Desperté sobresaltado. Sentía como algunas estelas caían por
mi frente. Estaba atrapado por sus brazos. Una noche más. Ya se había
convertido en una costumbre. Y no lo soportaba. Traté de zafarme de aquella jaula
con el mayor de los sigilos, y a priori funciono. Camine en medio de aquella
noche tratando de recordar aquello que me había sacado del sueño pero sin resultado.
Las caricias del frio se hacían más perceptibles en aquellas partes ahogadas
por el sudor. Al pasar por delante del reloj me fije que sus agujas oscuras
marcaban aproximadamente las cuatro de la mañana. Recorrí los últimos metros
antes de llegar al baño y me encerré en la ducha.
El caer del agua ardiente alivió un poco aquella sensación.
El agua fluía llevándose consigo aquellos rastros pegajosos. Vaciaba mi mente
de aquellas ideas que no eran necesarias en aquel momento. Una noche de verano.
Coche extranjero de blanco satinado. Figurita demoniaca danzarina. Metro. Compañeras
de piso. Chicas misteriosas. Sentimientos extraviados…
Salí de la ducha envuelto en una improvisada túnica. Me
dirigí a la cocina y allí miré por la ventana al deshabitado paraje nocturno de
la ciudad. Solo los haces de las farolas sobre el pavimento mojado. Y si te
fijabas bien, podías distinguir las gotas de agua que cruzaban por los halos
anaranjados.
De pronto, una estela intermitente atravesó la calle a una
velocidad de vértigo. Solo se escuchaba el motor tras de sí. El Samur, nunca
descansa pendiente veinticuatro horas de cualquier emergencia que pueda surgir.
Desmayos. Accidentes domésticos. Atracos. Colisiones…
Entonces se encendió una luz. Recordé fugazmente el sueño.
Una colisión, una fuerte colisión en medio de una recta. Tres coches en la
noche, implicados en un choque por alcance. Un coche naranja perseguía veloz a
un segundo, un compacto de color rojo metalizado. Quería cogerlo a toda costa. Pero
el perseguidor no se percató del coche blanco al que su presa perseguía a su
vez. El blanco y el rojo jugaban entre ellos. Las distancias eran mínimas, y al
frenar de forma repentina el primero de todos… se produjo. Pillándome a mí en
medio de los otros dos vehículos. El peor parado de todos.
-Pequeñín, ¿estás bien?- Unos brazos volvieron a apresarme enlazándose
por la cintura. Me atrajeron hacia su cuerpo que se aplasto con el mio. La voz
mostraba preocupación en su tono.
-No, estoy bien Alicia- Mi voz era un susurro. Miraba su
reflejo en el cristal. Aquel rostro delicado. Su melena despeinada. Y aquella
calle vacía.
-Volvamos a la cama- Aquella frase quedo reforzada por un
pequeño beso en el cuello. Entonces otro flas se apoderó de mi.
-Voy a prepararme un vaso de cola cao. ¿Te apetece uno?-. No
quería regresar. Me alejé de la ventana y camine hacia la nevera.
-No, gracias. No tardes, ¿vale?- Sus manos deshicieron el
nudo y partieron dejando una estela de caricias en su marcha. Escuche sus pasos
alearse a la habitación.
Me vestí con lo primero que vi. Me daba igual el qué o el
color, simplemente deseaba estar en la calle. Me llamaba. Tome el casco que
estaba en el sillón y las llaves. Ansiaba la calle a cualquier precio. Salí a
la terraza y me descolgué los dos pisos hasta llegar a la calle. De pequeño me dio
por el parkour y cuando me castigaban solía salir de la misma forma. Y daba
gracias por ello.
Caminé arrastrando la moto un par de manzanas y después me
deslice bajo la lluvia lentamente. Concentrado en el ronco ronroneo de aquella
bestia. Escuchaba mi voz una y otra vez repitiendo la misma frase.
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