
Estaba encajado en el bracket con la mirada en el horizonte,
con la mente a kilómetros de distancia concentrada en los golpes de bajo de la
música propia, cuando una suave voz me atrajo de nuevo al escenario de la
competición. Cuando volví la mirada a la fuente de aquella voz, topé con unos
ojos de color violeta que me contemplaban con cierta curiosidad.
-¿Puedo preguntarte cuantos caballos tiene tu Saxo?- me
mostró una gran sonrisa.
-Si, puedes hacerlo. Pero… ¿con que fin?- Me encogí de
hombros pero sin perder de vista aquellos ojos tan atractivos, aunque sabía que
podía tomárselo a mal, pero…
-Tiene ciento treinta y cinco-. También la susurre la respuesta
como si fuera un secreto. -¿Cuántas
veces, si no es indiscreción, te han dicho esta noche que tienes unos ojos
increíblemente bellos?- coroné la pregunta imitando su sonrisa inocente.
Se pasó la mano por su larga melena oscura, pero sin
apartar la mirada de la mía, tenía la sensación de estar siendo absorbido por
ella. Un torrente de adrenalina me inundó. El corazón latía fuerte, y creo que las palpitaciones se
podían percibir a pesar de la penumbra que nos rodeaba.
-Eres el primero- Respondió finalmente rompiendo esos
segundos de silencio.
-Lástima…- La música que sonaba de fondo se cortó
momentáneamente y en su lugar apareció la voz metálica pidiendo a los corredores
que tomasen posiciones de nuevo para comenzar la competición de vuelta rápida.
Maldije la inoportunidad. –¿Puedo preguntar tu nombre?-. Ella miró en rededor,
como buscando algo, y tras cerciorarse se aproximó hacia mi lentamente.

El coche partió hacia la parrilla y quedó grabado en mi
memoria. Un Nissan 240xs, blanco. Un segundo aviso de la voz metálica me sacó
de aquel pequeño trance y puse rumbo a la salida. A tres coches de distancia el
coche blanco que buscaba. Con el corazón desbocado por la descarga de
adrenalina y la emoción de momento recién vivido, estaba dispuesto a todo por
saber su nombre. “¿Qué probabilidad…? No. ¿Cuántas…? No. Pero… ¿Qué pregunta
estaba buscando?”; “¡Tonto!”. Salto la insulsa voz de la razón.
-Ah, no. Esto es un reto en toda norma, y el premio… -. Me
autocontesté. Cambie el Cd y dejé que aquella música prohibida me embriagara.
Mi sonrisa picara lucia entre los compases. Sin percatarme, había empezado a acelerar en vacío. El motor estaba en
cuatro mil revoluciones por minuto atronando por los escapes racing. La señal
luminosa se encendió dándome la salida. Partí al circuito dejando el
chirriar de la goma contra el asfalto y un gutural rugido a mi tras.

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