Sin casi pensarlo mandó el mensaje con aquella extravagante y
furtiva idea que se le había pasado por la cabeza. Ni siquiera le dio el tiempo
suficiente para terminar de asentar aquel cúmulo nebuloso con el que trataría
de sorprenderla. El mensaje de regreso mantenía ese tono de sorpresa e
incredulidad, parecía que la curiosidad felina asomaba ante aquel escueto
esbozo de plan.
Antes de cumplir los veinte minutos de plazo, el coche se
paraba frente a la parada de autobús donde ella aguardaba con cierta
impaciencia.
-¿A dónde vamos a ir?-. Preguntó ofreciendo sus labios para
recibir el beso de bienvenida.
-Ah, sorpresa-. Susurró tras depositar varios besos cortos
sobre aquella blanda superficie. Y sin tardar mucho más puso de nuevo en marcha
el vehículo ignorando las quejas de su pasajera.
La noche ya pesaba sobre toda aquella región a pesar de que
los relojes todavía no marcaban ni las nueve de la noche. Poco a poco, y
sorteando el tráfico, fueron abandonando las estrechas calles de la urbe para
adentrarse en las anchas vías de uno de los polígonos industriales más importantes.
A penas se veía coche alguno vagar por aquel lugar donde las industrias y las
naves campaban ordenadamente en calles completamente ortogonales. Ella miraba y
preguntaba tratando de sonsacar alguna información.
-Hay luna llena-. Dijo mirando a través de la luna mientras
esperaba que aquel semáforo le dejara vía libre. –Sería bonito verlo desde el
mirador…-. Dejó la frase en suspenso al quedar bañado por la luz verde.
-¡¿Pretendes llevarme al cerro?!-. La chica lo miraba ojiplática,
sobretodo porque en aquel lugar siempre solía haber varios coches cuyos
ardientes interiores habían tintado los cristales para ocultar a sus ocupantes
de la fría noche. Aquella reacción no hizo más que ensancharle aquella sonrisa
que lo había tomado un rato antes.
-Frio, frio-. Respondió con aquel tono juguetón que tanto la
atraía. –Pero antes de seguir, ¿te apetece coger algo de cena?-. Aquel cambio
tan súbito en la conversación logró descolocarla, aunque lo cierto era que ella
tampoco había cenado, asique asintió con cierta energía. –Vamos al Mc auto-. Espetó
de pronto acompañando la frase con un cambio de dirección completamente
inesperado.
Circulaban despacio, él seguía los paneles que había
situados en las esquinas de las calles del polígono. Sin duda estaba más perdido
que un pulpo fuera del agua, aunque trataba de disimularlo para evitar alguna
burla traviesa de su acompañante. Y a punto de admitirlo estaba cuando aquel
edificio adornado con una gran “M” apareció a su lado.
Después de recoger aquel pedido, lo dejaron a buen recaudo
en el salpicadero del coche cuya tecnología más puntera consistía en un cuenta
revoluciones, aquel coche tenía más años que el propio conductor pero aquello
no era sino un aliciente para conducir aquel coche hasta el fin del mundo,
sentía admiración por cada tuerca y no escondía lo orgulloso que se sentía de
él.
Aquel viaje prosiguió a buena marcha por la autovía, alejándose
cada vez más de aquella tediosa ciudad en la que ambos vivían resignados a no
poder abandonarla, sin importar el motivo que los condujese, ese era uno de los
puntos que compartían.
-¿Pero a dónde vamos?-. Volvió a preguntar con cierta sorpresa.
-Solo disfruta-. Dejó como única respuesta, mientras seguía
sin apartar la vista de aquella carretera. Entonces ella reparó en uno de los
enormes panelones que se aproximaba a una velocidad suficiente como para leer
lo que ponía. -¡¿¿Soria??!-. El miedo, y la sorpresa se habían apoderado de su
voz, no daba crédito. ¿Realmente había decidido hacer semejante locura?
-Noooo, si eso está a tomar por saco…-. Dijo con una pequeña
carcajada. – No te lo voy a decir, solo espero que no te aburras demasiado. El
tramo de autovía que coincidía con el trazado que había dibujado en su mente
llegaba a su fin, por lo que indicándolo con la intermitencia, de carenciado
y sonido tan peculiar comenzó la andadura a través de aquel entramado de
sinuosas carreteras entre pinares.
Atravesaron el primer pueblo a buena velocidad, una vez
terminado todo aquel conjunto de casas construidas en uno de los meandros del
castellano rio Duero, la oscuridad y la soledad volvían a abrazarlos con
aquellos gélidos brazos. Comenzaban la ascensión de una de las pendientes más
famosas por aquellos lugares. Los halos blancos iluminaban la carretera que
tras la subida se habría ante su mirada. Incluso las luces de largo alcance no
llegaban a iluminar todo el perímetro que los rodeaba, pero aquello no hacía
más que instar más y más a seguir con aquel viaje. El tacómetro bañado en aquel
espectral haz verde daba toda la información imprescindible y entre aquella
escueta información tan solo dos pequeños relojes mantenían la plena atención del
conductor, el cuentakilómetros y el indicador de la gasolina, mientras que la
pasajera miraba extasiada por la ventana.
Después de un largo recorrido por aquella carretera estrecha
rodeada de pinos que daban una atmosfera típica de película de terror barata,
alcanzaron el segundo pueblo donde tras dar un pequeño paseo rápido se
detuvieron para bajar al merendero a comer aquellas hamburguesas que habían comprado.
Al poco de bajar, el viento frio empezó a recorrer todo el
merendero haciendo que ella empezase a estremecerse.
-Vaya, creo que esto no lo tenía previsto, tal vez debí
haberte avisado de que cogieses algo más fuerte de abrigo-. Comentó mientras se
lamentaba por aquel patinazo, ya que aquel fallo meteorológico les impediría contemplar
la noche tranquilamente como él había planeado. Con el fin de solventarlo
presto su cazadora a la chica que trataba de restarle importancia al tema.
Terminada aquella rápida cena, subieron, pues todavía tenía una sorpresa más. En
lo alto del pueblo había un bar donde a lo largo de los veranos él solía pasar
varias tardes a la semana poniendo al día sus asuntos en la red de redes.
Una agradable
conversación entre risas y besos robados, de un lado como del otro, hizo que
las manecillas del reloj corriesen más de lo debido, y tras apurar sus bebidas
y una pequeña parada, prosiguieron el camino hacia su desconocido destino.
-Derecha o izquierda-. Preguntó de pronto sorprendiendo a la
pasajera, la cual respondió por impulso rápido que fuese hacia la derecha. Aquella
carretera estaba en mejores condiciones que la otra, además tampoco le
inspiraba demasiada confianza, y al tener ambas el factor que más deseaba el
conductor que era circular a través del pinar, respetó la elección de su
compañera de viaje. Varios kilómetros más tarde y tras rebasar otro pueblo
llegaron al destino. El santo lugar de la Virgen del Henar, lugar donde todos
los veranos, desde que él tenía memoria, pasaba una tarde con su familia.
El viaje de regreso atravesó los mismos parajes que en la
ida. Ella parecía disfrutar con cada metro que recorrían bajo aquel ronco
sonido del motor carburado. El viaje se hizo demasiado corto en opinión de
ambos ya que antes de darse cuenta él estaba recorriendo hábilmente la calle,
marcha atrás, para dejarla junto a su portal. El beso de despedida, casto, fue el colofón final a aquella
peripecia que fugazmente había soñado y que al parecer había sorprendido y
gustado a su pasajera. Aunque antes de llegar a casa debería recargar el
combustible gastado durante el trayecto. Y aquello sería duro ya que a esa hora
pocas gasolineras estaban abiertas, pero… aquello es otra historia.
Una historia muy interesante
ResponderEliminarDigamos que ya me he leido mas de una historia, y esta me ha cautivado
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