poemas de amor Crazzy Writer's notebook: Indecisión (parte 4)

16/8/11

Indecisión (parte 4)

Sobresaltado me levanté de la cama. Un haz de luz me cegó al abrir los ojos, el amanecer que se colaba en mi habitación. Sentí, una extraña sensación. Un escalofrío recorrió mi espalda haciendo estremecer mi sudoroso cuerpo. Por un momento note una presencia más en aquella sala invadida por la penumbra. Intente recordar algo de la noche anterior, pero todo intento fue en vano. Todavía dormido, me levante de la cama y me dirigí al baño dando tumbos. Abrí el grifo y metí la cabeza bajo el chorro de agua fría. Mi cabeza se despejo al instante. Regresé al cuarto y cerré la puerta. Una vez dentro, miré con atención. El despertador marcaba las siete de la mañana, y reinaba el caos más absoluto, como era habitual. En la silla del escritorio reposaba el pantalón vaquero, y a sus pies los playeros. La cartera y el teléfono, amantes inseparables, no estaban juntos en la cómoda… y las llaves del coche tampoco. ¿Dónde estarían? Fue la pregunta que se me pasó por la cabeza, no sabía que había hecho con ellas y no parecían estar por sus lugares habituales en la habitación, ni en la mesilla de noche, ni en la estantería, ni… en ese momento me percate de que el portátil tenía la luz de encendido parpadeando. ¿Quién lo había encendido? La curiosidad pudo conmigo y abandoné por un momento la búsqueda de mis efectos personales, y me acerque al ordenador. Levante la pantalla y metí las contraseñas que te daban acceso a sus secretos. Un correo en la bandeja de entrada. Lo abrí y comencé a leer, cuando terminé volví al principio y releí otro par de veces. Miré quien mandaba aquel correo. En el remitente ponía N4PST3R, es decir, yo mismo. La cabeza se me inundó de dudas, y leí de nuevo. Ahora comprendí. El texto, al principio incongruente poco a poco fue tomando su correspondiente sentido. Las palabras, convertidas en anagramas, seguían un patrón que me mandaba ir a su casa y decirle, contra cualquier pensamiento, lo que sentía por ella. Lo peor no era que aquel extraño auto mensaje me había convencido, sino que cuando me di cuenta estaba abajo, completamente vestido y con las llaves del coche de la mano. Pero algo dentro de mí me retuvo. ¿Otra señal de advertencia enviada por el Dr. Jekyll?, para mi sorpresa no, simplemente mi estomago pensaba que era una buena hora para desayunar. Abrí la nevera y saque mi botella de leche con cola cao ya listo para tomar. Lo vertí en un vaso y cogí unas galletas. Sin ni siquiera sentarme desayune apoyado en la encimera y cuando termine, subí arriba y me lave los dientes y los restos del desayuno.

De nuevo, otra vez haciendo la misma ruta por la que escasas horas antes regresaba a casa. Dispuesto a cumplir con la sugerencia de aquel email tan extraño. Ahora las dudas se habían disuelto por completo, y aunque de seguro me quedaría en blanco al verla, como de costumbre, que no quedara por darle la contestación. Aunque mientras conducía me surgió la duda del, “y si me hubiera lanzado yo”. Esta espera seria toda una matanza y además con saña. Por lo que estaba preparado para cualquier reacción. No tarde mucho en detener el estruendoso motor delante de su puerta, en el mismo sitio donde lo hice la primera vez. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar el tacto de sus labios sobre los míos. Quité el contacto y cerré la puerta tras de mí. Cada paso hacia que mi corazón se acelerase. Me planté frente a la puerta y aguarde en silencio. En la casa reinaba el silencio más absoluto lo que podía significar dos cosas, todos estaban dormidos, o no había nadie en ella. Contuve la respiración y volví a escuchar. Obteniendo el mismo resultado. A punto de irme estaba cuando escuche tras la puerta los pasos de alguien. Extendí la mano y pulse el timbre que retumbo en toda la casa. Hasta que se abrió la puerta pasaron unos minutos que se hicieron eternos, y de ella salió una mujer de pelo oscuro y corto, y con una voz seca me preguntó quién era y qué quería a esas horas. Contesté a sus preguntas pero para entonces ya recordaba quien era. La pregunté que si estaba su hija, y tras un silencio un tanto incomodo, me dijo que se habían ido con su padre a Valencia.

Después de aquella conversación de la que salí muy iluminado, regrese a casa pensando cómo podría irme hasta allí sin preocupar a mi padre, porque la verdad seguro que querría esa respuesta. De regreso el móvil comenzó a vibrar en el bolsillo. Detuve el coche y conteste al teléfono. Después de varios minutos de llamada, se me encendió una bombilla en mi interior. Ya tenía el motivo, solo faltaba rematar el coche y estaríamos listos para marchar el viernes. Dos días para revivir el espíritu del Golf, hasta entonces en letargo. Al llegar a casa, mi padre estaba ya desayunando y le dije lo de presentarme junto Eva, un amiga de la carrera, a una concentración tuning benéfica. En un principio rehusó el dejarme ir pero después de unos cuantos argumentos y pruebas de mi buen sentido me dio su aprobación. Después de desayunar nos fuimos al taller como cada día. El taller estaba situado en un polígono industrial, y la verdad es que era bastante grande, y el equipamiento era de lo mejorcito, elevadores, herramientas, cabina de pintura… Esta vez el Golf pasó a las instalaciones como uno más. Lo coloque en uno de los elevadores para empezar a trabajar. No tarde en salir con el mono dirección al almacén, Cogí la carretilla y comencé a buscar mis cajas, con las piezas para instalar. Al cavo de diez minutos salía de aquella enorme sala para empezar con la magia.

Las cajas estaban apiladas alrededor del golf que estaba esperando a que empezara con esa puesta a punto, que según calcule me llevaría un par de días. Comencé a desmontar las ruedas y a apilarlas, dejando ver las suspensiones de serie del golf. En una de las cajas encontré las suspensiones Nibbeltec flotando entre los granos de corcho, preparadas para ser instaladas, junto a la centralita. No había comenzado con el segundo amortiguador, cuando escuche que me reclamaban. Deje mis que aceres y acudí a la llamada. Otro mecánico tenía problemas para arrancar el coche y necesitaba ayuda para empujarlo hasta su sitio. Después regrese con mi pequeño. Cuando termine con las suspensiones, había perdido la noción del tiempo. No sabía qué hora era pero por lo menos lo primero estaba ya montado. Cuando miré la hora, el plazo estaba más o menos cumplido. Eran las doce de la mañana, tres horas en colocar las suspensiones hidráulicas. Lo siguiente en la lista era colocar los nuevos neones en el maletero, motor y en el habitáculo. Nuevos colores y matices que desencadenases nuevas experiencias. Sin duda debería colocar nuevas baterías para los neones y preparar el circuito de electricidad, lo que me llevaría hasta acabar la jornada y parte de mañana. Pase el resto de la tarde entre cables y conexiones que poco a poco iban dando sus resultados. Estaba tan metido en mis pensamientos que olvide por completo lo que me circundaba. Parte de mis pensamientos viajaban hasta Valencia pensando en que estaría haciendo, y cada minuto que pasaba deseaba irme hasta allí aunque fuera solo para verla y que mi corazón volviera a impulsar aquella sustancia que ya no corría cuando conducía a toda velocidad por las carreteras. Una llamada de teléfono me destruyó la nube en la que me hallaba suspendido, y con cierta torpeza contesté a la llamada. La voz al otro lado preguntaba que donde estaba y cuando regresaría a casa. Tenía un tinte de enfado. Mi mente aletargada comenzó a buscar en la pared el reloj que me dejó completamente anonadado. No podía ser esa hora. Al parecer me había enredado demasiado con la puesta a punto. Después de colgar el teléfono, inspeccioné el coche y probé con entusiasmo renovado todas las nuevas mejoras.

En el taller, iluminado por los luminiscentes tambaleantes del techo, una nueva luz emergió. Destellante. El golf estaba impresionante. Los neones interiores formaban columnas de naranjas y azules, haciendo brillar la tapicería en nuevos matices. La luz azul que emanaba de debajo chocaba en los ojos con la que salía del motor, un color naranja dorado, se reflejaba en los ornamentos cromados de su interior, llenándolo de destellos. Y en el maletero, las nuevas luces que te recibían tras la apertura automática del portón, proporcionaban una luz que llenaba todos los recodos de aquella estancia. Sin duda, ahora que lo veía al completo, vi la esencia del golf de mi juventud. El coche de mi vida, casi al término. También probé las suspensiones. Monté en el trono del control, y comencé a manipular los dos controles de las suspensiones. Primero desplacé el control del eje delantero, que con un suave siseo de fondo comenzó a elevar el morro del coche. Mi corazón retumbaba de emoción. El día de trabajo había dado sus frutos. Después, hice lo mismo con el eje trasero que con otro siseo igualo la altura del morro. Ahora venia el momento decisivo. Metí la llave en el contacto y lo giré poco a poco. El primer clic desbloqueó la dirección. El segundo, iluminó el cuadro de mandos y las agujas. El corazón latía a cien por hora y subiendo, las manos me sudaban y poco a poco en mi cabeza se abalanzaba una felicidad parecida a la que tuvo sentir el profesor Frankenstein al ver que su creación cobraba vida. El ultimo clic. El encargado de suministrar la chispa de la vida al motor V6 de mi pequeño. Clic. Todas las luces del coche parpadearon un momento y finalmente, el bramido de la bestia. “¡Está vivo!”, me escuche gritar por encima del zumbido del motor. Ahora mi pie derecho se deslizó suavemente y mi Frankenstein comenzó su marcha hacia la salida. En el camino apague todas las luces prescindibles y cuando salí, apague las luces del taller, conecté la alarma y lo cerré. Ahora con el coche de vuelta al hogar y mientras regresamos probare la suspensión, pensaba para mis adentros. El reloj marcaba las once menos cuarto, el taller de forma oficial quedaba cerrado a las nueve pero hoy cumplía una excepción. En la calle las terrazas de los bares estaban copadas de gente que salía, disfrutando de aquella temperatura veraniega. Y muchos al escuchar el motor de mi golf se quedaban boquiabiertos al verlo pasar con sus quince centímetros extra. Las suspensiones quedaron programadas para que al superar los cincuenta se desconectases automáticamente con el fin de no comprometer la estabilidad. Mañana terminaría con los últimos preparativos y saldríamos el viernes para Valencia, aunque yo me desviaría un poco para cumplir mi otro deseo: estar con la chica de mis sueños, aquella chica que conocí años atrás cuando estaba en el colegio y que desde entonces, amaba en silencio.

Cuando aparque el coche su lugar habitual, subí a casa donde mi padre me esperaba para preguntarme por la abstracción que padecí aquel día, porque él casi no me vio por el taller. Después de contarle lo que había estado haciéndole al coche subí al ordenador y comprobé el correo. Un nuevo correo acababa de llegar. Lo leí y mi corazón se acelero. De cero a cien en milésimas de segundo. Notaba los latidos de mi corazón por todo mi cuerpo, cada vez tenia mas ilusiones por ir. Al parecer saldrían el viernes antes de comer para llegar allí a primera hora de la tarde, desde la gasolinera que estaba en la salida de la autovía de la A.43. Además Eva llevaría a su hermano a la concentración. Cuando me enteré de que el viaje se había adelantado, a poco estuve de dar un grito de alegría. El coche quedaría listo el jueves antes de la hora de comer. Solo tenía que instalarle los subwoofer portátiles en el maletero y un par de detalles estéticos más, sin mucha relevancia. Después de comprobar por segunda vez el correo que me mando Eva, escribí rápidamente que yo me adelantaría pero que por la tarde estaría allí esperándoles. Saque el móvil y busqué en la agenda el número de Angélica. No tarde mucho en localizarle pero antes de poder apretar el botón de llamada una voz de alarma se levantó en el interior de mi cabeza. El buen doctor, encargado de mi raciocinio, con una argumentación increíble me convenció para no llamarla. Lo cierto es que era verdad, era tarde para llamarla pero se me ocurrió mandarla un mensaje para decirla que estaría el fin de semana por la zona, pero Jekyll se volvió a pronunciar pero en su tono ahora se distinguía un ligero atisbo de enfado ante mis intenciones. En cierto modo, mi lado racional se impuso sobre mi sentimiento de alegría y euforia, evitando hacer cualquier tontería. Terminada la cena volví a la soledad de mi cuarto y me despanzurré en la cama pensando en ella. Sus ojos, marrones y mirada profunda. Su pelo largo y suave, a juego con el color de los ojos, oliendo siempre a lavanda. La sonrisa, blanca y capaz de desbocar cualquier corazón. Dedicando mi último pensamiento consciente para ella._________________________________________________________________________

Cuando abrí los ojos de nuevo la oscuridad reinaba a mis alrededores. Mire en rededor pero todo estaba oscuro, adelanté uno de los pies, temeroso de encontrar algún obstáculo en la trayectoria pero por suerte no encontré ninguno. Avance entre aquella espesa oscuridad sin ningún rumbo. La oscuridad era mucho mayor a cada paso que daba. Una sensación de terror comenzó a apoderarse de mí, el corazón latía a toda velocidad y notaba sus movimientos por todo mi cuerpo. En un lugar desconocido, en el que no estaba seguro de lo que podría encontrarme al siguiente paso. Comencé a escuchar un eco en la lejanía procedente de algún punto perdido de aquel misterioso paraje. En un principio no conseguía entender lo que en el eco se ocultaba pero cuando conseguí enmudecer el latido de mi propio corazón y dirigir toda mi concentración hacia aquel sonido distorsionado en la distancia, mi cabeza de forma automática fue comparando tonos de voces que conocía y al cabo de unos minutos encontró la voz a la que podía pertenecer. El corazón volvió a su frenética marcha y de forma inconsciente comencé a buscar la fuente de aquella voz. Caminaba, poseído por aquella voz de misteriosa procedencia, mientras la oscuridad seguía haciéndose más solida. No sabía el tiempo que había pasado desde que empecé a caminar, pero tenía la sensación de llevar caminando años.

El susurro pasó a convertirse en una tenue voz que reclamaba mi atención. Yo por mi parte seguía caminando fuera de mi control, pero ahora a la voz se le sumó en la lejanía dos diminutos puntos de luz que parecían acercarse a toda velocidad. Entonces recordé el paseo que dimos en el golf hasta aquel pueblo. Recordé las caras de los pasajeros, todos aterrados agarrados a los cinturones. Pero una cara destacaba entre las demás. Ella miraba, me miraba, con aquella mirada capaz de iluminar la más espesa de las tinieblas. Pero aquella imagen se empezó a desvanecer al poco de formarse, quedando tan solo su rostro iluminado por las luces azuladas de los neones. Ahora su oz era completamente comprensible. Me llamaba incesante con aquella voz dulce. La oscuridad comenzó a retroceder a una velocidad pasmosa, como si de una onda expansiva se tratase, siendo ella el foco de la explosión. Y en el infinito horizonte, al principio oscuro, fue apareciendo una combinación de colores en formas abstractas. Ella me cogió las manos y se fue aproximando lentamente hacia mí. Sus manos gélidas pasaron de mis manos al cuello, provocándome un violento espasmo que me recorrió de arriba abajo, después nuestros labios se fundieron en un beso. El tacto de sus labios me produjo una sensación de parálisis. Notaba como perdía el control de mis actuaciones, incluidas las mecánicas y subconscientes. Sentí como el flujo regular de aire se iba cortando lentamente. Cada vez me resultaba más complicado respirar. El fluir de sangre cada vez era más débil y lento. Los brazos, cada vez más pesados, se me durmieron y la sensación de mareo iba en aumento terminando por desvanecerme en la oscuridad de la cual surgí. Otro ruido lejano empezó a sonar desde algún punto perdido de aquel extraño paraje. Un sonido estridente y agudo que sonaba a intervalos cada vez más cortos. ________________________________________________________________________

Abrí los ojos, la oscuridad los inundó al instante. En un principio me asuste de verdad, no sabía si seguía en aquel extraño mundo o  estaba entre las paredes de mi pequeña habitación. Giré la cabeza lentamente y contemple aliviado los segmentos del despertador que sonaba con su habitual estruendo. Me levante de un salto recordándome lo que sucedería durante el momento en el que las brujas y monstruos toman las habitaciones de los infantes para asustarlos con sus gritos y figuras deformes. Me vestí como el rayo y baje las escaleras. Preparé el desayuno con una inusual sonrisa en mi rostro. Al poco escuche los pesados pasos de mi padre bajando la escalera, preparado para otro duro día en el taller. El olor del café llenaba la pequeña cocina y le tendí una buena taza con el fin de que la cafeína despertara su ánimo, del mismo modo que aquella milagrosa sustancia activo todo mi chasis, hasta entonces incapaz de absorber toda la vitalidad que emanaba de mi cabeza.

Antes de salir de casa comprobé que todo estaba cerrado y en su sitio, mientras mi padre se acomodaba en el asiento del copiloto del Golf. Corrí hasta e coche y lo arranque mientras me ponía el cinto de seguridad. Parecía no dar abasto, lo quería todo a la vez. Volé por las calles sin tráfico de la ciudad y antes de darnos cuenta la enorme estructura industrial del taller se apareció ante nosotros. La pesada puerta metálica rechino mientras se abría lentamente y cuando el espacio fue el suficiente mande avanzar a mi pequeño que entro a toda velocidad por el estrecho vano recién abierto. Los dos bajamos del vehículo. Todo estaba oscuro pero las luces no tardaron mucho en ser conectadas, invadiendo todos los recodos con su mortecina luz blancuzca. A las nueve, hora oficial de apertura, los primeros mecánicos aparecieron dispuestos a ganarse su jornal. Pero yo seguía en el foso mirando y retocando los últimos detalles del coche, con mis manos enfundadas en los guantes y la careta cubriendo mi rostro comencé a abrir una pequeña apertura en el escape, coloque el último detalle de aquella zona y lo conecté a la centralita, y de allí saque un pequeño interruptor que quedó acoplado junto al resto de botones y mandos del panel de mandos, acompañando a la palanca de cambios y el freno de mano. Esta operación pareciendo tan simplona me llevó más de media jornada para que quedase bonito y seguro, y por ultimo regresé al almacén, un lugar poco acogedor, lleno de estantes con cajas llenas de repuestos y piezas. En aquel laberinto estrecho y penumbroso, se encontraba la última pieza que daría el toque maestro al Golf, Cogí dos cajas de una envergadura bastante elevada y con extremo cuidado desande el camino andado. Posé las cajas junto al paciente y comencé una nueva operación. Los dos bajos portátiles de doscientos cincuenta vatios cada uno aportaban un pequeño impulso hasta situar la potencia de sonido en los mil setecientos vatios de sonido, potencia suficiente como para arrasar en las pruebas de sonido. La hora de comer se interpuso entre la sutil operación y yo, y dado que me quedaba la parte más sensible decidí posponerla para después de comer. En casa, mientras yo preparaba las cuatro cosas que me llevaría a la concentración, mi padre preparaba la comida que podía averiguarse desde el otro extremo de la casa. Arroz con curri, un plato que te dejaba un gusto picante en el cuerpo que muy pocos eran capaces de aguantar pero mi preferido al fin de cuentas. Después de comer regresamos al taller y la operación siguió su curso aunque con alguna que otra interrupción, pues había otras cosas que no podían esperar. Terminé con la última conexión a la batería auxiliar alrededor de las siete de la tarde. Ahora venían los momentos mágicos en los que el corazón se encoge, cruzas los dedos para no salir por los aires. Accioné la llave y puse la primera pista. El volumen estaba casi al mínimo, pero se escuchaba alto y claro, fui subiendo el volumen poco a poco, como reacción a la potencia liberada por los altavoces, las partes suspendidas del coche comenzaron a vibrar al ritmo de los golpes de bajo de la música máquina. Superando ya el valor intermedio de la radio el sonido era claro pero ensordecedor. Notabas las ondas de sonido atravesando tu cuerpo y como el corazón palpitaba al son de la melodía. Estás vivo pequeño. Ahora irradias todo tu esplendor y esta noche lucirás por las oscuras autovías españolas. Salí del taller a las nueve y media, tenía el tiempo suficiente para darme una ducha caliente, quitarme el olor a aceite y la grasa de las manos, y cenar. Después de otro plato de curri de dimensiones similares al de la comida, subí para cambiarme de ropa. En el caos que reinaba en mi habitación conseguí las prendas que buscaba. Unos pantalones anchos de color negro tizón, una camiseta blanca ancha y una sudaderas sin mangas de color blanco inmaculado con capucha. Bajé por las escaleras con la maletilla de la ropa y el neceser. A pesar de la potencia de los bajos, su tamaño era lo suficientemente reducido como para no perder demasiada capacidad en el maletero, por lo que no fue difícil meter la maleta. Después sin un ápice de vacile metí el contacto y lo giré, dando comienzo aquel viaje de dobles intenciones.

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