poemas de amor Crazzy Writer's notebook: 2013

18/11/13

Penssamientos Effimeros

Sentir como tu pulso se acelera sin razón.
 
Queriendo seguir el ritmo cardiaco del motor.
 
Ver ese pequeño tramo negro entre la alineación de blancas rayas.
 
Cruzándose, bailando al son de una música, tan rápida como tu paso.
 
Oculto en la más densa noche.
 
Corres.
 
Corres.
 
Suben los números.
 
Bajan las agujas.
  Caminan por el lado diestro de las esferas.
 
Huyes de tus pensamientos que quedan atrás en el tiempo y la distancia.
 
Durante efímeros segundos nada existe.
 
Nada importa.
 
Solo la trazada que dibujas en la noche.
 
Cortina breve abierta en la lluvia.
 
Las gotas destrozadas por tu paso. 
Estrelladas en la luna y barridos sus despojos después. 

4/10/13

Sueños lucidos.

El mundo onírico. La estancia de los sueños. Cuan curiosa alegoría, símil perpetuo, terreno del subconsciente durmiente. Terreno del eterno. Misteriosa realidad subyacente…
Caminaba. Vagaba sin rumbo recorriendo la Tenebrosa. No sabía cómo viajé hasta aquella solida negrura, rota sólo por algún tenue y fugaz destello. La temperatura bajaba a medida que permanecía en aquel lugar. Mis respiraciones… aceleradas por el miedo que me invadía, se convertían lentamente en densas nubes que ascendían por la oscuridad. Un pasillo fue cobrando forma. Cuestionaba, preguntaba el cómo y el por qué sin percatarme de que en aquel entorno no existían sus respuestas. Palpaba las paredes rugosas, y tan frías como el suelo que descalzo pisaba. Escuchaba. Percibía susurros afilados que me agredían desde la nada. Voces extrañas y deformes que hablaban en idiomas desconocidos. Las paredes se estrechaban. Más y más. El agobio no se apiadaba y me poseía con violencia. La respiración se entrecortaba, como si el oxígeno me faltase. Una rendija de luz brillante a ras de suelo me cegó, tan solo iluminó mis pálidos pies descalzos. Una puerta se intuía, tanteaba con el dorso de la mano en busca del pomo pero en vez de aquel elemento topé con un dolor agudo y fugaz. Una astilla. Inspiré, estaba en un callejón sin salida, las paredes continuaban aproximándose, lentamente pero sin cesar. Presión, podía sentir la presión sobre mi cuerpo. Inspire profunde de nuevo, tenía miedo. Pánico. Terror. Y poco tiempo. Con la astilla aun hundida en ¿¡Pata!? ¡Era una pata, peluda como la de un animal! Pero ya pensaría en eso después, ahora sólo quería cruzar la puerta que se agrandaba por segundos, ¿o era yo quién menguaba? Empujé contra aquella superficie que entre mí se interpondría, la luz parecía más cómoda que aquella oscuridad que me envolvía. Una manta. ¿Pelo?
Una luz brillante me acogió dejando mi visión anulada. Jadeaba sin saber por qué, no recordaba de dónde venía o por qué había cruzado aquel umbral. Caminaba sobre cuatro patas. La vista se recuperaba poco a poco y comenzaba a distinguir algunas sombras procedentes del entorno, pero no colores. Habían desaparecido, tornándose en una escala de gris. Un fresco olor penetró por mi nariz, no lo identificaba pero era muy agradable. El tacto blando del suelo ligeramente humedecido, y poco después una voz. Era femenina, dulce, y me llamaba… una y otra vez. Empecé a caminar atraído por la delicadeza con la que me incitaba estar a su lado. Su pelo corto y de un aparente color gris asomaba por encima de una pequeña colina. ¡Hierba, es hierba cortada! Pero quién era ella. No la recordaba pero si la conocía, estaba sentada con las piernas cruzadas en la ladera de la colina. Me miraba con aquellos ojos grises brillante. Seguía llamándome, insistiendo que fuese a su lado. El sol ya caía en el horizonte, ella me mantenía acurrucado en su regazo y pasaba sus manos por mi pelaje, justo detrás de las orejas. Me gustaba. Y se lo hacía entender de la mejor forma posible acariciando sus piernas con la almohadilla de mis patas y la sentía estremecer. Me hablaba y aunque a duras penas la entendía yo era incapaz de articular palabras, solo algunos suaves gruñidos. Sus labios se posaron sobre mi cabeza. Me cogió entre sus manos y nos miramos a los ojos. Ya había anochecido, el atardecer fue de lo más bonito y extraño había visto hasta entonces. Pero de la misma forma que vino…se fue.
Cuando abrí los ojos estaba mal tirado, maltrecho sintiendo como me vaciaba lentamente. Un líquido viscoso manaba a raudales de mí. No tenía sentido preguntarse el qué era o cómo, sabía que no había respuesta. Todo a mí alrededor se ralentizaba, cobraba lentitud, mientras menguaban poco a poco. Entonces una aguja se abrió paso a través de mi frágil cuerpo. El dolor insufrible hizo que mis ojos se abriesen una vez más. ¿Estaba dormido o despierto? Pero tampoco tenía sentido.
Desperté entre fríos sudores enterrado por las mantas, y entonces supe que todas aquellas vivencias tan reales no habían sido más que un producto del onírico mundo de los sueños inconscientes. Aunque no recordase ninguno.

17/9/13

The girl [Punto y final, part 19]


Tras subir el último tramo de escaleras envueltos en la penumbra Arturo desenfundó sus llaves y con un increíble tino la encajó a la primera en la abertura. Pero se sorprendió cuando la puerta cedió al primer giro.


-Vaya… parece que alguien ha llegado antes que nosotros-. Su tono era reflexivo. Pero sacar la respuesta de su mente sería más difícil que adentrarse y preguntar. Cuando empujó la puerta un olor a comida salió a recibirnos. Parecía delicioso.  –Estamos en casa-.
-¡Arti!-. Dijo una voz dulce desde la cocina. Ahora la curiosidad me tomaba por completo. Sabía que Arturo vivía con una compañera pero nunca la había visto en persona. ¿Cómo sería ella?. –Estoy en la cocina, he llegado hace un poco de la estación… Pensé que irías a buscarme en tu cascaroncillo-. Sentí como Arturo se estremecía.
-No te esperaba hasta las siete. ¿Cómo de vuelta?- Preguntó mientras nos encaminábamos a la cocina. -¿Qué tal él viaje?-. Me asomé por el vano de la puerta. Allí cubierta por un largo delantal estaba Alicia vigilando los fogones, mientras varios trozos de carne terminaban de dorarse.
-Bueno, allí me aburría mucho asique decidí adelantar un poco la salida. El viaje… el trayecto bien, bastante tranquilo si quitamos el metro. Te mandé un mensaje para que vinieses a buscarme-. El reproche hizo que Arturo temblara ligeramente de nuevo. –Pero te perdono. Estoy haciendo ensalada con carne. Seguro que te gusta-. Quitó los ojos de la sartén y le miró por primera vez. Aquellos ojos grises, impactantemente bonitos, se clavaron en él.
-Alicia… no es por hacerte el feo pero soy vegetariano, no como carne-. Dijo mientras miraba la sartén y el plato con la ensalada que habíamos preparado por la mañana. Después me dirigió una mirada de disculpa, estaba claro que eso no estaba en el plan previsto, y ciertamente empezaba a sentir una extraña sensación que me punzaba desde dentro.  
 –Oh… pues es la primera noticia que me das-. Volvió a mirar los fogones. Parecía no haber reparado en mí todavía. –¿No vas a presentarme a tu… invitada?-. Su voz reflejó un matiz extraño que no supe ubicar pero no hacía falta un master para saber que no era nada cordial.
-Pues Alicia… llevas viviendo aquí desde finales de septiembre, y desde luego no será por la de veces que te lo he dicho, de todas formas es lo mismo-. Entonces me agarró de la mano y me adelantó un par de pasos. –Ella es Elisa. Elisa ella es mi… compañera de piso, Alicia-. Alicia siguió a sus fogones, sin hacer nada más. Pero Arturo me miraba negando con desesperación.   
-Encantada, Elisa. Por cierto, Arturo bajarías a por un bote de vinagre balsámico y pan, porque se me ha olvidado traerlo-. Arturo apretó los dientes y cerró los ojos. Aguardó en silencio. Abrió el frigorífico y miró rápidamente para hacer un inventario básico y aprovechar el viaje.
-Lo siento, Elisa, pero voy a bajar un momento al chino de aquí al lado a comprar el pan, huevos, arroz congelado y agua. Volveré en cero coma. Y mil perdones-. Su mirada se clavó en Alicia, que seguía a lo suyo. Y poco después se despidió de mí con un pequeño roce de labios. Después desapareció por la terraza del salón. Sentí un fuerte estremecimiento al imaginarle aquí con ella.
Yo caminé discretamente hasta salir de la cocina y encerrarme en la habitación de Arturo para empezar a empacar mi escaso equipaje. Mientras recogí, no podía evitar cierta clase de pensamientos que hasta entonces jamás se habían asomado y aquello despertó una sensación muy poco agradable dentro de mí. Entonces escuché la voz de mi amiga Lidia, “estas celosa, uhhh”.
-Elisa… ven a la cocina y ayúdame-. Dijo con voz suave aunque no ocultó el matiz de exigencia. Y por no tener más problemas con aquella niña consentida, cosa que saltaba a la vista, fui nada más terminar de meter mi neceser en la bolsa de viaje.
-Dime-. Entré lentamente en la cocida. –Huele muy bien-. Me pasó tres platos para que los fuese colocando en la mesa.
-Vete poniendo la mesa-. Dijo con una pequeña sonrisa. –¿Qué te traes con Arti?-. Preguntó de pronto. –Se te ve muy pillada por él-. Aquello me pillo desprevenida, aunque estaba esperando algo de ese tipo pero no tan directo.  
-A qué viene ese interés en lo que me traiga o lleve con él-. Trate de disimular aquellas punzadas que sentía, pero no estaba muy segura de poder seguir mucho tiempo. –Es un chico encantador, nada más-. Ella hundió aquellos ojos grises en los míos. Sentí como corrían las chispas entre ambas.
-Para que no te ilusionases con él-. Su indiferencia me cortó como si me hubiese alcanzado con el hachón de la carne que tenía en la mano. –No es que me importe mucho… pero él no está interesado en ti. No eres más que una sustituta de fin de semana mientras estaba fuera. Él está por mí, incluso llevamos un par de meses saliendo juntos-. Su voz era suave y dulce, todo lo contrario a su mirada afilada. Aquello no cuadraba, me negaba en redondo a creerla. Trataba de seguir con la mesa, colocando los cubiertos. –Veo que no terminas de créete lo que te cuento… ¿Acaso te ha dicho que nos acostamos juntos cada noche?-. Mostró una sonrisa retorcida. -Y resulta muy apasionado algunas veces, parece insólito teniendo en cuenta que no es más que un friki del ordenador-. Su risa estridente estalló por toda la cocina.  
-Si… algo me ha comentado-. Aquello no pareció hacerla efecto alguno. –Pero no termino de verle bajo tus pies…  otros puede que babeen al verte pero Arturo no es de esos. El físico no le importa-. Nuestras miradas se encontraron haciendo saltar más chispas. Parecía tranquila pero solo lo parecía, ¿Estaría celosa? Una imperceptible sonrisa se asomó a mis labios.
-Si, en eso coincido contigo-. Sonrió con malicia. –Él no se fija en el físico, pero a fin de cuentas es un tío y todos, tarde o temprano, terminan cayendo, y Arturo no es la excepción…-. Su mirada volvió a hundirse en mí. Escrutando sin piedad cada gesto que hacía de forma inconsciente. –Aunque me costó lo mío, porque se negaba a acostarme conmigo pero bueno… tiene tan buen corazón y es tan buen chico… ¿no te parece?-. Aquella conversación estaba llevándome hacia su terreno, sólo hace falta una gota de desconfianza para minar por completo la integridad de una persona y aquella desgraciada estaba dispuesta a echar toda la que pudiese. Pero no, no caería esa breva, se lo estaba inventando, o a esa conclusión llegaba yo después de las numerosas conversaciones con Arturo en las que siempre terminaba despotricando contra ella. Ahora entiendo porque casi no pisaba por casa.
-Eso es mentira. Lo que pasa, arpía inmunda, es que estas celosa de que una chica como yo, te quite al único chico que se resiste a tus artimañas. Acéptalo. Él pasa de ti. Si no hay más que ver cómo te rehúye…-. Una carcajada estalló sonoramente en la cocina. Larga y vibrante. Alicia se retorcía buscando algo de aliento que retomar.  
-Mira, zorrón de pub, no quería llegar a esto pero… no tengo más remedio que contártelo para que no se te rompa el corazón más tarde. Arturo está contigo por una apuesta… no eres más que el medio para hacerse con un nuevo ordenador-. Retiró la sartén del fuego y se fue acercando a mí. –¿De verdad estabas pensando que se estaba enamorando de ti?-. Su voz era un susurro, pero tan cortante y afilado como el resto de sus palabras. -Si quieres hechos, ahora te daré hechos. Dime si o no. ¿Te ha llevado a dar un paseo?-. Bajó el tono de voz mientras recortaba distancia.
-Si-. Murmuré. Aquello de la apuesta me pilló fuera de juego. Estaba resentida por las cuchilladas que me había asestado, y aunque resistía a creerme todo aquello poco a poco mis murallas perecían antes sus palabras.
-¿Te ha llevado a cenar, con una actitud muy romántica y delicada?, ya sabes… velas… masajes… palabras bonitas… miradas irresistibles…-. Su mirada estaba vislumbrando las lágrimas que estaban a punto de desbordarse. Parecía estar saboreándolas, sintiendo aquel gusto salado. –Que ingenua… pobrecita-. Su sonrisa perfecta parecía tener un resplandor propio. –Oh… y también habréis visto una peli acurrucados en el sillón-. Volvió a reírse. Yo negaba con la cabeza, aquello no podía. No quería que fuese cierto. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas ante su mirada penetrante y afilada. –Y seguramente nada de sexo…-. Volvió a reír. Su voz sonaba divertida. -¿Ves?… no sabes lo que te pierdes… en fin… la comida ya está-. Dijo mirando el plato y la sartén. –Voy a traer la ensalada, espero que a ti te guste, ya que Arturo se nos ha vuelto vaca…-. Acercó los platos como si aquella conversación nunca hubiese tenido lugar. Mientras que yo no podía evitar retorcerme en mi interior. Aquellas sensaciones se multiplicaron. Parecía arder de rabia, quería volver a mi casa, coger el coche y derrapar hasta destrozar los neumáticos en el circuito pero sobre todo olvidarme de el.
-Discúlpame-. Dije tratando de aguantar la compostura y salir de la habitación con la mayor dignidad posible, aunque ya no quedaba mucha. Fui a por el equipaje y salí corriendo por la puerta.
-Adiós… Elisa, que tengas buen viaje… ¿seguro que no quieres nada para el camino?- escuche la voz alegre de Alicia desde la cocina.  
Nada más llegar a la calle, en la puerta del portal me topé con Arturo que venía con las bolsas. Se quedó muy sorprendido al verme, seguro que tenía los ojos a punto de desbordase por las lágrimas.
-Elisa… qué ha pasado-. Su preocupación sincera quedó relegada, aunque seguro que algo se estaba cociendo en el procesador de su cabeza.
-Eres un cabrón. No quiero volver a verte-. Mi corazón, o lo que quedaba de él, se desgarró con cada palabra. No vi la expresión de Arturo porque salí corriendo a por el taxi que acababa de parar en el semáforo, pero seguramente la consternación le invadiese.  
-A la estación de buses de Méndez Álvaro, rápido por favor-. La taxista me miró y asintió.
-De acuerdo, señorita-. Conectó el taxímetro y puso los indicadores de ocupado.
Tras iniciar la marcha, mi mente colapsada ante aquella situación se desconectó de forma casi automática. Me hundía. Caía lentamente a través de mis propios pensamientos. Divididos. Por un lado la pequeña parte que comandaba la celosa ira, que había picado en aquella trampa y contestado a Arturo. La otra parte de mí, se negaba rotundamente a creer aquellas palabras. Era imposible que aquel chico que había conocido aquella noche en aquella carrera me hubiese vendido por un ordenador, pero tres años… es mucho tiempo. Y el chico del circuito a principios del verano pasado… aquel cuerpo inocente que cayó desmayado sobre mi asiento, tampoco encajaba en aquel perfil. Aunque tanto tiempo bajo el influjo de aquella arpía… a saber cuántas trampas le habrá podido tender. Incluso el hierro de la más alta calidad sucumbe con el tiempo a la corrosión, solo se necesita tiempo… y las condiciones propicias. Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Ahora... quién estaba segura de si era o no cierto. Era incapaz de contenerlas.   
-Ten… no es bueno que una chica como tú se vea llorando-. Me tendió un kleenex. Su voz, pausada y suave me devolvió al habitáculo del coche. –Espero que no sea por un chico, porque si es así… entonces estoy convencida de que no te merece-. Mientras seguía conduciendo trataba de consolarme, aunque no iba por buen camino.
No podía contener el remordimiento de lo que acababa de hacer, Arturo no era así, solo estaba en casa para dormir, y muchas veces se había quejado mientras hablábamos de que Alicia se colaba en su cama y trataba de persuadirle sin éxito. Me sequé las lágrimas antes de coger el teléfono y escribirle un largo mensaje pidiéndole disculpas.
El taxi se detuvo en la puerta de la estación del Sur poco después de mandar el mensaje. Estaba más calmada, aunque seguía intranquila por la incertidumbre de si Arturo querría contestarme.
-Son diez con setenta y cinco-. Comunicó la taxista a través de la luna de metacrilato que nos separaba. Busqué en la cartera el dinero de la deuda y se lo entregue con algo de dificultad por el hueco que había en la plancha.
-Muchas gracias, María. Que tenga buen servicio-. Me despedí antes de bajar del coche y adentrarme en la estación dos horas antes de la partida del bus.
Nada más cruzar aquellas puertas sentí aquel escalofrío del aire acondicionado. Parecía mentira que tres días antes recorriese aquel lugar de la mano de Arturo. Miraba los alrededores, la gente con la que me cruzaba. Buscando nada concreto encontré a un chico muy bien vestido. Hablaba por teléfono y me resultaba lejanamente familiar. Entonces como si supiese que lo estaba mirando me devolvió la mirada con aquellos ojos fríos. Aquella mirada me trajo un recuerdo tan turbio y oscuro que me estremeció. Comenzó a caminar en mi dirección con aquella elegancia y parsimonia. Como recordaba de aquel pub Londinense. Dimitri, estallo su voz en mi cabeza.
Lucía una curvatura de satisfacción, parecía que le llegaban buenas noticias del otro lado de la línea. Estábamos a menos de un metro. Pero a pesar de su mirada no parecía tener el menor interés en mí. ¿Me habría reconocido?
-<do svidaniya…>- Dijo al teléfono. La última mirada que me dirigió antes de cruzarnos logró estremecerme. -<…Elisa>-. Susurró al pasar por mi lado y después dejó escapar una risa sincera de alegría y continuó su conversación. Aquello me congeló la sangre. Se acordaba de mí… y aquello solo me hacía preguntarme si aquello no sería más que una oscura casualidad…
Me acerque a la taquilla donde una chica miraba la pantalla de su teléfono. Parecía muy distraída, claro que yo también estaba abstraída por mis propias cavilaciones.

-Buenas tardes-. Dije con un hilo de voz a través de los agujeros de la mampara. La chica me miró y esbozó una mecánica sonrisa.

-En qué puedo ayudarla-. Su voz estaba agotada, tanto como su mirada.

-Verá tengo un billete para Valladolid, pero el bus sale a las seis, ¿sería posible coger otro autobús que saliese antes?-. Ella me miró. A saber cómo sería mi aspecto en aquel momento, pero comenzó a buscar en el ordenador.

-A ver si hay algún asiento libre para el autobús de las cinco-. Miré el móvil. Quedaban cuarenta minutos, cuarenta eternos minutos si tenía algo de suerte. Ella seguía mirando pero no parecía encontrar nada, pero de pronto un gesto delató que había podido encontrar algo, entonces se volvió de nuevo hacia mí.- ¿Te importa que no sea directo? Porque si es así hay ahora un autobús que sale en diez minutos hacia Galicia, y hace parada en Tordesillas-. Aquello no era lo que me esperaba, pero como quería huir de Madrid cualquier cosa me servía.

-De acuerdo. ¿Cuánto es?-. Busqué el monedero en el bolsillo del pantalón esperando a que me dijese cuánto costaría. Y rezaba para que no fuesen más de treinta euros, porque no tenía nada más.  

-Son veinticinco euros, pero si tienes el otro billete, son solo tres euros a pagar-. Comentó tras mirar por los alrededores, supongo que vigilando que no hubiese ningún superior mirando.

-Muchas gracias-. La entregué el billete de forma torpe y el dinero. –La estoy tremendamente agradecida-. Sentí como una lágrima resbalaba discretamente. Aquella conversación con Alicia me había destrozado.

-Date prisa, está en la dársena 26, va a salir en cosa de cinco minutos. Y espero que no sea nada-. Después de despacharme volvió de nuevo a su teléfono móvil.

Corrí hacia las escaleras, esperaba no estar muy lejos porque no quería perder aquel bote de huida. Una carrera fue suficiente para llegar al autobús. El conductor acababa de cerrar el portón pero después de enseñarle el billete y una mirada con algo de reproche metió mi pequeña bolsa en el maletero.

Me senté en el sitio que marcaba el billete, el autobús estaba casi completo. Al poco de abrocharme el cinturón el autobús comenzó a maniobrar para salir de su aparcamiento, pero antes de salir completamente se detuvo de forma brusca. Se escuchó como las puertas se abrían. Una figura jadeante caminaba tambaleante por el pasillo.

-Lo has cogido por los pelos, casi te quedas en tierra-. Comentó la señora que se sentaba delante de mí.

-Sí, cariño… lo sé, pero ha habido un accidente bastante feo en General Ricardos y el taxi ha estado allí detenido hasta que han despejado un poco aquello-. Respondió el chico todavía exhausto.

-¿Cómo ha sido?-. Preguntó ella con curiosidad. Aquello hizo saltar mis alarmas, Dimitri y un accidente… resultaba sospechoso, o estaba paranoica perdida. Presté más atención a la conversación.

-Al parecer un Land Rover se ha saltado un semáforo y ha alcanzado a un coche pequeño, creo que un Citroën. Ha sido espectacular porque ha dado varias vueltas de campana y ha terminado empotrado en una farola panza arriba pero el todoterreno ha logrado darse a la fuga. La verdad es que pintaba realmente feo… el coche era irreconocible, un amasijo retorcido de hierros-. Explicaba el chico mientras su acompañante afirmaba.

-No, no, no, no…-. Murmuraba para mí mientras cogía el móvil. Estaba al borde del ataque de nervios. Aquello eran demasiadas casualidades. Tras varios intentos logré dar con el número de Arturo.

{Puuuu; Puuuu; Puuuu; Puuuu;}
-Cógelo, cógelo, vamos cógelo. Idiota…-. Rogaba. Rezaba para que su voz o la de aquella lagarta sonasen al otro lado.
{Pu, pu, pu, pu, pu, pu}      
F.I.N

12/9/13

The girl [De paseo por el centro, part 18]

Llevábamos recorrido un trecho del camino turístico que había planeado como punto y final a mi visita a Madrid. Aquel fin de semana había sido sin dudar el mejor desde hacía mucho, mucho tiempo. Claro que todavía quedaba una larga subida antes de llegar a las vacaciones de verano pero en este momento prefería mantener la cabeza en el momento presente y disfrutarlo. Después de dejar atrás la puerta del Sol, con los testimonios fotográficos del Kilómetro cero, el símbolo de la ciudad, el oso y el madroño, y algunas estatuas conmemorativas, a parte del lugar en sí, nos encaminamos hacia otro de los monumentos. La fuente de la Cibeles, lugar en el que acaban todas las celebraciones futbolísticas posibles. No tardé en desenfundar su cámara y dejar la prueba de que yo también estuve allí pero él todavía guardaba una pequeña sorpresa en aquel lugar.
-En el ayuntamiento tienen un mirador a través del cual se puede apreciar la inmensidad de la ciudad-. Sugirió. –Seguro que puedes sacar buenas fotos-.
-Tengo curiosidad por ver esa imagen-. Mis ojos se centraron en el ayuntamiento que quedaba de frente a la fuente y nos encaminamos a buen paso hacia sus gigantescas puertas.
Cuando salimos al mirador una suave brisa nos azotó en el rostro. Había bastante gente, en su mayoría extranjeros, que también buscaban llevarse un buen recuerdo de la capital.
-Vaya… es impresionante-. Exclamé aproximándome a la baranda, mientras le arrastraba a mi lado.
-Sí, la verdad es que sí. Es uno de los lugares más bonitos para contemplar la ciudad. Pero a mi hay otro que me gusta un poco más que este-. Entonces señaló un edificio que asomaba por encima del resto. Dos torres estrechas unidas en el techo creando la ilusión de ser el rostro de una persona. –O también debe haber una vista bastante curiosa desde allí-. Guio mi cuerpo hasta situarlo en línea con la vista parcial de una de las torres inclinadas que se asomaba con timidez.
Ambos nos quedamos en silencio contemplando la vida de la ciudad. Los coches, los taxis, los autobuses, las personas convertidas en hormigas pequeñas. Una última vista antes de regresar a la calle de nuevo. Y una foto de ambos con la ciudad de fondo.
Después del ayuntamiento, la siguiente parada estaba prevista en el parque del retiro, pasando frente a la puerta de Alcalá. A medida que avanzábamos calle arriba empezamos a sentir los ojos vigilantes de aquella inmensa construcción. Era imponente pasar a su lado. Tras una breve parada para una pequeña historia y unas fotos reanudábamos el camino para adentrarnos en los parajes del Retiro.
-Bienvenida al pulmón de Madrid-. Comentó mientras me tomaba de la mano. Miraba a los alrededores hasta que finalmente nuestras miradas se cruzaron.
-Me recuerda un poco al campo grande de Valladolid. Aunque no sé si allí los árboles son tan grandes-. ME arrimé un poco más a él.
-Bueno… tenemos un estanque con barcas… ¿quieres subir a una?-. Señaló el estanque que comenzaba a vislumbrarse en la distancia. Allí podían verse numerosas barcas de remos navegando erráticamente, cruzando aquellas aguas verdosas. –Pero eso si… no te caigas al agua-. Reí al ver su expresión.
-Lo siento mucho Arturo, pero yo y los transportes acuáticos no nos llevamos, otra cosa podría aceptarla sin problemas. Barcas… no, gracias-. Después de sacar algunas fotos de las barcas y de las estatuas que había al otro lado del estanque tiré de él con suavidad para alejarnos del estanque.
-Bueno… podemos adentrarnos un poco en los caminos que cruzan el parque, y experimentar un poco de naturaleza-. Dijo con cierta sugerencia. Miré hacia uno de los senderos laterales. Los centenarios árboles se retorcían por encima de nosotros tras sus cercas de arbustos. El manto de césped verde que los rodeaba resultaba increíblemente tentador. Parecía invitarte a descansar junto a los troncos. Volvimos a cruzar miradas cómplices y nos adentramos lentamente en una de aquellas sendas que iban adentrándonos en una privacidad extraña. Caminamos alejándonos de las vías más transitadas. Nos retiramos a una pequeña parcela de césped verde y fresco. Nos tumbamos a recuperar el aliento y recobrarnos un poco del calor que empezaba a apretar desde el cielo azul celeste.   
Aguardamos en mutua compañía, escuchando los sonidos que nos rodeaban de forma esporádica, aunque yo estaba más concentrada en sentir cómo su mano paseaba lentamente por mi rostro. Apartando lentamente algunos mechones que la cubrían y proseguía con el paseo.
-Asique esto era la otra opción diferente al paseo… ¿eh?-. Susurré de pronto.
-Si… mucho me temo que sí. ¿Esperabas otra cosa?-. Preguntó con un fuerte atisbo de duda.
-Bueno… contigo es difícil esperarse algo concreto…-. Reí entre dientes. Me fui acurrucando sobre su pecho. –Siempre consigues venir por el ángulo muerto, y eso es una cosa que en un chico es poco corriente. Y me gusta eso… y por ese motivo no te voy a contestar-. Asomé la lengua en un gesto infantil.
Su expresión me resultó irresistible. Mis reflejos hicieron acto de presencia logrando sellar nuestros labios antes de que volviese a subir la guardia. Mientras ejercía una ligera presión sobre sus labios su mano se enredó sobre mi pelo y tiró de mi cuerpo hasta dejarlo sobre el suyo. Sus caricias me deshacían en un placentero mar de sensaciones, pero aquello Arturo ya parecía saberlo. Su sonrisa lo confirmaba. Aguardamos unos minutos más así.
-Sabes, Arturo que cuando te levantes estarás verde, ¿verdad?-. Comenté mientras me incorporaba y le tendía el brazo para ayudarle a incorporarse.
-Por desgracia… pero ya sabes… todo tiene un precio-. Respondió mientras comprobaba, con alegría, que aquellas manchas de las que hablábamos no habían impregnado sus pantalones vaqueros. –Pero… no siempre es un alto precio-. Le palmeé en el culo.
-¿Cuál es nuestra siguiente parada, Virgilio?-. Sonreí con inocencia.
-Pues vamos a pasar por la única representación del diablo de Madrid-. Dijo con una voz fúnebre y grave. –Asique seguidme de cerca y no os perderéis en estos caminos malditos-. Antes de que diese un paso crucé mis brazos por su abdomen y lo apresé con el resto de mi cuerpo.
-De acuerdo-. Le besé la nuca y deshice la presión para continuar por las sendas hacia la estatua del ángel caído, situado en una de las avenidas del parque y muy próximos a la famosa cuesta Moyano.
Caminamos un poco desorientados pero finalmente dimos con aquella fuente. En un cruce de dos avenidas principales del parque, tal y como había predicho. Brillando bajo el sol estaba la piedra negra tallada con la figura retorcida de Lucifer. Resultaba demasiado siniestro y atractivo al mismo tiempo, además el resto de la fuente estaba custodiada por horribles rostros que trataban de ahuyentar a las almas errantes de los viandantes. Nos detuvimos un poco contemplándola y proseguimos hacia el fin de aquel tour por el centro de Madrid.
-Bueno, ya solo nos queda ver “la cuesta de los libros”. Aquí siempre puedes encontrar alguna pequeña joya y no suelen ser libros demasiado caros-. Caminábamos con paso muy lento mientras nos fijábamos en cada uno de los puestos a la caza de algo que llamara nuestra atención pero a esa hora ya casi no quedaba nada curioso.
-En ese caso… miremos, todavía es algo pronto para volver-. Sonrió. Mientras se acercaba a uno de los puestos donde había varios comics y comenzaba a mirar algunos de ellos. Yo mientras me perdí varios puestos más abajo en busca de un detallito.
Después de un largo rato perdida entre los libros de aquellos puestecitos sus brazos me sorprendieron en un delicado abrazo.

-¿Que tal van las compras?-. susurro en mi oído. -¿Alguna cosilla interesante?-
-Si-. Y le mostré un par de libros que había adquirido tras un rápido paseo por todo los puestos. -Muchas gracias por este paseo. Me lo he pasado muy bien-. Sus ojos marrones me contemplaron sonrientes.
-Bueno, qué te apetece comer… como los presos… eliges la última comida-. Me quedé un poco pensativa, la verdad no había pensado en nada.
-Me dejare sorprender, eres un buen cocinero asique prepares lo que prepares seguro que me gustará-. Le devolví la sonrisa.
-Entones… partamos hacia casa. No me gustaría que perdieses el bus y te quedases aquí… ¿o tal vez si?-. Dijo en con un aire juguetón en su voz mientras nos encaminábamos hacia la estación de metro de Atocha.

Ultimo Capitulo

20/8/13

The girl [Apuestas arriesgadas, part 17]

El tiempo había volado, como era su costumbre cada vez que estábamos juntos, sin percatarnos de ello. Tras vagar por diversas tiendas de lo más variopinto, hacer una parada en un pequeño restaurante y un repaso más fugaz a algunas tiendas más, optamos por volver a ese pequeño piso en el que residía. Cargamos el par de bolsas que portábamos en el angosto maletero del saxo y emprendimos el regreso atravesando la circulación de aquella ciudad a velocidades vertiginosas bajo aquella música, rápida y animada, y la atenta mirada de aquellos ojos marrones. Las ventajas de las pequeñas dimensiones. Aunque seguía con aquel extraño pensamiento pero sin resultados positivos. Cuando cruzamos la puerta el reloj de la entrada nos recibió con la melodía de las ocho de la tarde.

-Vaya… ¿ya son las ocho?- su voz se levantó con sorpresa mientras dejaba su bolsa en el salón.
-Eso parece-. No pude evitar sonreír. –Es increíble lo rápido que se puede pasar una mañana entre los muros de un gran centro comercial. ¿No te parece?-. Ella asintió con energía. -¿Qué película te apetece ver?-. 
También dejé mi par de bolsas y me encaminé hacia la habitación para cambiarme de ropa. Ella se había quedado en el salón mirando la enorme lista de películas que la había entregado. Salí al poco con la ropa dirección al baño.
-Alguna película que te llame la atención, Elisa-. Pregunté curioso.
-Si pero a decir verdad he visto varias que me gustaría ver. Estoy un poco indecisa…-. Levantó los ojos del papel y me miró.
-Bueno, entonces mientras te decides y pones cómoda voy a darme una ducha exprés-. A punto de entrar en el baño un fugaz pensamiento cruzó por mi mente al ver el toallero. –¡Oh!…- ella se asomó por el arco del pasillo. -Casi se me olvida la toalla-. No pude contener una risita al ver su expresión.
Tras coger una toalla me adentré en el chorro de agua caliente y comencé a esparcir el jabón. Estaba deseoso de ver la película que había elegido, y hacerlo a su vera. Cuando salí del baño ella se había cambiado de ropa y se estaba acomodando en el sofá.
-Bueno, después de una intensa indecisión creo que vamos a ver…-. Dejo ver una sonrisa misteriosa. -…Una de suspense y, la verdad, el titulo… incita. “La soga”, ¿te parece?-.
-Perfecta, además no la he visto pero mi hermano me ha dicho que es un puntazo-. Señale el asiento contiguo donde reposaban sus pies. -¿Puedo?-. 
-Claro, pero ponte aquí mejor. Estaremos más… cómodos-. Se apartó un poco dejándome el sitio donde estaba su cabeza, mientras lo acariciaba con lentitud. Una ligera curvatura picarona dejó un pequeño atisbo de luz en mi mente.
-Ideal. Espero que te guste la peli-. Me senté, y no tardó en dar comienzo con los créditos, como toda película antigua.
La neoyorquina ciudad amanecía rápidamente. Algunos coches circulando. En una azotea de un rascacielos. Un ático situado en un buen vecindario. Y un grito ahogado que se apagaba lentamente mientras su dueño exhalaba su último aliento.
Envueltos en la oscuridad, a lo largo de la película ella fue de forma muy sutil acurrucándose sobre mi pecho y rodeándome poco a poco con sus brazos. Y yo, aunque menos sutil, también posicioné mis manos en lugares estratégicos. Una mano enredada en algunos mechones de su larga melena próximo a su cuello y otra en la junta entre la camiseta de tirantes y su short. El final se intuía cercano. Demasiado, tal vez. En New York sonaban los ecos de las sirenas de la policía mientras los subtítulos ayudaban a comprender los murmullos del fondo de la calle. Mientras, la vista de la ciudad se iba alejando poco a poco sumida en la noche.
-Oh…-. El asombro brillaba en el fondo de sus ojos. Se revolvió para mirarme desde abajo. –Es genial. Lástima de final-. Dijo con una sonrisa. Entonces sentí su mano paseando por mi cuello. Haciéndome estremecer. 
-Sí, mi hermano tenía razón-. Susurré mientras apagaba el televisor, sintiendo aquella caricia lenta y prolongada. Sonreí al ver aquella mirada sugerente que me dirigía. Poco a poco recorté distancia con su rostro. – ¿Sabes?… sigo dando vueltas a esa primera vez, pero no consigo dar con ella, ¿alguna pista?-. Aquella mirada se fue iluminando hasta brillar con travesura, al igual que la nueva curvatura de sus labios.
-Es tarde… y ha sido un largo día-. Su mano descendió hasta situarse suavemente bajo el mentón. –…Te parece que recojamos los restos de la cena y después nos vayamos a la cama-. Su mirada se desvió fugazmente hacia los restos que reposaban sobre la mesita de café.
-A la cama. Que no a dormir… tú y los detalles lingüísticos-. Volvimos a  aguantarnos la mirada en silencio. Ella no pudo evitar iluminarme con una alegre sonrisa.
-Si… creo que me lo estas pegando-. Ensanchó aún más su sonrisa.
Después de limpiar la cena ella me tomó de la mano y nos encaminamos a la habitación.
-Ponte cómodo-. Me dejó en la cama. –Bien, asique una pista, ¿eh?-. Se quedó pensativa mientras miraba por la habitación en busca de algo que no tardó en encontrar. Sus manos encendieron las velas –Y… ¿con qué prenda la vas a comprar?-. El olor de vainilla invadió la habitación. Caminó hacia la pared sumiendo la habitación en penumbra a merced de las velas.
-¡¿Comprar?! ¿Prenda?-. La sorpresa  invadió mi rostro sin ningún cuidado. –A qué te refieres-. Ella se fue aproximando lentamente hacia la cama donde poco antes me había tumbado.
-Veras… unos amigos de mi prima jugaban a los acertijos por la noche reunidos en una de las habitaciones…-. Se sentó a mi lado apoyándose sobre mi pecho sin perder el contacto visual en ningún momento. –Pero… las pistas…-. Siguió recostándose lentamente sobre mí y descendiendo su voz de forma muy sensual. -…había que comprarlas con prendas. Camisetas, calcetines, zapatillas…-. Hizo una pausa breve. -… ropa interior…-. Me acarició el pómulo con suavidad.
-Vaya… tan tímida que parecía-. La rodeé con mis brazos. –Entonces… cuanto me costará dar con aquella primera vez-. Mantuve el contacto con sus hipnotizadores ojos.
-Bueno… ya que será una historia un poco larga… te pediré una prenda… peligrosa-. Su sonrisa se iba ensanchando a medida que mi torso quedaba al descubierto.
-¿A qué llamas una prenda peligrosa?-. Miré mí atuendo compuesto por una fina camiseta y un pantalón largo. Obviando la ropa interior. 
-Pues… una prenda peligrosa sería… por ejemplo…-. Su mano descendió y tiró con suavidad del elástico del pantalón reiteradamente. –Además así estaríamos igualados, ya que…-. Señaló su short de licra negra. –Esto es similar a los bóxers que llevas-. Sonrió con un poco de malicia.
-En ese caso… me rindo y me resigno al pago en pos de la curiosidad-. Dije dejando los ojos en blanco mientras comenzaba a bajar el pantalón.
-Ah, no, cielo. De eso me encargaré yo, a fin de cuentas… es mi…-. Un matiz pícaro asomó en su mirada. -…divertida comisión-. Sus manos descendieron raudas y no tardaron en descender con lentitud aquella prenda convertida en moneda de cambio. Su risa resonó dulce y siniestra en la penumbra. Rodeó mi cuello con sus brazos y terminó de acomodarse sobre mis piernas. Simuló que se aclaraba la garganta suavemente.
-Érase una vez hace cuatro años, en esta misma ciudad, una chica a punto de cumplir los dieciséis que había acompañado a su novio, cinco años mayor, a una quedada con varios amigos de éste…-. En ese momento aquello empezó a cobrar forma en mi mente. Se acababa de liberar el recuerdo de aquella noche, provocándome una sonrisa inconsciente.-…había casi media docena de coches parecidos a los de su novio, y continuaban llegando más, pero ella estaba más pendiente de otra cosa. Aquello no estaba bien y lo sabía. Entonces de la oscuridad apareció algo que sí reclamó su atención. Vio pasear a un chico pelirrojo y de cabello corto, parecía concentrado observando cada coche…-. Mientras narraba sentí como su pecho se apretaba suavemente contra el mío, fruto de la atracción ejercida por el lazo de sus brazos. -…Y después de aquella rápida inspección regresó a su coche sin más. Se notaba que era su primera vez…-. Nuestros rostros estaban muy próximos, y el tono de su voz se suavizó un poco más. Su perfume dulce me invadió llenándome los pulmones. Su rostro había cobrado un matiz de irrealidad a la luz caprichosa de las velas. 
-Si, ya me acuerdo de aquello. Anda que no ha llovido desde entonces-. Mi voz surgió de mis labios como un susurro. –Y al final de aquella noche me encontré con varias preguntas rondándome… y a día de hoy alguna sigue sin respuesta…-. Volví a enfocar mi mirada en aquellos ojos de reflejos cálidos.
-Ah, ¿sí? Preguntas como cuales, Arturo.- Preguntó con un fuerte atisbo de curiosidad.
-Qué te impulsó a guiarme en aquella carrera y jugarte el tipo…-.
-Vaya… que directo-. Rio. –Cómo iba diciendo… algo en aquel chico le llamó muchísimo la atención, y no sólo aquel “juguete” que traía consigo-. Gesticulo las comillas. –Asique presa de la curiosidad, y una misteriosa atracción hacia él se encaminó sin pensarlo hacia su coche. Su presentación, algo tímida la sacó una sonrisa… tal vez el modo tan extraño de la sintaxis o su pinta de malote-. Se encogió de hombros. -Quién sabe. Su forma de pilotar durante la carrera, la cautivó. Esa ambición combinada con la destreza y la temeridad. Nunca olvidaría la adrenalina corriendo por sus venas instada por aquella música rápida y vivida. Tentándola. Aquella chica estaba nerviosa porque algo se había despertado. Aquel chico de pelo rojizo había encendido una chispa en su interior y aquello, por su situación, la incomodaba. Grabó en sus recuerdos los interminables minutos de pesado silencio exterior, tras escapar de la policía por poco, y las voces de su interior. Algo la incitaba, quería hacerlo pero una sombra se lo impedía, su novio-. Elisa me mantenía aquel contacto visual a lo que no tardó en sumar una sonrisa misteriosa.
-Qué tenía ganas de hacerle a aquel chico-. Pregunté con curiosidad.
-Esto…-. Susurró a mis labios. El sabor de sus labios entonces estalló en los míos. Su tacto. –Pensó que nunca más lo volvería a ver… Pero una noche, inesperadamente volvió a escuchar aquellas melodías. Reconoció aquel juguete aparcado y también a su conductor… pelirrojo-. Aquel beso atravesó la barrera de mis labios buscando la humedad y la consistencia de aquello que protegían. Unas caricias habían empezado a recorrer mí cuello. Sin poder ocultar por más tiempo la erección que me acosaba desde hacía tiempo. Aquel beso se detuvo. Su risita traviesa resonó en los alrededores. Podía notar el rubor de mis mejillas otra vez.     
-No sabría decirte qué me gusta más ahora mismo-. Me susurró de nuevo. –Si notar tu excitación…-. Recortó la escasa distancia entre nuestros sexos. -…o el rubor que tiñe tus mejillas cuando te excitas-. Pasó sus pulgares por mis mejillas ruborizadas y descendió de nuevo hasta acariciar mi pecho.
-Bueno… no sé qué decir…- Mis manos seguían apoyadas en la cama. Pero nuestros rostros estaban aún más próximos. Mi voz era un susurro. Sus ojos marrones fueron adentrándose en los míos. Escrutando mis pensamientos lentamente. Su mano se había enredado en mi pelo y lo revolvía con delicadeza. Estaba siendo pirateado y era incapaz de lanzar ninguna contramedida. Entonces el silencio se rompió con su voz suave, susurrándome a los labios.
-Podrías revelarme qué hay en esa cajita, por ejemplo-. Señaló la pequeña caja que había traído de extranjis de la cocina. Mis labios se curvaron mostrando una sonrisa traviesa.
-¿Quieres una pista?-. Enarqué las cejas. Ella sonrió con la misma travesura.-Espero que sea de tu agrado-. Mis manos fueron ascendiendo lentamente recorriendo su espalda en suaves caricias mientras buscaba la prenda en cuestión. La camiseta ascendía arrastrada por mis brazos cuando escuche su risita amortiguada al llegar a la zona alta de su espalda.
-No, no. Creo que tendrá que ser otra prenda…-. cantó divertida con aquella voz suave. Nuestros torsos aprisionados haciéndonos sentir las curvas del otro. Sus piernas habían rodeado mi cintura y la apretaban con una fuerza impulsiva, haciendo más notorias las palpitaciones de la erección. Su mano buscó detrás de uno de los cojines y dejó caer aquella pieza sobre mi rostro. –¿Es esta la prenda que buscabas?-. Mostró unos ojitos dulces e inocentes. 
-Eh… creo que si…-. Mi expresión semioculta por el sujetador estaba envuelta por la sorpresa y la excitación. La risa inundó la oscura estancia. Estaba ligeramente superado, había que admitir que había sido un buen golpe. –Entonces… qué prenda pagaras por la pista-. Ella sonrió con inocencia mientras deshacía el lazo de mi cuello.
-La camiseta… porque no tengo muchas más que ofrecerte. Espero que sea una pista muy buena, Arturito-. Aquella sonrisa fue cobrando matices muy traviesos. Y aquel matiz fue demasiado gráfico para mí. -Vaya… presiento que acabas de darte cuenta de las implicaciones que conlleva-. Su risa inocente volvió a sonar en la habitación. Su camiseta fue levantando el sitio mostrando las discretas líneas de su torso hasta que finalmente cayó sobre la cama.
-Bien…Para la pista…deberemos inter…intercambiar po…posiciones, y además… has de cerrar los ojos pues para…para esta pista solo requerirás…de tu…tu…tacto-. Mi rubor se hizo más notorio. Sus ojos brillaron divertidos y excitados. Casi podía leer en ellos, “Qué tramas, cosita linda”.
-Eres un chico muy travieso…-. Acarició la punta de mi nariz. Intercambiamos las posiciones lentamente y tras asegurarme de que sus ojos estaban cerrados, tomé una unidad de aquella cajita y deslicé su húmedo tacto hasta la junta de sus labios. Su primer impulso fue abrir los ojos pero antes de que pudiera ver algo los cubrí con la mano. Mi voz susurrada se deslizó hasta su oído.
-Muérdelo con suavidad-. Los labios de Elisa se retiraron con cuidado mostrando sus dientes blancos que se hundieron en el cuerpo de aquella fruta. Degustó en silencio, atrapando cada matiz y cotejándolo en su base de datos.
–Eres muy retorcido, y original, todo hay que decirlo… no me lo esperaba pero… es una frambuesa-. Una sonrisa de victoria se dibujó de forma casi instantánea.
Sentí como algo recorría mi cuerpo pero me percaté tarde del matiz pícaro que había tomado su sonrisa. Sorprendido caí sobre su cuerpo. Sus piernas y brazos me aprisionaron a traición contra su torso desnudo. Sus labios me hundieron en un ardiente y húmedo beso. Los sonidos que se desprendían de nuestros labios hicieron que el sonido de tela desgarrada pasara desapercibido. Una ráfaga de aire frío recorrió mi espalda perlada en sudor haciéndome estremecer aunque en mi interior ardiese.
-Qué apasionada…-. Dije sorprendido. Ella lucía una sonrisa muy divertida ante el rubor más acusado en mis mejillas.
-Oh, resultas tan adorable-. Un delicado beso selló mis labios. —Apasionada… y no sabes hasta qué punto-. Susurró. Poco después aquel casto beso fue transmutando en uno más profundo y apasionado. Nos perdimos degustando el sabor del otro. Estaba tan abstraído por aquel beso que no me percaté que habíamos intercambiado las posiciones de nuevo hasta no abrir de nuevo los ojos.
-¿Y ahora…?-. Preguntó mientras se recostaba sobre mi cuerpo. Aquella sensación. Ese calor pegajoso del tacto piel con piel. El atractivo aroma que se desprendía de ambos cuerpos ebrios de hormonas. Sus manos reposaban sobre mi pecho y acariciaban mi cuello con el borde de las uñas produciéndome un fuerte cosquilleo.
-El fervor me incita a llegar al final pero hay otra parte que piensa que es muy apresurado…-. La abracé con fuerza extendiendo mis brazos a lo largo de su espalda. –Y me importas mucho como para jugarlo a cara o cruz. ¿Tú quieres seguir?-.
Un pequeño silencio quedó entre nosotros. Su rostro bailaba irreal a la luz de las velas. Ambos perlados en sudor, jadeantes e increíblemente excitados.
-También eres una fantasía convertida en realidad, y aunque también me parezca apresurado, creo que eres… el príncipe de mi cuento-. Deslizó un poco por mi pecho hasta dejar otro casto beso sobre mis labios. Después se posó en mi cuello y succionó con suavidad en la base del cuello. 

Parte 18

2/8/13

The Girl [Dulce despertar, part 16]

Amanecí lentamente sintiendo la calidez de su cuerpo sobre el mio. La luz se filtraba con delicadeza a través de las minúsculas rendijas que quedaban entre las lamas de la persiana. Un ligero cosquilleo se apreciaba sobre mi cuello de forma rítmica producido por su respiración, tranquila y calmada. Aquella sensación logró erizar cada palmo de mi piel, pero era muy agradable. Elisa me mantenía preso abrazándome cariñosamente con todo su cuerpo que se marcaba con sutilidad sobre el perfil del mio. Una curvatura comprensiva apareció en mi rostro cuando recordé mi sensación al despertarme aquella veraniega mañana en las camas del circuito, envuelto en aquella soledad y en la incertidumbre de si aquella noche había sido real o una ficción muy lograda de mi mente. Volteé con suavidad la cabeza, no quería que se despertara. Estaba preciosa, durmiendo con aquel rostro de inocencia y apacibilidad llenándole el rostro. Pasé el dorso de mi mano por su pómulo sintiendo aquel tacto suave y cómo se estremecía a su paso, viendo cómo se curvaban sus labios ante aquella caricia. Me quedé en silencio velando su sueño. Disfrutando de su compañía. Escuchando los sonidos que comenzaban a envolvernos al otro lado de las paredes del edificio.
Estaba sumido en un mar de pensamientos, lejos de aquella habitación, trazando algún plan con el que sorprenderla una vez más, ayer el paseo salió mucho mejor de lo que en un principio había pensado pero hoy no sabía que hacer. Entonces un pequeño roce sobre mi nariz me sacó de aquellas ideas.
-Buenos días, Arturo.- Dijo el susurro al otro lado. –¿Has dormido bien? Porque yo… sí-. Sonrió desperezándose con lentitud, deshaciendo cada nudo que había atado sobre mi cuerpo.
-He dormido apresado-. Esbocé una sonrisa malvada. –Pero no importa porque la carcelera ha sido muy agradable conmigo, y por ese motivo la voy a preguntar lo que quiere para desayunar. Y si quiere hacerlo en la cama-. Mantuve el contacto visual con aquellos ojos morrones caramelo guardando en silenció a la espera de que ella terminase de estirarse.

-¡Oh!, qué detalle… pero quién es, quién osó a mantenerte preso en esta cálida noche-. Preguntó con curiosidad. No pude evitar ampliar mi sonrisa ante su despliegue de curiosa inocencia.
-¿Qué te apetece desayunar?-. Susurré con lentitud disfrutando cada palabra. –Y prefieres el desayuno en la cama, o en la cocina…-. Al terminar sus ojos se abrieron como platos, aunque no reprimió una sonrisa llena de picardía y algo de travesura.
Me levanté lentamente de la cama y puse dirección a la cocina, deteniendo mi caminar al llegar al vano de la puerta, dónde la dirigí otra mirada, deleitándome enormemente con aquella estampa. Elisa recostada, con el pelo alborotado y envuelta ligeramente entre las sabanas revueltas, iluminada fugazmente por aquellos intrusos rayos, y con una expresión de lo más atractiva.
-¿Me echas una mano en la cocina, Eli?-. Ella me devolvía la mirada sorprendía. Parecía que no daba crédito a mis palabras.
-Si. Si, encantada-. Se levantó de la cama y me abrazó con ternura. –Creí que lo decías en broma. Nunca me habían hecho el desayuno…- Sonrió. –Bueno, un chico nunca me ha hecho nunca un desayuno… porque mi madre solía hacérmelo cuando era más jovencita…- Su risa inundó la habitación. –Aunque antes… ¿podría darme una ducha rápida?-.
-Por supuesto- Hice un ademán de invitación con las manos señalando la dirección del baño. Relajando mis facciones en una ligera sonrisa.
-Eres un cielo-. Incrementó la presión de sus abrazos, sumiéndome en una cálida y agradable sensación. –Bueno voy a coger la ropa y a apresurarme para ayudarte con el desayuno-. Volvió a iluminarme con aquella sonrisa, antes de coger algo de ropa de su maleta y desaparecer por el pasillo. -¿Te gustaría acompañarme?- Entonces su risa reverberó por el pasillo, repleta de picara inocencia. Aquello me dejó un poco noqueado, ¿Iría en serio?
-Es una oferta muy tentadora pero me temo que tendré que… rechazar-. Respondí al pasillo vacío. Dejando escapar una pequeña carcajada. Aunque sin saber muy bien su motivo.
Miré a la habitación. No eran más de las diez, según el despertador pero la cama que no estaba demasiado deshecha reclamó mayor atención que los números del reloj. No tardé más de cinco minutos en arreglarla y recoger un poco el resto de la habitación. Me fui quitando el pijama y entonces me fijé en una ligera prueba que dejaba constancia de una larga noche de fuerte excitación, seguramente producida por algún sueño extraño que ahora mismo era incapaz de recordar. Sentí un rubor en mi cara. “Vaya… te lo has pasado bien, ¿eh?” sonó el eco en mi cabeza. Me cambié apresuradamente y no tardé en dejar la habitación para hundirme en los fogones. Aunque no cocinaba con frecuencia.
Empecé a preparar la base para las tortitas. No había terminado de coger los ingredientes de la cocina cuando una voz atravesó las paredes en tono de alarma y sorpresa.
-¡Oh, horror!- Aquella exclamación surgió del baño.
-Qué sucede, Elisa-. Dejé las cosas en la encimera y asomé la cabeza al pasillo.
-Con las prisas no me fijé en si había toalla. Y… no hay- Esbozó una risita.-Podrías acercarme una, por favor-.
Mi respuesta fue rauda, fui al tendedero y cogí un par de toallas, y me aproximé hasta la puerta del baño. Inspiré y abrí una rendija lo suficientemente grande como para pasar mi mano con ambas toallas. Escuche su risa al otro lado de la puerta. Entonces se abrió de forma repentina dejando ver la estancia y aquello que había dentro. Aquello me pilló demasiado a contrapié consiguiendo un color muy rosado en las mejillas.
-Oh, qué ricura-. Me acarició el pómulo percibiendo aquella calidez y el tacto de su húmeda piel. –¿Acaso soy la primera chica que ves… desnuda?-. Sonrió con unos matices picaros asomando discretamente.
-Eh… eh… esto… no-. Negué con la cabeza tratando de recomponerme de la sorpresa. –Pero es una situación… un poco… … violenta-. Retiré la mirada poco a poco. –Y más a traición-. Mostré una mueca picara, mirándola por encima de la montura de las gafas.
-Mensaje captado…-. Se cubrió con lentitud contoneando ligeramente las caderas.- La próxima vez lo haré más despacito. Recortó distancias y asomó la cabeza al pasillo, inspirando varias veces. – Oh… huele muy bien, me seco y voy a ayudarte en la cocina, ¿vale?-. Me dio un pequeño beso en la mejilla y cerró la puerta con cuidado.
Me quedé un momento parado frente a la puerta cerrada antes de recobrar el control y regresar a los fogones, no sin notar una ligera tirantez en el pantalón. “Primera chica o no…, no era algo que uno viese con frecuencia”. Aquel pensamiento me arrancó una sonrisa. Comencé a batir los huevos mientras iba mezclando cada ingrediente. Poco después la figura de Elisa de colaba sigilosa en la cocina.
-Tienen una pinta excelente-. Dijo mirando por encima de mi hombro como aquella masa amarilla iba cogiendo un tono dorado. -¿Sabes? Has marcado un pleno, con las tortitas. Me encantan. ¿Puedo ir haciendo algo?-. Su voz dejaba un matiz de deseo por empezar a maniobrar en la cocina.
-Puedes hacer un poco de zumo, si quieres. Hay naranjas en la nevera y el exprimidor esta en ese cajón-. Señale con el dedo un conjunto de cajones.
-Vale-. Dijo con alegría y se puso manos a la obra. Después de un agradable rato en la concina, llevamos todo a la mesa y disfrutamos de aquel enorme desayuno.
-Mmmmm, oh, qué bueno-. Su expresión de deleite era más que suficiente. –Eres un cocinero de primera… seguro que a mi madre le caes genial-. Al oír aquello último abrí los ojos como platos.
-Vaya, me alagas pero yo solo soy el cocinero de emergencia-. Reí quitándome el mérito. –Yo sólo cocina de subsistencia. Y cambiando de tema, ¿qué te apetecería hacer hoy?-. Las miradas se cruzaron y permanecieron un rato en silencio.
-Pues, no se. Podemos dar un paseo hasta la hora de comer, así me enseñas otra porción de ciudad. Y por la tarde podríamos ver una peli en casa… tumbados en el sillón. ¿Te parece?-. Continuó degustando aquella pequeña pila de tortitas bañadas en chocolate.
-Me parece genial, podríamos ir de tiendas-. Sus ojos se iluminaron. Una luz de grata sorpresa los tomáron lentamente.

-¿Y todavía sigues sin novia?-. Sonaba divertidamente incrédula. –No. Me niego en redondo. No puede ser. Espera…-.Aguardó pensativa unos segundos.-A no ser…-. Gesticulo con las manos para evitar decirlo. Y aquello me arrancó una gran carcajada.
-No, no, no soy gay-. La risa se había apoderado de mí, enteramente suyo, aquella reacción no me la esperaba, aunque no era la primera que lo pensaba. –Sé que soy raro… pero jo…-. Un reproche simpático adornaba aquella frase.
Las risas llenaron la cocina.     
-Bueno, como has podido observar… no soy mucho de seguir la moda… ni de compras-. Señaló su atuendo.-…pero bueno si te hace ilusión llevarme de tiendas… entonces vayamos de tiendas-. Acarició mi mano que reposaba en el centro de la mesa. Las miradas volvieron a cruzarse.
-Yo no he dicho que sean de ropa… ¿verdad?- Dije mirando por encima de las gafas. –Hay muchas tiendas y de muchas cosas… aunque bueno puede que visitemos alguna-. La regalé otra de mis enigmáticas sonrisas.- Pero antes… recojamos el banquete-. Besé el dorso de la mano y después empezamos a recoger.