poemas de amor Crazzy Writer's notebook: Sueño

16/8/11

Sueño

 Una densa oscuridad me rodeaba por completo. Incapaz de distinguir nada, me quede inmóvil, escuchando con atención. Al fondo de aquel lugar húmedo y frio se escuchaba el ruido de gotas cayendo desde una gran altura. Estaba aterrado. ¿Dónde estaba?, ¿Cómo había llegado allí? Las preguntas se sucedían una tras otra colapsándome. Sentía como los nervios empezaban a aflorar desde mi interior. Pero como de la nada surgió un olor que no concordaba bien con aquel misterioso lugar. Rosas negra. Una mano se entrelazo a la mía y después el tacto de un cuerpo cálido se aferró al mío. El corazón se desbocó en mi pecho. Una larga manta de pelo me acariciaba el rostro llenándome de ese perfume tan arrebatador. Y aunque no podía ver nada sabía que ella estaba a mi lado. La podría reconocer en cualquier parte del universo. Sus brazos rodearon mi espalda descubierta. La calidez de su piel contrastaba con la frialdad de la mía. Como un acto reflejo mis manos pasearon por su cintura y la acercaron más a mí. Incluso en aquella solida oscuridad nuestros labios consiguieron encontrarse fundiéndose en un beso. El tacto de nuestros labios me erizo los pelos, y después poco a poco una hilera de besos descendió hasta mi cuello. La adrenalina explotaba a lo largo de mi cuerpo del mismo modo que lo haría el óxido nitroso en un pistón. El tiempo se detuvo por completo. Mis sentidos estaban demasiado ocupados explorándola. Pronto deje de escuchar los ecos, para escuchar su agitada respiración en mi oído. Mis ojos estaban perdidos en los suyos, y mis manos seguían recorriendo su cuerpo. Sin duda, cegados por las nuevas sensaciones, ambos nos olvidamos que tras aquella oscuridad existía un hábitat hostil. Y craso error. De la nada una luz brillante y cegadora nos iluminó desde una lejanía incalculable. Nuestros cuerpos desnudos y entrelazados quedaron bañados por aquella misteriosa luz amarillenta. Un atronador eco se hizo más nítido a medida que la luz se hacía más intensa y se dividía en dos potentes focos. Mi cabeza invadía por el miedo y la adrenalina busco aquel sonido de forma torpe, pero nada. Aquella cosa se detuvo ante nosotros con un chirrido que atravesó nuestros oídos. Ante nosotros completamente inmóvil una enorme bestia se dibujaba en la penumbra. El vibrante y ronco sonido que emanaba del recién llegado se paró de repente, pero nos seguía contemplando. Asustados nos juntamos más y retrocedimos lentamente. Pero antes de haber apoyado el pie aquella cosa emito un pitido fuerte y grave que retumbo a través de la oscuridad en un eco que se hizo eterno. Tenía la boca seca y el corazón continuaba desbocado, aunque ahora se debía al terror que sentía. Me adelanté un par de metros interponiéndome entre la bestia y ella. La bestia rugió y salió catapultado contra mí. Sentí un fuerte golpe y después caí al suelo rugoso y húmedo. Pero aquella cosa detuvo su movimiento antes de pasarme por encima, me rodeo y después se dirigió a ella. Se detuvo a escasos centímetros de ella, escuche como algo se abría y entonces la vi desaparecer dentro de aquella cosa. Retrocedió con furia y se volteó con un fuerte chirrido. Se detuvo un momento, pero podía contemplar como un denso humo tañido de rojo se generaba detrás de él. El rugido era atronador. Contemple con terror como aquella cosa se volvía a lanzar contra mí sin intenciones de sortearme como antes. Sentí el impacto de su piel fría y suave. Escuche como mis huesos se partían como ramitas mientras me pasaba por encima con sus enormes pies de goma, pero mis gritos quedaban completamente aogados por su infernal rugido. Consegí dirigir la mirada de nuevo a esa cosa, intentando ver a traves pero fue en vano, y sentí como volvia a perdereme en la oscuridad de nuevo.

Desperté sobresaltado en el asiento del copiloto, miré en todas direcciones y fui reconociendo pequeños detalles como el cuero blanco con el que estaba tapizado todo el interior, el  patito azul que se balanceaba alegre en el asiento trasero central, el ordenador táctil que ocupaba la parte central de la consola del salpicadero, entre las salidas de aire y la radio. Mire el reloj con cierta preocupación pero cuando reparé en aquellos segmentos me llevé una sorpresa, tan solo habían pasado veinte minutos, por lo que volví a echarme, no sin antes volver a mirar a mi alrededor para asegurarme. Hasta que la alarma del teléfono decidió despertarme, estuve navegando en la negrura del vacío.
El pueblo no quedaba lejos de donde estaba, pero la carretera ahora tenía bastante circulación. A los quince minutos apareció el letrero que indicaba la salida que andaba buscando desde hacía tres kilómetros. Por varios instantes creí habérmela pasado, y eso no sería nada bueno.
Al dejar atrás el letrero que daba el nombre al pueblo note como una sensación dulce comenzaba a surgir en mi interior. Pensé en el sabor de una victoria. El pueblo era pequeño, con algún que otro bloque de pisos de tres alturas que sobresalía, pero el resto eran chalets y casas molineras. Y… por lo que Ángela contaba, desde la casa de su padre se veía el mar perfectamente, y algunas noches, cuando no podía dormir, se levantaba y esperaba a la salida del sol. De todo esto se podía deducir que vivía en una casa cerca de la playa orientada al Este, o bien en un lugar no muy lejos de la playa, también apuntado al Este. Empecé por los edificios más altos. Uno quedó fuera por el hecho de ser casa rural, otro por no estar orientado al Este y el ultimo por estar demasiado lejos de la playa. La cosa se había complicado un poco, y eran las diez de la mañana. Aparqué en un bar cerca de la playa para desayunar. Desde la terraza se podía ver parte de la playa y el mar. La brisa era agradable y quitaba un poco esa sensación de calor aplastante. Al otro lado de la calle los coches aparcados tapaban parte del paseo que daba el acceso a la playa a través del cual no dejaba de pasar gente. Sin duda, un bonito lugar para pasar unos días en verano. Mientras esperaba a que llegara el desayuno, estaba debatiéndome entre arruinar la sorpresa y llamarla o seguir la búsqueda. No quedaban muchas opciones, tan solo una fila de chalets cumplían los requisitos, lo que dejaba la búsqueda en poco más de doce casas, pero el error y la duda estaban al acecho esperando a que me confiara. Mis pensamientos quedaron interrumpidos de repente por una voz que me sobresaltó. Un chico joven estaba en frente de mi mesa con un boli y una libreta para tomarme nota de lo que desayunaría. Pedí un té con dos azucarillos, zumo de naranja y unas tostadas. Después de tomar nota desapareció por la puerta. Volví a mirar al otro lado de la calle donde mi Volkswagen plateado reposaba, después de un largo viaje, muy cerca del acceso a la playa. A los pocos minutos el camarero traía en una bandeja todo el pedido. Repartido todo por la mesa empecé a desayunar apartando cualquier preocupación de mi cabeza.
Durante el desayuno mis ojos se quedaron mirando de forma inconsciente al paso de la playa sin saber el motivo exacto. Aunque quisiera quitar la vista, siempre regresaba a ese punto. Antes de dar el último sorbo del té, sentí como todo el cuerpo se quedaba paralizado y como el corazón se detenía al instante. Igual que en mi sueño. Negro, enorme y con los remates en un cromado plateado luciendo bajo sol.  Parado a escasos cinco coches del golf. Antes no estaba, por lo que le tendría que haber escuchado al llegar, más que nada porque el V8 que monta hace mucho ruido, y si ya estaba allí le hubiera visto antes, por eso de ser un coche muy raro de ver aquí. Quitando esas ideas estúpidas que no venían al caso, estaba muy asustado porque jamás había visto ese coche, claro que… por otro lado podría ser una señal para decirme que Ángela no estaba muy lejos de allí, como en el sueño. Sin duda era todo irreal y posiblemente estuviera volviéndome loco de atar. Tras pagar la cuenta, decidí acercarme a esos chalets que me quedaban por visitar. Pero me sorprendí andando dirección a los chalets en vez de hacia el coche, sin duda algo muy extraño en mi pero dado la proximidad de los edificios no rectifique el camino, además así tendría tiempo para pensar en que decirla.
El nombre que andaba buscando por los buzones tendría que llevar el mismo apellido que ella, García, y había dos en el vecindario. Aquí entraba en juego otra vez mi memoria, el nombre del padre creo que era Enrique, y había uno, pero también me cuadraba Ernesto, y también coincidía uno. Sin duda era un “cara o cruz”. Y tampoco me ayudaba la situación de la casa porque las dos daban a la playa. Habiendo situado la casa y habiendo descartado diez de todas las posibles era hora de regresar al coche para poner rumbo a esa concentración a la que íbamos a asistir. Cuando entré en la calle del paseo marítimo, vi a lo lejos que un grupo de cuatro chicas. Miraban mi coche desde una distancia prudencial. Una de ellas miraba por los alrededores, supongo que en busca del dueño, pero desde tan lejos no llegaba a distinguir demasiado. Según me iba acercando empecé a sacar rasgos, dos de las chicas eran rubias, una castaña y otra de pelo negro como el tizón. Una de ellas llamaba por teléfono. Para entonces estaba lo suficientemente cerca para ver las caras y lo que vi me dejó peor que lo del GTO negro, que parecía haber desaparecido. La chica que estaba con el teléfono dejo caer el brazo y ahora miraba el coche con la cara de haber visto un fantasma, supongo que mi cara tampoco distaba mucho del de ella. (Seguro que sabréis de quien se trataba.) Entonces me percate. Metí la mano en el bolso izquierdo y palpé. Llaves del coche, correcto, pero… el teléfono no se encontraba con ellas. Entonces en mi cabeza vi la escena completa. Las cuatro chicas saliendo de la playa hablando de sus cosas y de pronto una de ellas se para en seco, seguramente con el corazón desbocado, con la cara de haber visto un fantasma, completamente paralizada. Las demás se acercan a ella. Explica ligeramente la situación. Todas miran el coche y por último una de sus amigas le dice que me llame al teléfono, aunque no hace falta porque la matrícula es muy peculiar, pero coge el teléfono y espera. Un toque, segundo toque… Dentro del coche una luz se enciende y empieza a sonar. Apoyado en el hueco detrás del volante, mi teléfono móvil. Ahora miraban las cuatro en todas las direcciones en busca del conductor. Dos opciones se abrieron en mi mente. Primera, seguir andando en dirección al coche. Segunda, esperar dentro del bar a que se marcharan. Cuando volví a mirar las cuatro estaban hablando, una señalo el coche y volvió al grupo. Ahora había que decidir. A ó B. Claramente dos voces al unísono gritaron una opción, la primera vez que Hyde y Jekyll coincidían. Primera opción. Dispuesto pues a lanzarme contra el coche como si nada hubiera ocurrido, me aproxime al borde de la carretera a la espera de que el semáforo me otorgara el paso, pero entonces vi surgir por el acceso de la playa a tres chicos. Todos con el torso, bronceado por el sol valenciano y trabajado durante horas en un gimnasio, al descubierto. Uno de ellos se acercó a ella, le pasó sus enormes brazos por la cintura y colocó su cabeza sobre el hombro de ella. Al otro lado de la calle, yo empezaba a no encontrarme demasiado bien, sentía como la sangre me hervía dentro de las venas, y como una sensación abrumadora empezaba a nublarme el poco juicio que conservaba. Los puños se me agarrotaron, presa de una fuerte corriente eléctrica, deseosos de ser descargados contra algo o alguien. Y contemple, horrorizado, como el sueño que me invadió esa mañana se hacía realidad poco a poco. Desolado aguarde a que se marcharan para regresar a mi fortaleza. Conecte la llave, y al instante las notas distorsionadas y confusas de la música máquina llenaron el habitáculo. Entonces como si alguien hubiera accionado una válvula de escape sentí como aquel cúmulo de sensaciones me abandonaban de la misma forma de la que llegaron. Extendí la mano y cogí el teléfono. Una llamada perdida. Con el corazón brutalmente acelerado, empecé a pulsar botones para comprobar quien había llamado al teléfono, pero sentí como algo quebraba en mis adentros cuando vi que el teléfono no coincidía, con el móvil de nuevo en su sitio desocupé el sitio y me dirigí de nuevo hacia la calle como una exhalación. Al entrar, me cruce con dos de los chicos descamisados de la playa, y a pesar de las lunas oscurecidas sentí el cruce de nuestras miradas, ambos se quedaron mirando el coche que aminoro la velocidad ante la única casa que todavía tenía la puerta de la verja abierta, Enrique García y Paula Mieres según el buzón. Desaparecí por la primera calle posible. Detuve el coche en la esquina y volví a coger el móvil. Ahora, después de aquel viaje y de casi no haber dormido, la huida no era opción y eso estaba claro como el día, tenía que contestarla porque no se volvería a repetir una situación así. Escribí en la pantalla lo más rápido que mis dedos conseguían teclear y mandé el mensaje. No pensar, era la única meta a la vista a parte de esperar tras las lunas ahumadas.
Los segmentos morados del reloj, comunicaban que habían pasado más de diez eternos minutos, cinco más y daría la misión por fracasada. Se estaba acabando el tiempo y tenía que marchar al evento si quería reunirme con el resto a tiempo. Estaba muy nervioso, las piernas tenían vida propia y pisaban los pedales del freno y del embrague con fuerza, y la música tampoco acompañaba. Sentía como la barrera que había construido para no pensar comenzaba a flaquear, y preguntas como, ¿habría recibido el mensaje?, ¿bajaría o pasaría de mí?, empezaron a trazarse en la oscuridad de mi cabeza. Los cinco minutos pasaron lentos pero nadie apareció por los retrovisores. Decidí esperar un poco más, tentar un poco a la suerte. Ya con el motor, susurrante, en marcha y desesperado por completo comencé a retroceder para volver a pasar por delante de su casa y dejar otro nuevo mensaje. Con el coche a ralentí comencé a avanzar despacio y paré ante la verja que seguía abierta. Baje del coche y colé por el buzón el papel con los datos de la concentración y un mensaje escrito a mano con una caligrafía diferente. Estaba de regreso, sentado en el coche cuando sentí que la puerta se abría. Me asome por la ventanilla del copiloto. Vi a una chica de pelo oscuro, recogido en una coleta que caía por el hombro izquierdo, y aunque tenía mucho parecido, claro estaba que no era ella. Maldije una y otra vez, pero estaba decidido a hablar con ella al precio que fuera. Baje la ventanilla. La chica que bajaba con los cascos no pareció reparar en mí pero tras un pequeño toque de atención se acercó a la ventanilla. La pregunté si su hermana estaba en casa. Ella no articuló palabra, simplemente se limitó a negar con la cabeza y seguir su camino hacia donde fuese. Salí de allí acelerando el coche a más de cinco mil revoluciones, lo que se traducía en un sonido ensordecedor y un fuerte chirrido del patinazo de las gomas con el asfalto.

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