Bueno, con esa imagen en
mente… /se pone sus gafas de lectura, se acomoda
en el sillón, aclara su garganta antes de tomar aire y mirar a la chica que
delante aguarda\.
Érase una vez que se era, en una extraña y lejana ciudad un misterioso joven
que al calendario de mirar no dejaba. Algo en él lo inquietaba. Se movía
levemente, mecido por el suave viento que se colaba por una de las ventanas
abiertas. Un viento que arrastraba el aroma típico de mediados de febrero. El...
El chico lo miraba con fijeza mientras escuchaba de fondo la voz del profesor de turno. Monótona, monocorde. Apagada y distorsionada por una distancia infinita. Apenas lo escuchaba, no era más que un susurro en lo más profundo de su mente. Una vaga melodía.
[-Vaya. Febrero, que casualidad-].
/Corta el relato. Mira por encima de sus gafas. Sonríe, sabe lo que ha pasado por la cabeza de su oyente\ ¡¿casualidad?! /Niega con la cabeza\. No es más que una historia de un viejo libro. /Blande el tomo en sus manos, pero con mimo\. Cualquier parecido con la realidad es un mero espejismo. /Devuelve la mirada al libro. Pero mantiene aquella sonrisa misteriosa y enigmática\ A ver... Por donde iba... ¡Ah! /Toma aire de nuevo para proseguir su historia\.
El chico lo miraba con fijeza mientras escuchaba de fondo la voz del profesor de turno. Monótona, monocorde. Apagada y distorsionada por una distancia infinita. Apenas lo escuchaba, no era más que un susurro en lo más profundo de su mente. Una vaga melodía.
Inspiro sin apenas
notarlo cuando percibió un delicado aroma, aunque sin llegar a saber de qué o
quién lo desprendía. Solo miraba su número. Aquel número que colgaba burlón en
la superficie plateada de aquel calendario.
El ruido de la campana
lo devolvió con brusquedad a aquella patética realidad en la que navegaba sin
rumbo. Y menos aquel día. Caminaba lentamente. No tenía prisa por llegar a
casa, nadie lo esperaba.
Tenía comida en la nevera con una nota de su madre con unas delicadas notas del menú que tendría para aquel día. "ensalada mixta al gusto". Pero fue en medio de su silenciosa comida cuando el teléfono vibro sobre la mesa. Aparecía en la pantalla el reflejo de un nombre y un número de teléfono. La conocía. Pero le extrañaba e intrigaba sobremanera lo que aquella llamada podría depararle. Un viernes sin plan alguno era sinónimo de una improvisación de lo más arriesgada.
Tenía comida en la nevera con una nota de su madre con unas delicadas notas del menú que tendría para aquel día. "ensalada mixta al gusto". Pero fue en medio de su silenciosa comida cuando el teléfono vibro sobre la mesa. Aparecía en la pantalla el reflejo de un nombre y un número de teléfono. La conocía. Pero le extrañaba e intrigaba sobremanera lo que aquella llamada podría depararle. Un viernes sin plan alguno era sinónimo de una improvisación de lo más arriesgada.
-Nunca...-. Dijo al
poco de estar hablando con ella. -Vaya, es una lástima. Deberías verlo, es
increíble. Me parece algo digno de compartir-.
-...- Guardo silencio
mientras miraba sus gestos reflejados en la ventana.
-me encantaría llevarte-. Dijo con cierta sorpresa para sí.
-me encantaría llevarte-. Dijo con cierta sorpresa para sí.
-...-
-¿¡¿¡¿¡Esta tarde!?!?!?-. Aquello le pillo por completa sorpresa. Aquello tenía cientos. No. Miles de connotaciones ocultas. Y hoy precisamente.
-¿¡¿¡¿¡Esta tarde!?!?!?-. Aquello le pillo por completa sorpresa. Aquello tenía cientos. No. Miles de connotaciones ocultas. Y hoy precisamente.
-...-.
-...-.
-Bueno, de acuerdo. A las siete-.
-...-.
-Bueno, de acuerdo. A las siete-.
Estaba consternado. No se lo podía creer. Aquello era raro. Y una locura, todo
sea dicho de paso. El tiempo fluia, alargándose y estirándose como si fuese una
goma elástica sin límite de rotura. Cada minuto eran mil y un pensamientos. Finalmente
llegó el momento. La hora de partida.
Recogió a su pasajera. Quedaba un largo camino por delante. La autovía
comenzaba a extenderse ante ellos. Conducía deprisa, pero sin rebasar los
límites marcados. Sonaba solo la música de fondo. Rápida y rítmica. El resto
solo silencio. Alguna mirada, fugaz. Retrovisor. Pasajero. Carretera.
Velocímetro. Llegó su salida y la tomaron lentamente para comenzar la ascensión
hasta una vieja vía forestal. La recorrieron entre botes, baches, algún zigzag
mientras la tarde caía sobre ellos.
El pinar. Aquel terreno donde aquellos arboles típicos campaban a sus anchas.
Creciendo. Adornando. Dando vida. Creando una atmosfera extraña. Dejaron el
coche junto a un pino, cerca de un pequeño claro. El no quería extraviarlo,
aunque conociese bien aquel lugar. Comenzaron a pasear. En silencio. Escuchando
solo sus pisadas en medio de la nada. El viento ululaba entre los troncos.
Movía las copas entrelazadas. Ella corría y saltaba como un cervatillo. El
aguardaba a distancia mientras en silencio pensaba. Recordaba más bien.
Llegaron a un lugar donde quedaba emplazada una vieja mina abandonada. Se
sentaron mirando los últimos rayos de la tarde esconderse en el horizonte. El
frio los envolvía. El sentía pequeños escalofríos. Se sentó junto a ella
mirando el horizonte. La rodeo la cintura y siguió en silencio escuchando la
naturaleza que los rodeaba. El pinar. Ella habló, daba una ligera opinión de
aquello que nunca había visto y que tanta intriga despertaba. No en balde ella
era una gatita muy curiosa. El frio arreciaba. Tras la muerte del sol se
levantaron de nuevo. Caminaron de regreso.
Allí estaban de nuevo.
En el claro. El coche aguardaba en la noche. Él, antes de partir, tomó una foto
de un recuerdo que olvidaría aquella misma noche si pudiese. Dejando aquello
como recordatorio de algo raro que vivió. Un relato que invento en una noche de
verano mientras luchaba por caer rendido ante el sueño. Regresaron al coche.
Bajaron despacio. Condujeron en tinieblas por el camino hasta llegar a la
carretera por la que retornaron a la ciudad de nuevo.
Tras dejar a su pasajera en el lugar de encuentro reanudo su marcha mientras veía salpicado el cristal del llanto de las nubes de aquel “catorce-de-febrero”.
Tras dejar a su pasajera en el lugar de encuentro reanudo su marcha mientras veía salpicado el cristal del llanto de las nubes de aquel “catorce-de-febrero”.
/Sonríe, mientras cierra el libro. Mira
por encima de sus gafas a la chica que lo escucha, aguarda en silencio\.
Y con esto, colorín colorado este cuento se ha acabado. /Ríe en el sillón\. Disculpa si te
he aburrido, a veces se hace más largo de lo conveniente. /Sonríe, aunque niega con la cabeza\ ¿Qué te ha parecido? /Cierra el
maltrecho libro y lo guarda con delicadeza en una inmensa estantería\.