poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/8/12

31/8/12

Estelas...

El cielo estaba despejado. Lleno de cientos de miles de ínfimos puntos luminosos, algunos fijas y otros no. Era verano y la noche era ligeramente calurosa. El sonido de los grillos, el olor llegado de hierba recién cortada, ligeros soplos de aire que acarician tu cara.


Varias estelas ascendieron desde el bosque, cruzando el cielo dejando tras de sí una estela plateada que se desvanecía decenas de metros por detrás de su paso. Aquellas estelas se desvanecieron con el tiempo pero dejando grabado su paso por la Tierra.

Las líneas centrales de la carretera se cruzaban ante los halos azulados de los cuatro. El zumbar de sus motores reverberaba en la tranquilidad de aquella clara noche. Los límites de roca caliza y hormigón ululaban durante sus aproximaciones a lo largo de las curvas. La noche parecía ser de lo más apta para circular por aquella olvidada carretera a gran velocidad. Terminado aquel angosto tramo se abría una extensión de espeso bosque cruzado por aquella carretera. Las cuatro estelas peleaban por ser la que dominara. Pocos sabían lo que pasaba por la cabeza de sus pilotos. Los escasos conductores que por allí pasaban no osaban internarse en su traza, pues en segundos quedaban reducidos a la nada. Antes de salir a la autovía una nueva estela se había adjuntado, no había parangón con las otras cuatro pero allí en la cola aguantaba lanzando luces rojas y azuladas. Entrados todos en la autovía, con la nueva dificultad que implicaba, los fugados zigzagueaban entre el tráfico, ajenos a lo que allí acontecía. Algunos pitaban o daban flases, otros se mantenian neutrales. Dos vehículos nuevos de policía se unieron a la persecución saliendo por delante pero su velocidad no llegaba para superar a estas fugaces estrellas. Con los neones encendidos para identificarse desde el aire. Un helicóptero los seguía de cerca. El esfuerzo del zoom para coger a sus conductores, frustrado por la opacidad de los cristales. Aquella velocidad inhumana, aquellos planos en los que solo se veían rastros de colores procedentes de las luces, y cada vez más alejados los parpadeos intermitentes de los coches patrulla, incapaces de seguir a sus perseguidos, cesaron en su empeño por querer detenerlos. De nuevo, perdidas en una carretera olvidada aquellas estelas luminosas, ahora blancas, parecieron despegar del suelo por el que circulaban y elevarse hasta fundirse con el mar de estrellas fugaces que asolaba el cielo en aquellos momentos, sin sospechar sus ocupantes que una sombra los contemplaba atónito desde un roble, en una ladera no muy lejana.