Contemplo en silencio la hoguera que brilla sinuosa en la
chimenea. Siento su calor y su luz sobre la piel. Respiro profundo y escucho
aquellos sonidos que me arrullan en la noche. El crepitar de la fogata. El
tintineo de los hielos en la copa que blando delicadamente en mi mano. Gemidos
ahogados de las cuatro chicas que guardan en mi cama a que decida satisfacer
sus fantasías más salvajes.
Aparto la mirada de aquella imagen hipnótica y contemplo, la
ciudad a mis pies. El inmenso ventanal del salón muestra pequeñas hormigas
blancas y rojas moviéndose a lo largo de aquel terrario abierto. Cada calle.
Cada edificio. Cientos de miles de luces que aplasto con un solo dedo desde
aquella altura.[Suspiro prolongado] Escucho mi propio suspiro. Uno de esos que
escapa de tus actos conscientes, con un significado. No sé si me explico,
porque es una sensación algo difícil de hacer entender a un tercero, a no ser…
a no ser, claro que haya estado en una situación similar.
Me resulta difícil, de entender. Es complejo… y largo de
explicar, aunque algo me dice que voy a tener tiempo de sobra. [Risa]… carezco
del pálpito.
-Cielo-. Suena una voz aterciopelada y ligeramente jadeante.
–Estamos esperándote, y estamos muy, muy calientes-. Se muerde el labio
inferior. Aguarda desnuda mostrándome toda su belleza y perfección. Pero nada.
El magnetismo de la chimenea es infinitamente más fuerte y
posesivo.
Tan solo hago un gesto con la mano que permanece libre en
ademán de que fuesen empezando sin mí. Después de todo son ellas las que más
tardan en correrse y caer extasiadas de placer.
-Ya iré, Michelle-. Susurro a la copa.
[ · · · ]
En fin… retomando la reflexión, estaba a punto de esbozar la
pregunta del millón. Algunos tal vez la hayan deducido. Otros solo especulan
acerca del tema. Y los que restan, los más numerosos, aguardan a seguir leyendo
estas líneas con el fin de que la desvele. En cualquier caso, y sea cual sea
donde se encuentre, la diré. Y recuerden; el millón sigue en juego.
-Por qué si tienes juventud, dinero, fama y mujeres… ¿te
sientes tan vacío?-. Susurró a mi oído una voz femenina, igual de sensual y
delicada que la primear pero con un matiz muy diferente a esa.
Sus manos se apoyaron en mis hombros y descendió lentamente
por mi pecho interponiéndose entre la seda y mi piel. Estaba sorprendido. Muy
sorprendido. Porque aquello no lo hubiese dicho mejor ni yo mismo. ¡Qué
diablos! Aquello era lo que había pensado exactamente. Aunque lo inquietante
del asunto no era tanto la precisión de aquella frase, sino quién era ella.
Porque no era Michelle, ni Sharon, ni Rachel, ni Lily.
Traté de volver la mirada pero aquellas manos lo impidieron
de una forma tan delicada como firme.
-No, no, no-. Rio juguetona. –Por ahora guardemos el
misterio-. Volvió a susurrar en mi oído, acariciándolo con sus labios carnosos,
produciéndome un escalofrío. –Oh, disculpa. Lo estabas haciendo muy bien sin
mí, no sé por qué me he inmiscuido-. Sus manos desaparecieron de la misma forma
de la que llegaron. –Por favor, prosigue-. La voz se desvaneció lentamente en
un murmuro.
Aquella experiencia me dejó demasiado descolocado, pero en
el fondo tenía toda la razón. Lo tenía todo, aquello que quería se
materializaba al poco, pero aun así el vacío era tan abisal que apenas llegaba
a vislumbrarse el fondo. Resultaba tan frustrante. Tan… [Silencio prolongado].
Tan deprimente.
Tomé otro trago de la copa y dejé que su contenido regase mi
garganta y dejase aquel aroma fuerte en mi boca. La mirada fija de nuevo en las
llamas, su crepitar. Parecía que la respuesta a mi pregunta estaba en aquel
recinto.
Aquel calor me confortaba, debía admitirlo. Resultaba
agradable en aquellos momentos de confusión, donde eres presa fácil de toda
clase de dudas. En esos ratos de vulnerabilidad ante el mundo. Un nuevo
escalofrío recorrió mi cuerpo, una sacudida que trajo consigo una respuesta.
Tal vez fuese la buena. Tal vez no.
La cura. O tal vez una tirita, para un cáncer terminal.
-¿Y bien?-. Susurró de nuevo aquella voz misteriosa. – ¿Ya
tienes tu millón?-. Aquel matiz juguetón volvió a aparecer en su voz.
Tenía la sensación de que era una pregunta de esas que no
hay que responder. Cómo se llamaban…
-Retóricas. Preguntas retóricas-. Se aproximó lentamente. –Y
no, no lo es-.
-El calor de tu madre-. Dijo convencida. –Pero tranquilo, he
venido para llevarte con ella-. Un beso se depositó en mi frente.
La copa resbaló estallando en mil fragmentos sobre la
alfombra. Poco después escuché distorsionados en la distancia varios gritos
histéricos de aquellas cuatro chicas que me contemplaban completamente desnudas
y perladas en sudor.
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