El humo desprendido por los cigarrillos formaba una densa nube alrededor de una de las mesas en torno a la cual cientos de ojos quedaban pendientes. Pequeñas figuras yacían en uno de los bordes, contemplando la impasible lucha que se libraba a escasos centímetros de ellas. Otras, aquellas que todavía en pie quedaban, esperaban su turno para ser movidas. El silencio reinaba en aquella sala. Nadie decía nada. Ni siquiera un murmullo se atrevía a salir de nuestras bocas. La concentración era absoluta y demasiado importante como para quebrarla. De pronto un sonido nos sobresaltó a todos. Un golpe seco. El quejido de la mesa de mármol bajo el peso de la mano grande y robusta, acompañado de feroces maldiciones llenas furia en un idioma extraño, del contrincante de inmensas dimensiones.
Los pocos que teníamos acceso directo a la mesa, contemplamos el tablero y la posición las piezas que quedaban en pie. Algunos murmullos se levantaron. Tal y como aquel temía, su rey quedó por completo acorralado. Una enorme figura con forma de muralla, cortaba el paso del rey, mientras que dos peones le hacían muerte bajo la protección de un caballero y un consejero. El resto de posibilidades quedaban anuladas por la posición de su propia corte. El negro sobre el blanco, otra vez. Al otro lado de la mesa, una joven. De aspecto tranquilo, le avisó el jaque mate sin inmutarse ante el bufido de aquel que consideraba por completo derrotado. Nunca me consideré buen jugador de ajedrez, es más lo encuentro aburrido. Por muy milenario y misterioso que sea su origen.
Los pocos que teníamos acceso directo a la mesa, contemplamos el tablero y la posición las piezas que quedaban en pie. Algunos murmullos se levantaron. Tal y como aquel temía, su rey quedó por completo acorralado. Una enorme figura con forma de muralla, cortaba el paso del rey, mientras que dos peones le hacían muerte bajo la protección de un caballero y un consejero. El resto de posibilidades quedaban anuladas por la posición de su propia corte. El negro sobre el blanco, otra vez. Al otro lado de la mesa, una joven. De aspecto tranquilo, le avisó el jaque mate sin inmutarse ante el bufido de aquel que consideraba por completo derrotado. Nunca me consideré buen jugador de ajedrez, es más lo encuentro aburrido. Por muy milenario y misterioso que sea su origen.


-¿Qué puedo hacer por usted?- decidí forzar la conversación. Ella me miro con aquellos atractivos ojos azul intenso, y tomo aire.
- Mi nombre es Violeta, y creo que han asesinado mi padre. He oído que usted es un gran detective, y mucha gente lo ha confirmado. Además parece un hombre discreto, y tiene cara de buena persona. He traído toda la información que me ha sido posible sin llamar demasiado la atención. Y espero que usted pueda ayudarme.- Su voz era dulce y suave, aunque era cierto que existía una gran tristeza y desolación escondida en aquella voz de acento inglés forzado, parecido al mío supongo.
-Bien, de acuerdo, investigaré la desaparición de su padre. Pero para ello me tendrá que contar hasta el detalle más ínfimo que se le ocurra.- Me sorprendió el tono calmado de mi propia voz, sin duda era un caso que daría problemas pero que no podía negarme a resolver. Mi propia moral lo impedía. –Comencemos desde el principio, si le parece. Por cierto, mi nombre es Héctor.- A ella se le escapo una pequeña sonrisa, breve y casi invisible.
-Bien. Mi padre y yo vivimos en Ginebra. Tras el fallecimiento de mi madre, él se encerró en las matemáticas, supongo que para mantener la mente lejos de su recuerdo. Es un gran matemático, lo que nos permitió mudarnos a Nueva York cuando le ofrecieron un trabajo en unos laboratorios de investigación. Trabajó para la armada en numerosos proyectos que escapan a mí conocimiento, en el más sólido de los silencios, incluso me llevó a colegios donde estaba interna durante el curso. Cuando terminé, me gradué en la universidad de Nueva York, pero parecía que se había olvidado de mi existencia. Él seguía absorto en sus trabajos. Nos distanciamos cada vez más, incluso llegué a marcharme de su lado y el no hizo el menor intento por evitarlo. Ya hace cuatro años de aquello, pero hace cosa de dos semanas recibí esta carta de condolencias, donde explican escuetamente el accidente mortal que ha sufrido mi padre-. Algunas lágrimas recorrían aquel rostro marmóreo esculpido con la mayor de las delicadezas.

-Este es mi compañero, Sean. Y… por lo que veo viene de incognito-. No pude evitar una sonrisa que poco a poco se fue pintando en mi rosto. -Parte del trabajo de un detective, y no es el más agradable de todos, se lo aseguro- me levante y le tendí la nota. –Hay algunas cosas que no terminan de encajarme pero no sé por qué, echa un ojo y dime qué ves-.
Sean se colocó las gafas para leer y dio un barrido con la mirada. Después en una hoja comenzó a escribir bajo la estupefacta mirada de ambos. Me dejó el papel que había escrito y nos explicó el codigo de cifrado del mensaje que ocultaba. Por lo que no era difícil intuir que esa carta no era lo que aparentaba. Pero lo que en esa nota se decía, tenía connotaciones peores que la muerte. Al parecer el buen matemático, incluso en el mayor de los anonimatos, era conocido. La carta. El mensaje. Los proyectos. La lucha que ahora se libraba entre las dos potencias más poderosas del globo. Ahora con el mensaje de la mano, Violeta (así dijo que se llamaba) temblaba con la cara desencajada por el horror. Alguien la quería, y no por amor. En ese momento me surgió una pregunta, ahora recordaba donde había visto aquella cara.
-¿Usted jugó ayer al ajedrez?- Las piezas se ordenaban poco a poco. A su aire, pero ya casi estaba completo y no pintaba nada bien. Ni para ella ni para ninguno de nosotros. Ella me miró con los ojos desorbitados. –Sí, jugué ayer. Gané utilizando una táctica que aprendí de mi padre.- Entonces abrió más los ojos al recordar a su contrincante Mijaíl Chigorin gran GM ruso. Mi siguiente pregunta, aun de respuesta conocida, era necesaria asique no demoré demasiado la cuestión. –Y… esa técnica la conocía alguien más aparte de usted y su padre- Ella movió la cabeza con ademán negativo y después hablo entre susurros. –Esa estrategia la diseño mi padre, basándose en una teoría matemática-.
Bueno ya estaba la imagen pintada sobre el lienzo. Si su padre trabajó para la armada en algún código o arma, seguro que pretenden usarla contra los rusos en esta guerra que se advierte inminente. Y seguramente provocaron aquel accidente y fingieron su muerte para secuestrarlo. Y con la tecnología que hay ahora… no habrá sido difícil dar con su hija. Posiblemente la buscan como punto de presión para el matemático y que este les dé el código. Por lo que hay que sacarla del país y esconderla, pero seguro que ya están aquí. Posiblemente aquel ataque de furia no fuera más que una señal. Porque al fin de cuentas, esa técnica era como su sello de identidad. Y en aquella sala podía haber perfectamente doscientas o trescientas personas, y seguro que agentes del KGB camuflados o algo del estilo. La cosa no pintaba nada bien y ahora estaba metido de lleno en aquella “partida” de ese odioso juego llamado Ajedrez.
Ajedrez y violetas... y un relato entre miles.
ResponderEliminarGracias XD, yo espero que por lo menos mientras lo leias hubiese consegido transportarte a otro lugar
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