La atmosfera que me rodeaba se sentía sombría y tétrica.
Avanzábamos con lentitud en una barca de remos a través de una laguna de aguas
densas y espesas de las que manaban extraños sonidos y hedores. Cuando
atracamos en aquel puerto lúgubre y de madera raída por el paso del tiempo el
barquero que nos llevó a la otra orilla tomó mi brazo reteniéndome dentro del
barco. Aquello me congeló completamente, el tacto de su mano helada.
-Aguarda-. Dijo con una voz de ultratumba.
El resto del pasaje fue descendiendo en silencio en fila de
a uno, cuando el último de la fila hubo bajado el barquero retiró la
embarcación varios metros de aquel lugar. Varias criaturas salidas de la nada
se abalanzaron con fiereza sobre aquel grupo que ante la sorpresa huyó despavorida
en diversas direcciones. Los gritos y los gruñidos hicieron que un escalofrío
recorriese todo mi cuerpo, y más aún al pensar que yo, de no ser por aquel
siniestro personaje, hubiese corrido la misma suerte. La curiosidad era tal que
reuní el valor para preguntarle.
-¿Por qué?-. Dije con voz temblorosa. –Por qué no me ha
dejado allí con ellos-. Pero él pareció ignorarme, tan solo contemplaba con
indiferencia aquella matanza de la que pocos lograron escapar. –Qué me
diferencia de los demás-. Aguardó en silencio. Y cuando di aquella conversación
por terminada miré con asombro como señalaba una carroza que ahora aguardaba
junto al embarcadero.
Se aproximó de nuevo con cuidado y una vez atracado el barco
me ayudó a descender de él.
-Gracias-. Dije en apenas un susurró mientras me encaminaba
hacia aquel carruaje que aguardaba inmóvil. De pronto del otro lado apareció
una sombra larga y de tez pálida que abrió la puerta. Aquello me sobresaltó,
todavía seguía impactada por la escena que había presenciado apenas unos
minutos antes.
-Supongo que será Annie-. Dijo mientras me miraba
descaradamente de pies a cabeza. – No debe preocuparse, yo cuidaré de usted
hasta destino-. Parecía más cordial que aquel barquero pero resultaba igual de
escalofriante. –Ahora le ruego se apresure-. Comentó tendiéndome la mano para
subir al interior que se mostraba realmente lujoso.
-Mi nombre es Annie pero no comprendo todo esto-. Estaba
confusa, asustada e intrigada. A dónde me llevaría aquel personaje. –A donde
tengo que ir, y quién está detrás de todo esto-.
-Veo que no está del todo informada de lo que ha pasado-.
Esbozó una sonrisa. –No se preocupe, allí donde la llevo la pondrán al
corriente de todo cuanto le ha sucedido. Pero no ha de temer a cuanto sucede
aquí-. Trató de tranquilizarme. –Cómo ha podido ver su trato difiere en gran
medida del resto, eso debería ponerla sobre cierta pista-. Rio con un matiz muy
semejante a la alegría.
Aquello la verdad me dejó algo más tranquila. Subí y me dejé
caer en el asiento de piel. Aquel tacto suave y laido me rodeó. Miré por el
ventanuco, todo era oscuridad y penumbra. Y por aquel paisaje yermo me hacía
una ligera idea de donde podría estar. El carruaje se puso en marcha y antes de
darme cuenta aquella laguna había desaparecido del ventanuco. Me percaté de que
nos movíamos a una velocidad bastante elevada, pero lejos de querer cuestionar
sobre mi dudoso futuro prefería recordar cómo había llegado allí y porque no
lograba acordarme de casi nada.
Traté de esforzarme en hacer memoria pero todo cuanto
lograba rescatar eran recuerdos borrosos de algunos cantos y un libro
misterioso que encontramos en un mercadillo de New York, lo siguiente que
recuerdo era estar en aquel bote rodeado de ánimas mustias y aterradas.
La velocidad disminuyó paulatinamente hasta detenernos en
una ciudadela con varios edificios de estética moderna. Resultaba demasiado
extraño aquel contraste de vehículos tirados por extraños animales de aspecto
fiero y aterrador, y aquellas construcciones de hormigón, acero y cristal
similares a los del mundo humano. Aquel pensamiento se me antojó demasiado
extraño, pero realmente debía asumir que estaba en otro lugar diferente, fuese
el que fuese.
La puerta se abrió de repente contando aquellos
pensamientos. Al otro lado, la sombra alargada con una sonrisa.
-Bueno, hemos llegado. Espero que el viaje no se le haya
hecho demasiado largo, ahora debe entrar. La están esperando, y no es bueno
hacerle esperar-. Rio de nuevo mientras me tendía la mano para ayudarme a
bajar.
-Y dónde se supone que hemos llegado, porque ando un poco
desorientada, y quiera que no sería un bonito gesto por su parte decirme donde
estoy-. Traté de poner una carita de pena acompañado de una sonrisa. Aquello le
provocó un estallido de sonoras carcajadas.
-Desde luego como súcubo le espera un futuro de lo más
prometedor, querida-. Trató de recuperar la compostura. “Súcubo”, aquel término
me sonaba pero terminaba de comprender. –Pero tiene razón. Estamos en la
ciudadela de La Perdición, en el infierno-. Mi cara se descompuso en el
momento, qué hacía en aquel lugar. –Oh, no. No. No se asuste Anna, no está aquí
como condenada…-. Dejó la frase en suspenso. – Y ya he comentado de más, ahora
por favor suba-. Su tono cambió. Ahora sonaba realmente preocupado.
Bajé del carruaje y caminé hacia las puertas giratorias por
las que no dejaba de pasar gente. Entonces escuche a mi espalda la voz del
chofer.
-No tema, seguro que lo consigue. Mucho ánimo-. Alzo la mano
antes de dar a las riendas que ataban a las bestias al carruaje.
El edificio estaba abarrotado de personas, muchas de las
cuales vestían caros trajes y portaban maletines a juego. Me encaminé hacia la
chico que estaba en el puesto de información con intención de pedir
indicaciones.
-Hola-. Dije tímida al chico que miraba atentamente la
pantalla de un ordenador mientras hablaba por un auricular inalámbrico. Me miró
con unos ojos de color verde intenso.
-En qué puedo ayudarla-. Respondió cortante. En ese momento
me di cuenta de que no tenía nada que poder decirle para que me ayudase, porque
ni siquiera conocía el motivo de mi estancia allí o el nombre de aquel que me
convocaba. -¿Señorita?-. Instó de nuevo.
-Leroy, ella es cosa mía-. Dijo una voz suave detrás de mí.
–Tendría la bondad de acompañarme, Sra. García-. Me ofreció la mano con un aire
muy galán, aunque dejaba entrever una curiosa sonrisa dentro de la formalidad.
Aquel chico de veinte muchos aguardaba estoico. Al igual que
muchos otros, vestía un traje oscuro, con camisa a juego y corbata de color
rojo fuego. Me miraba con sus ojos de un color amarrillo dorado.
-Don Nicholas aguarda-. Apremió el chico, como si supiese de
quién estaba hablando, pero parecía importante.
-Claro, adelante-. Trataba de disimular mi confusión y mi
asombro ante aquel nuevo guía. Él comenzó a caminar mientras trataba de ponerme
a su altura. –Sólo una pregunta-. Traté de iniciar una conversación mientras
aguardábamos al ascensor.
-De acuerdo pero solo una-. Su seriedad era inmutable.
Aquello me puso un poco nerviosa porque realmente tenía cientos de preguntas.
-Verá…-. Traté de comenzar. –Mis recuerdos son demasiado
confusos y no consigo comprender el motivo de estar…-. Mantuve cierto silencio
para tratar de asimilar lo que diría a continuación porque no dejaba de ser un
cierto palo.
-¿En el infierno con un trato tan extraño?-. Terminó la
frase. En aquel momento lo miré sorprendía al escuchar mi propio pensamiento.
Sus ojos dorados me miraban por encima de sus gafas negras de Dolce Gabana. –Bueno,
eso estaba descrito con detalle al pie de página del libro que leyeron su
compañera y usted-. Dejó entre ver una imperceptible sonrisa. –Pero deduzco que
no llegaron a esa parte, de todas formas ahora le informaran mejor. A fin de
cuentas yo solo debo traerla aquí-. El ascensor se detuvo sin hacer el menor
atisbo de ruido. Las puertas se abrieron dando lugar a una sala donde
aguardaban varias personas cabizbajas y asustadas que mostraban ropas raídas y
cadenas gruesas que los mantenían en los bancos. Un poco más adelante una chica
joven taquigrafiaba una pila de informes a una velocidad de vértigo.
-Oh, Ángel otra vez por aquí-. La chica mostró una sonrisa
encantadora con cierto matiz travieso. Desde luego para ser el infierno no había
visto ninguna criatura terrorífica hasta ahora, salvo los animales que tiraban
de los carruajes.
-Si, me pregunto si será por la taquígrafa tan guapa que me recibe cuando vengo-. Dejó caer con voz traviesa acompañado de una fugaz sonrisa antes de recuperar la seriedad y aquella formalidad. –Tiene una convocatoria-. Me señaló con
un ligero gesto, aunque yo seguía sin entender nada.
-Entonces querida, mucha suerte porque rara vez pasan la
primera prueba-. Susurró con la sonrisa más amable y sincera que había visto
nunca, pero no se sabía que podía ocultar y menos estando en el Infierno.
Aquella puerta nos condujo a un inmenso despacho ligeramente
sombrío e iluminado con varias velas estratégicas. Al otro lado de una mesa de
madera maciza con diversos tallados ornamentales la figura de un señor con una
melena oscura recogida en una coleta y barba a juego, leía varios papeles con
ayuda de unas gafas, lo que le confería un aire muy apaciguador, aunque…
parecía estar ante el mismo diablo.
Mi acompañante carraspeó ligeramente para introducirse.
-Señor, aquí está-. Comentó con voz ceremonial. Su
interlocutor levantó la vista y sonrió con agradecimiento.
–Muchas gracias-. Nos miró con detenimiento e indicó que
me aproximase. –Por favor señorita…-. Miró de nuevo el papel. –…García, tome
asiento-. Entonces miró a mí guía y comentó. –Puede marcharse, no quisiera que
llegara tarde a sus otros menesteres-. Él hizo una ligera reverencia con la
cabeza y desapareció sin mediar palabra.
Yo me aproximé con cierto miedo porque ahora me quedaba sola
ante aquel hombre, por denominarlo de algún modo menos aterrador.
-No tenga miedo, todavía-. Rio con suavidad. –Deduzco por su
gesto que puede intuir quién soy-. Yo negué con la cabeza mientas hablaba.
–¿No?-. Se extrañó dejando ver cierta diversión ante la situación. –Bueno, soy
Nicholas D. Satán. O bueno, más conocido en tu mundo como “Diablo”, “Demonio”,
etcétera…-. Gesticulo las comillas. Aquello me dejó boquiabierta y
completamente congelada. –Supongo que allí se me pinta de otra forma-. Volvió a
reír. –Y tienen razón, pero solo algunos. Lo que pasa que para recibirla he
pensado que sería menos incomodo si aparentaba forma humana-. Explicó mientras
dejaba los papeles sobre la mesa con cuidado. –Pero vamos al grano, ustedes
realizaron un ritual del que seguramente no se acuerde, y que logro superar
asombrosamente con éxito-. Aquellas palabras poco a poco me hicieron recordar
algunas cosas. –Estaba mirando ahora su historial y resulta de lo más idóneo
para el puesto de Súcubo-. Dijo con cierta sonrisa. Mientras contemplaba mi rostro
que reflejaba la más absoluta incomprensión.
-No termino de comprenderle, señor…-. Aquello me venía
demasiado grande y demasiado seguido, y para mayor gravedad no sabía cómo
denominar a mi interlocutor. – ¿Un puesto de trabajo…? yo solo recuerdo a mi compañera
con un libro oscuro y hacer el tonto con él, no se lo tome a mal pero… no sé
qué quiere de mí-. Me miraba con un gesto difícil de desentrañar pero fuese lo
que fuese rezaba para no haberle cabreado. Pero de pronto dejo escapar una
pequeña sonrisa.
-Vaya, esa es buena-. Se levantó con cuidado y caminó hacia
una de las estanterías de dónde sacó un tomo de color oscuro y lo trajo a la
mesa. –Parece que ha realizado algo extraordinario y no se ha dado cuenta-.
Pasaba las páginas de aquel libro que reconocí de inmediato, era el mismo que
había traído Rachel. Se detuvo en una concreta y señaló a pie de página. – Como
puede observar, este rito es una iniciación para convertir a un mortal en un
demonio del placer carnal, siempre y cuando se supere el rito-. Señaló los
dibujos de los que no hacía falta explicación alguna. –Y usted, al contrario
que su compañera, lo pasó con asombroso éxito. Y dado que no es muy usual, he
decidido traerla para conocerla y darla la opción de elegir-. Volvió a sentarse
mientras contemplaba como por mi rostro se descolgaban algunas lágrimas
repletas de confusión, tristeza y enfado conmigo misma por semejante hazaña
sexual. –Si decide seguir su vida mortal volverá a su anterior vida olvidando
cuanto ha visto y oído, y cuando fallezca volverá aquí aunque no con tanta
gentileza-. Me tendió un pañuelo mientras recordaba aquella grotesca escena que
me recibió al llegar, lo que me arrancó un fuerte escalofrío.
-Y la otra opción que me queda, supongo que es convertirme
en súcubo, no es así-. Dije mirándole a los ojos que llameaban con fuerza.
-Efectivamente. Veo que lo ha comprendido-. Volvió a coger
el libro que cerró y dejó en una esquina de la mesa. -Sé que no es una elección
fácil de tomar, ya que de ambas formas queda condenada al infierno, pero no de
la misma manera-. Siguió explicando con aquella voz profunda y casi hipnótica.
-Y qué implicaría que yo aceptase la transformación-.
Pregunté con cierta curiosidad. Y tal como dijo estoy condenada de todo punto,
por lo menos conocer todas las condiciones.
-Bueno, en primer lugar adquirirías ciertas… habilidades, el
trato no sería el mismo que los “huéspedes” que has visto, ya que entrarías a
formar parte de la plantilla de empleados, y si rindes bien en el desempeño de
tus funciones te será compensado-. Siguió explicando más contento, aunque lo
camuflaba en su seriedad. –Igual que en un trabajo normal, sólo que a
perpetuidad-. Sonrió. –Yo te dejo pensarlo unas horas para que valores bien los
contras y los pros, reflexiónalo concienzudamente y me das una respuesta. El
contrato está preparado, tanto si tomas la decisión de irte, como la de
quedarte-. Volvió a mirar el dosier donde parecía tener toda mi vida y volvió a
mirarme. –Pero sería una lástima no contar con tus dotes en este equipo-. Lanzó
un pequeño suspiro. –En cualquier caso…-. Se levantó del sillón. –Ha sido un
placer haberte conocido, Anna García. Ahora Jazmín te llevará a una habitación
para que reflexiones. En tres horas vuelvo a recibirte y espero que traigas la
respuesta contigo-. Fuimos caminando hacia la puerta.
-Yo también lo espero-. Suspiré pensando en el margen de
tiempo y en las dos opciones que me había planteado. –Me alegro de haberle
conocido, señor Satán-. El rio con cierta alegría.
-Por favor, Nicholas-. Sonrió mostrando una sonrisa blanca. -Si no queda muy
extraño-. Yo asentí con la cabeza mientras salía por la puerta. –Jazmín, por
favor, acompañe a la señorita García a la habitación de relax y en tres horas
vuelves a traerla al despacho-. Ella asintió y se ofreció a que la siguiera.
Annie Parte 2: Extraños personajes.
Annie Parte 2: Extraños personajes.
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