poemas de amor Crazzy Writer's notebook: Delirium

20/9/12

Delirium


Año 2207. Noche cerrada. Fuerte tormenta. Resplandores violáceos a través de la ventana.

El metálico sonido de las gotas estrelladas contra el techo y el fluir de intermitentes resplandores no me dejaban vagar hasta en el mundo de los sueños. Era el tercer día de tormenta ininterrumpida. Rayos, truenos y magníficos resplandores violáceos a través de las nubes negras. Me levanté lentamente y camine por la habitación. Llegué a mi modesto escritorio donde pasaba largas horas de mi vida. A la luz de tres pequeñas velas comencé a hacer aquello que mejor se me daba.

El estruendo de los truenos cortaba el silencio de la noche, ahogaba el ruido de los golpes secos que mi IBM propinaba al papel para dejar impresas en él las letras que componían mi nueva novela.  Estaba concentrado en aquello que mis voces dictaban para transcribirlo, estaba sumido en mis pensamientos, tratando de pintar aquellos paisajes idílicos que recreaba. Un rayo ilumino la estancia con aquella luz violácea azulada y poco después un fortísimo estruendo hizo estremecer toda la habitación. Sobresaltado perdí aquellas voces quedándome en blanco. A la luz bailante de las velas jugueteaba con las teclas mientras miraba al otro extremo de la habitación, contemplando a través de la ventana como las gotas seguían impactando con fuerza. Todo lo demás pasó a un segundo plano, nada más que aquellas hojas de papel, las imagenes que mi mente recreaba y el sonido de las teclas.

Me había perdido en medio de la nada y la noche se cernía sobre mí como una bestia sobre su presa. Decidí detenerme en alguna posada a pasar la noche. La temperatura caía con rapidez y no tarde en contemplar mi propia respiración convertida en densas nubes blancas. Parecía no haber ninguna en aquella aglomeración caótica pero poco después de haber perdido el último resquicio de esperanza y casi darme por vencido logré dar con una. El portero me dio las llaves de una de las habitaciones y una vaga indicación de como llegar a ella. Los pasillos eran estrechos, oscuros y llenos de mugre. La puerta cedió con un quejumbroso chirrido. Allí, me tumbé en un viejo colchón que descansaba sobre una inestable estructura de madera. Trataba de consolarme, por lo menos escaparía de las garras de la gélida y larga noche. Trate de conciliar el sueño pero aquellos golpes insistentes acompañados de fuertes gritos que se filtraban a través de los finos muros lo impedían. Contemple por la ventana y en aquel negro cielo me pareció distinguir algunas estrellas que lograban resistir a las tinieblas. Aquellos ínfimos puntos en la nada parecían absorber toda mi atención. Incluso abrí la ventana para poder verlos mejor. El cielo estaba despejado y las luces por aquella zona no eran demasiado intensas, solo algunos tenues faroles de vez en vez, por lo que la vista del universo era aceptable. Cuanta inmensidad, y cuanta soledad.

Un sonido me sacó de mis propios pensamientos en los que me había sumergido contemplando el cielo. Baje la mirada y junto a mi brazo, un felino de blanco pelaje y ojos de un color frio. Parecía pedir asilo por esta noche. Lo invité a pasar y pareció comprender el gesto. Cerré la ventana y regrese a la cama. Tumbado, contemplando la ventana. Noche sin luna. Oscuridad cerrada. Escuche extraños sonidos pero no les di importancia. ¿Qué pasaba? Daba igual. Parecía conseguir aquello que quería, sumirme en un letargo. De la nada, por mi pecho una suave y cálida mano. Sentí como algo me abrazaba con ternura. Su cuerpo era suave, aterciopelado, y de él manaba un calor que me envolvía lentamente. Me atrajo hacia si. Su pelo, acariciaba mi cuello provocándome ligeros escalofríos. Solo una pregunta borrosa de respuesta insulsa. ¿Quién? Pero qué más daba. Me gustaba. Algo de compañía, en apariencia femenina por el perfume y tacto de sus curvas suaves sobre mi cuerpo. Sus piernas, con ese tacto de terciopelo, se enredaron a las mías. Un beso se dejo notar en mi cuello. Su calor, contagioso, saltaba hasta fundirse con el mio. Deslice mi mano hasta su cintura. Suaves caricias que subían y bajaban. Un suave ronroneo junto a mi oreja. Volteé la cabeza lentamente. Nuestros ojos quedaron enfrentados. Unos ojos felinos, grises azulados, me miraban curiosos. Sentí como me sonreía. Se acurrucó junto a mi y pareció sumirse en un agradable sueño. Yo la contemple una vez más, y la deje un beso sobre la mejilla antes de cerrar los ojos y caer en un mundo tenebroso, como cada noche. Un lugar extraño, siniestro, horrible, donde las pesadillas campan a sus anchas torturando a quienes quedan atrapados bajo su fuerte magnetismo. Pero aquella noche, no. Fue extraño el sueño que me invadió, si. Las sensaciones que creí sentir. Aunque todas lejos de aquello a lo que estaba acostumbrado. Un sueño junto a ella.
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Me desperté con otro fuerte estruendo, estaba sentado en mi sillón junto al escritorio. Mis manos reposaban temblorosas sobre la máquina de escribir, y sobre el papel cientos de letras en forma de frases y parágrafos. Me levanté caminando titubeante hacia la ventana. Tenía la hoja de la mano y estaba leyéndola de nuevo. ¿Estaba dormido mientras escribía? Era absurdo. No era sonámbulo, ¿y si…? La tormenta seguía descargando con furia sobre la ciudad, y los rayos y relámpagos formaban en el cielo figuras aleatorias iluminando momentáneamente el cielo con sus brazos retorcidos. Otro trueno estremeció la noche. Contemplaba la noche, las gotas, sentía el frio de aquella noche a través del cristal que se empañaba con cada exhalación. Mi cabeza pensaba, buscaba la solución. Claro que, lo podría haber escrito mientras soñaba. Escritura libre. Aquellos minutos de susto parecieron desaparecer, simplemente me habría asustado al escuchar el trueno. A saber. Era muy de madrugada. Estaba cansado y mi mente ya desvariaba. Recorrí la habitación a través de la oscuridad que la llenaba y me senté en la cama.  

Aquel dulce perfume en el aire. Una suave caricia. Su voz de nuevo.

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