poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/8/11

16/8/11

Sueño

 Una densa oscuridad me rodeaba por completo. Incapaz de distinguir nada, me quede inmóvil, escuchando con atención. Al fondo de aquel lugar húmedo y frio se escuchaba el ruido de gotas cayendo desde una gran altura. Estaba aterrado. ¿Dónde estaba?, ¿Cómo había llegado allí? Las preguntas se sucedían una tras otra colapsándome. Sentía como los nervios empezaban a aflorar desde mi interior. Pero como de la nada surgió un olor que no concordaba bien con aquel misterioso lugar. Rosas negra. Una mano se entrelazo a la mía y después el tacto de un cuerpo cálido se aferró al mío. El corazón se desbocó en mi pecho. Una larga manta de pelo me acariciaba el rostro llenándome de ese perfume tan arrebatador. Y aunque no podía ver nada sabía que ella estaba a mi lado. La podría reconocer en cualquier parte del universo. Sus brazos rodearon mi espalda descubierta. La calidez de su piel contrastaba con la frialdad de la mía. Como un acto reflejo mis manos pasearon por su cintura y la acercaron más a mí. Incluso en aquella solida oscuridad nuestros labios consiguieron encontrarse fundiéndose en un beso. El tacto de nuestros labios me erizo los pelos, y después poco a poco una hilera de besos descendió hasta mi cuello. La adrenalina explotaba a lo largo de mi cuerpo del mismo modo que lo haría el óxido nitroso en un pistón. El tiempo se detuvo por completo. Mis sentidos estaban demasiado ocupados explorándola. Pronto deje de escuchar los ecos, para escuchar su agitada respiración en mi oído. Mis ojos estaban perdidos en los suyos, y mis manos seguían recorriendo su cuerpo. Sin duda, cegados por las nuevas sensaciones, ambos nos olvidamos que tras aquella oscuridad existía un hábitat hostil. Y craso error. De la nada una luz brillante y cegadora nos iluminó desde una lejanía incalculable. Nuestros cuerpos desnudos y entrelazados quedaron bañados por aquella misteriosa luz amarillenta. Un atronador eco se hizo más nítido a medida que la luz se hacía más intensa y se dividía en dos potentes focos. Mi cabeza invadía por el miedo y la adrenalina busco aquel sonido de forma torpe, pero nada. Aquella cosa se detuvo ante nosotros con un chirrido que atravesó nuestros oídos. Ante nosotros completamente inmóvil una enorme bestia se dibujaba en la penumbra. El vibrante y ronco sonido que emanaba del recién llegado se paró de repente, pero nos seguía contemplando. Asustados nos juntamos más y retrocedimos lentamente. Pero antes de haber apoyado el pie aquella cosa emito un pitido fuerte y grave que retumbo a través de la oscuridad en un eco que se hizo eterno. Tenía la boca seca y el corazón continuaba desbocado, aunque ahora se debía al terror que sentía. Me adelanté un par de metros interponiéndome entre la bestia y ella. La bestia rugió y salió catapultado contra mí. Sentí un fuerte golpe y después caí al suelo rugoso y húmedo. Pero aquella cosa detuvo su movimiento antes de pasarme por encima, me rodeo y después se dirigió a ella. Se detuvo a escasos centímetros de ella, escuche como algo se abría y entonces la vi desaparecer dentro de aquella cosa. Retrocedió con furia y se volteó con un fuerte chirrido. Se detuvo un momento, pero podía contemplar como un denso humo tañido de rojo se generaba detrás de él. El rugido era atronador. Contemple con terror como aquella cosa se volvía a lanzar contra mí sin intenciones de sortearme como antes. Sentí el impacto de su piel fría y suave. Escuche como mis huesos se partían como ramitas mientras me pasaba por encima con sus enormes pies de goma, pero mis gritos quedaban completamente aogados por su infernal rugido. Consegí dirigir la mirada de nuevo a esa cosa, intentando ver a traves pero fue en vano, y sentí como volvia a perdereme en la oscuridad de nuevo.

Desperté sobresaltado en el asiento del copiloto, miré en todas direcciones y fui reconociendo pequeños detalles como el cuero blanco con el que estaba tapizado todo el interior, el  patito azul que se balanceaba alegre en el asiento trasero central, el ordenador táctil que ocupaba la parte central de la consola del salpicadero, entre las salidas de aire y la radio. Mire el reloj con cierta preocupación pero cuando reparé en aquellos segmentos me llevé una sorpresa, tan solo habían pasado veinte minutos, por lo que volví a echarme, no sin antes volver a mirar a mi alrededor para asegurarme. Hasta que la alarma del teléfono decidió despertarme, estuve navegando en la negrura del vacío.
El pueblo no quedaba lejos de donde estaba, pero la carretera ahora tenía bastante circulación. A los quince minutos apareció el letrero que indicaba la salida que andaba buscando desde hacía tres kilómetros. Por varios instantes creí habérmela pasado, y eso no sería nada bueno.
Al dejar atrás el letrero que daba el nombre al pueblo note como una sensación dulce comenzaba a surgir en mi interior. Pensé en el sabor de una victoria. El pueblo era pequeño, con algún que otro bloque de pisos de tres alturas que sobresalía, pero el resto eran chalets y casas molineras. Y… por lo que Ángela contaba, desde la casa de su padre se veía el mar perfectamente, y algunas noches, cuando no podía dormir, se levantaba y esperaba a la salida del sol. De todo esto se podía deducir que vivía en una casa cerca de la playa orientada al Este, o bien en un lugar no muy lejos de la playa, también apuntado al Este. Empecé por los edificios más altos. Uno quedó fuera por el hecho de ser casa rural, otro por no estar orientado al Este y el ultimo por estar demasiado lejos de la playa. La cosa se había complicado un poco, y eran las diez de la mañana. Aparqué en un bar cerca de la playa para desayunar. Desde la terraza se podía ver parte de la playa y el mar. La brisa era agradable y quitaba un poco esa sensación de calor aplastante. Al otro lado de la calle los coches aparcados tapaban parte del paseo que daba el acceso a la playa a través del cual no dejaba de pasar gente. Sin duda, un bonito lugar para pasar unos días en verano. Mientras esperaba a que llegara el desayuno, estaba debatiéndome entre arruinar la sorpresa y llamarla o seguir la búsqueda. No quedaban muchas opciones, tan solo una fila de chalets cumplían los requisitos, lo que dejaba la búsqueda en poco más de doce casas, pero el error y la duda estaban al acecho esperando a que me confiara. Mis pensamientos quedaron interrumpidos de repente por una voz que me sobresaltó. Un chico joven estaba en frente de mi mesa con un boli y una libreta para tomarme nota de lo que desayunaría. Pedí un té con dos azucarillos, zumo de naranja y unas tostadas. Después de tomar nota desapareció por la puerta. Volví a mirar al otro lado de la calle donde mi Volkswagen plateado reposaba, después de un largo viaje, muy cerca del acceso a la playa. A los pocos minutos el camarero traía en una bandeja todo el pedido. Repartido todo por la mesa empecé a desayunar apartando cualquier preocupación de mi cabeza.
Durante el desayuno mis ojos se quedaron mirando de forma inconsciente al paso de la playa sin saber el motivo exacto. Aunque quisiera quitar la vista, siempre regresaba a ese punto. Antes de dar el último sorbo del té, sentí como todo el cuerpo se quedaba paralizado y como el corazón se detenía al instante. Igual que en mi sueño. Negro, enorme y con los remates en un cromado plateado luciendo bajo sol.  Parado a escasos cinco coches del golf. Antes no estaba, por lo que le tendría que haber escuchado al llegar, más que nada porque el V8 que monta hace mucho ruido, y si ya estaba allí le hubiera visto antes, por eso de ser un coche muy raro de ver aquí. Quitando esas ideas estúpidas que no venían al caso, estaba muy asustado porque jamás había visto ese coche, claro que… por otro lado podría ser una señal para decirme que Ángela no estaba muy lejos de allí, como en el sueño. Sin duda era todo irreal y posiblemente estuviera volviéndome loco de atar. Tras pagar la cuenta, decidí acercarme a esos chalets que me quedaban por visitar. Pero me sorprendí andando dirección a los chalets en vez de hacia el coche, sin duda algo muy extraño en mi pero dado la proximidad de los edificios no rectifique el camino, además así tendría tiempo para pensar en que decirla.
El nombre que andaba buscando por los buzones tendría que llevar el mismo apellido que ella, García, y había dos en el vecindario. Aquí entraba en juego otra vez mi memoria, el nombre del padre creo que era Enrique, y había uno, pero también me cuadraba Ernesto, y también coincidía uno. Sin duda era un “cara o cruz”. Y tampoco me ayudaba la situación de la casa porque las dos daban a la playa. Habiendo situado la casa y habiendo descartado diez de todas las posibles era hora de regresar al coche para poner rumbo a esa concentración a la que íbamos a asistir. Cuando entré en la calle del paseo marítimo, vi a lo lejos que un grupo de cuatro chicas. Miraban mi coche desde una distancia prudencial. Una de ellas miraba por los alrededores, supongo que en busca del dueño, pero desde tan lejos no llegaba a distinguir demasiado. Según me iba acercando empecé a sacar rasgos, dos de las chicas eran rubias, una castaña y otra de pelo negro como el tizón. Una de ellas llamaba por teléfono. Para entonces estaba lo suficientemente cerca para ver las caras y lo que vi me dejó peor que lo del GTO negro, que parecía haber desaparecido. La chica que estaba con el teléfono dejo caer el brazo y ahora miraba el coche con la cara de haber visto un fantasma, supongo que mi cara tampoco distaba mucho del de ella. (Seguro que sabréis de quien se trataba.) Entonces me percate. Metí la mano en el bolso izquierdo y palpé. Llaves del coche, correcto, pero… el teléfono no se encontraba con ellas. Entonces en mi cabeza vi la escena completa. Las cuatro chicas saliendo de la playa hablando de sus cosas y de pronto una de ellas se para en seco, seguramente con el corazón desbocado, con la cara de haber visto un fantasma, completamente paralizada. Las demás se acercan a ella. Explica ligeramente la situación. Todas miran el coche y por último una de sus amigas le dice que me llame al teléfono, aunque no hace falta porque la matrícula es muy peculiar, pero coge el teléfono y espera. Un toque, segundo toque… Dentro del coche una luz se enciende y empieza a sonar. Apoyado en el hueco detrás del volante, mi teléfono móvil. Ahora miraban las cuatro en todas las direcciones en busca del conductor. Dos opciones se abrieron en mi mente. Primera, seguir andando en dirección al coche. Segunda, esperar dentro del bar a que se marcharan. Cuando volví a mirar las cuatro estaban hablando, una señalo el coche y volvió al grupo. Ahora había que decidir. A ó B. Claramente dos voces al unísono gritaron una opción, la primera vez que Hyde y Jekyll coincidían. Primera opción. Dispuesto pues a lanzarme contra el coche como si nada hubiera ocurrido, me aproxime al borde de la carretera a la espera de que el semáforo me otorgara el paso, pero entonces vi surgir por el acceso de la playa a tres chicos. Todos con el torso, bronceado por el sol valenciano y trabajado durante horas en un gimnasio, al descubierto. Uno de ellos se acercó a ella, le pasó sus enormes brazos por la cintura y colocó su cabeza sobre el hombro de ella. Al otro lado de la calle, yo empezaba a no encontrarme demasiado bien, sentía como la sangre me hervía dentro de las venas, y como una sensación abrumadora empezaba a nublarme el poco juicio que conservaba. Los puños se me agarrotaron, presa de una fuerte corriente eléctrica, deseosos de ser descargados contra algo o alguien. Y contemple, horrorizado, como el sueño que me invadió esa mañana se hacía realidad poco a poco. Desolado aguarde a que se marcharan para regresar a mi fortaleza. Conecte la llave, y al instante las notas distorsionadas y confusas de la música máquina llenaron el habitáculo. Entonces como si alguien hubiera accionado una válvula de escape sentí como aquel cúmulo de sensaciones me abandonaban de la misma forma de la que llegaron. Extendí la mano y cogí el teléfono. Una llamada perdida. Con el corazón brutalmente acelerado, empecé a pulsar botones para comprobar quien había llamado al teléfono, pero sentí como algo quebraba en mis adentros cuando vi que el teléfono no coincidía, con el móvil de nuevo en su sitio desocupé el sitio y me dirigí de nuevo hacia la calle como una exhalación. Al entrar, me cruce con dos de los chicos descamisados de la playa, y a pesar de las lunas oscurecidas sentí el cruce de nuestras miradas, ambos se quedaron mirando el coche que aminoro la velocidad ante la única casa que todavía tenía la puerta de la verja abierta, Enrique García y Paula Mieres según el buzón. Desaparecí por la primera calle posible. Detuve el coche en la esquina y volví a coger el móvil. Ahora, después de aquel viaje y de casi no haber dormido, la huida no era opción y eso estaba claro como el día, tenía que contestarla porque no se volvería a repetir una situación así. Escribí en la pantalla lo más rápido que mis dedos conseguían teclear y mandé el mensaje. No pensar, era la única meta a la vista a parte de esperar tras las lunas ahumadas.
Los segmentos morados del reloj, comunicaban que habían pasado más de diez eternos minutos, cinco más y daría la misión por fracasada. Se estaba acabando el tiempo y tenía que marchar al evento si quería reunirme con el resto a tiempo. Estaba muy nervioso, las piernas tenían vida propia y pisaban los pedales del freno y del embrague con fuerza, y la música tampoco acompañaba. Sentía como la barrera que había construido para no pensar comenzaba a flaquear, y preguntas como, ¿habría recibido el mensaje?, ¿bajaría o pasaría de mí?, empezaron a trazarse en la oscuridad de mi cabeza. Los cinco minutos pasaron lentos pero nadie apareció por los retrovisores. Decidí esperar un poco más, tentar un poco a la suerte. Ya con el motor, susurrante, en marcha y desesperado por completo comencé a retroceder para volver a pasar por delante de su casa y dejar otro nuevo mensaje. Con el coche a ralentí comencé a avanzar despacio y paré ante la verja que seguía abierta. Baje del coche y colé por el buzón el papel con los datos de la concentración y un mensaje escrito a mano con una caligrafía diferente. Estaba de regreso, sentado en el coche cuando sentí que la puerta se abría. Me asome por la ventanilla del copiloto. Vi a una chica de pelo oscuro, recogido en una coleta que caía por el hombro izquierdo, y aunque tenía mucho parecido, claro estaba que no era ella. Maldije una y otra vez, pero estaba decidido a hablar con ella al precio que fuera. Baje la ventanilla. La chica que bajaba con los cascos no pareció reparar en mí pero tras un pequeño toque de atención se acercó a la ventanilla. La pregunté si su hermana estaba en casa. Ella no articuló palabra, simplemente se limitó a negar con la cabeza y seguir su camino hacia donde fuese. Salí de allí acelerando el coche a más de cinco mil revoluciones, lo que se traducía en un sonido ensordecedor y un fuerte chirrido del patinazo de las gomas con el asfalto.

El viaje (parte 5)


El reloj marcaba las doce de la noche, hora de los monstruos y bestias, y una ahora circulaba discreta por las abarrotadas calles de la ciudad. El tráfico era un poco denso a pesar de la hora, pero según nos encaminábamos hacia la autovía parecía irse diluyendo poco a poco. Un poco antes de entrar en la autovía, una lucecita amarilla se encendió en el salpicadero, lo que indicaba que habría que hacer una parada antes de lanzarnos por la oscuridad de la noche. Paré en la primera gasolinera y tras enchufar la manguera al depósito y dejar correr el preciado combustible, paso un trecho antes de que se cortara el suministro, miré en el surtidor y me prepare para el sablazo que me darían en caja. Dentro, esperando en una larga cola, navegaba por los recuerdos en busca del detonante que me había conducido a aquella aventura. Un beso. Una celebración de cumpleaños. Un sentimiento reprimido desde tiempo atrás. Una oportunidad frustrada, quien sabe si de forma premeditada, por un sonido melódico rítmico que surgió de la nada. Una vibración nacida en mi pierna me sacó de aquella cadena de… imágenes, al ver que la música sonaba desde mi teléfono móvil. Torpe y con el pulso acelerado del susto contemple la pantalla. El corazón me dio un vuelco que podría haberlo cambiado de ubicación si no llega a ser por los pulmones. La respuesta de mi pregunta ahora estaba iluminada en la pantalla y esperaba a escuchar mi voz. Con un hilo por voz respondí intentando aparentar indiferencia.

-¿Si?- las manos me empezaron a temblar cuando al otro lado de la línea ella respondió, -Hola, ¿te he despertado?, lo siento- Estaba en una gasolinera, dispuesto a atravesar media España para verla, por lo que no tenía intenciones de dormir. – No, estaba… leyendo, ¿qué querías? -.Un silencio. No había que ser un genio para notar que estaba nerviosa y buscaba palabras apropiadas. –Bueno… yo… ¿Qué tal?, que como no te has dejado ver…- sin duda eso era improvisado y no tendría mucho que ver con el punto principal, pero intente por todos los medios seguir la conversación pero…, sorpresa, Mr. Hyde al ataque, - Bueno, la verdad es que he estado pensando en ti, pero…- Un sonido de sorpresa pareció sonar al otro lado y después un pitido anunció el final de la comunicación. Impresionante, es increíble la inoportunidad de las palabras, pero ahora otra voz me reclamaba. Un señor mayor reclamaba mi atención desde la caja. Dejé los reproches y pague la deuda que me ataba a ese lugar, setenta y seis euros de la gasolina. De nuevo en mi coche y la familiar música inspirándome partí de nuevo hacia la autovía. El motor rugía ante mis narices, las agujas corrían desbocadas por sus esferas, y una oscura carretera se extendía sobre los haces de luz del coche. Otra vez, como aquella vez. Un pitido surgió del ordenador de a bordo, indicando que el inhibidor estaba en funcionamiento haciéndome pasar por los radares como un fantasma. La autovía estaba despejada por lo que se podía correr sin perturbar a nadie. A ciento sesenta, la noche se veía muy hermosa y más oscura aunque esa sensación se iría incrementando con la velocidad. Mi intención era llegar allí sobre las seis de la mañana e ir ensayando mis palabras, pero ahora toda mi cabeza estaba pendiente en la carretera. Por los retrovisores solo se veía negro, y por delante, la señalización que brillaba a mi fugaz paso. Los grupos de rap sonaban en mis oídos con un eco extraño, mis ojos se iban adaptando cada vez más a la negrura. De una fugaz mirada por la ventanilla del conductor me percaté de un minúsculo detalle, pero que daba una atmosfera de lo más romántica. La luna había sido secuestrada del cielo, por lo que la oscuridad reinaba a sus anchas camuflando mi paso.

Un pequeño gusano de luces rojas apareció tras un cambio de rasante, lo que me obligo a reducir la velocidad de forma considerable. Al descender de marcha se agudizó el sonido del motor. Las agujas de luz cayeron al lado siniestro del tacómetro. En el carril de la derecha, una fila de tres camiones enormes. En el izquierdo varios coches haciendo intentos por adelantarlos, y no era difícil intuir que les llevaría unos kilómetros el conseguirlo. Aquí dos caminos emergieron en mi mente, el primero, ir empujando a los demás. Sugerido por las ganas de llegar allí; el segundo más coherente, dictado por el imperativo kantiano, guardar distancias y esperar el turno de volver a correr. Los cinco largos minutos circulando a velocidad humana se me hicieron eternos, pero por fin el BMW que me precedía empezó a sacarme distancia, en el otro carril otro coche, con un pequeño panel verde en la luneta, dejaba paso al otro que parecía tener muchas prisas y poco menos que se le iba comiendo. En ese momento un aire de Robin Hood empezó a invadir el habitáculo y el pie derecho empezó a hundirse de nuevo en el pedal, la distancia se iba acortando. La aguja marcaba ya los ciento cuarenta y tenía intenciones de seguir subiendo. El BMW no tardo en achantarse y retirarse al otro carril. Y aunque parezca mentira, no me sentí mejor. Pasado ya ese tramo, volví a volar por la autovía a velocidades increíbles, dejando atrás las luces de los otros coches.

Ahora yo era el amo y señor, nadie quedaba por encima de mí. Podía sentir los doscientos caballos del motor sin atadura ninguna. La adrenalina me inundaba, me sentía… perfecto. Mi mente vacía de todo pensamiento innecesario que no implicase la carretera, circunstancias, y posiciones. Todo se mostraba a cámara lenta, veía cosas que normalmente no se veían como diminutas señales en el horizonte, luces lejanas de coches que no tardarían en toparse con mi estela casi invisible. Parecía que el tiempo se había detenido. Todo el paisaje me parecía idéntico, absorbido por la inmensidad de la noche. Unos pequeños pinchazos empezaron a brotar desde las piernas, los brazos me pesaban más de lo normal y los sentía entumecidos, supongo que ante la monotonía del viaje. Desplacé la mirada fugazmente por el salpicadero en busca de aquellos segmentos resplandecientes. Las tres menos diez, sin duda el cansancio empezaba a hacer de las suyas por lo que lo mejor sería parar un rato y tomarse un café. Mientras yo pensaba para mí todo eso, mis ojos seguían mirando a través de la luneta, y no tardó en encontrar en la lejanía las luces rojas de una estación de servicio de Cepsa. A los pocos segundos estaba ya sobre el carril de deceleración reduciendo toda la energía del motor. Parado en la totalidad empecé a mirar a mí alrededor, las luces de la tienda estaban apagadas, y lo que por el día era un restaurante, ahora era una jaula. La reja estaba echada y en la puerta un cartel que recalcaba lo obvio, estaba cerrado. Con el alma en los pies y los parpados a medio cerrar una pequeña bolsa reclamo mi atención en el asiento trasero. Estaba cerrada con un nudo y podía deducirse lo que podía contener. Por el frágil plástico blanco se transparentaban tres pequeños botes azules con grandes letras rojas que les cruzaban. Solo con pensarlo parecía que el sueño retrocedía cobarde. Alcance la bolsa con cierta dificultad y desate el nudo de lazo, típico de mi padre. Salí del coche con uno de los botes y lo abrí con suavidad. Y de paso me acerqué al depósito, tendí la manguera y marque el presupuesto, veinte euros que seguro que vendrían bien, aunque el tanque estaba a la mitad. Eché un vistazo al cielo y brinde por el resto de la aventura, según el plano de carreteras quedaban como que unos seiscientos kilómetros que no tardaría más de cuatro horas en recorrer. Cuando el presupuesto estuvo agotado el flujo de combustible cedió con un golpe seco. Regresé la manguera a su sitio y reanude el viaje de nuevo. El cielo seguía oscuro pero se podían intuir ligeros cúmulos de nubes en el cielo que amenazaban con empezar a descargar, pero por fortuna aun estaban lejos.

Los carteles informativos se iban sucediendo a buen ritmo, y los kilómetros se veían reducidos con cada uno de ellos. Mantenía la velocidad elevada aprovechando la ausencia de conductores. El coche se desplazaba entre los carriles de forma sutil, tal y como yo le pedía, circulaba siempre por el lado rápido de acuerdo con los peraltes y la dirección de la curva. Las canciones seguían arrullando mis oídos e incluso me anime a tararear alguna. Podía sentir como el corazón aceleraba cada vez que rebasaba una marca de kilometro. Pero tras una curva cerrada, por el carril de incorporación apareció un nuevo haz de luz en el retrovisor. Aquel nuevo conductor comenzó a acelerar hasta ponerse a una distancia bastante pequeña de mi golf y comenzó a dar ráfagas de luz. En un principio estaba un poco confuso porque circulaba por el carril de la derecha y a una velocidad muy superior a la legal, por lo que no estaba pidiendo paso, de pronto recordé una conversación que escuche a un amigo de mi primo. Si alguien quiere retarte a una carrera se le dan ráfagas y se espera a una respuesta, pero para mi desgracia no comentó como rechazar la afrenta. La única idea que se me ocurrió fue cambiar de carril y reducir la marcha. El otro coche paso por mi izquierda pero en vez de dejarme atrás volvió a insistir. Había reducido su velocidad de forma considerable y en consecuencia la mía también, por lo que volví a hundir el pie en el pedal, y el golf respondió rápido y eficaz dejando atrás al otro coche. Me quede pensando que sin querer había aceptado aquel reto por lo que no tardaría en darme caza y dejarme atrás. Seguía cogiendo las trazadas interiores, aceleraba y cambiaba de carril, pero el otro coche seguía pegado a mi sin intención de adelantarme, simplemente seguía mi trazada a una corta distancia. Volví a subir la velocidad que ya pasaba de ciento noventa y tenía intenciones de seguir subiéndola, y para mi sorpresa funciono. El otro coche se quedo atrás. Mantuve la velocidad durante cinco minutos y después la fui reduciendo poco a poco. Ahora empezaba un tramo un poco irregular y empezaba a sentir el asfalto en el tacto del volante, pero gracias al los neumáticos anchos y la suspensión hidráulica que instale el día antes ese tramo paso como otro cualquiera.

En el horizonte empezaba a clarear a eso de las cinco de la mañana. Había parado a las cuatro y media para volver a repostar y reposar un poco la vista, y según mis cálculos todavía me quedaban unos doscientos noventa y pico kilómetros para llegar, lo que se traducía en dos horas largas a la velocidad actual. El cumulo de nubes que se distinguía en la madrugada ahora era más denso y grande, por lo que ver el amanecer seria un poco difícil, además en la carretera empezaban las incorporaciones de algunos coches cargados hasta el tope, supongo que familias que buscaban la playa durante las escasas vacaciones de las que disponían, por lo que la velocidad tubo que disminuirse de nuevo dentro de los límites razonables, más o menos. La aguja rondaba entre los ciento veinte y los ciento cuarenta, dependiendo de la densidad de tráfico. El motor V6 se hacía notar ante la ausencia de la música, con su monótono rugir. Con el paso de los minutos el cielo empezó a clarearse. Las nubes, que formaban un denso escudo, empezaron a variar sus colores en una gama de colores algo difícil de explicar, sin duda toda una maravilla. Pensar en este amanecer me traslado inconscientemente a aquella madrugada mágica en un pueblo perdido en un lugar de la mancha, donde mi dulcinea y yo confirmamos lo que sentíamos el uno por el otro sin mediar palabra ninguna. Durante todo este pensamiento, yo de forma automática había seguido conduciendo, y ahora a los viajeros playeros se le habían sumado algunos camiones. A lo lejos, un cartel rezaba que se moderara la velocidad con lluvia, mi primera reacción fue mirar el cielo, oscuro y repleto de grises algodones amorfos. Las primeras gotas golpearon la luna y, antes darme cuenta, los limpiaparabrisas estaban funcionando quitando el agua que ahora ocupaba toda la extensión de la luna. Encendí las luces antiniebla y reduje la velocidad. Eran las seis y media de la mañana, pero parecía haber caído la noche. El agua aporreaba con fuerza en la chapa y los limpias parecían no dar abasto. Las gomas producían un húmedo sonido con el asfalto que se unía a los ya existentes, sin duda era todo un contratiempo, de pronto dos rayos iluminaron el cielo ocupándolo con sus brazos caprichosos, y poco después un sonoro trueno se levanto por encima de todos. Sin duda era un día muy propicio para irse a la playa. Acababa de pasar por el cartel que anunciaba mi salida. Dejaba la radial como otro vehículo más, pero a pesar de la lluvia insistente en mi corazón todavía quedaba un pequeño resquicio para la esperanza de que solo fuera una tormenta pasajera. []

Indecisión (parte 4)

Sobresaltado me levanté de la cama. Un haz de luz me cegó al abrir los ojos, el amanecer que se colaba en mi habitación. Sentí, una extraña sensación. Un escalofrío recorrió mi espalda haciendo estremecer mi sudoroso cuerpo. Por un momento note una presencia más en aquella sala invadida por la penumbra. Intente recordar algo de la noche anterior, pero todo intento fue en vano. Todavía dormido, me levante de la cama y me dirigí al baño dando tumbos. Abrí el grifo y metí la cabeza bajo el chorro de agua fría. Mi cabeza se despejo al instante. Regresé al cuarto y cerré la puerta. Una vez dentro, miré con atención. El despertador marcaba las siete de la mañana, y reinaba el caos más absoluto, como era habitual. En la silla del escritorio reposaba el pantalón vaquero, y a sus pies los playeros. La cartera y el teléfono, amantes inseparables, no estaban juntos en la cómoda… y las llaves del coche tampoco. ¿Dónde estarían? Fue la pregunta que se me pasó por la cabeza, no sabía que había hecho con ellas y no parecían estar por sus lugares habituales en la habitación, ni en la mesilla de noche, ni en la estantería, ni… en ese momento me percate de que el portátil tenía la luz de encendido parpadeando. ¿Quién lo había encendido? La curiosidad pudo conmigo y abandoné por un momento la búsqueda de mis efectos personales, y me acerque al ordenador. Levante la pantalla y metí las contraseñas que te daban acceso a sus secretos. Un correo en la bandeja de entrada. Lo abrí y comencé a leer, cuando terminé volví al principio y releí otro par de veces. Miré quien mandaba aquel correo. En el remitente ponía N4PST3R, es decir, yo mismo. La cabeza se me inundó de dudas, y leí de nuevo. Ahora comprendí. El texto, al principio incongruente poco a poco fue tomando su correspondiente sentido. Las palabras, convertidas en anagramas, seguían un patrón que me mandaba ir a su casa y decirle, contra cualquier pensamiento, lo que sentía por ella. Lo peor no era que aquel extraño auto mensaje me había convencido, sino que cuando me di cuenta estaba abajo, completamente vestido y con las llaves del coche de la mano. Pero algo dentro de mí me retuvo. ¿Otra señal de advertencia enviada por el Dr. Jekyll?, para mi sorpresa no, simplemente mi estomago pensaba que era una buena hora para desayunar. Abrí la nevera y saque mi botella de leche con cola cao ya listo para tomar. Lo vertí en un vaso y cogí unas galletas. Sin ni siquiera sentarme desayune apoyado en la encimera y cuando termine, subí arriba y me lave los dientes y los restos del desayuno.

De nuevo, otra vez haciendo la misma ruta por la que escasas horas antes regresaba a casa. Dispuesto a cumplir con la sugerencia de aquel email tan extraño. Ahora las dudas se habían disuelto por completo, y aunque de seguro me quedaría en blanco al verla, como de costumbre, que no quedara por darle la contestación. Aunque mientras conducía me surgió la duda del, “y si me hubiera lanzado yo”. Esta espera seria toda una matanza y además con saña. Por lo que estaba preparado para cualquier reacción. No tarde mucho en detener el estruendoso motor delante de su puerta, en el mismo sitio donde lo hice la primera vez. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar el tacto de sus labios sobre los míos. Quité el contacto y cerré la puerta tras de mí. Cada paso hacia que mi corazón se acelerase. Me planté frente a la puerta y aguarde en silencio. En la casa reinaba el silencio más absoluto lo que podía significar dos cosas, todos estaban dormidos, o no había nadie en ella. Contuve la respiración y volví a escuchar. Obteniendo el mismo resultado. A punto de irme estaba cuando escuche tras la puerta los pasos de alguien. Extendí la mano y pulse el timbre que retumbo en toda la casa. Hasta que se abrió la puerta pasaron unos minutos que se hicieron eternos, y de ella salió una mujer de pelo oscuro y corto, y con una voz seca me preguntó quién era y qué quería a esas horas. Contesté a sus preguntas pero para entonces ya recordaba quien era. La pregunté que si estaba su hija, y tras un silencio un tanto incomodo, me dijo que se habían ido con su padre a Valencia.

Después de aquella conversación de la que salí muy iluminado, regrese a casa pensando cómo podría irme hasta allí sin preocupar a mi padre, porque la verdad seguro que querría esa respuesta. De regreso el móvil comenzó a vibrar en el bolsillo. Detuve el coche y conteste al teléfono. Después de varios minutos de llamada, se me encendió una bombilla en mi interior. Ya tenía el motivo, solo faltaba rematar el coche y estaríamos listos para marchar el viernes. Dos días para revivir el espíritu del Golf, hasta entonces en letargo. Al llegar a casa, mi padre estaba ya desayunando y le dije lo de presentarme junto Eva, un amiga de la carrera, a una concentración tuning benéfica. En un principio rehusó el dejarme ir pero después de unos cuantos argumentos y pruebas de mi buen sentido me dio su aprobación. Después de desayunar nos fuimos al taller como cada día. El taller estaba situado en un polígono industrial, y la verdad es que era bastante grande, y el equipamiento era de lo mejorcito, elevadores, herramientas, cabina de pintura… Esta vez el Golf pasó a las instalaciones como uno más. Lo coloque en uno de los elevadores para empezar a trabajar. No tarde en salir con el mono dirección al almacén, Cogí la carretilla y comencé a buscar mis cajas, con las piezas para instalar. Al cavo de diez minutos salía de aquella enorme sala para empezar con la magia.

Las cajas estaban apiladas alrededor del golf que estaba esperando a que empezara con esa puesta a punto, que según calcule me llevaría un par de días. Comencé a desmontar las ruedas y a apilarlas, dejando ver las suspensiones de serie del golf. En una de las cajas encontré las suspensiones Nibbeltec flotando entre los granos de corcho, preparadas para ser instaladas, junto a la centralita. No había comenzado con el segundo amortiguador, cuando escuche que me reclamaban. Deje mis que aceres y acudí a la llamada. Otro mecánico tenía problemas para arrancar el coche y necesitaba ayuda para empujarlo hasta su sitio. Después regrese con mi pequeño. Cuando termine con las suspensiones, había perdido la noción del tiempo. No sabía qué hora era pero por lo menos lo primero estaba ya montado. Cuando miré la hora, el plazo estaba más o menos cumplido. Eran las doce de la mañana, tres horas en colocar las suspensiones hidráulicas. Lo siguiente en la lista era colocar los nuevos neones en el maletero, motor y en el habitáculo. Nuevos colores y matices que desencadenases nuevas experiencias. Sin duda debería colocar nuevas baterías para los neones y preparar el circuito de electricidad, lo que me llevaría hasta acabar la jornada y parte de mañana. Pase el resto de la tarde entre cables y conexiones que poco a poco iban dando sus resultados. Estaba tan metido en mis pensamientos que olvide por completo lo que me circundaba. Parte de mis pensamientos viajaban hasta Valencia pensando en que estaría haciendo, y cada minuto que pasaba deseaba irme hasta allí aunque fuera solo para verla y que mi corazón volviera a impulsar aquella sustancia que ya no corría cuando conducía a toda velocidad por las carreteras. Una llamada de teléfono me destruyó la nube en la que me hallaba suspendido, y con cierta torpeza contesté a la llamada. La voz al otro lado preguntaba que donde estaba y cuando regresaría a casa. Tenía un tinte de enfado. Mi mente aletargada comenzó a buscar en la pared el reloj que me dejó completamente anonadado. No podía ser esa hora. Al parecer me había enredado demasiado con la puesta a punto. Después de colgar el teléfono, inspeccioné el coche y probé con entusiasmo renovado todas las nuevas mejoras.

En el taller, iluminado por los luminiscentes tambaleantes del techo, una nueva luz emergió. Destellante. El golf estaba impresionante. Los neones interiores formaban columnas de naranjas y azules, haciendo brillar la tapicería en nuevos matices. La luz azul que emanaba de debajo chocaba en los ojos con la que salía del motor, un color naranja dorado, se reflejaba en los ornamentos cromados de su interior, llenándolo de destellos. Y en el maletero, las nuevas luces que te recibían tras la apertura automática del portón, proporcionaban una luz que llenaba todos los recodos de aquella estancia. Sin duda, ahora que lo veía al completo, vi la esencia del golf de mi juventud. El coche de mi vida, casi al término. También probé las suspensiones. Monté en el trono del control, y comencé a manipular los dos controles de las suspensiones. Primero desplacé el control del eje delantero, que con un suave siseo de fondo comenzó a elevar el morro del coche. Mi corazón retumbaba de emoción. El día de trabajo había dado sus frutos. Después, hice lo mismo con el eje trasero que con otro siseo igualo la altura del morro. Ahora venia el momento decisivo. Metí la llave en el contacto y lo giré poco a poco. El primer clic desbloqueó la dirección. El segundo, iluminó el cuadro de mandos y las agujas. El corazón latía a cien por hora y subiendo, las manos me sudaban y poco a poco en mi cabeza se abalanzaba una felicidad parecida a la que tuvo sentir el profesor Frankenstein al ver que su creación cobraba vida. El ultimo clic. El encargado de suministrar la chispa de la vida al motor V6 de mi pequeño. Clic. Todas las luces del coche parpadearon un momento y finalmente, el bramido de la bestia. “¡Está vivo!”, me escuche gritar por encima del zumbido del motor. Ahora mi pie derecho se deslizó suavemente y mi Frankenstein comenzó su marcha hacia la salida. En el camino apague todas las luces prescindibles y cuando salí, apague las luces del taller, conecté la alarma y lo cerré. Ahora con el coche de vuelta al hogar y mientras regresamos probare la suspensión, pensaba para mis adentros. El reloj marcaba las once menos cuarto, el taller de forma oficial quedaba cerrado a las nueve pero hoy cumplía una excepción. En la calle las terrazas de los bares estaban copadas de gente que salía, disfrutando de aquella temperatura veraniega. Y muchos al escuchar el motor de mi golf se quedaban boquiabiertos al verlo pasar con sus quince centímetros extra. Las suspensiones quedaron programadas para que al superar los cincuenta se desconectases automáticamente con el fin de no comprometer la estabilidad. Mañana terminaría con los últimos preparativos y saldríamos el viernes para Valencia, aunque yo me desviaría un poco para cumplir mi otro deseo: estar con la chica de mis sueños, aquella chica que conocí años atrás cuando estaba en el colegio y que desde entonces, amaba en silencio.

Cuando aparque el coche su lugar habitual, subí a casa donde mi padre me esperaba para preguntarme por la abstracción que padecí aquel día, porque él casi no me vio por el taller. Después de contarle lo que había estado haciéndole al coche subí al ordenador y comprobé el correo. Un nuevo correo acababa de llegar. Lo leí y mi corazón se acelero. De cero a cien en milésimas de segundo. Notaba los latidos de mi corazón por todo mi cuerpo, cada vez tenia mas ilusiones por ir. Al parecer saldrían el viernes antes de comer para llegar allí a primera hora de la tarde, desde la gasolinera que estaba en la salida de la autovía de la A.43. Además Eva llevaría a su hermano a la concentración. Cuando me enteré de que el viaje se había adelantado, a poco estuve de dar un grito de alegría. El coche quedaría listo el jueves antes de la hora de comer. Solo tenía que instalarle los subwoofer portátiles en el maletero y un par de detalles estéticos más, sin mucha relevancia. Después de comprobar por segunda vez el correo que me mando Eva, escribí rápidamente que yo me adelantaría pero que por la tarde estaría allí esperándoles. Saque el móvil y busqué en la agenda el número de Angélica. No tarde mucho en localizarle pero antes de poder apretar el botón de llamada una voz de alarma se levantó en el interior de mi cabeza. El buen doctor, encargado de mi raciocinio, con una argumentación increíble me convenció para no llamarla. Lo cierto es que era verdad, era tarde para llamarla pero se me ocurrió mandarla un mensaje para decirla que estaría el fin de semana por la zona, pero Jekyll se volvió a pronunciar pero en su tono ahora se distinguía un ligero atisbo de enfado ante mis intenciones. En cierto modo, mi lado racional se impuso sobre mi sentimiento de alegría y euforia, evitando hacer cualquier tontería. Terminada la cena volví a la soledad de mi cuarto y me despanzurré en la cama pensando en ella. Sus ojos, marrones y mirada profunda. Su pelo largo y suave, a juego con el color de los ojos, oliendo siempre a lavanda. La sonrisa, blanca y capaz de desbocar cualquier corazón. Dedicando mi último pensamiento consciente para ella._________________________________________________________________________

Cuando abrí los ojos de nuevo la oscuridad reinaba a mis alrededores. Mire en rededor pero todo estaba oscuro, adelanté uno de los pies, temeroso de encontrar algún obstáculo en la trayectoria pero por suerte no encontré ninguno. Avance entre aquella espesa oscuridad sin ningún rumbo. La oscuridad era mucho mayor a cada paso que daba. Una sensación de terror comenzó a apoderarse de mí, el corazón latía a toda velocidad y notaba sus movimientos por todo mi cuerpo. En un lugar desconocido, en el que no estaba seguro de lo que podría encontrarme al siguiente paso. Comencé a escuchar un eco en la lejanía procedente de algún punto perdido de aquel misterioso paraje. En un principio no conseguía entender lo que en el eco se ocultaba pero cuando conseguí enmudecer el latido de mi propio corazón y dirigir toda mi concentración hacia aquel sonido distorsionado en la distancia, mi cabeza de forma automática fue comparando tonos de voces que conocía y al cabo de unos minutos encontró la voz a la que podía pertenecer. El corazón volvió a su frenética marcha y de forma inconsciente comencé a buscar la fuente de aquella voz. Caminaba, poseído por aquella voz de misteriosa procedencia, mientras la oscuridad seguía haciéndose más solida. No sabía el tiempo que había pasado desde que empecé a caminar, pero tenía la sensación de llevar caminando años.

El susurro pasó a convertirse en una tenue voz que reclamaba mi atención. Yo por mi parte seguía caminando fuera de mi control, pero ahora a la voz se le sumó en la lejanía dos diminutos puntos de luz que parecían acercarse a toda velocidad. Entonces recordé el paseo que dimos en el golf hasta aquel pueblo. Recordé las caras de los pasajeros, todos aterrados agarrados a los cinturones. Pero una cara destacaba entre las demás. Ella miraba, me miraba, con aquella mirada capaz de iluminar la más espesa de las tinieblas. Pero aquella imagen se empezó a desvanecer al poco de formarse, quedando tan solo su rostro iluminado por las luces azuladas de los neones. Ahora su oz era completamente comprensible. Me llamaba incesante con aquella voz dulce. La oscuridad comenzó a retroceder a una velocidad pasmosa, como si de una onda expansiva se tratase, siendo ella el foco de la explosión. Y en el infinito horizonte, al principio oscuro, fue apareciendo una combinación de colores en formas abstractas. Ella me cogió las manos y se fue aproximando lentamente hacia mí. Sus manos gélidas pasaron de mis manos al cuello, provocándome un violento espasmo que me recorrió de arriba abajo, después nuestros labios se fundieron en un beso. El tacto de sus labios me produjo una sensación de parálisis. Notaba como perdía el control de mis actuaciones, incluidas las mecánicas y subconscientes. Sentí como el flujo regular de aire se iba cortando lentamente. Cada vez me resultaba más complicado respirar. El fluir de sangre cada vez era más débil y lento. Los brazos, cada vez más pesados, se me durmieron y la sensación de mareo iba en aumento terminando por desvanecerme en la oscuridad de la cual surgí. Otro ruido lejano empezó a sonar desde algún punto perdido de aquel extraño paraje. Un sonido estridente y agudo que sonaba a intervalos cada vez más cortos. ________________________________________________________________________

Abrí los ojos, la oscuridad los inundó al instante. En un principio me asuste de verdad, no sabía si seguía en aquel extraño mundo o  estaba entre las paredes de mi pequeña habitación. Giré la cabeza lentamente y contemple aliviado los segmentos del despertador que sonaba con su habitual estruendo. Me levante de un salto recordándome lo que sucedería durante el momento en el que las brujas y monstruos toman las habitaciones de los infantes para asustarlos con sus gritos y figuras deformes. Me vestí como el rayo y baje las escaleras. Preparé el desayuno con una inusual sonrisa en mi rostro. Al poco escuche los pesados pasos de mi padre bajando la escalera, preparado para otro duro día en el taller. El olor del café llenaba la pequeña cocina y le tendí una buena taza con el fin de que la cafeína despertara su ánimo, del mismo modo que aquella milagrosa sustancia activo todo mi chasis, hasta entonces incapaz de absorber toda la vitalidad que emanaba de mi cabeza.

Antes de salir de casa comprobé que todo estaba cerrado y en su sitio, mientras mi padre se acomodaba en el asiento del copiloto del Golf. Corrí hasta e coche y lo arranque mientras me ponía el cinto de seguridad. Parecía no dar abasto, lo quería todo a la vez. Volé por las calles sin tráfico de la ciudad y antes de darnos cuenta la enorme estructura industrial del taller se apareció ante nosotros. La pesada puerta metálica rechino mientras se abría lentamente y cuando el espacio fue el suficiente mande avanzar a mi pequeño que entro a toda velocidad por el estrecho vano recién abierto. Los dos bajamos del vehículo. Todo estaba oscuro pero las luces no tardaron mucho en ser conectadas, invadiendo todos los recodos con su mortecina luz blancuzca. A las nueve, hora oficial de apertura, los primeros mecánicos aparecieron dispuestos a ganarse su jornal. Pero yo seguía en el foso mirando y retocando los últimos detalles del coche, con mis manos enfundadas en los guantes y la careta cubriendo mi rostro comencé a abrir una pequeña apertura en el escape, coloque el último detalle de aquella zona y lo conecté a la centralita, y de allí saque un pequeño interruptor que quedó acoplado junto al resto de botones y mandos del panel de mandos, acompañando a la palanca de cambios y el freno de mano. Esta operación pareciendo tan simplona me llevó más de media jornada para que quedase bonito y seguro, y por ultimo regresé al almacén, un lugar poco acogedor, lleno de estantes con cajas llenas de repuestos y piezas. En aquel laberinto estrecho y penumbroso, se encontraba la última pieza que daría el toque maestro al Golf, Cogí dos cajas de una envergadura bastante elevada y con extremo cuidado desande el camino andado. Posé las cajas junto al paciente y comencé una nueva operación. Los dos bajos portátiles de doscientos cincuenta vatios cada uno aportaban un pequeño impulso hasta situar la potencia de sonido en los mil setecientos vatios de sonido, potencia suficiente como para arrasar en las pruebas de sonido. La hora de comer se interpuso entre la sutil operación y yo, y dado que me quedaba la parte más sensible decidí posponerla para después de comer. En casa, mientras yo preparaba las cuatro cosas que me llevaría a la concentración, mi padre preparaba la comida que podía averiguarse desde el otro extremo de la casa. Arroz con curri, un plato que te dejaba un gusto picante en el cuerpo que muy pocos eran capaces de aguantar pero mi preferido al fin de cuentas. Después de comer regresamos al taller y la operación siguió su curso aunque con alguna que otra interrupción, pues había otras cosas que no podían esperar. Terminé con la última conexión a la batería auxiliar alrededor de las siete de la tarde. Ahora venían los momentos mágicos en los que el corazón se encoge, cruzas los dedos para no salir por los aires. Accioné la llave y puse la primera pista. El volumen estaba casi al mínimo, pero se escuchaba alto y claro, fui subiendo el volumen poco a poco, como reacción a la potencia liberada por los altavoces, las partes suspendidas del coche comenzaron a vibrar al ritmo de los golpes de bajo de la música máquina. Superando ya el valor intermedio de la radio el sonido era claro pero ensordecedor. Notabas las ondas de sonido atravesando tu cuerpo y como el corazón palpitaba al son de la melodía. Estás vivo pequeño. Ahora irradias todo tu esplendor y esta noche lucirás por las oscuras autovías españolas. Salí del taller a las nueve y media, tenía el tiempo suficiente para darme una ducha caliente, quitarme el olor a aceite y la grasa de las manos, y cenar. Después de otro plato de curri de dimensiones similares al de la comida, subí para cambiarme de ropa. En el caos que reinaba en mi habitación conseguí las prendas que buscaba. Unos pantalones anchos de color negro tizón, una camiseta blanca ancha y una sudaderas sin mangas de color blanco inmaculado con capucha. Bajé por las escaleras con la maletilla de la ropa y el neceser. A pesar de la potencia de los bajos, su tamaño era lo suficientemente reducido como para no perder demasiada capacidad en el maletero, por lo que no fue difícil meter la maleta. Después sin un ápice de vacile metí el contacto y lo giré, dando comienzo aquel viaje de dobles intenciones.