Miré el reloj. El segundero, rojo metálico, se deslizaba a
través de la esfera negra. Entonces dos brazos me apresaron en un abrazo,
interrumpiendo mis abstractos pensamientos.
-Peque, estas muy distraído desde hace unos días, ¿en qué
piensas?- Su voz cobró aquel matiz cariñoso, suave y delicado. Sus labios casi
acariciaban mi oreja. –O en quién… porque hace mucho que no veía esa mirada en
esos ojazos marrones-.
En aquel momento, aquella alarma volvió a dispararse. Ella
estaba demasiado cerca, su actitud volvía a ser cariñosa, demasiado cariñosa.
Me levanté poco a poco hasta que el nudo quedó desecho.
-En nada…- Mi resignación era más que perceptible, aquella actitud suya estaba empezando a agobiarme. Volví a consultar el reloj. Faltaban
cinco minutos. Serian muy largos. –Voy a la dársena, ¿tienes los billetes? Tu
autobús sale en diez minutos. Y yo tengo tareas pendientes-.
-Mi autobús sale a las siete y cuarto, te lo llevo diciendo
desde que hemos salido de casa pero como me ignoras…- Dijo tomándome de la
mano. Se acomodó el corto vestido y comenzamos a caminar entre la gente.
-¿No pretenderás que te lleve de la manita?-. Una pose tan dramática y exagerada lo hizo pasar por
broma. Ella se quedó pensativa. Apareció una mirada picara. Un brillo
llamativo. Entonces tiró de mí y me pegó a su cuerpo.
-No quiero perderme-. De pronto aquel rostro fue la
definición de inocencia. Aquellos ojos
grises me miraban deslumbrantes y sus labios, carnosos y de apariencia tan
jugosa, temblaban en un pequeño puchero.
En aquella inmensa dársena repleta de autobuses, maletas y
gente, trataba de localizar el bus en cuestión. Era de la compañía ALSA, y
aquel dato era poco útil porque debía haber cerca de diez autobuses de la
compañía, sólo en ese lado. Miraba con cuidado, leía en los letreros luminosos
y en las hojas de las lunas.
-Es ese-. Señalé un autobús que no quedaba muy lejos.
-No puede ser el mio, sale a y cuarto. No me engañes, chico
malo-. Y me golpeo suavemente en el hombro.
-Alicia… por casualidad… ¿cambiaste la hora?- Una
involuntaria sonrisa se dibujó en mi rostro. Su expresión se desencajo en el
acto.
-¡Mierda! Que si es-. Alicia arrancó a correr
arrastrando su maleta.
No tardó en perderse entre la multitud de gente que pasaba.
Me quedé apoyado en una de las maquinas de picoteo observando aquel enorme
vehículo y en el largo trayecto que le esperaba. Resultaba un tanto irónico
encontrarse en aquella situación después del intercambio verbal que ambos
mantuvimos en casa. Seguía con aquella sonrisa en mi semblante distraído, hasta
que el móvil sonó en mi bolsillo.
Miré en la pantalla la notificación de un nuevo mensaje.
“Ya hemos llegado, estamos aparcados en la plataforma 18,
aquí te espero. Bss. 19:12”.
Guardé el teléfono y tras una pequeña mirada a los indicadores
de las dársenas comencé a caminar esquivando al resto de la gente que caminaba
en sentido opuesto. Mi paso es rápido de forma normal pero dada mis ganas de
volver a verla, y más después de tres largas semanas, rozaba la categoría de
fugaz. Me detuve junto al autobús y miré a los alrededores. Buscándola. Aunque
no conseguía distinguirla con tanta gente. Tanteé el móvil con la mano mientras
continuaba mirando por los alrededores.
-¿Qué tienes planeado, Arturo?- Sobresalió una voz por uno
de los flancos del autobús. Me volteé sobre los talones y allí estaba. Elisa.
-Algo mágico-. Mi voz fue suave y sugerente. Había que darle
un poco de emoción. Un saludo cálido nos unió a ambos antes de emprender las
preguntas típicas mientras nos encaminábamos al coche cogidos de la mano.
-El viaje a sido largo, aunque no tanto como estas semanas-. Y apoyó su cabeza en mi hombro. –Y… ¿revelaras tu truco…?-. Aquella
mirada estaba a punto de desarmarme por completo pero había que resistir.
-¡Oh…! ¿¡qué clase de mago sería si revelase mis trucos!?-. Me
llevé las manos a la cabeza en un gesto exagerado de sorpresa. –Pero…-. Mirando
al cielo azul trataba de hacerme el interesante.-…a mi ayudante… si podría
contárselos-.
-¿Y ese puesto esta vacante?-. Nos detuvimos en medio de la
acera.
-Por desgracia… si, esta vacante… ¿quieres ese puesto tan
arriesgado?-. Entonces vi aquella primera sonrisa. Aquel mismo matiz travieso
que me enamoró aquella noche en el circuito.
-Si, pero sólo si tú eres mi mago-. Y nuestros labios
volvieron a encontrarse. Tan dulces como los que recordaba. Más apasionados que
entonces.
El saxo aguardaba encajonado en un pequeño sitio. Su pintura
lucia brillante al sol. Su pequeño tamaño y lo discreto de su fisonomía le
hacía ideal para desplazarse por aquella inmensa ciudad.
Estábamos sentados, con aquella música mía tan peculiar
manando de los altavoces. El motor ya ronroneaba a la espera de poder partir.
Cuando su mano se posó sobre la mía. Su mirada era indescriptible. Mi corazón
estaba desbocado al borde de la zona roja. Sentía el pulso en cada recodo de mi
cuerpo. Y su voz, suave como siempre, quebró la música con aquel matiz
juguetón.
-Bueno… he aceptado ser la ayudante del mago, ¿qué planes
tienes para mi?-.
-Pufs… en primer lugar salir de este sitio tan apretado…-. Comprobé los retrovisores midiendo la escasa distancia tras los limites del coche.
La precaria dirección asistida me permitía mover el volante con una mano,
mientras la otra seguía presa de la suya. Pero estaba claro que nos llevaría
varias maniobras salir de allí. -Después… no se, estoy entre llevarte a ver
sitios curiosos de la ciudad o dar un paseo. ¿Qué te apetecería hacer?-. Ella
se rio. Y valoró las dos posibles respuestas.
Tras cinco minutos de maniobras logré sacarlo y
encarrilarnos por Méndez Álvaro. El coche se deslizaba suave y
ligero. Sin llegar a detenernos en ningún semáforo. Todos en verde. Lo cual
arañaba segundos al reloj, y uno de los secretos de mi rapidez en ciudad, y en
circuito. Seis minutos más tarde estábamos junto a la puerta del
garaje, cinco menos de lo que estimaba el gps. Después de bajar por la rampa y
estacionar. Ella se quedó mirándome bajo la fría luz de los alógenos del techo.
-¿En qué piensas Elisa?-. Pregunté acariciándola la mejilla.
Ella cogió mi mano y la retuvo.
-Creo.. que es la primera vez que subo en tu coche…-.
-Cierto… -. Mi voz era un susurro, no quería quebrar la
magia de ese momento. –Te acuerdas en el circuito…-.
Una lágrima por su mejilla, hizo que aquella frase quedase inconclusa. Y aquella luz que brillaba en sus ojos se eclipsó.
-Como iba a olvidarlo si me diste un susto de muerte…-
También su voz quedó invadida por aquella tristeza. Solo diez minutos que marcaron aquella noche. Aquella imagen.
-No me refería a eso, sino… -. Entonces dejé en su mano un
trozo de papel plegado. Estaba un poco amarillo y algo sucio por el tiempo.
Aquella tristeza se disipó al reconocer su propia letra.
-¡Anda!… pero si es...-. Afirme con la cabeza y una media
sonrisa. –Y todo este tiempo la llevabas en el parasol…-. Una sonrisa difícil de clasificar se fue implantando
en su rostro.
-Era lo único que demostraba que aquella noche no fue un
mero sueño… de que tú, eras real como todo lo que vivimos, y no solo un producto
demasiado logrado de mi imaginación-.
Otra lágrima descendió por su mejilla, pero la intercepté
antes de que recorriese más camino. Entonces de improviso ella se me echó
encima. Me abrazó y nos fundimos en un beso. Pero no un beso corriente, sino de
esos que te van dejando sin aliento. El tiempo se detuvo. Solo estábamos ella,
yo y el pequeño habitáculo del saxo. Yo seguía amarrado por el cinturón con
escaso margen de movimiento pero la abrace y llevé mis manos hasta su cintura. Un
tiempo eterno en sensaciones pero corto en la realidad.
Tras subir su maleta a casa, regresamos de nuevo a la calle,
donde el sol aun permanecía radiante. Había muchos sitios que ver, y que la
quería enseñar. Armados con el bono-metro caminamos juntos y poco a poco nos
sumergimos en aquella sub ciudad para comenzar nuestro pequeño tour y las
sorpresas que aguardaban.
Parte 15
Parte 15
He vuelto a leer la historia desde el principio para no perder ningún detalle... Parece que el fin se acerca pero el misterioso "Dmitri" me tiene intrigada
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