaba en casa para dormir, y muchas veces se había quejado mientras hablábamos de que Alicia se colaba en su cama y trataba de persuadirle sin éxito. Me sequé las lágrimas antes de coger el teléfono y escribirle un largo mensaje pidiéndole disculpas.
El taxi se detuvo en la puerta de la estación del Sur poco después de mandar el mensaje. Estaba más calmada, aunque seguía intranquila por la incertidumbre de si Arturo querría contestarme.
-Son diez con setenta y cinco-. Comunicó la taxista a través de la luna de metacrilato que nos separaba. Busqué en la cartera el dinero de la deuda y se lo entregue con algo de dificultad por el hueco que había en la plancha.
-Muchas gracias, María. Que tenga buen servicio-. Me despedí antes de bajar del coche y adentrarme en la estación dos horas antes de la partida del bus.
Nada más cruzar aquellas puertas sentí aquel escalofrío del aire acondicionado. Parecía mentira que tres días antes recorriese aquel lugar de la mano de Arturo. Miraba los alrededores, la gente con la que me cruzaba. Buscando nada concreto encontré a un chico muy bien vestido. Hablaba por teléfono y me resultaba lejanamente familiar. Entonces como si supiese que lo estaba mirando me devolvió la mirada con aquellos ojos fríos. Aquella mirada me trajo un recuerdo tan turbio y oscuro que me estremeció. Comenzó a caminar en mi dirección con aquella elegancia y parsimonia. Como recordaba de aquel pub Londinense. Dimitri, estallo su voz en mi cabeza.
Lucía una curvatura de satisfacción, parecía que le llegaban buenas noticias del otro lado de la línea. Estábamos a menos de un metro. Pero a pesar de su mirada no parecía tener el menor interés en mí. ¿Me habría reconocido?
-<do svidaniya…>- Dijo al teléfono. La última mirada que me dirigió antes de cruzarnos logró estremecerme. -<…Elisa>-. Susurró al pasar por mi lado y después dejó escapar una risa sincera de alegría y continuó su conversación. Aquello me congeló la sangre. Se acordaba de mí… y aquello solo me hacía preguntarme si aquello no sería más que una oscura casualidad…
Me acerque a la taquilla donde una chica miraba la pantalla de su teléfono. Parecía muy distraída, claro que yo también estaba abstraída por mis propias cavilaciones.

-Buenas tardes-. Dije con un hilo de voz a través de los agujeros de la mampara. La chica me miró y esbozó una mecánica sonrisa.

-En qué puedo ayudarla-. Su voz estaba agotada, tanto como su mirada.

-Verá tengo un billete para Valladolid, pero el bus sale a las seis, ¿sería posible coger otro autobús que saliese antes?-. Ella me miró. A saber cómo sería mi aspecto en aquel momento, pero comenzó a buscar en el ordenador.

-A ver si hay algún asiento libre para el autobús de las cinco-. Miré el móvil. Quedaban cuarenta minutos, cuarenta eternos minutos si tenía algo de suerte. Ella seguía mirando pero no parecía encontrar nada, pero de pronto un gesto delató que había podido encontrar algo, entonces se volvió de nuevo hacia mí.- ¿Te importa que no sea directo? Porque si es así hay ahora un autobús que sale en diez minutos hacia Galicia, y hace parada en Tordesillas-. Aquello no era lo que me esperaba, pero como quería huir de Madrid cualquier cosa me servía.

-De acuerdo. ¿Cuánto es?-. Busqué el monedero en el bolsillo del pantalón esperando a que me dijese cuánto costaría. Y rezaba para que no fuesen más de treinta euros, porque no tenía nada más.  

-Son veinticinco euros, pero si tienes el otro billete, son solo tres euros a pagar-. Comentó tras mirar por los alrededores, supongo que vigilando que no hubiese ningún superior mirando.

-Muchas gracias-. La entregué el billete de forma torpe y el dinero. –La estoy tremendamente agradecida-. Sentí como una lágrima resbalaba discretamente. Aquella conversación con Alicia me había destrozado.

-Date prisa, está en la dársena 26, va a salir en cosa de cinco minutos. Y espero que no sea nada-. Después de despacharme volvió de nuevo a su teléfono móvil.

Corrí hacia las escaleras, esperaba no estar muy lejos porque no quería perder aquel bote de huida. Una carrera fue suficiente para llegar al autobús. El conductor acababa de cerrar el portón pero después de enseñarle el billete y una mirada con algo de reproche metió mi pequeña bolsa en el maletero.

Me senté en el sitio que marcaba el billete, el autobús estaba casi completo. Al poco de abrocharme el cinturón el autobús comenzó a maniobrar para salir de su aparcamiento, pero antes de salir completamente se detuvo de forma brusca. Se escuchó como las puertas se abrían. Una figura jadeante caminaba tambaleante por el pasillo.

-Lo has cogido por los pelos, casi te quedas en tierra-. Comentó la señora que se sentaba delante de mí.

-Sí, cariño… lo sé, pero ha habido un accidente bastante feo en General Ricardos y el taxi ha estado allí detenido hasta que han despejado un poco aquello-. Respondió el chico todavía exhausto.

-¿Cómo ha sido?-. Preguntó ella con curiosidad. Aquello hizo saltar mis alarmas, Dimitri y un accidente… resultaba sospechoso, o estaba paranoica perdida. Presté más atención a la conversación.

-Al parecer un Land Rover se ha saltado un semáforo y ha alcanzado a un coche pequeño, creo que un Citroën. Ha sido espectacular porque ha dado varias vueltas de campana y ha terminado empotrado en una farola panza arriba pero el todoterreno ha logrado darse a la fuga. La verdad es que pintaba realmente feo… el coche era irreconocible, un amasijo retorcido de hierros-. Explicaba el chico mientras su acompañante afirmaba.

-No, no, no, no…-. Murmuraba para mí mientras cogía el móvil. Estaba al borde del ataque de nervios. Aquello eran demasiadas casualidades. Tras varios intentos logré dar con el número de Arturo.

{Puuuu; Puuuu; Puuuu; Puuuu;}
-Cógelo, cógelo, vamos cógelo. Idiota…-. Rogaba. Rezaba para que su voz o la de aquella lagarta sonasen al otro lado.
{Pu, pu, pu, pu, pu, pu}      
F.I.N

12/9/13

The girl [De paseo por el centro, part 18]

Llevábamos recorrido un trecho del camino turístico que había planeado como punto y final a mi visita a Madrid. Aquel fin de semana había sido sin dudar el mejor desde hacía mucho, mucho tiempo. Claro que todavía quedaba una larga subida antes de llegar a las vacaciones de verano pero en este momento prefería mantener la cabeza en el momento presente y disfrutarlo. Después de dejar atrás la puerta del Sol, con los testimonios fotográficos del Kilómetro cero, el símbolo de la ciudad, el oso y el madroño, y algunas estatuas conmemorativas, a parte del lugar en sí, nos encaminamos hacia otro de los monumentos. La fuente de la Cibeles, lugar en el que acaban todas las celebraciones futbolísticas posibles. No tardé en desenfundar su cámara y dejar la prueba de que yo también estuve allí pero él todavía guardaba una pequeña sorpresa en aquel lugar.
-En el ayuntamiento tienen un mirador a través del cual se puede apreciar la inmensidad de la ciudad-. Sugirió. –Seguro que puedes sacar buenas fotos-.
-Tengo curiosidad por ver esa imagen-. Mis ojos se centraron en el ayuntamiento que quedaba de frente a la fuente y nos encaminamos a buen paso hacia sus gigantescas puertas.
Cuando salimos al mirador una suave brisa nos azotó en el rostro. Había bastante gente, en su mayoría extranjeros, que también buscaban llevarse un buen recuerdo de la capital.
-Vaya… es impresionante-. Exclamé aproximándome a la baranda, mientras le arrastraba a mi lado.
-Sí, la verdad es que sí. Es uno de los lugares más bonitos para contemplar la ciudad. Pero a mi hay otro que me gusta un poco más que este-. Entonces señaló un edificio que asomaba por encima del resto. Dos torres estrechas unidas en el techo creando la ilusión de ser el rostro de una persona. –O también debe haber una vista bastante curiosa desde allí-. Guio mi cuerpo hasta situarlo en línea con la vista parcial de una de las torres inclinadas que se asomaba con timidez.
Ambos nos quedamos en silencio contemplando la vida de la ciudad. Los coches, los taxis, los autobuses, las personas convertidas en hormigas pequeñas. Una última vista antes de regresar a la calle de nuevo. Y una foto de ambos con la ciudad de fondo.
Después del ayuntamiento, la siguiente parada estaba prevista en el parque del retiro, pasando frente a la puerta de Alcalá. A medida que avanzábamos calle arriba empezamos a sentir los ojos vigilantes de aquella inmensa construcción. Era imponente pasar a su lado. Tras una breve parada para una pequeña historia y unas fotos reanudábamos el camino para adentrarnos en los parajes del Retiro.
-Bienvenida al pulmón de Madrid-. Comentó mientras me tomaba de la mano. Miraba a los alrededores hasta que finalmente nuestras miradas se cruzaron.
-Me recuerda un poco al campo grande de Valladolid. Aunque no sé si allí los árboles son tan grandes-. ME arrimé un poco más a él.
-Bueno… tenemos un estanque con barcas… ¿quieres subir a una?-. Señaló el estanque que comenzaba a vislumbrarse en la distancia. Allí podían verse numerosas barcas de remos navegando erráticamente, cruzando aquellas aguas verdosas. –Pero eso si… no te caigas al agua-. Reí al ver su expresión.
-Lo siento mucho Arturo, pero yo y los transportes acuáticos no nos llevamos, otra cosa podría aceptarla sin problemas. Barcas… no, gracias-. Después de sacar algunas fotos de las barcas y de las estatuas que había al otro lado del estanque tiré de él con suavidad para alejarnos del estanque.
-Bueno… podemos adentrarnos un poco en los caminos que cruzan el parque, y experimentar un poco de naturaleza-. Dijo con cierta sugerencia. Miré hacia uno de los senderos laterales. Los centenarios árboles se retorcían por encima de nosotros tras sus cercas de arbustos. El manto de césped verde que los rodeaba resultaba increíblemente tentador. Parecía invitarte a descansar junto a los troncos. Volvimos a cruzar miradas cómplices y nos adentramos lentamente en una de aquellas sendas que iban adentrándonos en una privacidad extraña. Caminamos alejándonos de las vías más transitadas. Nos retiramos a una pequeña parcela de césped verde y fresco. Nos tumbamos a recuperar el aliento y recobrarnos un poco del calor que empezaba a apretar desde el cielo azul celeste.   
Aguardamos en mutua compañía, escuchando los sonidos que nos rodeaban de forma esporádica, aunque yo estaba más concentrada en sentir cómo su mano paseaba lentamente por mi rostro. Apartando lentamente algunos mechones que la cubrían y proseguía con el paseo.
-Asique esto era la otra opción diferente al paseo… ¿eh?-. Susurré de pronto.
-Si… mucho me temo que sí. ¿Esperabas otra cosa?-. Preguntó con un fuerte atisbo de duda.
-Bueno… contigo es difícil esperarse algo concreto…-. Reí entre dientes. Me fui acurrucando sobre su pecho. –Siempre consigues venir por el ángulo muerto, y eso es una cosa que en un chico es poco corriente. Y me gusta eso… y por ese motivo no te voy a contestar-. Asomé la lengua en un gesto infantil.
Su expresión me resultó irresistible. Mis reflejos hicieron acto de presencia logrando sellar nuestros labios antes de que volviese a subir la guardia. Mientras ejercía una ligera presión sobre sus labios su mano se enredó sobre mi pelo y tiró de mi cuerpo hasta dejarlo sobre el suyo. Sus caricias me deshacían en un placentero mar de sensaciones, pero aquello Arturo ya parecía saberlo. Su sonrisa lo confirmaba. Aguardamos unos minutos más así.
-Sabes, Arturo que cuando te levantes estarás verde, ¿verdad?-. Comenté mientras me incorporaba y le tendía el brazo para ayudarle a incorporarse.
-Por desgracia… pero ya sabes… todo tiene un precio-. Respondió mientras comprobaba, con alegría, que aquellas manchas de las que hablábamos no habían impregnado sus pantalones vaqueros. –Pero… no siempre es un alto precio-. Le palmeé en el culo.
-¿Cuál es nuestra siguiente parada, Virgilio?-. Sonreí con inocencia.
-Pues vamos a pasar por la única representación del diablo de Madrid-. Dijo con una voz fúnebre y grave. –Asique seguidme de cerca y no os perderéis en estos caminos malditos-. Antes de que diese un paso crucé mis brazos por su abdomen y lo apresé con el resto de mi cuerpo.
-De acuerdo-. Le besé la nuca y deshice la presión para continuar por las sendas hacia la estatua del ángel caído, situado en una de las avenidas del parque y muy próximos a la famosa cuesta Moyano.
Caminamos un poco desorientados pero finalmente dimos con aquella fuente. En un cruce de dos avenidas principales del parque, tal y como había predicho. Brillando bajo el sol estaba la piedra negra tallada con la figura retorcida de Lucifer. Resultaba demasiado siniestro y atractivo al mismo tiempo, además el resto de la fuente estaba custodiada por horribles rostros que trataban de ahuyentar a las almas errantes de los viandantes. Nos detuvimos un poco contemplándola y proseguimos hacia el fin de aquel tour por el centro de Madrid.
-Bueno, ya solo nos queda ver “la cuesta de los libros”. Aquí siempre puedes encontrar alguna pequeña joya y no suelen ser libros demasiado caros-. Caminábamos con paso muy lento mientras nos fijábamos en cada uno de los puestos a la caza de algo que llamara nuestra atención pero a esa hora ya casi no quedaba nada curioso.
-En ese caso… miremos, todavía es algo pronto para volver-. Sonrió. Mientras se acercaba a uno de los puestos donde había varios comics y comenzaba a mirar algunos de ellos. Yo mientras me perdí varios puestos más abajo en busca de un detallito.
Después de un largo rato perdida entre los libros de aquellos puestecitos sus brazos me sorprendieron en un delicado abrazo.

-¿Que tal van las compras?-. susurro en mi oído. -¿Alguna cosilla interesante?-
-Si-. Y le mostré un par de libros que había adquirido tras un rápido paseo por todo los puestos. -Muchas gracias por este paseo. Me lo he pasado muy bien-. Sus ojos marrones me contemplaron sonrientes.
-Bueno, qué te apetece comer… como los presos… eliges la última comida-. Me quedé un poco pensativa, la verdad no había pensado en nada.
-Me dejare sorprender, eres un buen cocinero asique prepares lo que prepares seguro que me gustará-. Le devolví la sonrisa.
-Entones… partamos hacia casa. No me gustaría que perdieses el bus y te quedases aquí… ¿o tal vez si?-. Dijo en con un aire juguetón en su voz mientras nos encaminábamos hacia la estación de metro de Atocha.

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