poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 1/6/13

15/6/13

The girl [Sugerencias implicitas, part 15]

La noche había caído demasiado temprano, casi sin darnos cuenta el cielo se había oscurecido y teñido de aquel color anaranjado imitando el color de las luces que la iluminaban. Muy pocas estrellas llegaban a ser visibles aunque todavía no había luz alguna capaz de eclipsar la sonrisa que ella mostraba o rivalizar mínimamente con la luz de sus ojos marrones. Hacía escasos minutos que habíamos salido del metro. Caminábamos despacio a lo largo de la calle solitaria. Los pasos acompasados y los cuerpos fundidos por un abrazo mutuo hasta que topamos con el portal.
-La idea del paseo me ha gustado mucho…- comenzó a decir suavemente.-…aunque me pregunto que hubieses hecho en el caso de que hubiese elegido la primera opción…-. Terminando con una sonrisa suspicaz.
-Está claro, ¿no?-. Enarqué las cejas. Ella negó con la cabeza y balanceándose ligeramente, dejando ver una sonrisa risueña. -¿¡No!?-. Abrí los ojos. Su sonrisa se ensanchó ante lo ridículo de mi expresión.
-No, ni idea… pero me lo vas a decir-. Sentenció mientras me acorralaba contra uno de los muros lentamente. –O sino… Arturito, abstente a las consecuencias…-. Imitó una risa malvada.
-Me abstengo, me abstengo-. La miraba fijamente. Leyendo el trasfondo de sus ojos. –Aunque… si tienes un poco de paciencia…-. Miré hacia arriba como si nada… ignorando el hecho de que ya estaba tocando la pared.
-¿¡Paciencia!?-. Se sorprendió. –Vale… pero recuérdalo…-. Dejo ver una sonrisa que hizo que mi curiosidad por aquello que tramaba y que no había conseguido desvelar, se multiplicase de forma exponencial.
Entramos en la oscuridad del portal y aguardamos a que aquel minúsculo ascensor nos trasladase hasta la tercera planta.
-Bueno… ya estamos de regreso-. Comenté mientras ambos entrabamos por el vano. -¿Te apetece ver una peli?-.
Ella me miró desde la penumbra del pasillo. Tenía una ceja arqueada.
-Arturo, es pasada la una de la madrugada, y no se tú pero yo esta mañana tuve clase. Asique… yo me voy a la cama, estoy destrozada-. Culminó con una inocente expresión.
-Bueno… si estas cansada, lo suyo sería que durmieses…-. Dije comprensivo mientras me aproximaba a ella.
Yo aquella mañana si tuve clase pero solo fue un par de horas a media mañana, y no eran asignaturas que digamos pesadas. Pero claro, ella… si había tenido clase, y no solo eso sino además después del viaje anduvimos a través de medio Madrid. Ella trató de contener una pequeña carcajada.
-Yo no he dicho que vaya a dormir…-. Su dedo índice paseaba lentamente por su labio inferior. -…sino que me voy a la cama-. Me esquivó con agilidad y corrió entre risas hasta mi habitación cerrando la puerta.
Fui a la cocina y miré por la ventana. En el cielo, no muy lejos, la luna sonreía enigmática. Me perdí en el firmamento, hipnotizado por su misterio. Entonces dos sinuosas caricias recorrieron mi espalda y se colaron en los bolsillos del pantalón. Y poco después su cara se apoyó sobre mi hombro.
-¿No vienes?-. Preguntó con un hilo de voz, no quería romper aquel silencio que dominaba la cocina.
-Estaba esperando a coger mi pijama-. Me di la vuelta lentamente y me quedé mirando aquel rostro. Fino y delicado. –Tienes unos ojos increíbles-. Sonreí.
-Eso me dijiste la segunda vez que nos vimos-. Dijo con una sonrisa luminosa. Antes de salir me besó en la comisura, y se marchó pellizcándome en el muslo.
Aquella respuesta, me quedó desconcertado. ¿La segunda? Recuerdo la del circuito de Ciudad Real allá a principios del verano del año anterior… pero la que sería la primera… Traté de hacer memoria mientras caminaba raudo a la habitación y buscaba la ropa que usaba para dormir. Tardé un poco, pero finalmente conseguí dar con ella en medio de ese caos más ordenado.
Estaba desabrochándome el pantalón cuando escuche su risa traviesa junto al vano de la puerta.
-Vaya… eso quería hacerlo yo…-. Sonrió lentamente.
-Otra vez será-. Su mirada me abarcaba por completo. Se mordisqueó el la parte inferior del labio y pasó junto a mi dejándome una caricia que cruzó el culo de este a oeste. -No seas mala-. Me reí y miré como se dejaba caer suavemente sobre la cama. Terminé de colocar la ropa en el armario.
-Ha sido maravilloso pero ahora mismo no siento los pies-. Aguardaba con la cabeza apoyada en las rodillas. Me senté en la cama enfrente a ella. Volvimos a cruzar miradas y sonreímos casi al unísono. –No, no, no-.
-Déjame intentarlo-. Ella negaba con la cabeza. –Se supone que todavía eres mi ayudante, ¿verdad?- Una sonrisa se dibujó en el semblante. –Bueno… te voy a hacer un truco de magia-. Una de sus mágicas sonrisas iluminó su rostro, pero no antes de mostrar su disconformidad con aquellos ojos en blanco.
-Cierra los ojos, y sobretodo ponte cómoda-. Ella se tumbó y cerró los ojos. Me aproximé a por dos velas y de camino apague las luces. –Ahora necesito que dejes la mente en blanco-. Había encendido las velas y colocado sus piernas en mi regazo. -¿preparada?-. Su respuesta no fue mas que un susurro de afirmacion.
Sus pies estaban fríos. Contrastaban mucho con el calor de mis manos. Y aquella sensación la provocó un pequeño escalofrió. Comencé a acariciar aquellas zonas que estaban más cargadas, presionando suavemente con la yema de los dedos. La tensión se fue disipando lentamente. Ella suspiraba en la oscuridad. Después de terminar con el primero. Lo deposité con el mayor de los mimos sobre la cama y continué con el otro.
Escuchaba su respiración, armónica y tranquila. Parecía estar dormida pero mientras seguía concentrado en presionar en los puntos más sensibles, sentí como algo exploraba bajo mi camiseta. Errático. Juguetón. Sugerente. Aquellas caricias también estaban dirigidas a las zonas de mayor sensibilidad y el cosquilleo que producían me hacía estremecer. Unas risitas surgieron desde la penumbra de las velas. Acaricié su gemelo. Logrando estremecerla de nuevo.
Su voz me reclamó en la oscuridad. Gateé sobre la cama hasta quedar a su lado. Apagué las velas y nos metimos en aquella pequeña cama. La abracé atrayendo su cuerpo hacia el mio.
-¿La segunda?-. Posé mis labios en su nuca.
-Si-. Me susurro la respuesta. –Oh… que mono. –Su voz era traviesa, una risita rompió aquel breve silencio.
Sentí como su mano buscaba la mía y después la llevó consigo atrapándola suavemente entre su cuerpo y su mano. Un pequeño rubor se instauró en mis mejillas incrementando ligeramente su temperatura, produciéndola una inocente sonrisa.
-Estos detalles son los que más me gustan de ti, Arturo. Dulces sueños-. Liberó mi mano de la presión que ejercía sobre ella y dejó que la bajase hasta situarla en un punto menos conflictivo.
-Cálidos sueños-. La susurré sugerente, regalándole un sutil suspiro frio que barrio la superficie de su oído, el cuello y el hombro.
 
Se arrimó un poco más atraída por el calor de mi cuerpo y nos sumimos en un sueño conjunto.   

Parte 16

9/6/13

The girl [De visita, part 14]

[Tres semanas más tarde. Mediados Abril]
 
Miré el reloj. El segundero, rojo metálico, se deslizaba a través de la esfera negra. Entonces dos brazos me apresaron en un abrazo, interrumpiendo mis abstractos pensamientos.
-Peque, estas muy distraído desde hace unos días, ¿en qué piensas?- Su voz cobró aquel matiz cariñoso, suave y delicado. Sus labios casi acariciaban mi oreja. –O en quién… porque hace mucho que no veía esa mirada en esos ojazos marrones-.
En aquel momento, aquella alarma volvió a dispararse. Ella estaba demasiado cerca, su actitud volvía a ser cariñosa, demasiado cariñosa. Me levanté poco a poco hasta que el nudo quedó desecho.
-En nada…- Mi resignación era más que perceptible, aquella actitud suya estaba empezando a agobiarme. Volví a consultar el reloj. Faltaban cinco minutos. Serian muy largos. –Voy a la dársena, ¿tienes los billetes? Tu autobús sale en diez minutos. Y yo tengo tareas pendientes-.
-Mi autobús sale a las siete y cuarto, te lo llevo diciendo desde que hemos salido de casa pero como me ignoras…- Dijo tomándome de la mano. Se acomodó el corto vestido y comenzamos a caminar entre la gente.
-¿No pretenderás que te lleve de la manita?-. Una pose tan dramática y exagerada lo hizo pasar por broma. Ella se quedó pensativa. Apareció una mirada picara. Un brillo llamativo. Entonces tiró de mí y me pegó a su cuerpo.
-No quiero perderme-. De pronto aquel rostro fue la definición de inocencia.  Aquellos ojos grises me miraban deslumbrantes y sus labios, carnosos y de apariencia tan jugosa, temblaban en un pequeño puchero. 
En aquella inmensa dársena repleta de autobuses, maletas y gente, trataba de localizar el bus en cuestión. Era de la compañía ALSA, y aquel dato era poco útil porque debía haber cerca de diez autobuses de la compañía, sólo en ese lado. Miraba con cuidado, leía en los letreros luminosos y en las hojas de las lunas.
-Es ese-. Señalé un autobús que no quedaba muy lejos.
-No puede ser el mio, sale a y cuarto. No me engañes, chico malo-. Y me golpeo suavemente en el hombro.
-Alicia… por casualidad… ¿cambiaste la hora?- Una involuntaria sonrisa se dibujó en mi rostro. Su expresión se desencajo en el acto.
-¡Mierda! Que si es-. Alicia arrancó a correr arrastrando su maleta.
No tardó en perderse entre la multitud de gente que pasaba. Me quedé apoyado en una de las maquinas de picoteo observando aquel enorme vehículo y en el largo trayecto que le esperaba. Resultaba un tanto irónico encontrarse en aquella situación después del intercambio verbal que ambos mantuvimos en casa. Seguía con aquella sonrisa en mi semblante distraído, hasta que el móvil sonó en mi bolsillo.
Miré en la pantalla la notificación de un nuevo mensaje.
“Ya hemos llegado, estamos aparcados en la plataforma 18, aquí te espero. Bss. 19:12”.
Guardé el teléfono y tras una pequeña mirada a los indicadores de las dársenas comencé a caminar esquivando al resto de la gente que caminaba en sentido opuesto. Mi paso es rápido de forma normal pero dada mis ganas de volver a verla, y más después de tres largas semanas, rozaba la categoría de fugaz. Me detuve junto al autobús y miré a los alrededores. Buscándola. Aunque no conseguía distinguirla con tanta gente. Tanteé el móvil con la mano mientras continuaba mirando por los alrededores.
-¿Qué tienes planeado, Arturo?- Sobresalió una voz por uno de los flancos del autobús. Me volteé sobre los talones y allí estaba. Elisa.
-Algo mágico-. Mi voz fue suave y sugerente. Había que darle un poco de emoción. Un saludo cálido nos unió a ambos antes de emprender las preguntas típicas mientras nos encaminábamos al coche cogidos de la mano.
-El viaje a sido largo, aunque no tanto como estas semanas-. Y apoyó su cabeza en mi hombro. –Y… ¿revelaras tu truco…?-. Aquella mirada estaba a punto de desarmarme por completo pero había que resistir.
-¡Oh…! ¿¡qué clase de mago sería si revelase mis trucos!?-. Me llevé las manos a la cabeza en un gesto exagerado de sorpresa. –Pero…-. Mirando al cielo azul trataba de hacerme el interesante.-…a mi ayudante… si podría contárselos-.
-¿Y ese puesto esta vacante?-. Nos detuvimos en medio de la acera.
-Por desgracia… si, esta vacante… ¿quieres ese puesto tan arriesgado?-. Entonces vi aquella primera sonrisa. Aquel mismo matiz travieso que me enamoró aquella noche en el circuito.
-Si, pero sólo si tú eres mi mago-. Y nuestros labios volvieron a encontrarse. Tan dulces como los que recordaba. Más apasionados que entonces.
El saxo aguardaba encajonado en un pequeño sitio. Su pintura lucia brillante al sol. Su pequeño tamaño y lo discreto de su fisonomía le hacía ideal para desplazarse por aquella inmensa ciudad.
Estábamos sentados, con aquella música mía tan peculiar manando de los altavoces. El motor ya ronroneaba a la espera de poder partir. Cuando su mano se posó sobre la mía. Su mirada era indescriptible. Mi corazón estaba desbocado al borde de la zona roja. Sentía el pulso en cada recodo de mi cuerpo. Y su voz, suave como siempre, quebró la música con aquel matiz juguetón.
-Bueno… he aceptado ser la ayudante del mago, ¿qué planes tienes para mi?-.
-Pufs… en primer lugar salir de este sitio tan apretado…-. Comprobé los retrovisores midiendo la escasa distancia tras los limites del coche. La precaria dirección asistida me permitía mover el volante con una mano, mientras la otra seguía presa de la suya. Pero estaba claro que nos llevaría varias maniobras salir de allí. -Después… no se, estoy entre llevarte a ver sitios curiosos de la ciudad o dar un paseo. ¿Qué te apetecería hacer?-. Ella se rio. Y valoró las dos posibles respuestas.
Tras cinco minutos de maniobras logré sacarlo y encarrilarnos por Méndez Álvaro. El coche se deslizaba suave y ligero. Sin llegar a detenernos en ningún semáforo. Todos en verde. Lo cual arañaba segundos al reloj, y uno de los secretos de mi rapidez en ciudad, y en circuito. Seis minutos más tarde estábamos junto a la puerta del garaje, cinco menos de lo que estimaba el gps. Después de bajar por la rampa y estacionar. Ella se quedó mirándome bajo la fría luz de los alógenos del techo.
-¿En qué piensas Elisa?-. Pregunté acariciándola la mejilla. Ella cogió mi mano y la retuvo.
-Creo.. que es la primera vez que subo en tu coche…-.
-Cierto… -. Mi voz era un susurro, no quería quebrar la magia de ese momento. –Te acuerdas en el circuito…-. Una lágrima por su mejilla, hizo que aquella frase quedase inconclusa. Y aquella luz que brillaba en sus ojos se eclipsó.
-Como iba a olvidarlo si me diste un susto de muerte…- También su voz quedó invadida por aquella tristeza. Solo diez minutos que marcaron aquella noche. Aquella imagen.
-No me refería a eso, sino… -. Entonces dejé en su mano un trozo de papel plegado. Estaba un poco amarillo y algo sucio por el tiempo. Aquella tristeza se disipó al reconocer su propia letra.
-¡Anda!… pero si es...-. Afirme con la cabeza y una media sonrisa. –Y todo este tiempo la llevabas en el parasol…-. Una sonrisa difícil de clasificar se fue implantando en su rostro.
-Era lo único que demostraba que aquella noche no fue un mero sueño… de que tú, eras real como todo lo que vivimos, y no solo un producto demasiado logrado de mi imaginación-.
Otra lágrima descendió por su mejilla, pero la intercepté antes de que recorriese más camino. Entonces de improviso ella se me echó encima. Me abrazó y nos fundimos en un beso. Pero no un beso corriente, sino de esos que te van dejando sin aliento. El tiempo se detuvo. Solo estábamos ella, yo y el pequeño habitáculo del saxo. Yo seguía amarrado por el cinturón con escaso margen de movimiento pero la abrace y llevé mis manos hasta su cintura. Un tiempo eterno en sensaciones pero corto en la realidad.  
Tras subir su maleta a casa, regresamos de nuevo a la calle, donde el sol aun permanecía radiante. Había muchos sitios que ver, y que la quería enseñar. Armados con el bono-metro caminamos juntos y poco a poco nos sumergimos en aquella sub ciudad para comenzar nuestro pequeño tour y las sorpresas que aguardaban.

Parte 15