Desperté en las oscuras tierras del sur. El frio estremecía
cada palmo de mi cuerpo. Caminaba lentamente. No sabía como había llegado hasta
aquel lugar prohibido. El canto de las ranas no traían nada bueno, o al menos
eso decía la leyenda que en el pueblo se narraba. Vagando sin rumbo topé con un
cúmulo de aguas estancas. Sobre ellas las galactelianas paseaban en busca de la
cena. Quería salir de allí antes de que llegasen predadores más peligrosos que
aquellas alimañas.
Desde la densa vegetación purpurea vi aparecer una sombra que
caminaba titubeante. Se aproximaba lentamente, escoltada por varias figuras inmensas
envueltas en túnicas extrañas que ocultaban sus rostros monstruosos. Miedo. Una
señal de alarma ascendía pidiéndome escapar. Salvar la vida. Pude esconderme en
una sombra cercana poco antes de que aquella caravana me viese y diesen cuenta
de mí también. Se detuvieron poco antes de llegar a donde me resguardaba.
La primera sombra se arrodillo ante las demás. La luz de las
antorchas iluminó su rostro atemorizado
ante la incertidumbre de lo que le esperaba a continuación. Fue cosa de
segundos, pero aquel contacto fue suficiente. Aquellos ojos verdes eran un
escrito claro para mí. Le tendieron un tarro con algo en su interior, parecía viscoso
y su color nada halagüeño. Vertieron algo del contenido en tres calaveras y la
pidieron que bebiese de ellas. Con el arma empuñada estaba dispuesto a
intervenir pero no estaba convencido de poder con todas ellas. La dieron la
primera que tomó de un trago. La segunda. Y por último la tercera. Comenzó a
tambalearse, parecía mareada. Sus ojos se entrecerraban y se desplomo sobre uno
de los escoltas. Las risas sobrecogieron el lugar. Salí de mi escondrijo arma
en ristre aproximándome desde la retaguardia. Dos sombras decapitadas sin hacer
ningún ruido más del necesario. La tercera pareció percatarse de que algo no
iba bien, pero cayó antes de dar aviso. La última, con el cuerpo de la victima
aún en las manos me vio. Un zarpazo me alcanzó en el pecho rasgándome las ropas
pero mi estocada le atravesó el cuello.
La tomé con cuidado y comencé a caminar en la
misma dirección por la que les vi aparecer. Fue un trayecto largo a través de
aquellos bosques cenagosos pero logramos dar con una salida. Después de aquella
temeraria intervención parecía que la tranquilidad se reinstalaba paulatinamente.
Solo entonces reparé en la figura que acababa de rescatar de aquellos seres. Aquel
pelo dorado que caía en cascadas por sus hombros. Su piel pálida. Y aquellos
labios de un intenso rojo. Era una Lugzan, una criatura que sólo crecía en las
leyendas más oscuras. Caí entonces que aquellos que ahora yacían en las ciénagas
eran Guardianes del equilibrio, Guerreros Nedros, con la misión de destruirla.
El embrujo parte 2
Por favor, por favor, por favor, no dejes esta historia asi! engancha y puede dar mucho de si! es genial! me hagustado mucho ;)
ResponderEliminarGracias, [^^]. Mirare a ver que se me ocurre esta noche, aunque ando con otro relato por el momento.
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