poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/11/10

8/11/10

La llamada (parte 2)

Después de aquella escapada la rutina del verano continuaba, es decir, todos los días iba con mi padre al taller a trabajar como un mecánico más. Una mañana mientras estaba en el foso, trabajándome un Mercedes 220C  AMG, el móvil comenzó a vibrar en el bolsillo del mono. Cuando conteste a la llamada y escuche aquella voz, sentí un vuelco en el pecho, las manos me empezaron a sudar y mi voz se hizo más insegura. Sentado en el foso escuche lo que me quería decir desde el día que la deje en casa después de esa escapada. Mi mirada estaba perdida en algún componente del chasis del AMG que me cubría mientras mi mente trataba de asimilar lo que ella me decía. Cuando terminó de hablar mi corazón palpitaba a una velocidad hasta entonces jamás vista y no pude articular palabra. Un silencio se hizo en la línea y un poco después colgué por miedo a contestar. Cuando regresé a casa subí a mi habitación enfadado conmigo mismo. El cabreo era tal que a punto estuve de darme contra las paredes por no haber conseguido reunir el valor suficiente para contestarla. Ella y yo nos conocemos desde pequeños y tenemos un gran historial como amigos, pero siempre sentí algo más por ella que ignoraba que pudiera ser reciproco a un nivel tan superior, pero siempre estaba el riesgo de perder lo que ya teníamos, es decir, si apuestas de forma arriesgada debes estar seguro de ganar y, en caso contrario, a perder una gran cantidad. Aunque me corroía una duda desde el momento en que acordamos aquella escapada. Ambos sabíamos que Dani y Andrea desaparecerían dejándonos solos, sin embargo aceptamos. Y después… en el coche con aquel beso se confirmo lo que intuía en lo más profundo de mi corazón. Pero lo de esta mañana me pilló completamente por sorpresa. Y ahora estaba confuso, por un lado si quería pero por otro era una apuesta que no estaba preparado para asumir. La duda seguía ahí y lo malo es que al no contestarla pensaría que se había lanzado demasiado. Pero ahora necesitaba tiempo para pensar, por mucho que me gustara decir sí, había demasiado en juego como para equivocarse.
En cuanto entré en la habitación apague el teléfono y lo deje en la estantería. Me pasé el resto de la tarde en el ordenador escribiendo que hubiera pasado de haber contestado a esa llamada. Tan solo baje para cenar y después subí de nuevo y seguí escribiendo. Esa noche no pude pegar el ojo pensando en ella, que pensaría de mí. Los días se fueron sucediendo y mi rutina cambio radicalmente, ahora solo salía para trabajar, de forma mecánica y automática mientras mi cabeza le seguía dando vueltas a la cuestión, y para comer. Pasados cuatro atardeceres de aquella llamada que me trastocó entero, mi padre me preguntó el motivo de aquel extraño comportamiento aunque era obvio que sabía el motivo e incluso más.
Sin duda aquel asunto estaba volviéndome completamente loco y las dudas seguían torturándome sin piedad, por la noche y por el día. Pero seguía sin poder reunir el valor para encender el teléfono y marcar su teléfono. Pero esa noche, que como era habitual no podía dormir, me arme de valor y me levanté de la cama. Me puse lo primero que encontré en el armario y cogí las llaves del coche. La casa estaba en tranquila, los rugidos de mi padre denotaban su profundidad de sueño, y por lo que parecía estaba bastante cansado. Mis pasos eran sigilosos. Llevaba los playeros en la mano para no hacer ruido al bajar por las escaleras. Caminaba escondido por la oscuridad de la casa evitando todos los obstáculos con una agilidad que incluso a mi me sorprendió. Cuando estuve en el asiento del conductor comenzó a menguar todo aquel valor que había reunido y el corazón comenzaba a latir más rápido, con el comienzo de los sudores congelados en las manos y la espalda. Sin duda era una señal, pero por primera vez obedecí los impulsos del señor Hyde. El motor arranco en segunda y muy suavemente fui posando el pie en el acelerador. El golf respondió como cabía esperar, su habitual sonido atronador se había quedado en un murmullo sordo. La noche era clara y tranquila. Apenas había trafico por las calles de la ciudad. Mientras conducía escuchaba la conversación que seguía sonando en mi cabeza. Las palabras de aquella conversación con ella estaban grabadas a fuego en el interior de mi cabeza y se repetían una y otra vez. Pero entre estas cavilaciones pude distinguir un rumor en la lejanía que me animaba a seguir. Sin darme cuenta llegue a la calle donde ella vivía. Era increíble, no había sido capaz de responderla por teléfono pero sin embargo estaba parado en su calle. Sin duda hubiera sido el mejor sujeto para Sigmund Freud. Aparque el coche en un lugar cercano a la casa pero lejos de la pobre luz de las farolas. Allí me quede sentado contemplando su casa camuflado en el interior de mi coche, pensando en lo que estaría pensando ella. Los segmentos del reloj señalaban las cuatro menos cuarto. En el coche reinaba un silencio sepulcral, aunque en mi cabeza las hipotéticas conversaciones me seguían atormentando. En la lejanía de la calle, en la casa que miraba, me pareció distinguir una pequeña sombra que se asomaba a la ventana del primer piso. No era difícil imaginar que estaría mirando la calle, escudriñando cada sombra, cada objeto, pensando en si habría hecho bien o había obrado como un piloto Kamikaze de finales de la segunda guerra mundial. En ese momento una extraña sensación me comenzó a invadir, me sentía observado y tenía la certeza que sus ojos marrones miraban en mi dirección. Después de unos eternos minutos esa figura regresó al interior. Mi corazón, acelerado por el subidon de adrenalina que acababa de recorrerme el cuerpo, tardó un rato en regresar a su ritmo normal. Poco a poco Jekyll fue retomando su control poco a poco y con él la razón y la cordura, implicando también una retirada del poco valor que me había arrastrado hasta allí.
Continuaba debatiendo la idea de regresar a casa o continuar allí torturándome sin finalidad. Finalmente la razón se impuso y decidí levantar el sitio. Lo más prudente, dado que según la ley lo que estaba haciendo superaba la línea de lo legal, era salir de allí con los faros apagados y con el mayor sigilo posible. A punto de poner el motor en marcha, dirigí una última mirada a la casa. Alguien estaba saliendo por la puerta principal y caminaba lentamente por la calle del jardín. Al parecer no era el único que padecía trastorno del sueño. No sabía con seguridad quien era, pero mi corazón lo intuía y comenzó a subir las revoluciones de trabajo, con palpitaciones cada vez más fuertes, me quede mirando a la errante figura que se acercaba lentamente en mi dirección. Ahora era una certeza. Sabía que yo estaba ahí. Una idea se dibujo en mi mente con grandes luces, quería la respuesta a su petición, respuesta que no tenia del todo clara y no conteste en su momento. El pánico se empezó a adueñar de mí con una pasmosa rapidez. Mi cabeza invadida por esa sensación aterradora mando un impulso al pie derecho que se tradujo en un pisotón sobre el pedal. El V6 rugió en las sombras y catapultó el coche contra la carretera. El motor pasó silbando al lado de la sombra, convertida en un borrón y posteriormente en un punto en el oscuro horizonte. Ahora, después de haber abandonado la calle de la casa, fui consciente de que había obrado mal por segunda vez aquella noche. Cuando salí de la urbanización  accioné los faros de xenón que de inmediato arrojaron una brillante luz sobre la calle que ante mí se extendía. Una nueva discusión se elevó sobre el ruido del motor. Una discusión entre las dos partes de mi cabeza, la racional y la instintiva.
Cuando llegué a casa, completamente desorientado, me cercioré de que todo estaba como lo había dejado al salir. La casa estaba sumida en su habitual oscuridad, pero todo estaba demasiado tranquilo. Me faltaba algo. Después de estar en completo silencio descubrí que faltaba un sonido que debería salir de la habitación de mi padre, lo que me indicaba que se había levantado. Rápido me descalcé y subí por las escaleras, sigiloso como un jaguar. Cuando entré en la habitación escuche la puerta del baño abrirse y los pesados pasos de mi padre dirigiéndose la habitación. Cuando volví a escuchar aquel sonido que me faltaba al entrar por la puerta, me deje caer en la cama. Maldiciéndome una y otra vez por esa odiosa cobardía que aparecía cuando ella se encontraba cerca de mí, eclipsándome todos los posibles pensamientos. Cuando levanté la cabeza de la almohada, vi los números verdosos que destacaban en la solida negrura de la habitación. Sus segmentos luminosos marcaban las cinco y media de la mañana y no faltaba demasiado para el nuevo amanecer. Abatido, por un coctel de sensaciones que se habría en un amplio abanico, terminé por sumirme en un profundo sueño. Soñando lo que hubiera sucedido si no hubiese salido huyendo como un conejo asustado.