poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/8/13

20/8/13

The girl [Apuestas arriesgadas, part 17]

El tiempo había volado, como era su costumbre cada vez que estábamos juntos, sin percatarnos de ello. Tras vagar por diversas tiendas de lo más variopinto, hacer una parada en un pequeño restaurante y un repaso más fugaz a algunas tiendas más, optamos por volver a ese pequeño piso en el que residía. Cargamos el par de bolsas que portábamos en el angosto maletero del saxo y emprendimos el regreso atravesando la circulación de aquella ciudad a velocidades vertiginosas bajo aquella música, rápida y animada, y la atenta mirada de aquellos ojos marrones. Las ventajas de las pequeñas dimensiones. Aunque seguía con aquel extraño pensamiento pero sin resultados positivos. Cuando cruzamos la puerta el reloj de la entrada nos recibió con la melodía de las ocho de la tarde.

-Vaya… ¿ya son las ocho?- su voz se levantó con sorpresa mientras dejaba su bolsa en el salón.
-Eso parece-. No pude evitar sonreír. –Es increíble lo rápido que se puede pasar una mañana entre los muros de un gran centro comercial. ¿No te parece?-. Ella asintió con energía. -¿Qué película te apetece ver?-. 
También dejé mi par de bolsas y me encaminé hacia la habitación para cambiarme de ropa. Ella se había quedado en el salón mirando la enorme lista de películas que la había entregado. Salí al poco con la ropa dirección al baño.
-Alguna película que te llame la atención, Elisa-. Pregunté curioso.
-Si pero a decir verdad he visto varias que me gustaría ver. Estoy un poco indecisa…-. Levantó los ojos del papel y me miró.
-Bueno, entonces mientras te decides y pones cómoda voy a darme una ducha exprés-. A punto de entrar en el baño un fugaz pensamiento cruzó por mi mente al ver el toallero. –¡Oh!…- ella se asomó por el arco del pasillo. -Casi se me olvida la toalla-. No pude contener una risita al ver su expresión.
Tras coger una toalla me adentré en el chorro de agua caliente y comencé a esparcir el jabón. Estaba deseoso de ver la película que había elegido, y hacerlo a su vera. Cuando salí del baño ella se había cambiado de ropa y se estaba acomodando en el sofá.
-Bueno, después de una intensa indecisión creo que vamos a ver…-. Dejo ver una sonrisa misteriosa. -…Una de suspense y, la verdad, el titulo… incita. “La soga”, ¿te parece?-.
-Perfecta, además no la he visto pero mi hermano me ha dicho que es un puntazo-. Señale el asiento contiguo donde reposaban sus pies. -¿Puedo?-. 
-Claro, pero ponte aquí mejor. Estaremos más… cómodos-. Se apartó un poco dejándome el sitio donde estaba su cabeza, mientras lo acariciaba con lentitud. Una ligera curvatura picarona dejó un pequeño atisbo de luz en mi mente.
-Ideal. Espero que te guste la peli-. Me senté, y no tardó en dar comienzo con los créditos, como toda película antigua.
La neoyorquina ciudad amanecía rápidamente. Algunos coches circulando. En una azotea de un rascacielos. Un ático situado en un buen vecindario. Y un grito ahogado que se apagaba lentamente mientras su dueño exhalaba su último aliento.
Envueltos en la oscuridad, a lo largo de la película ella fue de forma muy sutil acurrucándose sobre mi pecho y rodeándome poco a poco con sus brazos. Y yo, aunque menos sutil, también posicioné mis manos en lugares estratégicos. Una mano enredada en algunos mechones de su larga melena próximo a su cuello y otra en la junta entre la camiseta de tirantes y su short. El final se intuía cercano. Demasiado, tal vez. En New York sonaban los ecos de las sirenas de la policía mientras los subtítulos ayudaban a comprender los murmullos del fondo de la calle. Mientras, la vista de la ciudad se iba alejando poco a poco sumida en la noche.
-Oh…-. El asombro brillaba en el fondo de sus ojos. Se revolvió para mirarme desde abajo. –Es genial. Lástima de final-. Dijo con una sonrisa. Entonces sentí su mano paseando por mi cuello. Haciéndome estremecer. 
-Sí, mi hermano tenía razón-. Susurré mientras apagaba el televisor, sintiendo aquella caricia lenta y prolongada. Sonreí al ver aquella mirada sugerente que me dirigía. Poco a poco recorté distancia con su rostro. – ¿Sabes?… sigo dando vueltas a esa primera vez, pero no consigo dar con ella, ¿alguna pista?-. Aquella mirada se fue iluminando hasta brillar con travesura, al igual que la nueva curvatura de sus labios.
-Es tarde… y ha sido un largo día-. Su mano descendió hasta situarse suavemente bajo el mentón. –…Te parece que recojamos los restos de la cena y después nos vayamos a la cama-. Su mirada se desvió fugazmente hacia los restos que reposaban sobre la mesita de café.
-A la cama. Que no a dormir… tú y los detalles lingüísticos-. Volvimos a  aguantarnos la mirada en silencio. Ella no pudo evitar iluminarme con una alegre sonrisa.
-Si… creo que me lo estas pegando-. Ensanchó aún más su sonrisa.
Después de limpiar la cena ella me tomó de la mano y nos encaminamos a la habitación.
-Ponte cómodo-. Me dejó en la cama. –Bien, asique una pista, ¿eh?-. Se quedó pensativa mientras miraba por la habitación en busca de algo que no tardó en encontrar. Sus manos encendieron las velas –Y… ¿con qué prenda la vas a comprar?-. El olor de vainilla invadió la habitación. Caminó hacia la pared sumiendo la habitación en penumbra a merced de las velas.
-¡¿Comprar?! ¿Prenda?-. La sorpresa  invadió mi rostro sin ningún cuidado. –A qué te refieres-. Ella se fue aproximando lentamente hacia la cama donde poco antes me había tumbado.
-Veras… unos amigos de mi prima jugaban a los acertijos por la noche reunidos en una de las habitaciones…-. Se sentó a mi lado apoyándose sobre mi pecho sin perder el contacto visual en ningún momento. –Pero… las pistas…-. Siguió recostándose lentamente sobre mí y descendiendo su voz de forma muy sensual. -…había que comprarlas con prendas. Camisetas, calcetines, zapatillas…-. Hizo una pausa breve. -… ropa interior…-. Me acarició el pómulo con suavidad.
-Vaya… tan tímida que parecía-. La rodeé con mis brazos. –Entonces… cuanto me costará dar con aquella primera vez-. Mantuve el contacto con sus hipnotizadores ojos.
-Bueno… ya que será una historia un poco larga… te pediré una prenda… peligrosa-. Su sonrisa se iba ensanchando a medida que mi torso quedaba al descubierto.
-¿A qué llamas una prenda peligrosa?-. Miré mí atuendo compuesto por una fina camiseta y un pantalón largo. Obviando la ropa interior. 
-Pues… una prenda peligrosa sería… por ejemplo…-. Su mano descendió y tiró con suavidad del elástico del pantalón reiteradamente. –Además así estaríamos igualados, ya que…-. Señaló su short de licra negra. –Esto es similar a los bóxers que llevas-. Sonrió con un poco de malicia.
-En ese caso… me rindo y me resigno al pago en pos de la curiosidad-. Dije dejando los ojos en blanco mientras comenzaba a bajar el pantalón.
-Ah, no, cielo. De eso me encargaré yo, a fin de cuentas… es mi…-. Un matiz pícaro asomó en su mirada. -…divertida comisión-. Sus manos descendieron raudas y no tardaron en descender con lentitud aquella prenda convertida en moneda de cambio. Su risa resonó dulce y siniestra en la penumbra. Rodeó mi cuello con sus brazos y terminó de acomodarse sobre mis piernas. Simuló que se aclaraba la garganta suavemente.
-Érase una vez hace cuatro años, en esta misma ciudad, una chica a punto de cumplir los dieciséis que había acompañado a su novio, cinco años mayor, a una quedada con varios amigos de éste…-. En ese momento aquello empezó a cobrar forma en mi mente. Se acababa de liberar el recuerdo de aquella noche, provocándome una sonrisa inconsciente.-…había casi media docena de coches parecidos a los de su novio, y continuaban llegando más, pero ella estaba más pendiente de otra cosa. Aquello no estaba bien y lo sabía. Entonces de la oscuridad apareció algo que sí reclamó su atención. Vio pasear a un chico pelirrojo y de cabello corto, parecía concentrado observando cada coche…-. Mientras narraba sentí como su pecho se apretaba suavemente contra el mío, fruto de la atracción ejercida por el lazo de sus brazos. -…Y después de aquella rápida inspección regresó a su coche sin más. Se notaba que era su primera vez…-. Nuestros rostros estaban muy próximos, y el tono de su voz se suavizó un poco más. Su perfume dulce me invadió llenándome los pulmones. Su rostro había cobrado un matiz de irrealidad a la luz caprichosa de las velas. 
-Si, ya me acuerdo de aquello. Anda que no ha llovido desde entonces-. Mi voz surgió de mis labios como un susurro. –Y al final de aquella noche me encontré con varias preguntas rondándome… y a día de hoy alguna sigue sin respuesta…-. Volví a enfocar mi mirada en aquellos ojos de reflejos cálidos.
-Ah, ¿sí? Preguntas como cuales, Arturo.- Preguntó con un fuerte atisbo de curiosidad.
-Qué te impulsó a guiarme en aquella carrera y jugarte el tipo…-.
-Vaya… que directo-. Rio. –Cómo iba diciendo… algo en aquel chico le llamó muchísimo la atención, y no sólo aquel “juguete” que traía consigo-. Gesticulo las comillas. –Asique presa de la curiosidad, y una misteriosa atracción hacia él se encaminó sin pensarlo hacia su coche. Su presentación, algo tímida la sacó una sonrisa… tal vez el modo tan extraño de la sintaxis o su pinta de malote-. Se encogió de hombros. -Quién sabe. Su forma de pilotar durante la carrera, la cautivó. Esa ambición combinada con la destreza y la temeridad. Nunca olvidaría la adrenalina corriendo por sus venas instada por aquella música rápida y vivida. Tentándola. Aquella chica estaba nerviosa porque algo se había despertado. Aquel chico de pelo rojizo había encendido una chispa en su interior y aquello, por su situación, la incomodaba. Grabó en sus recuerdos los interminables minutos de pesado silencio exterior, tras escapar de la policía por poco, y las voces de su interior. Algo la incitaba, quería hacerlo pero una sombra se lo impedía, su novio-. Elisa me mantenía aquel contacto visual a lo que no tardó en sumar una sonrisa misteriosa.
-Qué tenía ganas de hacerle a aquel chico-. Pregunté con curiosidad.
-Esto…-. Susurró a mis labios. El sabor de sus labios entonces estalló en los míos. Su tacto. –Pensó que nunca más lo volvería a ver… Pero una noche, inesperadamente volvió a escuchar aquellas melodías. Reconoció aquel juguete aparcado y también a su conductor… pelirrojo-. Aquel beso atravesó la barrera de mis labios buscando la humedad y la consistencia de aquello que protegían. Unas caricias habían empezado a recorrer mí cuello. Sin poder ocultar por más tiempo la erección que me acosaba desde hacía tiempo. Aquel beso se detuvo. Su risita traviesa resonó en los alrededores. Podía notar el rubor de mis mejillas otra vez.     
-No sabría decirte qué me gusta más ahora mismo-. Me susurró de nuevo. –Si notar tu excitación…-. Recortó la escasa distancia entre nuestros sexos. -…o el rubor que tiñe tus mejillas cuando te excitas-. Pasó sus pulgares por mis mejillas ruborizadas y descendió de nuevo hasta acariciar mi pecho.
-Bueno… no sé qué decir…- Mis manos seguían apoyadas en la cama. Pero nuestros rostros estaban aún más próximos. Mi voz era un susurro. Sus ojos marrones fueron adentrándose en los míos. Escrutando mis pensamientos lentamente. Su mano se había enredado en mi pelo y lo revolvía con delicadeza. Estaba siendo pirateado y era incapaz de lanzar ninguna contramedida. Entonces el silencio se rompió con su voz suave, susurrándome a los labios.
-Podrías revelarme qué hay en esa cajita, por ejemplo-. Señaló la pequeña caja que había traído de extranjis de la cocina. Mis labios se curvaron mostrando una sonrisa traviesa.
-¿Quieres una pista?-. Enarqué las cejas. Ella sonrió con la misma travesura.-Espero que sea de tu agrado-. Mis manos fueron ascendiendo lentamente recorriendo su espalda en suaves caricias mientras buscaba la prenda en cuestión. La camiseta ascendía arrastrada por mis brazos cuando escuche su risita amortiguada al llegar a la zona alta de su espalda.
-No, no. Creo que tendrá que ser otra prenda…-. cantó divertida con aquella voz suave. Nuestros torsos aprisionados haciéndonos sentir las curvas del otro. Sus piernas habían rodeado mi cintura y la apretaban con una fuerza impulsiva, haciendo más notorias las palpitaciones de la erección. Su mano buscó detrás de uno de los cojines y dejó caer aquella pieza sobre mi rostro. –¿Es esta la prenda que buscabas?-. Mostró unos ojitos dulces e inocentes. 
-Eh… creo que si…-. Mi expresión semioculta por el sujetador estaba envuelta por la sorpresa y la excitación. La risa inundó la oscura estancia. Estaba ligeramente superado, había que admitir que había sido un buen golpe. –Entonces… qué prenda pagaras por la pista-. Ella sonrió con inocencia mientras deshacía el lazo de mi cuello.
-La camiseta… porque no tengo muchas más que ofrecerte. Espero que sea una pista muy buena, Arturito-. Aquella sonrisa fue cobrando matices muy traviesos. Y aquel matiz fue demasiado gráfico para mí. -Vaya… presiento que acabas de darte cuenta de las implicaciones que conlleva-. Su risa inocente volvió a sonar en la habitación. Su camiseta fue levantando el sitio mostrando las discretas líneas de su torso hasta que finalmente cayó sobre la cama.
-Bien…Para la pista…deberemos inter…intercambiar po…posiciones, y además… has de cerrar los ojos pues para…para esta pista solo requerirás…de tu…tu…tacto-. Mi rubor se hizo más notorio. Sus ojos brillaron divertidos y excitados. Casi podía leer en ellos, “Qué tramas, cosita linda”.
-Eres un chico muy travieso…-. Acarició la punta de mi nariz. Intercambiamos las posiciones lentamente y tras asegurarme de que sus ojos estaban cerrados, tomé una unidad de aquella cajita y deslicé su húmedo tacto hasta la junta de sus labios. Su primer impulso fue abrir los ojos pero antes de que pudiera ver algo los cubrí con la mano. Mi voz susurrada se deslizó hasta su oído.
-Muérdelo con suavidad-. Los labios de Elisa se retiraron con cuidado mostrando sus dientes blancos que se hundieron en el cuerpo de aquella fruta. Degustó en silencio, atrapando cada matiz y cotejándolo en su base de datos.
–Eres muy retorcido, y original, todo hay que decirlo… no me lo esperaba pero… es una frambuesa-. Una sonrisa de victoria se dibujó de forma casi instantánea.
Sentí como algo recorría mi cuerpo pero me percaté tarde del matiz pícaro que había tomado su sonrisa. Sorprendido caí sobre su cuerpo. Sus piernas y brazos me aprisionaron a traición contra su torso desnudo. Sus labios me hundieron en un ardiente y húmedo beso. Los sonidos que se desprendían de nuestros labios hicieron que el sonido de tela desgarrada pasara desapercibido. Una ráfaga de aire frío recorrió mi espalda perlada en sudor haciéndome estremecer aunque en mi interior ardiese.
-Qué apasionada…-. Dije sorprendido. Ella lucía una sonrisa muy divertida ante el rubor más acusado en mis mejillas.
-Oh, resultas tan adorable-. Un delicado beso selló mis labios. —Apasionada… y no sabes hasta qué punto-. Susurró. Poco después aquel casto beso fue transmutando en uno más profundo y apasionado. Nos perdimos degustando el sabor del otro. Estaba tan abstraído por aquel beso que no me percaté que habíamos intercambiado las posiciones de nuevo hasta no abrir de nuevo los ojos.
-¿Y ahora…?-. Preguntó mientras se recostaba sobre mi cuerpo. Aquella sensación. Ese calor pegajoso del tacto piel con piel. El atractivo aroma que se desprendía de ambos cuerpos ebrios de hormonas. Sus manos reposaban sobre mi pecho y acariciaban mi cuello con el borde de las uñas produciéndome un fuerte cosquilleo.
-El fervor me incita a llegar al final pero hay otra parte que piensa que es muy apresurado…-. La abracé con fuerza extendiendo mis brazos a lo largo de su espalda. –Y me importas mucho como para jugarlo a cara o cruz. ¿Tú quieres seguir?-.
Un pequeño silencio quedó entre nosotros. Su rostro bailaba irreal a la luz de las velas. Ambos perlados en sudor, jadeantes e increíblemente excitados.
-También eres una fantasía convertida en realidad, y aunque también me parezca apresurado, creo que eres… el príncipe de mi cuento-. Deslizó un poco por mi pecho hasta dejar otro casto beso sobre mis labios. Después se posó en mi cuello y succionó con suavidad en la base del cuello. 

Parte 18

2/8/13

The Girl [Dulce despertar, part 16]

Amanecí lentamente sintiendo la calidez de su cuerpo sobre el mio. La luz se filtraba con delicadeza a través de las minúsculas rendijas que quedaban entre las lamas de la persiana. Un ligero cosquilleo se apreciaba sobre mi cuello de forma rítmica producido por su respiración, tranquila y calmada. Aquella sensación logró erizar cada palmo de mi piel, pero era muy agradable. Elisa me mantenía preso abrazándome cariñosamente con todo su cuerpo que se marcaba con sutilidad sobre el perfil del mio. Una curvatura comprensiva apareció en mi rostro cuando recordé mi sensación al despertarme aquella veraniega mañana en las camas del circuito, envuelto en aquella soledad y en la incertidumbre de si aquella noche había sido real o una ficción muy lograda de mi mente. Volteé con suavidad la cabeza, no quería que se despertara. Estaba preciosa, durmiendo con aquel rostro de inocencia y apacibilidad llenándole el rostro. Pasé el dorso de mi mano por su pómulo sintiendo aquel tacto suave y cómo se estremecía a su paso, viendo cómo se curvaban sus labios ante aquella caricia. Me quedé en silencio velando su sueño. Disfrutando de su compañía. Escuchando los sonidos que comenzaban a envolvernos al otro lado de las paredes del edificio.
Estaba sumido en un mar de pensamientos, lejos de aquella habitación, trazando algún plan con el que sorprenderla una vez más, ayer el paseo salió mucho mejor de lo que en un principio había pensado pero hoy no sabía que hacer. Entonces un pequeño roce sobre mi nariz me sacó de aquellas ideas.
-Buenos días, Arturo.- Dijo el susurro al otro lado. –¿Has dormido bien? Porque yo… sí-. Sonrió desperezándose con lentitud, deshaciendo cada nudo que había atado sobre mi cuerpo.
-He dormido apresado-. Esbocé una sonrisa malvada. –Pero no importa porque la carcelera ha sido muy agradable conmigo, y por ese motivo la voy a preguntar lo que quiere para desayunar. Y si quiere hacerlo en la cama-. Mantuve el contacto visual con aquellos ojos morrones caramelo guardando en silenció a la espera de que ella terminase de estirarse.

-¡Oh!, qué detalle… pero quién es, quién osó a mantenerte preso en esta cálida noche-. Preguntó con curiosidad. No pude evitar ampliar mi sonrisa ante su despliegue de curiosa inocencia.
-¿Qué te apetece desayunar?-. Susurré con lentitud disfrutando cada palabra. –Y prefieres el desayuno en la cama, o en la cocina…-. Al terminar sus ojos se abrieron como platos, aunque no reprimió una sonrisa llena de picardía y algo de travesura.
Me levanté lentamente de la cama y puse dirección a la cocina, deteniendo mi caminar al llegar al vano de la puerta, dónde la dirigí otra mirada, deleitándome enormemente con aquella estampa. Elisa recostada, con el pelo alborotado y envuelta ligeramente entre las sabanas revueltas, iluminada fugazmente por aquellos intrusos rayos, y con una expresión de lo más atractiva.
-¿Me echas una mano en la cocina, Eli?-. Ella me devolvía la mirada sorprendía. Parecía que no daba crédito a mis palabras.
-Si. Si, encantada-. Se levantó de la cama y me abrazó con ternura. –Creí que lo decías en broma. Nunca me habían hecho el desayuno…- Sonrió. –Bueno, un chico nunca me ha hecho nunca un desayuno… porque mi madre solía hacérmelo cuando era más jovencita…- Su risa inundó la habitación. –Aunque antes… ¿podría darme una ducha rápida?-.
-Por supuesto- Hice un ademán de invitación con las manos señalando la dirección del baño. Relajando mis facciones en una ligera sonrisa.
-Eres un cielo-. Incrementó la presión de sus abrazos, sumiéndome en una cálida y agradable sensación. –Bueno voy a coger la ropa y a apresurarme para ayudarte con el desayuno-. Volvió a iluminarme con aquella sonrisa, antes de coger algo de ropa de su maleta y desaparecer por el pasillo. -¿Te gustaría acompañarme?- Entonces su risa reverberó por el pasillo, repleta de picara inocencia. Aquello me dejó un poco noqueado, ¿Iría en serio?
-Es una oferta muy tentadora pero me temo que tendré que… rechazar-. Respondí al pasillo vacío. Dejando escapar una pequeña carcajada. Aunque sin saber muy bien su motivo.
Miré a la habitación. No eran más de las diez, según el despertador pero la cama que no estaba demasiado deshecha reclamó mayor atención que los números del reloj. No tardé más de cinco minutos en arreglarla y recoger un poco el resto de la habitación. Me fui quitando el pijama y entonces me fijé en una ligera prueba que dejaba constancia de una larga noche de fuerte excitación, seguramente producida por algún sueño extraño que ahora mismo era incapaz de recordar. Sentí un rubor en mi cara. “Vaya… te lo has pasado bien, ¿eh?” sonó el eco en mi cabeza. Me cambié apresuradamente y no tardé en dejar la habitación para hundirme en los fogones. Aunque no cocinaba con frecuencia.
Empecé a preparar la base para las tortitas. No había terminado de coger los ingredientes de la cocina cuando una voz atravesó las paredes en tono de alarma y sorpresa.
-¡Oh, horror!- Aquella exclamación surgió del baño.
-Qué sucede, Elisa-. Dejé las cosas en la encimera y asomé la cabeza al pasillo.
-Con las prisas no me fijé en si había toalla. Y… no hay- Esbozó una risita.-Podrías acercarme una, por favor-.
Mi respuesta fue rauda, fui al tendedero y cogí un par de toallas, y me aproximé hasta la puerta del baño. Inspiré y abrí una rendija lo suficientemente grande como para pasar mi mano con ambas toallas. Escuche su risa al otro lado de la puerta. Entonces se abrió de forma repentina dejando ver la estancia y aquello que había dentro. Aquello me pilló demasiado a contrapié consiguiendo un color muy rosado en las mejillas.
-Oh, qué ricura-. Me acarició el pómulo percibiendo aquella calidez y el tacto de su húmeda piel. –¿Acaso soy la primera chica que ves… desnuda?-. Sonrió con unos matices picaros asomando discretamente.
-Eh… eh… esto… no-. Negué con la cabeza tratando de recomponerme de la sorpresa. –Pero es una situación… un poco… … violenta-. Retiré la mirada poco a poco. –Y más a traición-. Mostré una mueca picara, mirándola por encima de la montura de las gafas.
-Mensaje captado…-. Se cubrió con lentitud contoneando ligeramente las caderas.- La próxima vez lo haré más despacito. Recortó distancias y asomó la cabeza al pasillo, inspirando varias veces. – Oh… huele muy bien, me seco y voy a ayudarte en la cocina, ¿vale?-. Me dio un pequeño beso en la mejilla y cerró la puerta con cuidado.
Me quedé un momento parado frente a la puerta cerrada antes de recobrar el control y regresar a los fogones, no sin notar una ligera tirantez en el pantalón. “Primera chica o no…, no era algo que uno viese con frecuencia”. Aquel pensamiento me arrancó una sonrisa. Comencé a batir los huevos mientras iba mezclando cada ingrediente. Poco después la figura de Elisa de colaba sigilosa en la cocina.
-Tienen una pinta excelente-. Dijo mirando por encima de mi hombro como aquella masa amarilla iba cogiendo un tono dorado. -¿Sabes? Has marcado un pleno, con las tortitas. Me encantan. ¿Puedo ir haciendo algo?-. Su voz dejaba un matiz de deseo por empezar a maniobrar en la cocina.
-Puedes hacer un poco de zumo, si quieres. Hay naranjas en la nevera y el exprimidor esta en ese cajón-. Señale con el dedo un conjunto de cajones.
-Vale-. Dijo con alegría y se puso manos a la obra. Después de un agradable rato en la concina, llevamos todo a la mesa y disfrutamos de aquel enorme desayuno.
-Mmmmm, oh, qué bueno-. Su expresión de deleite era más que suficiente. –Eres un cocinero de primera… seguro que a mi madre le caes genial-. Al oír aquello último abrí los ojos como platos.
-Vaya, me alagas pero yo solo soy el cocinero de emergencia-. Reí quitándome el mérito. –Yo sólo cocina de subsistencia. Y cambiando de tema, ¿qué te apetecería hacer hoy?-. Las miradas se cruzaron y permanecieron un rato en silencio.
-Pues, no se. Podemos dar un paseo hasta la hora de comer, así me enseñas otra porción de ciudad. Y por la tarde podríamos ver una peli en casa… tumbados en el sillón. ¿Te parece?-. Continuó degustando aquella pequeña pila de tortitas bañadas en chocolate.
-Me parece genial, podríamos ir de tiendas-. Sus ojos se iluminaron. Una luz de grata sorpresa los tomáron lentamente.

-¿Y todavía sigues sin novia?-. Sonaba divertidamente incrédula. –No. Me niego en redondo. No puede ser. Espera…-.Aguardó pensativa unos segundos.-A no ser…-. Gesticulo con las manos para evitar decirlo. Y aquello me arrancó una gran carcajada.
-No, no, no soy gay-. La risa se había apoderado de mí, enteramente suyo, aquella reacción no me la esperaba, aunque no era la primera que lo pensaba. –Sé que soy raro… pero jo…-. Un reproche simpático adornaba aquella frase.
Las risas llenaron la cocina.     
-Bueno, como has podido observar… no soy mucho de seguir la moda… ni de compras-. Señaló su atuendo.-…pero bueno si te hace ilusión llevarme de tiendas… entonces vayamos de tiendas-. Acarició mi mano que reposaba en el centro de la mesa. Las miradas volvieron a cruzarse.
-Yo no he dicho que sean de ropa… ¿verdad?- Dije mirando por encima de las gafas. –Hay muchas tiendas y de muchas cosas… aunque bueno puede que visitemos alguna-. La regalé otra de mis enigmáticas sonrisas.- Pero antes… recojamos el banquete-. Besé el dorso de la mano y después empezamos a recoger.