poemas de amor Crazzy Writer's notebook: Extraño final

4/8/14

Extraño final

Contemplo en silencio la hoguera que brilla sinuosa en la chimenea. Siento su calor y su luz sobre la piel. Respiro profundo y escucho aquellos sonidos que me arrullan en la noche. El crepitar de la fogata. El tintineo de los hielos en la copa que blando delicadamente en mi mano. Gemidos ahogados de las cuatro chicas que guardan en mi cama a que decida satisfacer sus fantasías más salvajes.
Aparto la mirada de aquella imagen hipnótica y contemplo, la ciudad a mis pies. El inmenso ventanal del salón muestra pequeñas hormigas blancas y rojas moviéndose a lo largo de aquel terrario abierto. Cada calle. Cada edificio. Cientos de miles de luces que aplasto con un solo dedo desde aquella altura.[Suspiro prolongado] Escucho mi propio suspiro. Uno de esos que escapa de tus actos conscientes, con un significado. No sé si me explico, porque es una sensación algo difícil de hacer entender a un tercero, a no ser… a no ser, claro que haya estado en una situación similar.
Me resulta difícil, de entender. Es complejo… y largo de explicar, aunque algo me dice que voy a tener tiempo de sobra. [Risa]… carezco del pálpito.
-Cielo-. Suena una voz aterciopelada y ligeramente jadeante. –Estamos esperándote, y estamos muy, muy calientes-. Se muerde el labio inferior. Aguarda desnuda mostrándome toda su belleza y perfección. Pero nada.
El magnetismo de la chimenea es infinitamente más fuerte y posesivo.
Tan solo hago un gesto con la mano que permanece libre en ademán de que fuesen empezando sin mí. Después de todo son ellas las que más tardan en correrse y caer extasiadas de placer.
-Ya iré, Michelle-. Susurro a la copa. 
[ · · · ]
En fin… retomando la reflexión, estaba a punto de esbozar la pregunta del millón. Algunos tal vez la hayan deducido. Otros solo especulan acerca del tema. Y los que restan, los más numerosos, aguardan a seguir leyendo estas líneas con el fin de que la desvele. En cualquier caso, y sea cual sea donde se encuentre, la diré. Y recuerden; el millón sigue en juego.
-Por qué si tienes juventud, dinero, fama y mujeres… ¿te sientes tan vacío?-. Susurró a mi oído una voz femenina, igual de sensual y delicada que la primear pero con un matiz muy diferente a esa.
Sus manos se apoyaron en mis hombros y descendió lentamente por mi pecho interponiéndose entre la seda y mi piel. Estaba sorprendido. Muy sorprendido. Porque aquello no lo hubiese dicho mejor ni yo mismo. ¡Qué diablos! Aquello era lo que había pensado exactamente. Aunque lo inquietante del asunto no era tanto la precisión de aquella frase, sino quién era ella. Porque no era Michelle, ni Sharon, ni Rachel, ni Lily.
Traté de volver la mirada pero aquellas manos lo impidieron de una forma tan delicada como firme.
-No, no, no-. Rio juguetona. –Por ahora guardemos el misterio-. Volvió a susurrar en mi oído, acariciándolo con sus labios carnosos, produciéndome un escalofrío. –Oh, disculpa. Lo estabas haciendo muy bien sin mí, no sé por qué me he inmiscuido-. Sus manos desaparecieron de la misma forma de la que llegaron. –Por favor, prosigue-. La voz se desvaneció lentamente en un murmuro.
Aquella experiencia me dejó demasiado descolocado, pero en el fondo tenía toda la razón. Lo tenía todo, aquello que quería se materializaba al poco, pero aun así el vacío era tan abisal que apenas llegaba a vislumbrarse el fondo. Resultaba tan frustrante. Tan… [Silencio prolongado]. Tan deprimente.
Tomé otro trago de la copa y dejé que su contenido regase mi garganta y dejase aquel aroma fuerte en mi boca. La mirada fija de nuevo en las llamas, su crepitar. Parecía que la respuesta a mi pregunta estaba en aquel recinto.
Aquel calor me confortaba, debía admitirlo. Resultaba agradable en aquellos momentos de confusión, donde eres presa fácil de toda clase de dudas. En esos ratos de vulnerabilidad ante el mundo. Un nuevo escalofrío recorrió mi cuerpo, una sacudida que trajo consigo una respuesta.
Tal vez fuese la buena. Tal vez no.
La cura. O tal vez una tirita, para un cáncer terminal.
-¿Y bien?-. Susurró de nuevo aquella voz misteriosa. – ¿Ya tienes tu millón?-. Aquel matiz juguetón volvió a aparecer en su voz.
Tenía la sensación de que era una pregunta de esas que no hay que responder. Cómo se llamaban…
-Retóricas. Preguntas retóricas-. Se aproximó lentamente. –Y no, no lo es-.

Apuré el último trago de la copa. Inspiré mientras traía conmigo aquella tirita. Ahora llegaba el momento. Hasta entonces nunca me había parado a pensarlo fríamente y mientras hacía memoria trayendo pequeños fragmentos de recuerdos perdidos a lo largo de una vida de lo más alocada y repleta de desenfreno. Y entre ellos, vislumbré su imagen postrada en la cama del hospital, consumida por el cáncer. Varias lagrimas descolgarse a través de mis mejillas. Trato de sacar voz para responder pero en medio de aquella palabra sentí resquebrajarme deformando mi voz en un balbuceo prácticamente incomprensible. Pero aquella voz volvió de nuevo.
-El calor de tu madre-. Dijo convencida. –Pero tranquilo, he venido para llevarte con ella-. Un beso se depositó en mi frente.
La copa resbaló estallando en mil fragmentos sobre la alfombra. Poco después escuché distorsionados en la distancia varios gritos histéricos de aquellas cuatro chicas que me contemplaban completamente desnudas y perladas en sudor.  


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