poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/10/13

4/10/13

Sueños lucidos.

El mundo onírico. La estancia de los sueños. Cuan curiosa alegoría, símil perpetuo, terreno del subconsciente durmiente. Terreno del eterno. Misteriosa realidad subyacente…
Caminaba. Vagaba sin rumbo recorriendo la Tenebrosa. No sabía cómo viajé hasta aquella solida negrura, rota sólo por algún tenue y fugaz destello. La temperatura bajaba a medida que permanecía en aquel lugar. Mis respiraciones… aceleradas por el miedo que me invadía, se convertían lentamente en densas nubes que ascendían por la oscuridad. Un pasillo fue cobrando forma. Cuestionaba, preguntaba el cómo y el por qué sin percatarme de que en aquel entorno no existían sus respuestas. Palpaba las paredes rugosas, y tan frías como el suelo que descalzo pisaba. Escuchaba. Percibía susurros afilados que me agredían desde la nada. Voces extrañas y deformes que hablaban en idiomas desconocidos. Las paredes se estrechaban. Más y más. El agobio no se apiadaba y me poseía con violencia. La respiración se entrecortaba, como si el oxígeno me faltase. Una rendija de luz brillante a ras de suelo me cegó, tan solo iluminó mis pálidos pies descalzos. Una puerta se intuía, tanteaba con el dorso de la mano en busca del pomo pero en vez de aquel elemento topé con un dolor agudo y fugaz. Una astilla. Inspiré, estaba en un callejón sin salida, las paredes continuaban aproximándose, lentamente pero sin cesar. Presión, podía sentir la presión sobre mi cuerpo. Inspire profunde de nuevo, tenía miedo. Pánico. Terror. Y poco tiempo. Con la astilla aun hundida en ¿¡Pata!? ¡Era una pata, peluda como la de un animal! Pero ya pensaría en eso después, ahora sólo quería cruzar la puerta que se agrandaba por segundos, ¿o era yo quién menguaba? Empujé contra aquella superficie que entre mí se interpondría, la luz parecía más cómoda que aquella oscuridad que me envolvía. Una manta. ¿Pelo?
Una luz brillante me acogió dejando mi visión anulada. Jadeaba sin saber por qué, no recordaba de dónde venía o por qué había cruzado aquel umbral. Caminaba sobre cuatro patas. La vista se recuperaba poco a poco y comenzaba a distinguir algunas sombras procedentes del entorno, pero no colores. Habían desaparecido, tornándose en una escala de gris. Un fresco olor penetró por mi nariz, no lo identificaba pero era muy agradable. El tacto blando del suelo ligeramente humedecido, y poco después una voz. Era femenina, dulce, y me llamaba… una y otra vez. Empecé a caminar atraído por la delicadeza con la que me incitaba estar a su lado. Su pelo corto y de un aparente color gris asomaba por encima de una pequeña colina. ¡Hierba, es hierba cortada! Pero quién era ella. No la recordaba pero si la conocía, estaba sentada con las piernas cruzadas en la ladera de la colina. Me miraba con aquellos ojos grises brillante. Seguía llamándome, insistiendo que fuese a su lado. El sol ya caía en el horizonte, ella me mantenía acurrucado en su regazo y pasaba sus manos por mi pelaje, justo detrás de las orejas. Me gustaba. Y se lo hacía entender de la mejor forma posible acariciando sus piernas con la almohadilla de mis patas y la sentía estremecer. Me hablaba y aunque a duras penas la entendía yo era incapaz de articular palabras, solo algunos suaves gruñidos. Sus labios se posaron sobre mi cabeza. Me cogió entre sus manos y nos miramos a los ojos. Ya había anochecido, el atardecer fue de lo más bonito y extraño había visto hasta entonces. Pero de la misma forma que vino…se fue.
Cuando abrí los ojos estaba mal tirado, maltrecho sintiendo como me vaciaba lentamente. Un líquido viscoso manaba a raudales de mí. No tenía sentido preguntarse el qué era o cómo, sabía que no había respuesta. Todo a mí alrededor se ralentizaba, cobraba lentitud, mientras menguaban poco a poco. Entonces una aguja se abrió paso a través de mi frágil cuerpo. El dolor insufrible hizo que mis ojos se abriesen una vez más. ¿Estaba dormido o despierto? Pero tampoco tenía sentido.
Desperté entre fríos sudores enterrado por las mantas, y entonces supe que todas aquellas vivencias tan reales no habían sido más que un producto del onírico mundo de los sueños inconscientes. Aunque no recordase ninguno.