poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 2015

1/4/15

Annie [Cabos sueltos, Part 4]

Lo rodeé con mis brazos atrayéndole hacia mí, quería transmitirle ese calor tan pegajoso que de alguna forma extraña había empezado a generar. Sus músculos se destensaron y relajaron a medida que lo besaba por la nuca y avanzaba hacia la oreja. Sentí como un escalofrío le revolvía delicadamente todo el cuerpo al ser barrido por aquel suspiro que le regalé.

-Annie, realmente eres tú-. Susurró mientras buscaba mi mano para besarla. –Aquellos detectives me dijeron que estabas desaparecida, y que no me hiciese muchas ilusiones de volverte a verte-. Sus lágrimas comenzaron a regar sus mejillas sonrosadas.

-Thssssss-. Volví a sellar sus labios con la punta de mis dedos. –Mírame. Tócame. Y veras que soy tan real como tú, que no es ninguna fantasía-. Con cuidado, deshice el lazo con el que lo mantenía abrazado.

Cuando se volvió y nuestras miradas conectaron percibí como su corazón empezaba a acelerarse. Aquel deseo que había instaurado en él crecía a pasos agigantados, al igual que mis ganas de echarme sobre él. Lo veía con otros ojos, y ahora reprimía aquella sensación imperiosa de lanzarme sobre su cuerpo. La bondad que antes solo veía en sus ojos ahora la percibía en la blancura de su alma, y cuanto más la contemplaba más necesidad tenía de corromperla y hacerla mía.  

-L-olo s-si-ien-t-to, pero si-sigo en shock, n-no me me cr-creo que seaas t-tú-. Su ritmo cardiaco seguía incrementando, y más después de aquella sonrisa que le había regalado.

-¿Quieres una prueba?-. Le susurré con una inesperada travesura, una travesura no fingida pero sí sobredimensionada. –De acuerdo-. Volví a sonreír mientras buscaba sus labios y me fundía con ellos.
El tacto cálido de sus labios carnosos pronto se me quedó demasiado escaso, necesitaba ir más allá. Introduje mi lengua en busca de la suya. Sus manos se aferraron sobre mi espalda tanteando espasmódicamente. Su respiración entrecortada por jadeos llenos de intenso placer parecían cada vez ser más desesperados. Quería detenerme pero una fuerza que manaba con violencia desde dentro de mí me impulsaba a seguir disfrutando de aquella alma tan pura. Restregaba suavemente mi cadera contra la suya. Sus jadeos se intensificaron al igual que sus espasmos hasta que de pronto cesaron sin más. El silencio se hizo de pronto en aquella pequeña estancia sumida en la oscuridad, tan solo mi respiración rasgaba aquella horrorosa calma.

-Todavía no es demasiado tarde-. Aquella voz de nuevo. Sentí estremecerme al recordar su estampa. Lo busqué por la habitación pero no lograba dar con él. Sin querer di con una sombra al pie de la puerta. En ese momento sacaba algo de un maletín que tenía a su lado y se aproximó colocándolo junto a la boca de Davey de donde surgió una pequeña bocanada azulada que chocó contra el fondo de aquel tarro. –Si llego a tardar un poco más…-. Comprobó el contenido antes de meterlo de nuevo al maletín. Aquello me dejó perpleja. –Es muy pasional señorita García, si llego a tardar un poco más no tengo nada que recoger-. Su voz revelaba un matiz de enfado. –Pero para llevar solo diez minutos en las viñas del señor como súcubo, y sin apenas una formación…-. Continuó mientras contemplaba aquella habitación, se detuvo brevemente sobre Davey y después posó aquellos ojos dorados sobre los míos. Sentí un escalofrío que me recorrió entera.

-Oh, dios mío-. Me llevé las manos a la boca. Contemplé su cara que exhibía una grotesca mueca que se debatía entre el placer y el sufrimiento. –Pero qué… cómo…-. Aquel rostro se clavó en mi subconsciente más profundo. Sentía como las lágrimas empezaron a inundar mis ojos, y no tardaron en desbordarse por mis mejillas. Me quedé apoyada en la pared sin poder dejar de mirar su cara, el resto parecía haber desaparecido.
Entonces sus manos me tomaron por los hombros, y me levantaron con suavidad. Su pecho se interponía entre aquella pesadilla y mis ojos.
-Tranquilícese. La primera vez es siempre la peor-. Dijo con una voz arrulladora, casi paternal. –Él estará bien, todavía no ha terminado-. Me levantó la cabeza con suavidad y me secó las lágrimas con un pañuelo de seda. –Esto era lo mejor, créame-. Sonrió. –Pero ahora deberíamos marcharnos, esto no deja de ser la escena de un suicido-. Ensanchó la sonrisa sin apartar sus ojos de los míos. –Y nuestros invitados estarán al caer-. Consultó de nuevo su reloj.
-¿¡Suicidio!?-. Pregunté en un susurro. Estaba muy confusa y cada vez que hablaba, aquel sentimiento se extendía más y más. –No entiendo nada, solo le he besado y está muerto-. Volví a derrumbarme entre llantos. –En qué me he convertido-. Sollocé. Me condujo lentamente por toda la habitación hasta llegar al vano de la puerta. –Por qué dices que es un suicidio, y de qué invitados hablas-. Mi voz pastosa por las lágrimas me resultaba casi incomprensible. Volvió a secarme las lágrimas, aunque esta vez solo atajó aquellos regueros salados con los dedos.

-Su transición, Annie, debía llevarse a cabo sin testigos ajenos a esa prueba inicial…-. Su voz parecía envolverme. Sonaba grave y tranquilizadora. –… Por desgracia-. Hizo una pequeña mueca con el labio. –Su amigo alertado por los ruidos trató de ayudaros convirtiéndose en testigo, y la policía lo considera EL asesino-. Hizo énfasis en el pronombre y suspiró dramáticamente. –Esto era lo mejor que podía pasarle, ¿no te parece?-. Dejó ver una tierna sonrisa. –Ahora deberíamos marcharnos antes de que lleguen “los invitados”-. Señaló la ventana a través de la cual empezaban a escucharse varias sirenas. -No creo que se hayan tomado muy a bien que tu amigo asesinase a los dos detectives que llevaban su caso-. Dejó caer en un susurro apenas audible.
Yo guardaba silencio mientras trataba de ordenar todo aquello. Aquella explicación, por llamarla de algún modo parecía casi lógica. Era raro, si lo pensabas… Davey trató de ayudarnos y por culpa de eso, ahora estaba muerto. Le había matado sin apenas darme cuenta de que lo estaba haciendo. Es más, sentí como aquel frenesí me tomaba cuanto más se aceleraba su pulso…
-Pero antes de nada, deberías vestirte-. Rio mientras me separaba un poco de sí. Bajé la mirada y efectivamente. Mi piel lechosa estaba completamente al descubierto. Me ruboricé y traté de taparme con las manos lo máximo posible, lo que le hizo estallar en una carcajada. -Tenga-. Me colgó una prenda por el cuello. –Dese prisa, la espero aquí-. Me dio una pequeña una palmada en la cintura. Lo fulminé con la mirada antes de encerrarme en el baño con un portazo. Qué se había creído esa nube arrogante.
Descolgué aquella prenda suave cuyos extremos ligeros cubrían casi de forma simétrica mis pechos. En mis manos tomó forma un vestido increíblemente bonito. Pero la imagen proyectada en aquella pulida superficie le quitó todo protagonismo a ese vestido. Al otro lado, una chica que lejos de resultarme desconocida, quedaba muy atrás en el tiempo, unos quince años aproximadamente. El pelo oscuro y liso llegaba a cubrir parte de aquellos senos poco desarrollados pero increíblemente firmes que tanto gustaban a los hombres. La piel de aspecto lechoso, con varias pecas distribuidas sobre todo en los pómulos. Me llamó la atención los labios, que aun siendo no muy gruesos, incitaban a ser besados. Era mi yo de último año de instituto, pero cómo era aquello posible.
Unos golpes en la puerta volatilizaron mis pensamientos. Me puse el vestido que poco a poco se fue acomodándose a mis suaves curvas. Ahora el reflejo del espejo era mi yo del baile de graduación. Un suspiro melancólico manó de mis labios y las lágrimas volvieron a descolgarse a través de mis mejillas.
-Todavía sigue ahí-. Dijo el abogado al otro lado de la puerta. –La discreción es nuestra mejor arma, y que nos encuentren aquí no sería lo más idóneo-. Su voz hecha susurro no dejaba oculto el matiz de urgencia.
-Ya salgo-. Dije cerrando la puerta del baño mientras lanzaba una última mirada a aquella habitación que ahora se mostraba sutilmente diferente.
Ángel, aquella nube engorrosa, aguardaba junto a la puerta del apartamento con el maletín colgando de su mano. Extendió la otra tomándome suavemente de la muñeca y me condujo en la oscuridad del pasillo hasta la puerta del ascensor. Sentí como detrás de mí la puerta se cerraba y poco después los cerrojos se iban deslizando lentamente. Uno por uno.
Bajamos en el ascensor. No dejaba de contemplar las manecillas de su reloj. De pronto el ascensor se detuvo. Cuando se abrieron las puertas una de las vecinas aguardaba con sus dos perros. Nada más nos vieron ambos perros se pusieron a ladrar como descosidos obligando a la dueña a sujetar con fuerza ambas correas.
-Vaya, perdonad, no suelen portarse así. No sé qué les pasará esta mañana-. Dijo algo cortada.
-Debe ser que huelen mi miedo-. Escuché la voz saliendo de detrás de mi espalda. –Les tengo un pánico atroz… Desde pequeño-. No podía creerlo. Tan valeroso y frio que parecía aquí mi amiga la nube arrogante y ahora estaba cagadito usándome como si fuese un escudo. No pude contener una sonrisilla, por suerte, las puertas se estaban cerrando.
-Son dos perros patada, no se te iban a comer-. Dije con cierto sarcasmo. No iba a desaprovechar esa oportunidad de poder mofarme de él.
-Si, tienes razón, no comen pero la discreción es fundamental…-. Su voz volvía a esa ligera arrogancia. -Y deberías saber que los animales son los primeros en notar las… presencias sobrenaturales… Y ambos dos, dejamos la humanidad atrás-. En un parpadeo había vuelto a donde estaba, en la esquina opuesta. –por lo que el pánico puede ser una buena excusa para ese tipo de comportamiento de los animales, no dejamos de ser seres del Hades-. Dijo culminando con aquella blanca sonrisa de anuncio de pasta de dientes.
El ascensor volvió a detenerse, esta vez en la planta baja. Cuando salimos del portal, dos patrullas aparecieron en la calle, y las sirenas parecía llegar de todas direcciones.
-Me encanta cuando los invitados se adelantan-. Dijo con ese sarcasmo que ya consideraba parte de él. –Bueno, ante este pequeño imprevisto… improvisaremos-. Se paró y miró buscando algo. Esbozó una exclamación y se dirigió hacia un coche que estaba aparcado a pocos metros.
Dos nuevos coches aparecieron a nuestras espaldas, y los dos anteriores acababan de detenerse junto al portal del edificio del que acabábamos de salir. De ellos bajaron sus ocupantes y uno de ellos se introdujo por la puerta arma en mano.
-Que vamos a hacer ahora, la policía nos ha visto-. Dije soltándome de su mano. Había logrado mantener una pequeña sensación de calma pero ahora al ver que la policía se iba agolpando en la puerta y nos miraban extrañados, aquel espejismo se desvaneció dejando ver la realidad. –Nos van a detener, maldito ente…-. No podía dejar de lado esa sensación de culpabilidad.
-Annie, deje de montar la escena, por favor-. Dijo mirándome a los ojos. –Compórtese-. Uno de los policías empezó a caminar en nuestra dirección.
-Disculpen-. Dijo el policía con una mano apoyada en la culata de su arma reglamentaria. –¿Qué están haciendo a estas horas en este barrio?-.
-Mierda-. Dije derrumbándome sobre el coche. Ángel en cambio alzo las manos en ademan de rendición. Cuando le vi me quede bloqueada, pero que demonios estaba haciendo.
-Si le digo la verdad no se ni en qué barrio estamos, pero salta que no somos de aquí.-. Dijo con una voz inocente mientras señalaba el coche donde estaba apoyada al borde del ataque de nervios. –Y si pudiese encaminarnos hacia Brooklen, se lo iba a agradecer, no quiero que a mi chica la de un ataque de nervios-. Me señaló con cierto aire de dramatismo. –Teme que la roben o algo peor-. Rio para quitarle un poco de tensión. El policía no dejaba de mirarnos a los tres. A mí, con ese vestido provocativo, a él con aquel traje de recién graduado, y al coche que hasta entonces no me di cuenta de que era un Bentley Continental Gt de más de ciento cincuenta mil dólares.
-Lo comprendo, pero entenderán que les pida la identificación, ¿verdad?-. Dijo quitando la mano de la cartuchera, pero seguía iluminándonos con la linterna.
-Me parece correcto. Voy a meter la mano para sacar los pasaportes-. Dijo haciendo el gesto con lentitud mientras el policía volvía a llevarse la mano a la pistola y miraba fijamente su mano, de la que sacó las dos identificaciones. ¿Cómo cuernos lo había hecho? No podía quitarme el asombró de encima. El agente miró ambos documentos sin pestañear, y después de iluminarnos con aquella linterna para corroborar la fotografía.
-Ángel, está a punto de caducarte, no te descuides-. Dijo cuándo se lo devolvió. A lo que el afirmó con la cabeza. Parecía un chico bueno y todo.
-¿Y ahora, como salimos de aquí sin una bala en el cráneo?-. Espetó mientras guardaba la documentación. –Porque no quiero problemas con mi padre, y menos con el suyo-. Volvió a sonreír mientras me señalaba con un gesto de la cabeza.
-Pues tienes que seguir recto cuatro calles más, girar a la derecha tres calles más y después giras a la izquierda dos veces para coger el túnel. Una vez allí…-. Ángel lo interrumpió mientras se daba un golpecito en la frente.
-A la derecha, eso era. Muchas gracias-. Dijo mientras me miraba con una alegría que rayaba el dramatismo. –Me ha salvado el cuello, si llega tarde a casa, su padre me estrangula y me tira a los cocodrilos-. Escuché el pitido indicando que las puertas se abrían y me metí corriendo en el coche. Quería perder de vista a aquel policía. El pulso me iba a mil, y como bien había dicho estaba al borde del ataque de nervios, pero no por el barrio, sino por el asesinato que acababa de cometer.
Él se subió bajo la atenta mirada del agente. Bajo la ventanilla.
-Conduzca con cuidado-. Dijo el agente antes de que el ronroneo del coche tapara su voz.
-Tenga una buena noche-. Respondió antes de salir de allí a toda velocidad, aunque sin rebasar el límite del todo.
Estaba sin habla, pero como demonios podía ser tan arrogante y con ese humor tan condenadamente retorcido. Me quedé mirándole fijamente mientras conducía siguiendo la ruta para salir de la ciudad.
-¡Eres de lo que no hay! ¡Como se puede ser tan, tan...!-. Me quedé sin palabras con la de describirlo. Me llevé las manos a la cabeza en busca de una palabra pero me di por vencida y terminé cruzándome de brazos. –No tienes ni idea de lo mal que lo he pasado, creí que nos detenían, y para colmo le vacilas-. Él me miró y no contuvo la carcajada. Parecía que él si veía la gracia del tema, pero yo no la encontraba por ningún sitio.
-Soy único-. Rio. –También te lo podías haber camelado, porque no quitaba el ojo a lo que esconde ese vestido-. Me sacó la lengua.
-Claaaro, como tiene tanta tela-. Imité esa ironía que tanto le gustaba utilizar. –Y encima se me transparenta-. Me cubrí la zona del pecho y cruce las piernas.
-Da gracias a que era tu talla, porque lo cogí esta mañana deprisa y corriendo-. Dijo mientras una voz femenina leía en alto el mensaje que acababa de llegar a su móvil.
“Saint Nicholas High School. Bangor, Maine. La clase empieza a las 9:00 am. La Señorita García ya está matriculada y la directora Love la espera allí. Intuyo lo que harás, asique tienes menos de 4 horas para llegar. Confío en que estarás allí a tiempo.
N.D. Satán                                                                  4:47”
Dejó el teléfono y en la esquina inferior de la luna apareció una cuenta atrás. Aquello me sorprendió y me preocupó.
-¿Ángel, qué cuernos es eso, y a dónde me llevas?-. Dije sin quitarme de la cabeza la conversación con Nicholas que tuve antes de volver al apartamento de Davey.
-Buenas noches, les habla su piloto. Nuestro destino es Bangor, estado de Maine. Circularemos a una media de 120 millas por hora, y la duración del trayecto será aproximadamente de 3 horas y 40 minutos. Les agradecemos que hayan elegido nuestra compañía. Por favor, Abróchense los cinturones de seguridad y recen a quien sepan-. Bromeó mientras miraba la evolución de mi cara a medida que iba soltando toda esa información. ¿De verdad pretendía llegar a Maine en menos de 4 horas?
-Por qué me llevas a Maine, allí no se me ha perdido nada-. Dije mientras contemplaba con horror como las agujas iban subiendo en el velocímetro.
-Nicholas te ha matriculado en la academia para Súcubos, la directora te aguarda para darte más información. Ahora descansa, que te espera un día duro-. Antes de que pudiera replicarle, posó su mano sobre la mía y al poco me sentí invadida por un fuerte sopor que me condujo directamente a un profundo sueño. Solo intuía una música extraña de fondo y el bramido del motor que crecía paulatinamente hasta quedar convertido en un murmullo constante. Y casi era mejor así. No quería saber lo que pasaba por la cabeza de aquel arrogante pero en cierto modo simpático compañero de viaje.

16/2/15

Había una vez...

... en un lejano y apartado lugar un cachorrillo que acurrucadillo esperaba a que los últimos atisbos del sol terminasen de desaparecer
Adoraba las noches. Le encantaban. La oscuridad que lo rodeaba le producía una deliciosa sensación a la vez que paseaba sigiloso a través del bosque tenebroso
Los grillos callaban a su paso para proseguir tras asegurarse de que su sinfonía no seria interrumpida de nuevo.
Caminaba hacia la laguna, donde quedaba ensimismado contemplando aquella preciosa bola plata que lo miraba tierno desde arriba
Miles. Millones de puntitos luminosos acompañaban aquella noche a la luna.
Tumbado panza arriba contemplaba el movimiento de los astros. Un baile mas raro de lo normal. Pero en vez de cuestionar tan solo se limito a ver como conformaban una figura femenina que se agrandaba lentamente. Tanto que casi pasaba inadvertido
Aquel pobre diablillo quedo hipnotizado por la luz que desprendía aquel ser que había cobrado forma ante sus ojos. Pero era demasiado tarde para huir.
Las manos de aquella chica lo sostenían y aproximaban hacia su cuerpo.
Se miraron fijamente durante largo rato. Sin hacer o decir nada. Solo aquellos ojos verdes que lo escrutaban con curiosidad y cariño.
Lo aproximo de nuevo hasta posar su hocico en su nariz. La beso y le dijo.
Buenas noches cachorrito. Descansa. Hasta mañana.
Y tras darle un abrazo muy largo. Lo dejo en el suelo.
Poco a poco aquella chica se fue desvaneciendo a medida que se adentraba en el lago.
Y mas allá las luces del alba anunciaban un nuevo día.


FiN

17/1/15

Cuento antes de dormir.

Erase una vez que se era una pequeña niña que en su cama esperaba.
Llevaba un bonito pijama de rayas de seda aterciopelada.
Aguardaba con impaciencia el momento de ir a dormir.
Nadie sabe por qué o cómo, poco antes de irse a la cama, junto a su ventana una peluda criaturilla de forma indeterminada por las estrecha rendija se colaba. Parecía que le gustaba pasar las noches junto a la niña, acurrucada. Velaba sus sueños y cuando los padres de ella por la puerta aparecían, aquella pelusilla siempre bajo la cama se escondía. Pues su existencia solo aquella chica conocía.
Aunque después a la cama siempre volvía. La miraba con ternura, le encantaban aquellos ojitos curiosos y somnolientos, asique un pequeño cuento de la nada se sacaba.
Aquellas breves líneas suficiente resultaban para trasladar a la pequeña al mundo de Morfeo, entre pentagramas y rimas variadas.
Aquella vocecita al poco se degradaba, quedando la niña perfectamente arropada.
Dulces noches, buenos sueños, y la criaturilla sobre la almohada se quedaba.