El mundo onírico. La estancia de los sueños. Cuan curiosa alegoría,
símil perpetuo, terreno del subconsciente durmiente. Terreno del eterno. Misteriosa
realidad subyacente…
Caminaba. Vagaba sin rumbo recorriendo la Tenebrosa. No
sabía cómo viajé hasta aquella solida negrura, rota sólo por algún tenue y
fugaz destello. La temperatura bajaba a medida que permanecía en aquel lugar.
Mis respiraciones… aceleradas por el miedo que me invadía, se convertían
lentamente en densas nubes que ascendían por la oscuridad. Un pasillo fue
cobrando forma. Cuestionaba, preguntaba el cómo y el por qué sin percatarme de
que en aquel entorno no existían sus respuestas. Palpaba las paredes rugosas, y
tan frías como el suelo que descalzo pisaba. Escuchaba. Percibía susurros afilados
que me agredían desde la nada. Voces extrañas y deformes que hablaban en
idiomas desconocidos. Las paredes se estrechaban. Más y más. El agobio no se
apiadaba y me poseía con violencia. La respiración se entrecortaba, como si el
oxígeno me faltase. Una rendija de luz brillante a ras de suelo me cegó, tan
solo iluminó mis pálidos pies descalzos. Una puerta se intuía, tanteaba con el
dorso de la mano en busca del pomo pero en vez de aquel elemento topé con un
dolor agudo y fugaz. Una astilla. Inspiré, estaba en un callejón sin salida,
las paredes continuaban aproximándose, lentamente pero sin cesar. Presión,
podía sentir la presión sobre mi cuerpo. Inspire profunde de nuevo, tenía miedo.
Pánico. Terror. Y poco tiempo. Con la astilla aun hundida en ¿¡Pata!? ¡Era una
pata, peluda como la de un animal! Pero ya pensaría en eso después, ahora sólo
quería cruzar la puerta que se agrandaba por segundos, ¿o era yo quién
menguaba? Empujé contra aquella superficie que entre mí se interpondría, la luz
parecía más cómoda que aquella oscuridad que me envolvía. Una manta. ¿Pelo?
Una luz brillante me acogió dejando mi visión anulada.
Jadeaba sin saber por qué, no recordaba de dónde venía o por qué había cruzado
aquel umbral. Caminaba sobre cuatro patas. La vista se recuperaba poco a poco y
comenzaba a distinguir algunas sombras procedentes del entorno, pero no
colores. Habían desaparecido, tornándose en una escala de gris. Un fresco olor
penetró por mi nariz, no lo identificaba pero era muy agradable. El tacto
blando del suelo ligeramente humedecido, y poco después una voz. Era femenina,
dulce, y me llamaba… una y otra vez. Empecé a caminar atraído por la delicadeza
con la que me incitaba estar a su lado. Su pelo corto y de un aparente color
gris asomaba por encima de una pequeña colina. ¡Hierba, es hierba cortada! Pero
quién era ella. No la recordaba pero si la conocía, estaba sentada con las
piernas cruzadas en la ladera de la colina. Me miraba con aquellos ojos grises
brillante. Seguía llamándome, insistiendo que fuese a su lado. El sol ya caía
en el horizonte, ella me mantenía acurrucado en su regazo y pasaba sus manos
por mi pelaje, justo detrás de las orejas. Me gustaba. Y se lo hacía entender
de la mejor forma posible acariciando sus piernas con la almohadilla de mis
patas y la sentía estremecer. Me hablaba y aunque a duras penas la entendía yo
era incapaz de articular palabras, solo algunos suaves gruñidos. Sus labios se
posaron sobre mi cabeza. Me cogió entre sus manos y nos miramos a los ojos. Ya
había anochecido, el atardecer fue de lo más bonito y extraño había visto hasta
entonces. Pero de la misma forma que vino…se fue.
Cuando abrí los ojos estaba mal tirado, maltrecho sintiendo
como me vaciaba lentamente. Un líquido viscoso manaba a raudales de mí. No tenía
sentido preguntarse el qué era o cómo, sabía que no había respuesta. Todo a mí
alrededor se ralentizaba, cobraba lentitud, mientras menguaban poco a poco. Entonces
una aguja se abrió paso a través de mi frágil cuerpo. El dolor insufrible hizo
que mis ojos se abriesen una vez más. ¿Estaba dormido o despierto? Pero tampoco
tenía sentido.
Desperté entre fríos sudores enterrado por las mantas, y
entonces supe que todas aquellas vivencias tan reales no habían sido más que un
producto del onírico mundo de los sueños inconscientes. Aunque no recordase
ninguno.