Lo rodeé con mis brazos atrayéndole hacia mí, quería
transmitirle ese calor tan pegajoso que de alguna forma extraña había empezado
a generar. Sus músculos se destensaron y relajaron a medida que lo besaba por
la nuca y avanzaba hacia la oreja. Sentí como un escalofrío le revolvía
delicadamente todo el cuerpo al ser barrido por aquel suspiro que le regalé.
-Annie, realmente eres tú-. Susurró mientras buscaba mi mano
para besarla. –Aquellos detectives me dijeron que estabas desaparecida, y que
no me hiciese muchas ilusiones de volverte a verte-. Sus lágrimas comenzaron a
regar sus mejillas sonrosadas.
-Thssssss-. Volví a sellar sus labios con la punta de mis
dedos. –Mírame. Tócame. Y veras que soy tan real como tú, que no es ninguna
fantasía-. Con cuidado, deshice el lazo con el que lo mantenía abrazado.
Cuando se volvió y nuestras miradas conectaron percibí como
su corazón empezaba a acelerarse. Aquel deseo que había instaurado en él crecía
a pasos agigantados, al igual que mis ganas de echarme sobre él. Lo veía con
otros ojos, y ahora reprimía aquella sensación imperiosa de lanzarme sobre su
cuerpo. La bondad que antes solo veía en sus ojos ahora la percibía en la
blancura de su alma, y cuanto más la contemplaba más necesidad tenía de
corromperla y hacerla mía.
-L-olo s-si-ien-t-to, pero si-sigo en shock, n-no me me
cr-creo que seaas t-tú-. Su ritmo cardiaco seguía incrementando, y más después
de aquella sonrisa que le había regalado.
-¿Quieres una prueba?-. Le susurré con una inesperada
travesura, una travesura no fingida pero sí sobredimensionada. –De acuerdo-.
Volví a sonreír mientras buscaba sus labios y me fundía con ellos.
El tacto cálido de sus labios carnosos pronto se me quedó
demasiado escaso, necesitaba ir más allá. Introduje mi lengua en busca de la
suya. Sus manos se aferraron sobre mi espalda tanteando espasmódicamente. Su
respiración entrecortada por jadeos llenos de intenso placer parecían cada vez
ser más desesperados. Quería detenerme pero una fuerza que manaba con violencia
desde dentro de mí me impulsaba a seguir disfrutando de aquella alma tan pura.
Restregaba suavemente mi cadera contra la suya. Sus jadeos se intensificaron al
igual que sus espasmos hasta que de pronto cesaron sin más. El silencio se hizo
de pronto en aquella pequeña estancia sumida en la oscuridad, tan solo mi
respiración rasgaba aquella horrorosa calma.
-Todavía no es demasiado tarde-. Aquella voz de nuevo. Sentí
estremecerme al recordar su estampa. Lo busqué por la habitación pero no
lograba dar con él. Sin querer di con una sombra al pie de la puerta. En ese
momento sacaba algo de un maletín que tenía a su lado y se aproximó colocándolo
junto a la boca de Davey de donde surgió una pequeña bocanada azulada que chocó
contra el fondo de aquel tarro. –Si llego a tardar un poco más…-. Comprobó el
contenido antes de meterlo de nuevo al maletín. Aquello me dejó perpleja. –Es muy
pasional señorita García, si llego a tardar un poco más no tengo nada que
recoger-. Su voz revelaba un matiz de enfado. –Pero para llevar solo diez
minutos en las viñas del señor como súcubo, y sin apenas una formación…-.
Continuó mientras contemplaba aquella habitación, se detuvo brevemente sobre
Davey y después posó aquellos ojos dorados sobre los míos. Sentí un escalofrío
que me recorrió entera.
-Oh, dios mío-. Me llevé las manos a la boca. Contemplé su
cara que exhibía una grotesca mueca que se debatía entre el placer y el
sufrimiento. –Pero qué… cómo…-. Aquel rostro se clavó en mi subconsciente más
profundo. Sentía como las lágrimas empezaron a inundar mis ojos, y no tardaron
en desbordarse por mis mejillas. Me quedé apoyada en la pared sin poder dejar
de mirar su cara, el resto parecía haber desaparecido.
Entonces sus manos me tomaron por los hombros, y me
levantaron con suavidad. Su pecho se interponía entre aquella pesadilla y mis
ojos.
-Tranquilícese. La primera vez es siempre la peor-. Dijo con
una voz arrulladora, casi paternal. –Él estará bien, todavía no ha terminado-.
Me levantó la cabeza con suavidad y me secó las lágrimas con un pañuelo de
seda. –Esto era lo mejor, créame-. Sonrió. –Pero ahora deberíamos marcharnos,
esto no deja de ser la escena de un suicido-. Ensanchó la sonrisa sin apartar
sus ojos de los míos. –Y nuestros invitados estarán al caer-. Consultó de nuevo
su reloj.

-Su transición, Annie, debía llevarse a cabo sin testigos
ajenos a esa prueba inicial…-. Su voz parecía envolverme. Sonaba grave y
tranquilizadora. –… Por desgracia-. Hizo una pequeña mueca con el labio. –Su
amigo alertado por los ruidos trató de ayudaros convirtiéndose en testigo, y la
policía lo considera EL asesino-. Hizo énfasis en el pronombre y suspiró
dramáticamente. –Esto era lo mejor que podía pasarle, ¿no te parece?-. Dejó ver
una tierna sonrisa. –Ahora deberíamos marcharnos antes de que lleguen “los
invitados”-. Señaló la ventana a través de la cual empezaban a escucharse
varias sirenas. -No creo que se hayan tomado muy a bien que tu amigo asesinase a los dos detectives que llevaban su caso-. Dejó caer en un susurro apenas audible.
Yo guardaba silencio mientras trataba de ordenar todo
aquello. Aquella explicación, por llamarla de algún modo parecía casi lógica.
Era raro, si lo pensabas… Davey trató de ayudarnos y por culpa de eso, ahora
estaba muerto. Le había matado sin apenas darme cuenta de que lo estaba
haciendo. Es más, sentí como aquel frenesí me tomaba cuanto más se aceleraba su
pulso…
-Pero antes de nada, deberías vestirte-. Rio mientras me
separaba un poco de sí. Bajé la mirada y efectivamente. Mi piel lechosa estaba
completamente al descubierto. Me ruboricé y traté de taparme con las manos lo
máximo posible, lo que le hizo estallar en una carcajada. -Tenga-. Me colgó una
prenda por el cuello. –Dese prisa, la espero aquí-. Me dio una pequeña una palmada
en la cintura. Lo fulminé con la mirada antes de encerrarme en el baño con un
portazo. Qué se había creído esa nube arrogante.
Descolgué aquella prenda suave cuyos extremos ligeros
cubrían casi de forma simétrica mis pechos. En mis manos tomó forma un vestido
increíblemente bonito. Pero la imagen proyectada en aquella pulida superficie
le quitó todo protagonismo a ese vestido. Al otro lado, una chica que lejos de
resultarme desconocida, quedaba muy atrás en el tiempo, unos quince años
aproximadamente. El pelo oscuro y liso llegaba a cubrir parte de aquellos senos
poco desarrollados pero increíblemente firmes que tanto gustaban a los hombres.
La piel de aspecto lechoso, con varias pecas distribuidas sobre todo en los
pómulos. Me llamó la atención los labios, que aun siendo no muy gruesos,
incitaban a ser besados. Era mi yo de último año de instituto, pero cómo era
aquello posible.
Unos golpes en la puerta volatilizaron mis pensamientos. Me
puse el vestido que poco a poco se fue acomodándose a mis suaves curvas. Ahora
el reflejo del espejo era mi yo del baile de graduación. Un suspiro melancólico
manó de mis labios y las lágrimas volvieron a descolgarse a través de mis
mejillas.
-Todavía sigue ahí-. Dijo el abogado al otro lado de la
puerta. –La discreción es nuestra mejor arma, y que nos encuentren aquí no
sería lo más idóneo-. Su voz hecha susurro no dejaba oculto el matiz de
urgencia.
-Ya salgo-. Dije cerrando la puerta del baño mientras
lanzaba una última mirada a aquella habitación que ahora se mostraba sutilmente
diferente.
Ángel, aquella nube engorrosa, aguardaba junto a la puerta
del apartamento con el maletín colgando de su mano. Extendió la otra tomándome
suavemente de la muñeca y me condujo en la oscuridad del pasillo hasta la
puerta del ascensor. Sentí como detrás de mí la puerta se cerraba y poco
después los cerrojos se iban deslizando lentamente. Uno por uno.
Bajamos en el ascensor. No dejaba de contemplar las
manecillas de su reloj. De pronto el ascensor se detuvo. Cuando se abrieron las
puertas una de las vecinas aguardaba con sus dos perros. Nada más nos vieron
ambos perros se pusieron a ladrar como descosidos obligando a la dueña a
sujetar con fuerza ambas correas.
-Vaya, perdonad, no suelen portarse así. No sé qué les
pasará esta mañana-. Dijo algo cortada.
-Debe ser que huelen mi miedo-. Escuché la voz saliendo de
detrás de mi espalda. –Les tengo un pánico atroz… Desde pequeño-. No podía
creerlo. Tan valeroso y frio que parecía aquí mi amiga la nube arrogante y
ahora estaba cagadito usándome como si fuese un escudo. No pude contener una
sonrisilla, por suerte, las puertas se estaban cerrando.
-Son dos perros patada, no se te iban a comer-. Dije con
cierto sarcasmo. No iba a desaprovechar esa oportunidad de poder mofarme de él.
-Si, tienes razón, no comen pero la discreción es
fundamental…-. Su voz volvía a esa ligera arrogancia. -Y deberías saber que los
animales son los primeros en notar las… presencias sobrenaturales… Y ambos dos,
dejamos la humanidad atrás-. En un parpadeo había vuelto a donde estaba, en la
esquina opuesta. –por lo que el pánico puede ser una buena excusa para ese tipo
de comportamiento de los animales, no dejamos de ser seres del Hades-. Dijo
culminando con aquella blanca sonrisa de anuncio de pasta de dientes.
El ascensor volvió a detenerse, esta vez en la planta baja.
Cuando salimos del portal, dos patrullas aparecieron en la calle, y las sirenas
parecía llegar de todas direcciones.
-Me encanta cuando los invitados se adelantan-. Dijo con ese
sarcasmo que ya consideraba parte de él. –Bueno, ante este pequeño imprevisto…
improvisaremos-. Se paró y miró buscando algo. Esbozó una exclamación y se
dirigió hacia un coche que estaba aparcado a pocos metros.
-Que vamos a hacer ahora, la policía nos ha visto-. Dije
soltándome de su mano. Había logrado mantener una pequeña sensación de calma
pero ahora al ver que la policía se iba agolpando en la puerta y nos miraban
extrañados, aquel espejismo se desvaneció dejando ver la realidad. –Nos van a
detener, maldito ente…-. No podía dejar de lado esa sensación de culpabilidad.
-Annie, deje de montar la escena, por favor-. Dijo mirándome
a los ojos. –Compórtese-. Uno de los policías empezó a caminar en nuestra
dirección.
-Disculpen-. Dijo el policía con una mano apoyada en la
culata de su arma reglamentaria. –¿Qué están haciendo a estas horas en este
barrio?-.
-Mierda-. Dije derrumbándome sobre el coche. Ángel en cambio
alzo las manos en ademan de rendición. Cuando le vi me quede bloqueada, pero
que demonios estaba haciendo.
-Si le digo la verdad no se ni en qué barrio estamos, pero
salta que no somos de aquí.-. Dijo con una voz inocente mientras señalaba el
coche donde estaba apoyada al borde del ataque de nervios. –Y si pudiese
encaminarnos hacia Brooklen, se lo iba a agradecer, no quiero que a mi chica la
de un ataque de nervios-. Me señaló con cierto aire de dramatismo. –Teme que la
roben o algo peor-. Rio para quitarle un poco de tensión. El policía no dejaba
de mirarnos a los tres. A mí, con ese vestido provocativo, a él con aquel traje
de recién graduado, y al coche que hasta entonces no me di cuenta de que era un
Bentley Continental Gt de más de ciento cincuenta mil dólares.
-Lo comprendo, pero entenderán que les pida la
identificación, ¿verdad?-. Dijo quitando la mano de la cartuchera, pero seguía
iluminándonos con la linterna.
-Me parece correcto. Voy a meter la mano para sacar los
pasaportes-. Dijo haciendo el gesto con lentitud mientras el policía volvía a
llevarse la mano a la pistola y miraba fijamente su mano, de la que sacó las
dos identificaciones. ¿Cómo cuernos lo había hecho? No podía quitarme el
asombró de encima. El agente miró ambos documentos sin pestañear, y después de
iluminarnos con aquella linterna para corroborar la fotografía.
-Ángel, está a punto de caducarte, no te descuides-. Dijo
cuándo se lo devolvió. A lo que el afirmó con la cabeza. Parecía un chico bueno
y todo.
-¿Y ahora, como salimos de aquí sin una bala en el cráneo?-.
Espetó mientras guardaba la documentación. –Porque no quiero problemas con mi
padre, y menos con el suyo-. Volvió a sonreír mientras me señalaba con un gesto
de la cabeza.
-Pues tienes que seguir recto cuatro calles más, girar a la
derecha tres calles más y después giras a la izquierda dos veces para coger el
túnel. Una vez allí…-. Ángel lo interrumpió mientras se daba un golpecito en la
frente.
-A la derecha, eso era. Muchas gracias-. Dijo mientras me
miraba con una alegría que rayaba el dramatismo. –Me ha salvado el cuello, si
llega tarde a casa, su padre me estrangula y me tira a los cocodrilos-. Escuché
el pitido indicando que las puertas se abrían y me metí corriendo en el coche.
Quería perder de vista a aquel policía. El pulso me iba a mil, y como bien
había dicho estaba al borde del ataque de nervios, pero no por el barrio, sino
por el asesinato que acababa de cometer.
Él se subió bajo la atenta mirada del agente. Bajo la
ventanilla.
-Conduzca con cuidado-. Dijo el agente antes de que el
ronroneo del coche tapara su voz.
-Tenga una buena noche-. Respondió antes de salir de allí a
toda velocidad, aunque sin rebasar el límite del todo.
Estaba sin habla, pero como demonios podía ser tan arrogante
y con ese humor tan condenadamente retorcido. Me quedé mirándole fijamente mientras
conducía siguiendo la ruta para salir de la ciudad.
-¡Eres de lo que no hay! ¡Como se puede ser tan, tan...!-. Me quedé sin palabras con la de describirlo. Me llevé las manos a la cabeza en busca de una palabra pero me di por vencida y terminé cruzándome de brazos. –No
tienes ni idea de lo mal que lo he pasado, creí que nos detenían, y para colmo le vacilas-. Él me miró y
no contuvo la carcajada. Parecía que él si veía la gracia del tema, pero yo no
la encontraba por ningún sitio.
-Soy único-. Rio. –También te lo podías haber camelado,
porque no quitaba el ojo a lo que esconde ese vestido-. Me sacó la lengua.
-Claaaro, como tiene tanta tela-. Imité esa ironía que tanto
le gustaba utilizar. –Y encima se me transparenta-. Me cubrí la zona del pecho
y cruce las piernas.
-Da gracias a que era tu talla, porque lo cogí esta mañana
deprisa y corriendo-. Dijo mientras una voz femenina leía en alto el mensaje que acababa de llegar a
su móvil.
“Saint Nicholas High School. Bangor, Maine. La clase empieza a las 9:00 am. La Señorita García
ya está matriculada y la directora Love la espera allí. Intuyo lo que harás, asique tienes menos de 4 horas para llegar. Confío en que estarás
allí a tiempo.
N.D.
Satán 4:47”
Dejó el teléfono y en la esquina
inferior de la luna apareció una cuenta atrás. Aquello me sorprendió y me
preocupó.
-¿Ángel, qué cuernos es eso, y a
dónde me llevas?-. Dije sin quitarme de la cabeza la conversación con Nicholas
que tuve antes de volver al apartamento de Davey.
-Buenas noches, les habla su
piloto. Nuestro destino es Bangor, estado de Maine. Circularemos a una media de
120 millas por hora, y la duración del trayecto será aproximadamente de 3 horas
y 40 minutos. Les agradecemos que hayan elegido nuestra compañía. Por favor,
Abróchense los cinturones de seguridad y recen a quien sepan-. Bromeó mientras
miraba la evolución de mi cara a medida que iba soltando toda esa información.
¿De verdad pretendía llegar a Maine en menos de 4 horas?
-Por qué me llevas a Maine, allí no
se me ha perdido nada-. Dije mientras contemplaba con horror como las agujas
iban subiendo en el velocímetro.
