Año 2207. Noche cerrada. Fuerte tormenta.
Resplandores violáceos a través de la ventana.
El metálico sonido de las gotas
estrelladas contra el techo y el fluir de intermitentes resplandores no me
dejaban vagar hasta en el mundo de los sueños. Era el tercer día de tormenta
ininterrumpida. Rayos, truenos y magníficos resplandores violáceos a través de
las nubes negras. Me levanté lentamente y camine por la habitación. Llegué a mi
modesto escritorio donde pasaba largas horas de mi vida. A la luz de tres pequeñas
velas comencé a hacer aquello que mejor se me daba.
El estruendo
de los truenos cortaba el silencio de la noche, ahogaba el ruido de los golpes
secos que mi IBM propinaba al papel para dejar impresas en él las letras que
componían mi nueva novela. Estaba
concentrado en aquello que mis voces dictaban para transcribirlo, estaba sumido
en mis pensamientos, tratando de pintar aquellos paisajes idílicos que
recreaba. Un rayo ilumino la estancia con aquella luz violácea azulada y poco
después un fortísimo estruendo hizo estremecer toda la habitación. Sobresaltado
perdí aquellas voces quedándome en blanco. A la luz bailante de las velas
jugueteaba con las teclas mientras miraba al otro extremo de la habitación,
contemplando a través de la ventana como las gotas seguían impactando con
fuerza. Todo lo
demás pasó a un segundo plano, nada más que aquellas hojas de papel, las imagenes que mi mente recreaba y el sonido de las teclas.
Me había perdido
en medio de la nada y la noche se cernía sobre mí como una bestia sobre su
presa. Decidí detenerme en alguna posada a pasar la noche. La temperatura caía
con rapidez y no tarde en contemplar mi propia respiración convertida en densas
nubes blancas. Parecía no haber ninguna en aquella aglomeración caótica pero
poco después de haber perdido el último resquicio de esperanza y casi darme por
vencido logré dar con una. El portero me dio las llaves de una de las
habitaciones y una vaga indicación de como llegar a ella. Los pasillos eran
estrechos, oscuros y llenos de mugre. La puerta cedió con un quejumbroso
chirrido. Allí, me tumbé en un viejo colchón que descansaba sobre una inestable
estructura de madera. Trataba de consolarme, por lo menos escaparía de las garras de la gélida y larga noche. Trate de conciliar el
sueño pero aquellos golpes insistentes acompañados de fuertes gritos que se
filtraban a través de los finos muros lo impedían. Contemple por la ventana y
en aquel negro cielo me pareció distinguir algunas estrellas que lograban
resistir a las tinieblas. Aquellos ínfimos puntos en la nada parecían absorber
toda mi atención. Incluso abrí la ventana para poder verlos mejor. El cielo
estaba despejado y las luces por aquella zona no eran demasiado intensas, solo algunos
tenues faroles de vez en vez, por lo que la vista del universo era aceptable.
Cuanta inmensidad, y cuanta soledad.
Un sonido me sacó
de mis propios pensamientos en los que me había sumergido contemplando el
cielo. Baje la mirada y junto a mi brazo, un felino de blanco pelaje y ojos de
un color frio. Parecía pedir asilo por esta noche. Lo invité a pasar y pareció
comprender el gesto. Cerré la ventana y regrese a la cama. Tumbado,
contemplando la ventana. Noche sin luna. Oscuridad cerrada. Escuche extraños
sonidos pero no les di importancia. ¿Qué pasaba? Daba igual. Parecía conseguir
aquello que quería, sumirme en un letargo. De la nada, por mi pecho una suave y
cálida mano. Sentí como algo me abrazaba con ternura. Su cuerpo era suave,
aterciopelado, y de él manaba un calor que me envolvía lentamente. Me atrajo
hacia si. Su pelo, acariciaba mi cuello provocándome ligeros escalofríos. Solo
una pregunta borrosa de respuesta insulsa. ¿Quién? Pero qué más daba. Me
gustaba. Algo de compañía, en apariencia femenina por el perfume y tacto de sus
curvas suaves sobre mi cuerpo. Sus piernas, con ese tacto de terciopelo, se
enredaron a las mías. Un beso se dejo notar en mi cuello. Su calor, contagioso,
saltaba hasta fundirse con el mio. Deslice mi mano hasta su cintura. Suaves
caricias que subían y bajaban. Un suave ronroneo junto a mi oreja. Volteé la
cabeza lentamente. Nuestros ojos quedaron enfrentados. Unos ojos felinos,
grises azulados, me miraban curiosos. Sentí como me sonreía. Se acurrucó junto a
mi y pareció sumirse en un agradable sueño. Yo la contemple una vez más, y la
deje un beso sobre la mejilla antes de cerrar los ojos y caer en un mundo tenebroso, como cada noche.
Un lugar extraño, siniestro, horrible, donde las pesadillas campan a sus anchas
torturando a quienes quedan atrapados bajo su fuerte magnetismo. Pero aquella
noche, no. Fue extraño el sueño que me invadió, si. Las sensaciones que creí
sentir. Aunque todas lejos de aquello a lo que estaba acostumbrado. Un sueño
junto a ella.
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Me desperté con otro fuerte
estruendo, estaba sentado en mi sillón junto al escritorio. Mis manos reposaban
temblorosas sobre la máquina de escribir, y sobre el papel cientos de letras en
forma de frases y parágrafos. Me levanté caminando titubeante hacia la ventana.
Tenía la hoja de la mano y estaba leyéndola de nuevo. ¿Estaba dormido mientras
escribía? Era absurdo. No era sonámbulo, ¿y si…? La tormenta seguía descargando
con furia sobre la ciudad, y los rayos y relámpagos formaban en el cielo figuras
aleatorias iluminando momentáneamente el cielo con sus brazos retorcidos. Otro
trueno estremeció la noche. Contemplaba la noche, las gotas, sentía el frio de
aquella noche a través del cristal que se empañaba con cada exhalación. Mi
cabeza pensaba, buscaba la solución. Claro que, lo podría haber escrito
mientras soñaba. Escritura libre. Aquellos minutos de susto parecieron
desaparecer, simplemente me habría asustado al escuchar el trueno. A saber. Era
muy de madrugada. Estaba cansado y mi mente ya desvariaba. Recorrí la habitación
a través de la oscuridad que la llenaba y me senté en la cama.
Aquel dulce perfume en el aire. Una suave
caricia. Su voz de nuevo.
Cada texto es mejor que el anterior.Me encanta!
ResponderEliminarGracias. Procuraremos seguir mejorando en cada relato.
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